Cuaderno de viaje  

Todo se va al carajo

Por Óscar Martínez
Publicada el 24 de agosto de 2009 - El Faro

Escribo esto mientras un tren desgarra su potente pito a unos metros de aquí. Ese horrible gusano lleva a unos 50 indocumentados centroamericanos prendidos como garrapatas de su lomo. Viajarán ocho horas y lo más probable es que cuando lleguen a la siguiente estación los secuestren. 

 

Los que los van a secuestrar son unos hombres, la mayoría de ellos hondureños y mexicanos, aliados a la banda de narcotraficantes de Los Zetas. Ellos viven en el pueblo de Medias Aguas, en Veracruz, y casi todo el pueblo sabe dónde viven. Sabemos los nombres y apodos de muchos de ellos, y los saben también los militares, los agentes de inteligencia, los policías municipales y los estatales. Tienen sus fotografías, pero nadie va a hacer nada, porque esto pasa siempre, desde hace más de un año, en muchos pueblos.

 

Escribo esto a unos días de haber regresado de Tenosique, uno de esos pueblos, en el sureste mexicano. Allá, ahora mismo, decenas de migrantes están metidos en casas de seguridad, con sus rabadillas moradas por los tablazos que les han dado para que recuerden y digan el número de teléfono al que esos hombres van a llamar para extorsionar a sus familias. Es el cálculo modesto que hacen las autoridades a las que conocí en aquel pueblo.

 

Escribo esto a un día de acompañar en su viaje a tres indocumentados salvadoreños, todos menores de 20 años, que huyen de su país porque sin deber nada los quieren matar. Lo saben porque ya cayó su madre y su cuñado. Lo saben y saben que exiliarse es la única manera de sobrevivir. Lo saben y lo pueden demostrar, pero también saben que de nada serviría, porque si los agarran los van a regresar allá, al país donde nacieron, a la muerte. Por eso viajarán como animales que se esconden.

 

En el tiempo que pase entre que yo escriba esto y usted lo lea, decenas de centroamericanas serán violadas en espantosas veredas, entre la breña. Decenas de centroamericanos serán secuestrados. Cientos serán asaltados. Muchos serán asesinados.

 

Con el reportaje de esta edición se cierra un año de cobertura de migración. Continuaremos metidos en este camino porque hay planes para completar otro tipo de materiales. Cuando algo así termina es imposible no pensar, pensar en algo, en lo que viene, en lo que quedó atrás, en lo que se falló. A mí me dio por pensar en el camino. Y anoche, mientras conversábamos con uno de los más esmerados protectores del migrante, con Alejandro Solalinde, el fundador del albergue de Ixtepec, Oaxaca, pronuncié una sentencia que nunca es cómodo pronunciar, sobre todo cuando un ciclo termina. Pero sería cobarde no decirla como la escupí en la mesa: todo se va al carajo.

 

No creo que, a grandes rasgos, este camino se componga, y los que tienen que migrar se enfrenten, como sería lo ideal, al único peligro de que la migra los detenga y los deporte. Sí creo que los que se reventaron la espalda y pusieron su vida a caminar en una cuerda floja, como Solalinde, cambiaron las cosas en su pueblo, en los pueblos cercanos, en este tramo de camino. Pero los corruptos y los delincuentes encuentran otros tramos.

 

¿Por qué no creo en composturas? No soltaré un discurso con cifras ni contrastaré los datos de arresto de secuestradores con los de secuestrados, porque no los hay, porque no importan y porque desde hace tres años yo he caminado el camino y me tomo el derecho y la responsabilidad de lanzar juicios. No mencionaré tampoco casos concretos, porque sería tan repetitivo como querer justificar con nombres el hecho de que en El Salvador hay maras, de que en Guatemala hay narcos y de que el golpe de Estado en Honduras fue un golpe con todas sus letras.

 

No lo creo porque por cada Solalinde que he conocido en este camino, me he topado con cinco corruptos y cinco delincuentes. Porque por cada vez que me he enterado de que aquel reconoce en el migrante a un ser humano, también he sabido que estos lo ven como una mercancía.

 

Lo sé porque desde hace siete años unas banditas de harapientos mal armados asaltan, matan y violan indocumentados en unos montes de Chiapas conocidos como La Arrocera. Lo sé porque todas las autoridades lo saben. Lo sé porque lo siguen haciendo. Lo sé porque desde hace dos años esas banditas han dejado de ser el lobo y son el chiste a la par de una bandota, la de Los Zetas, criminales internacionales con un potencial de armas apabullante que pueden pagar miles de dólares cada mes a autoridades federales. Lo sé, y es maniqueísta, porque los buenos siguen siendo los mismos y los malos son otros, más fuertes, más despiadados y más preparados.

 

Lo sé porque a aquel migrante solidario que se escapó de una casa de secuestros en Tierra Blanca y fue a denunciar a la policía municipal que tras él quedaban 30 más, esos mismos policías lo devolvieron a la casa de secuestros. Lo sé porque en Tenosique secuestran migrantes en las narices de las instalaciones de migración, porque el delegado de migración de Yucatán está acusado de dirigir una red de trata de centroamericanas para prostitución, porque el secuestrador que le dijo a Solalinde que le pondría un tiro en la frente sigue libre. Lo sé porque el gobierno estadounidense sabe que cuando construya más muro -lo sabe porque las cifras no mienten- habrá más cadáveres secos en el desierto. Y lo sé porque los gobiernos centroamericanos han tomado medidas absurdas, débiles y cobardes ante la tragedia que viven sus gobernados que migran y que sostienen sus economías -ahí también hay cifras para quien las quiera-. Porque cuando el gobierno mexicano, tras dos décadas de pedírselo, derogó las leyes que criminalizaban al migrante indocumentado en su país, lo hizo solo porque quería negociar una reforma para los suyos en Estados Unidos.

 

Cuando esto termina me da por pensar en el camino, y cuando pienso en él se me sale decirles a los padres que detengan a sus hijos, a los hijos que detengan a sus padres y a los que huyen que qué lástima, que es una porquería, pero no les queda de otra. Que nadie verá por ellos y que si no les queda otra, pues ni modo, se enfrentarán a la barbarie durante más de 5 mil kilómetros. Decirle a los gobiernos que se les debería de caer la cara de vergüenza en un charco y a los diputados que ojalá un día se cumpla esa máxima absurda y trillada que muchos migrantes pronuncian en sus momentos de rabia: si esos encorbatados tuvieran que migrar... si sus hijos tuvieran que caminar este camino...

 

En este camino he visto una maldad que escandaliza. He visto al ser humano convertido en basura que puede ser escupida y apachurrada, porque a nadie le importa la basura. Espero que lo hayamos contado así, porque si algo me da vueltas en la cabeza es pensar para qué sirve entonces contarlo. Mucha gente dice que cambia cosas. Yo, para qué mentirles, no lo he visto. Quizá esperaba otra cosa que no ocurrió. Quizá (cruzo los dedos) soy un desesperado y no logro ver que esta inversión de letras, fotografías y vídeos afectará el futuro de los migrantes. Todo esto me da vueltas en la cabeza, a pesar de que en el fondo estoy convencido de que la respuesta que me consuela es una: tal vez a alguien le den pesadillas.

 
CUADERNO DE VIAJE
Todo se va al carajo

Escribo esto mientras un tren desgarra su potente pito a unos metros de aquí. Ese horrible gusano lleva a unos 50 indocumentados centroamericanos prendidos como garrapatas de su lomo. Viajarán ocho horas y lo más probable es que cuando lleguen a la siguiente estación los secuestren. 


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