La película soñada
Al fin una película relevante a partir de un guión original y no otro remake, otra pre-se-post-cuela, otro reinicio, otra adaptación. Ojo que no estoy diciendo guión original, ni tampoco idea original, ni estructura original, ni recursos narrativos originales, porque pese a su relevancia, “El origen” dista por mucho de ser un clásico en el sentido fundador y de referencia del término.
El cuento habla de un ladrón de ideas cuya escena del crimen es la mente misma de sus víctimas, a la que tiene acceso logrando meterse en sus sueños, es decir, en la expresión arquitectónica del subconsciente. Una vez adentro, logra llegar a la “caja de seguridad” donde se guardan las ideas en su pureza. Este ladrón recibe una petición especial con una oferta que no puede rechazar: en lugar de robar una idea, tiene que depositarla.
Christopher Nolan es un director espectacular, que domina como pocos el concepto occidental de espectáculo cinematográfico. Con el control absoluto de esta pieza, iniciando por el guión, elabora una ficción fiel heredera de su indiscutible predecesora: “The Matrix” (1999), de los hermanos Wachowski. Nolan logra crear con mucho tino un mundo aparte (o varios mundos adentro), subvirtiendo la lógica de la realidad que conocemos de una manera accesible para la comprensión del espectador a pesar de sus enredadas e inverosímiles premisas, y esto es un mérito loable. También ha sabido reducir al mínimo necesario el glosario hi-tech en el que caen muchas obras de ciencia ficción con la intención de generar humo para que simplemente creamos lo que nos dicen ante la incapacidad de descifrar la información “técnica” que nos ofrecen. Nolan solo enuncia ciertos principios científicos y el artefacto utilizado es conocido de todos: la propia humanidad física alterada por una droga de aplicación intravenosa, y demás está decir que todos tenemos sueños mientras dormimos, y por lo tanto, sabemos como funciona el asunto.
Hasta aquí tenemos un guión efectivo en el plano de la técnica narrativa. En el plano discursivo, Nolan se vale del desarrollo de una estructura arquitectónica de personajes, en la que existe una correspondencia formal y funcional que permite contar varias historias que circulan entre sí y que permiten establecer los tres niveles de conciencia que la idea cinematográfica demanda. La prueba de que también en este plano funciona el guión de Nolan es que no nos perdemos entre las historias y logramos comprender las historias personales, en incluso completar las correspondencias por nosotros mismos.
Por ejemplo, la historia culposa de Dominic Cobb (Leonardo DiCaprio) se comunica empáticamente con el conflicto de la baja autoestima filial de Robert Fischer (Cillian Murphy), cuya superación representa un medio para las ambiciones corporativas de Saito (Ken Watanabe) que cierra el círculo de redención del héroe, quien luego de su “acto de contrición” encuentra el perdón, supuestamente. El guión desarrolla también conflictos humanos e ilustra efectivamente como estos se alimentan y mantienen en el subconsciente, el que no siempre (o casi nunca) juega nuestro favor.
Así tenemos una trama argumental con una equilibrada dosificación de romance, acción, efectismos y sofisticación visual que mantiene expectante a los ocupantes del patio de butacas. Es un pecado mortal levantarse para ir al baño.
Para que todo esto funcione en la pantalla es indispensable un buen desempeño actoral. DiCaprio, experto en angustias, domina completamente a su personaje; Marion Cotillard despliega ese halo de in-presencia seductora necesaria para Mal, la esposa muerta de Cobb; Watanabe y Murphy dan sólida presencia a dos magnates corporativos en el metafórico juego de los amigos y rivales. Vale mencionar a Ellen Page, como la neófita arquitecta de laberintos Ariadne (ojo al guiño del nombre), y aunque su personaje es solo el pretexto para explicar tanto la idea arquitectónica del espionaje subconsciente así como el conflicto del protagonista, Page demuestra cualidades que nos la traerán a la pantalla con recurrencia.
Visualmente, se trata de un gran espectáculo. Frente al reto de mostrar un mundo onírico sin los excesos de surrealismo estético que caracteriza a los sueños, optaron por liberar la imaginación en las demostraciones que Cobb hace a Ariadne: La yuxtaposición de París sobre sí misma, las plácidas explosiones que dejan inmutables a los circundantes, las alteraciones espacio-temporales derivadas del los principios matemáticos de la Banda de Möebius ilustradas en las gradas infinitas que hacen referencia a la obra de M.C. Escher. En este sentido, apreciamos que todas las secuencias posteriores se moderan visualmente según la premisa que Cobb explica: el escenario de los sueños debe estar anclado en la realidad para que no altere el principio de realidad del soñador.
Es plausible que los responsables de este proyecto se hayan resistido a la tentación del 3D, que pareciera el artificio idóneo para la estética de una película como esta. Sostenerse y bastarse con las dos dimensiones que han hecho del cine un arte visual dice mucho del buen oficio de estos creadores.
Hans Zimmer da un aporte musical que se agradece, acompaña a la perfección el ritmo visual incluso cuando subraya con contrastes el drama de lo que vemos con lo apacible de lo que escuchamos.
¿Qué si el valor de “El Origen” es ser original? Yo sostengo que no, porque esta se trata de la aplicación de una serie de ideas cinematográficas a un “detonante” novedoso. Las realidades alternativas con la trampas dela duda intencional ya han sido desarrollada en otras películas, y desde varios leit motiv, entre ella destacan la citada “The Matrix”; “Being John Malkovich” (1999), de Spike Jonze, “ExistenZ” (1999), de David Cronenberg; “Sliding Doors” (1998), de Peter Howitt; y hasta cabe mencionar la saga de Freddy Krueger, de Wes Craven, por citar algunas de las más comercializadas.
El valor lo encuentro en la manera de contar, cine con rigor en el lenguaje que le es propio. Cine con la capacidad de introducirnos a una idea de manera entretenida y visualmente impactante. Cine sin el abuso de recursos prestados y que se mantiene equilibrada en la delgada línea de lo pretencioso. Una película como esos sueños de los que nos sentimos orgullosos de haberlos soñado.

