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Rosa Mena Valenzuela, cien años que descompusieron el rostro del arte salvadoreño

En el centenario de su nacimiento y en el noveno aniversario de su muerte, los tributos ponen a Rosa Mena Valenzuela en el altar mayor del arte salvadoreño. La artista que uso la descomposión para perfilar la estética de su obra con trazos desafiante que rompían los esquemas tradicionales sufrió la incomprensión local entre su generación, pero la compensación fue una cálida acogida en el mundo de la plástica internacional.

Lunes, 7 de octubre de 2013
María Luz Nóchez

Este septiembre se cumplió el primer centenario del nacimiento de Rosa Mena Valenzuela (1913-2004), la artista que desde el expresionismo se rebeló contra los estándares y la rigidez de la composición pictórica salvadoreña. Mena Valenzuela dejó como legado una obra híbrida que conjuga el dibujo, la pintura y el collage. “Rosita”, como la llamaban de cariño, se caracterizaba a sí misma como mujer conservadora, sin embargo, en sus pinturas confesaba otra cosa: se dio el lujo de experimentar y fusionar elementos, traspasando los moldes del estilo clásico de la época, que aprendió del clásico por excelencia en la pintura salvadoreña, Valero Lecha, su maestro y maestro de tres generaciones entre 1937 y 1959.

Roberto Galicia, Marta Eugenia Valle, Jaime Balseiro, Luis Lazo y Mario Castrillo se reunieron el pasado 12 de septiembre para poner en perspectiva la vida y obra de una de las artistas más enigmáticas de la plástica salvadoreña. | Foto de Carlos Dada
Roberto Galicia, Marta Eugenia Valle, Jaime Balseiro, Luis Lazo y Mario Castrillo se reunieron el pasado 12 de septiembre para poner en perspectiva la vida y obra de una de las artistas más enigmáticas de la plástica salvadoreña. | Foto de Carlos Dada

La polémica en la vida de Rosa Mena Valenzuela ha alcanzado la celebración de su centenario. En la mayoría de textos en los que se habla de la artista y se retrata su técnica y el aporte que ha significado a la plástica, aparece consignado que nació en 1924, fecha que ella misma daba como oficial para cada publicación. Fue, sin embargo, Luis Croquer quien reveló en 2004 que la fecha real era 13 de septiembre de 1913. De las circunstancias de este hallazgo da fe Manuel Umaña, amigo cercano de la artista, quien explicó a El Faro que fue en el papeleo de aceptación de la herencia que, al no aparecer la partida de nacimiento, uno de los familiares les dijo que estaban buscándola en el año equivocado. Finalmente el registro civil de San Salvador le dio la razón.

Sobre las razones que pudieron haber provocado que Mena Valenzuela restara 11 años a su edad, Umaña se aventura a comentar que probablemente ella lo haya hecho para no sentirse “tan desfasada” frente a los compañeros de su generación, ya que ella empezó a pintar a los 40 años. Aunque la artista nunca le confesó a nadie el giro en el año de su nacimiento, Umaña recuerda que semanas antes de morir, mientras conversaban en el hospital, fue Mena Valenzuela quien trajo a colación que la fecha estaba equivocada. “Cuando me dijo eso yo le hice la broma de que ella quería quitarse años de encima. Ella puso el semblante serio y me cambió el tema. Nunca se conoció de su propia voz”.

Sus primeras influencias artísticas las recibió en su casa a través de la música. Siendo hija del compositor de valses Juan Mena era común que bajo su techo coincidieran María de Baratta y el director italiano Antonio Gianoli, y en su compañía aprendió solfeo, piano y canto. Adquirir estas habilidades, aseguró Mena Valenzuela, fueron clave para su desarrollo artístico: 'Creo que sin oído musical no se podría lograr sensibilidad en el color'. Su encuentro formal con la pintura fue, sin embargo, hasta 1953, en la academia de Valero Lecha cuando tenía 40 años, ya que sus padres renegaban de sus intenciones de hacer de la pintura su forma de vida, explica la historiadora Astrid Bahamond en su libro Procesos del Arte el El Salvador.

Lecha, reconocido por ser el encargado de perpetuar el canon de la pintura en El Salvador, la describió como una artista fuera de lo común, aduciendo que “para hacer arte expresionista y decorativo se necesita tener talento que Dios solamente da a sus elegidos”. Mena Valenzuela se caracterizó desde el principio por una estética distinta bajo la que estaba siendo formada, pero que mantuvo al margen los cinco años que estuvo en la academia.

Agobiada por la ruta que debería de seguir luego de concluir sus años de formación técnica, dejó de pintar por dos años. Fue hasta 1959, en su afán por resolver el enigma de cómo expresarse, que empezó a retratar ese mundo paralelo y deformado que se aleja de las líneas sencillas, y con el que construyó una prolífica carrera durante cinco décadas.

“Para romper las reglas hay que conocerlas, y Rosa Mena Valenzuela las conocía y pudo hacer las rupturas que se le antojaron, porque tenía todo el instrumental para hacerlo”, señala Roberto Galicia, arquitecto y pintor que dirige el Museo de Arte, quien se valió de la efeméride para retomar la importancia de su legado a la plástica salvadoreña, gracias al cual, reconoce, se abrió uno de los horizontes más grandes de la pintura en el país.

La obra de Mena Valenzuela repasó el cubismo y el surrealismo, y se vio influenciada por artistas como Picasso, Marc Chagall, Paul Klee y Jackson Pollock. La oportunidad de nutrirse del estilo de estos se la debe a Salarrué, quien en 1963, mientras dirigía Bellas Artes y sorprendido por sus figuras anamórficas, le confiere una beca para viajar a Europa. 'Creo que fue entonces cuando voló el espíritu con esa levedad que iluminó mis cuadros, y que se hizo también dentro de mí. Una nueva vida, el mundo increíble que admiré. El resultado fue un nuevo estilo en líneas rápidas y vertiginosas, que hacen moverse las figuras', le dijo la artista a la escritora Matilde Elena López en 1967 sobre su recorrido por Francia, España e Italia, y la forma en que esa experiencia se volcó en sus piezas.

Su rebeldía por salirse del canon en su concepción mística le valió la incomprensión de sus colegas, con quienes era conocido que no mantuvo una relación cordial, con personajes como Julia Díaz y Miguel Ángel Orellana. Así lo describió el coleccionista Jaime Balseiro, quien explica que lo único que las unía era el paso de ambas por la academia de Valero Lecha. En 1962 Claudia Lars también amplió sobre estas diferencias, cuando al inaugurar la segunda exposición de Mena Valenzuela dijo: 'En 1960 Rosa Mena Valenzuela sorprendió al mundo de su oficio, desconcertando y confundiendo a los que entienden de la pintura nueva'. El curador Luis Croquer retoma esta cita en 'Transformaciones, provocaciones y diálogos', el catálogo que acompañó la muestra que montó el Museo de Arte en junio de 2004 para homenajearla, y explica que 'los experimentos de la artista produjeron una especie de shock artístico en un país dominado por un gusto conservador y un mercado poco desarrollado'.

Ejemplo de ese cuestionamiento, que el curador tilda de desinformado, es la crítica que hace de su obra la Fundación Julia Díaz en el primer libro del Museo Forma al catalogar sus piezas como descuidos materiales y con falta de depuración técnica. En su defensa, Croquer explica que el lenguaje pictórico de Mena Valenzuela nunca pretendió un nivel de depuración inmaculado, sino que, por el contrario, se volvía con el paso de los años cada vez más radical. 

Acerca del submundo que creó, la artista solía decir 'yo siempre realizo los retratos o más bien estudios introspectivos de las personas y de las cosas descomponiéndolas ya en facetas, o tratando en signos o símbolos de las cosas', y a pesar de no ser comprendida por la crítica nacional, Mena Valenzuela recorrió Suramérica, Estados Unidos y Europa. Entre su abanico de temas a la hora de pintar, destacan los pasajes de la vida de Cristo y los autorretratos, que, según explicó Galicia a El Faro, lejos de ser un ejercicio de vanidad le servían a la artista como una especie de espejo para verse a sí misma en la evolución de su técnica.

Seis autoretratos entre 1961 y 1989. Rosa Mena Valenzuela explicó:
Seis autoretratos entre 1961 y 1989. Rosa Mena Valenzuela explicó: 'yo siempre realizo los retratos, o más bien estudios introspectivos de las personas y de las cosas, descomponiéndolas ya en facetas, o tratando en signos o símbolos de las cosas'. / Imágenes cortesía del Marte / Composición cortesía de Alejandro Mata.

A pesar de la poca recepción que tenían sus obras, Mena Valenzuela encontró espacios para exhibir su arte, y en 50 años de carrera artística inauguró 23 exposiciones, dos de ellas junto a sus alumnos Luis Lazo y Jaime Balseiro. También acumuló honores y reconocimientos, como la declaratoria que en 2002 le hiciera la Asamblea Legislativa como 'pintora meritísima' y, el más atesorado por ella, el haber sido seleccionada por la Unesco para ilustrar la antología de Nicanor Parra en 1995. Con este homenaje, Mena Valenzuela logró unir la versatilidad de sus dibujos a la antipoesía del escritor chileno. Estos dos artistas compartieron la característica de ser antagonistas en la rama del arte a la que se dedicaron.

Su faceta como maestra es uno de los grandes contrastes en la vida de esta rebelde. Pese a ser quien cuestionaba las formas establecidas de representación, su metodología de enseñanza era purista e instruyó a sus estudiantes en el retratos de bodegones, naturaleza muerta, uso de carboncillo y la utilización de colores primarios, excluyendo el blanco y negro. De su paso por la academia de 'Rosita', Luis Lazo recuerda que, frustrado por haber interrumpido el arranque de su carrera como pintor en México, aterrizó en 1979 en la casa estudio de Mena Valenzuela sin tener mayor referencia de quién sería su mentora: 'creo haber escuchado del nombre de Rosa un par de veces, pero en realidad no me acordaba de su obra. Yo pensaba que al ir allí sería ir a una academia ridícula, pero ¡qué sorpresa cuando voy el primer día! Su obra tan fuerte y original me impactó desde el primer momento, y desde ese día fui ocho horas diarias por dos años a pintar y a dejarme guiar y enseñar por ella'.

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Cuando la pintora murió en 2004 ya era una artista consagrada y su obra se cotizaba ya muy bien en el mercado y gozaba de un prestigio de clásico en rebeldía, sin embargo, su testamento reveló que era una artista cuyas ambiciones artísticas se impusieron siempre a las económicas: heredó 50 obras a la colección del Museo de Arte, que incluía la colección de dibujos del periolibro de Nicanor Parra, y otras obras importantes que según Roberto Galicia, director del museo, hubieran conseguido muy buen precio de venta. También legó a la Asociación Padre Vitto Guarato 30 obras de diversos formatos para que mediante su subasta esta organización, que da hogar a niños minusválidos abandonados, obtuviera fondos para su sostenimiento.     

La fuerza transformadora de la obra de Rosa Mena Valenzuela provocó que sus pinturas y su estética trascendieran la historia de la plástica salvadoreña, no solo porque la convirtió en una vanguardista frente al estilo clásico y conservador de sus compañeros de su generación, sino por hacer que ahora, 10 años después desde que pintó su último cuadro, su estética siga tan vigente a nivel local e internacional.

* Con reportes de Élmer L. Menjívar


Lea el artículo que la doctora Matilde Elena López publicó en la página 35 de la Revista Cultura en 1967, que también trae en la página 135 un ensayó de Eduardo Sancho sobre la pintura de Rosa Mena Valenzuela. La Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) proporcionó y autorizó la publicación de este PDF.

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