Sala Negra / Violencia

Un hombre confiesa que mató

Para salvar a su mujer de una condena de al menos una década, un hombre confiesa que apuñaló hasta el cansancio. Su declaración es también un recorrido por una sociedad violenta como la salvadoreña, un amasijo donde hay enfermos mentales, pandilleros, un sistema de justicia inoperante, calles por donde no se puede caminar, cárceles donde te matan y medios de comunicación irresponsables. 


Domingo, 19 de junio de 2016
Óscar Martínez

“Me llamo Ulises Geovani Rodríguez Silva. 27 años. Me dedico a la zapatería, enderezado y pintura. Estoy acompañado con Roxana Abigail González. No tengo hijos. Soy de Santa Ana. Estaba viviendo en el pasaje San Carlos del Bulevar de Los Héroes de San Salvador. Estudié hasta octavo grado”.

Ulises es un muchacho seco y chele, con tatuajes que cubren gran parte de su brazo izquierdo. Roxana está a su lado, callada, cabizbaja, morena, manos atrapadas entre las piernas, 21 años, de un cantón de Chalatenango, ama de casa, con estudios hasta noveno grado. Una muchacha bajita regordeta que no sabe el nombre de su papá. Cuando se lo preguntan, calla y niega con la cabeza. Ambos están esposados y sentados a la par de su abogado defensor en la sala 2A del Centro Judicial Isidro Menéndez de San Salvador, donde el juez tercero de sentencia de la capital dicta sus sentencias.

“Sí, deseo declarar”.

Ulises ha dicho eso a pesar de que el juez le acaba de explicar que no está obligado a declarar, que él es inocente hasta que se demuestre lo contrario, que hoy, 7 de marzo de 2016, está en esta sala para escuchar las pruebas y a los testigos, y también para escuchar a su defensor poner a prueba esas pruebas. El abogado es un abogado público, un hombre con poco tiempo para cada caso. Hay defensores públicos que tienen hasta 60 audiencias cada mes. Un homicidio, cuatro homicidios, 15 homicidios, una violación, cuatro violaciones, diez violaciones, 20 robos, cinco secuestros… 60 audiencias, 30 días. Hasta el momento, el defensor público de Ulises y Roxana solo ha pedido que le permitan que sus defendidos se sienten a su lado. Ulises y Roxana habían sido sentados atrás, como si fueran público de su propio juicio. Luego, el abogado dijo que se acababa de enterar de que su defendido quería declarar y que por tanto ya no tenía sentido defenderlo. “Usted tiene que orientarlo”, replicó el juez. El defensor, revoloteando unos papeles, dijo: “Eeeh… Todo va orientado a la inocencia de mi defendido… Hay sucesos que se dieron ahí… Con eso y otras cosas más trataríamos de contradecir a la Fiscalía”. ¿Qué es “Eso”? ¿Qué “Otras cosas más”? Tras cuatro meses asistiendo a juicios de homicidio en este país he entendido que en muchas ocasiones se dice por decir, se retuerce para aparentar. Donde la honestidad obligaría a decir “señor juez, no tengo ni idea de quién es este señor, pido tiempo para enterarme”, se dicen, por decir algo, palabras como “señoría… defendido… sucesos… acaecidos… contradecir… Fiscalía”. O sea, nada. Dicho lo que dijo el juez, Dicho lo que dijo –o sea, nada- el defensor, le tocó el turno de decir al acusado Ulises.

“En primer lugar, quiero reconocer de que he estado recluido algún tiempo. Estando detenido he leído la biblia. Estudiando la biblia los meses que estuve detenido logré comprender la justicia terrenal y la divina. Mi compañera de vida, al lado mío, ha sido encarcelada por algo que no tiene nada que ver”.

Ambos están acusados de haber matado a un hombre el 12 de mayo de 2015 adentro de una casa de la urbanización San Jorge, a eso de las 10 de la noche, a unos metros del Bulevar de los Héroes, de los restaurantes de comida rápida y el campo de atracciones 'El Mundo Feliz'.

“La situación del homicidio, sí lo cometí. Sí cometí ese delito de homicidio por cuestiones personales con el señor Armando Peña Tobar”.

La teoría expuesta por la Fiscalía afirma que Ulises regresó con unos tragos adentro, entró a la casa donde alquilaba un cuarto, apuñaló decenas de veces a su casero de 64 años, con la ayuda de Roxana. La teoría fiscal dice que Marte II, que es un testigo protegido, escuchó el siguiente grito: “te voy a matar, te voy a sacar un ojo”, y entonces se asomó. Esta versión propone que Marte II combatió con Ulises, le quitó el cuchillo, y que Ulises le dijo a su mujer que le alcanzara la .3280 (sic), que ella le alcanzó un bulto pequeño, y que él la empuñó como una pistola y le advirtió a Marte II que o abría la puerta o moría ahí mismo a la par de Armando. Que la pareja, antes de dejar la casa ensangrentada, tomó un televisor plasma de Armando y huyó. La teoría de la fiscalía dice que Marte II avisó a los vigilantes privados que custodiaban ese pedazo de ciudad, y que por suerte una patrulla policial del 911 pasó. La versión consigna que entonces la patrulla aceleró y logró encontrar a Ulises y a Roxana caminando desorientados en el parqueo del restaurante de hamburguesas Wendy’s. La investigación fiscal asegura que ante su inminente captura, Armando y Roxana se rinden. Son capturados como manda la ley y trasladados a diferentes centros de detención.

“Tengo una situación, una enfermedad siquiátrica. Acá está la receta del Hospital Siquiátrico donde me llevan mes a mes para comprar mi tratamiento diario”.

El papel lo saca Ulises. El abogado defensor ve a su defendido como quien ve a alguien realizar un truco de magia.

“Esos meses –alrededor del homicidio- no la pude ir a traer por la situación de que yo soy un ex pandillero. Tengo ocho años de haber dejado la pandilla a la cual pertenecí. El Hospital Siquiátrico está en medio de ambas pandillas. Entonces, no podía poner en riesgo mi vida, no estuve tomando mi tratamiento siquiátrico”.

Para llegar al Siquiátrico es necesario ir a Soyapango. En Soyapango, durante 2015, la tasa de homicidios fue de 81 por cada 100,000 habitantes. Fue una tasa brutal que superó incluso a la tasa del segundo país más violento de la región, Honduras. Sin embargo, la mortal tasa de Soyapango fue mérito en un país como este, que cerró el año con 103 homicidios por cada 100,000 habitantes. Uno de cada 972 salvadoreños fue asesinado en este paisito que cabe unas cuatro veces en el paisito de Guatemala. Para llegar al Siquiátrico hay que internarse en la calle La Fuente, a la altura de Unicentro. Hacia adentro empieza una de las concentraciones de colonias más emblemáticas por el control que las pandillas ejercen sobre ellas. Es un nudo de concreto armado sin esmero que se reparte la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18 Sureños. Bosques del Río y San José, bastiones de la 18; Guayacán, Montes, Monte Blanco, El Pepeto, bastiones de la MS. En la calle La Fuente suele ocurrir que pandilleros de ambas organizaciones suben a los buses que pasan por sus colonias, bajen a los jóvenes y les piden el documento de identidad para saber si viven en su zona o en la otra. De esa dirección y del interrogatorio dependerá la severidad de la golpiza o, incluso, la vida. Un joven en camisa polo con el logo de su empresa, pantalón de vestir, zapatos lustrados y pelo engominado corre riesgo de ser revisado, desnudado, interrogado en la calle La Fuente. Un joven como Ulises, tatuado de los brazos, enemigo de la MS y retirado del Barrio 18, es un hombre muerto caminando en la calle La Fuente.

“Mi enfermedad es la esquizofrenia paranoide”.

Sin mucho esfuerzo, esto dice en la web la Medciclopedia sobre esa enfermedad: “forma de esquizofrenia caracterizada por una preocupación persistente, con delirios ilógicos, absurdos y cambiantes, habitualmente de naturaleza persecutoria, de grandeza o de celos, acompañados de alucinaciones”.

“Quiero dar detalles, porque cuando ocurrió, mi compañera de vida estaba dormida. Lo que dijo el criteriado, en parte tiene razón y en parte está mintiendo”.

El criteriado es el testigo Marte II. Todos en la sala sabemos quién es Marte II. “Vivía en el cuarto contiguo a nosotros”, dirá Ulises. Tres jueces me aseguraron que las medidas ordinarias –distorsionar tu voz como la de un ratón o de ultratumba, ponerte un camisón negro y una capucha, permitirte declarar tras un biombo y darte un nombre clave- no protegen a nadie en casi ningún caso. El asesino sabe quién lo delató. El secuestrador lo sabe. El violador lo sabe. Los tres jueces coinciden en que la medida es solo una manera de darle seguridad al testigo, de que no vea al victimario y se sienta más confiado al hablar. En otras palabras, las medidas ordinarias son un mecanismo de engaño para los testigos que se atreven a acusar. Son pequeños detalles que llevan al testigo a pensar que todo está bien porque su voz se hace cavernosa en la sala; que no hay problema, porque viste, en negro, un modelito como los del Ku Klux Klan; que el biombo es un sólido escudo entre él y el asesino. Un fiscal de homicidios, cuyo trabajo depende de esos encapuchados, lo definió así: “ser testigo en este país es joderse la vida”.

“Los hechos sí sucedieron, su señoría, me hago cargo del homicidio, porque maté. Nunca existió la posibilidad de quererle robar, en el departamento él tenía una laptop, las llaves de un vehículo. Mi intención nunca fue robarle, pero sí lo maté, por la situación de que hubo roces. Tengo esquizofrenia, soy muy impulsivo, veo cosas que no existen. No recuerdo ni qué me dijo, solo que me insultó. Yo abrí la puerta y encuentro a Roxana Abigail dormida. Ella tiene un plasma encendido, que es el plasma que dicen que me robé. Yo llegué de noche. Yo solo escuchaba los gritos. A mí se me descontrola un poco la mente, como le digo”.

Es sorprendente la quietud de Roxana. No se mueve. No saca las manos de entre las piernas. Es sorprendente, sobretodo, por lo que sabremos luego.

“Teníamos un problema (con Armando Tobar) con los $200 que se le pagan al mes. Yo tenía 12 días de haberme venido a vivir ahí. Él empezó a decirme… Él quería que yo pagara más por la utilización de la red. (La red) era de un cuarto aledaño. Le dije que dejara de molestar, que yo tenía problemas siquiátricos. Ella se quedaba siempre dormida con sus auriculares, oyendo música. Volví a salir, le dije que no hiciera bulla, que ella estaba dormida. Pero ahí yo ya salí con el cuchillo en la mano. Le dije que por favor se callara, que mejor le iba a desocupar el cuarto. Uno también es celoso. Le dije que no hiciera bulla, que mañana íbamos a platicar. ‘¿O sea que me querés amenazar? No te tengo miedo’. Y empezaron los insultos. Viendo el desafío, uno de hombre y con mi tratamiento siquiátrico, empecé a atacarlo con el cuchillo. Quiso quitármelo. En ese momento yo sabía que era él o yo. De ahí los arañazos que tengo en el cuello. Forcejeamos y empecé a apuñalarlo. ¿Cuántas veces? No sé, porque ya uno airado… Lo apuñalé muchas veces. Me manché de sangre por completo, porque estaba vestido con pantalón y camisa manga larga. Mi situación era no dejar de apuñalarlo, porque él me tenía abrazado y no me soltaba, y como era algo fornido… Hasta que ya me soltó fue que cayó al suelo”.

El testigo Marte II asegura que él salió al escuchar los gritos, que vio el cuerpo ensangrentado y muerto de Armando y que vio el cuerpo de Ulises untado con la sangre de Armando. Marte II asegura que él también forcejeó con Ulises, pero que en su caso, él ganó y pudo quitarle el cuchillo. Marte II asegura que al vencer a Ulises, lo dejó ir y luego pidió auxilio al vigilante y a la Policía.

“Cuando salió el criteriado, me dijo: ‘ey, ¿qué estás haciendo?’ No hallé qué responder, solo le dije: ‘ándate, no te quiero matar, vos no me has hecho nada, no te quiero matar’. Él me dijo: ‘entregame el cuchillo’. Yo se lo he entregado con mis propias manos, nunca ha forcejeado conmigo. El criteriado dice que yo lo quise amenazar. Es raro, cuando don Armando era una persona fornida, el criteriado es delgado y ya de avanzada edad. Me hubiera sido más fácil matar al criteriado que a alguien ya… Por decirlo así, más fuerte. Yo le he dado el cuchillo. Él me dijo que me salga, yo le dije que no, que mi compañera estaba dormida en el cuarto… Nunca amenacé al testigo. No le quité la vida porque no me había hecho nada. Mencionan una .3280. Ese calibre nunca ha existido en calibre de arma. Sí existe la .3220 y la .380. Armas no han encontrado. Es otra de las mentiras del criteriado”.

Efectivamente, la .3280 no existe. Hay revólveres .3220 –mejor conocidos como .32-, y definitivamente hay .380. En El Salvador, el país más homicida del planeta, se registran 11,000 armas de fuego cada año, desde 2010. O sea, cada día unas 30 nuevas armas andan en manos de los salvadoreños en las calles de este país de 6.5 millones de personas. Ninguna de esas armas, obviamente, es una .3280.

“Ella no ha escuchado nada, porque sigue acostada en la cama. He entrado al cuarto a despertarla, la he movido, ahí es donde la he manchado de sangre. Ella se despertó asustada. Me preguntó que qué pasaba. Le dije que no preguntara, porque no le iba a contestar… O sea, que ella ahorita se está dando cuenta que sí, yo maté al individuo. Hasta la fecha, nunca se lo había confesado a ella. Necesitaba de valor y de conocer la palabra de dios. Si yo mintiese, del juicio de dios no me puedo escapar. Por temor a dios es que yo he venido a declararme culpable y pedirle que puedan absolver a mi compañera de vida, porque yo manché de sangre el vestido de ella”.

Roxana, la muchacha de un cantón de Chalatenango, a sus 21 años, ha pasado casi un año de su vida encarcelada sin entender por qué. Quizá intuyó que aquella sangre su pareja se la sacó al hombre en el suelo, pero nadie le había explicado por qué ella estaba presa, qué tenía ella que ver con aquel homicidio. Ella ha pasado un año encarcelada luego de despertar abruptamente, manchada en sangre. Su tiempo en una prisión como la de Ilopango, con un hacinamiento superior al 400%, terminará hoy, porque su pareja entendió que o hablaba o su mujer iría a la cárcel. La Fiscalía la acusa de homicidio simple. El defensor público parece interesarse tanto por este caso como un caníbal en un plato de verduras. En este sistema de (in) justicia donde solo uno de cada 10 homicidios llega a juicio, Roxana solo tenía una posibilidad de quedar libre: que su homicida novio decidiera confesar.

210 mujeres comparten una celda con 72 camas en Carcel de Mujeres de Ilopango. Las internas se reparten a dos por colchón y el resto tiene que acomodarse en el piso. Foto de reportaje
210 mujeres comparten una celda con 72 camas en Carcel de Mujeres de Ilopango. Las internas se reparten a dos por colchón y el resto tiene que acomodarse en el piso. Foto de reportaje 'Eternamente hacinadas'.

“Yo sé que voy a ser condenado porque cometí el delito. Yo a ella tenía 12 días de haberla conocido… Nos conocimos y nos quisimos acompañar. El único error de ella fue haber estado a la hora equivocada en el lugar equivocado, y el único delito de ella fue haberse acompañado conmigo, pero ese no es un delito ante la ley”.

La Fiscalía también sostiene que Ulises robó un televisor.

“Yo le dije a ella: ‘han matado a don Armando, no pregunte, vámonos’. Y agarré mi televisor plasma de 32 pulgadas y 40 dólares que ella tenía en una mochilita. (En la oficina de don Armando) había una minilaptop, las llaves de una camioneta...'.

Ulises no será condenado por ningún robo en el tribunal, tras casi un año de investigación. Ulises y Roxana serán condenados como ladrones por los medios de comunicación sin ninguna investigación. “Con la idea de obtener unos ingresos extras, un anciano de 64 años, puso en alquiler tres habitaciones su (bis) residencia ubicada en San Salvador, pero nunca imaginó que su inquilino lo mataría al intentar robarle sus electrodomésticos y sus pertenencias personales”, fue el primer párrafo de Diario 1 publicado luego del juicio. A pesar de que la nota cierra diciendo que Roxana fue absuelta “por falta de pruebas”, le dedican este párrafo: “Sin embargo, la noche del 12 de mayo pasado, Rodríguez Silva, había consumido bebidas alcohólicas en compañía de una mujer que responde al nombre de Abigail Villanueva, de 20 años. Ambos sujetos planearon robar electrodomésticos en la vivienda del adulto mayor, pero según su declaración, no pensaban asesinarlo”.

“Yo he salido a buscar un taxi con tal de que me llevara a Santa Ana, Mi intención era parar un taxi, darle el plasma y que me llevara a Santa Ana. Mi compañera, sin saber lo que pasaba… No sé qué pasó en la mente de ella, yo la levanté con mis manos llenas de sangre. Cuando vi la patrulla, me he tirado al suelo”. El Diario La Página habló en su nota luego del juicio de “la pareja de atacantes” y tituló: “testigo relató cómo un sujeto le dio 50 puñaladas a su víctima para robarle un televisor”, a pesar de que Marte II no relacionó el asesinato con el robo.

Luego de la declaración, la Fiscalía insistirá en que “la ropa indica que Roxana participó”. Se consignará que el cuerpo de Armando tenía 50 puñaladas. El defensor, coherente con el desinterés mostrado desde el inicio, solo repetirá algunas de las cosas que Ulises confesó. Su estrategia de defensa era ver qué pasaba. A Marte II solo le preguntó que de dónde bajó Roxana. Marte II, con ayuda del juez, tuvieron que hacerle ver al abogado defensor que nadie bajó de ningún lado, porque la casa es de una planta. El juez, dando crédito a la confesión de Ulises y a su tratamiento siquiátrico, le dará una pena mínima por homicidio simple: 10 años, y otros 3 por amenazas a Marte II. Respecto a Roxana, dijo: “No se ha demostrado la participación que cometió”. Absuelta. Antes de que la sentencia fuera dictada, Ulises pidió una última cosa. El juez no se la concedió. Dijo que no le correspondía a él, y Ulises fue conducido hacia el penal del que salió para venir a este juicio.

“Solo un favor quería pedirle a su señoría: hice una solicitud de traslado de penal. Me tenían con régimen de protección, porque la población adentro no me recibe. Yo ya llegué cuatro veces a ese penal, porque hice una condena anterior. Me han hecho amenazas… Como solo son mareros, más que todo. Ahí tengo enemigos que fueron de la calle, va. Yo hace ocho años anduve activo. Solicito mi traslado por motivos de seguridad al penal de San Vicente, el único penal donde no tengo problemas. Ya me amenazaron de que me van a matar. Ayer, día domingo no hicieron nada por respeto a la visita. Me haga el favor… si me pueden tener de mientras acá en las bartolinas para no poner en riesgo mi vida. Y, por lo demás, me considero responsable del delito. Nada más. Muchas gracias”.

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