Centroamérica / Política

Honduras teme a sus elecciones generales

El segundo país más pobre del continente, arrasado por la corrupción, los desastres naturales y la violencia encara sus elecciones generales con miedo a que el país vuelva a sumirse en el caos, como ha ocurrido en las últimas dos elecciones. El domingo se vota por todos los cargos de elección popular luego de una campaña polarizada hasta el extremo, en la que ya han muerto 33 personas. 


Sábado, 27 de noviembre de 2021
Carlos Martínez y Carlos Barrera

Tegucigalpa, la capital hondureña, se prepara para las elecciones generales que tendrán lugar este domingo 28 de noviembre, con una mezcla de ansiedad y terror. En distintos puntos de la ciudad, varios locales han sellado sus ventanas y cualquier otro punto vulnerable, para protegerse de eventuales disturbios callejeros.

A lo largo del extenso bulevard Francisco Morazán, al menos 15 negocios se habían blindado desde el viernes 26: un pequeño centro comercial se había atrincherado tras placas de láminas; una venta de porcelana y mármol había instalado unas coquetas maderas en todos sus ventanales; la concesionaria de Volkswagen, una venta de muebles y algún hotel se han blindado, como esperando una invasión.

Días previos a las elecciones generales de Honduras, varios negocios del bulevar Francisco Morazán colocaron protección en las ventanas de vidrios, ya que tienen temor de que los resultados electorales provoquen protestas en la ciudad. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Días previos a las elecciones generales de Honduras, varios negocios del bulevar Francisco Morazán colocaron protección en las ventanas de vidrios, ya que tienen temor de que los resultados electorales provoquen protestas en la ciudad. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Los temores de los hondureños no son gratuitos: los eventos electorales en este país suelen ser citas sangrientas. Según el Observatorio Nacional de la Violencia, adscrito a la Universidad Nacional de Honduras, las elecciones de 2013 dejaron 48 personas asesinadas por “violencia electoral”, antes, durante y después de las votaciones. En las elecciones pasadas, en 2017, murieron 50 personas: siete antes del día de la elección, cinco el mismo día y 48 durante las protestas que se prolongaron durante semanas.

La campaña electoral de este año ya batió los infames records de los eventos pasados y ha dejado 33 personas asesinadas y un candidato a alcalde –del partido de centroizquierda, Libre– desaparecido, antes siquiera de que se abran las urnas. Migdonia Ayestas, directora del Observatorio Nacional de la Violencia, tiene un mal presagio con lo que pueda pasar: “Así como es la víspera, así va a ser la fiesta”, anticipa. Y hay que decir, de nuevo, que la víspera ya se cobró 33 vidas.

Los hondureños se refieren a las últimas elecciones como un evento traumático y es casi imposible hablar del tema sin que aparezca la palabra “fraude”. En aquel momento competía el opositor Salvador Nasralla, un ex presentador de televisión, contra el actual presidente Juan Orlando Hernández, que buscaba su segundo período, pese a que la Constitución hondureña prohíbe la reelección inmediata. JOH, como es conocido por sus ciudadanos, controlaba –aún controla– el sistema de justicia hondureño y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia básicamente declararon inconstitucional a la Constitución en los artículos que prohibían la reelección, de modo que en 2015 los inhabilitaron para que JOH pudiera reelegirse. El día de las elecciones de 2017, Nasralla mantenía una mínima ventaja contra el presidente, hasta que llegó un apagón del sistema de conteo de votos. Cuando finalmente se reiniciaron las máquinas, JOH aventajaba la elección por un punto. Ambos candidatos se declararon ganadores antes de que el Tribunal Supremo Electoral ofreciera siquiera el primer corte oficial del conteo, y se desató el pandemonio. Los seguidores de la alianza opositora que respaldaba a Nasralla se lanzaron a la calle a protestar.

Los disturbios duraron semanas en las que se saquearon comercios, se destruyeron locales, se incendiaron vehículos, se instalaron salvajes batallas campales a tiros y pedradas. En el departamento de Colón, los protestantes prendieron fuego a una estación de policía, hubo cerca de 2,000 detenidos, según el comisionado nacional de Derechos Humanos; y, según distintas gremiales empresariales, se perdieron más de 4,000 puestos de trabajo y se reportaron pérdidas diarias de 50 millones de dólares durante los días más álgidos. Hubo desabasto de combustible en algunos departamentos y paralización de gran parte de la actividad económica. Aunque la ley hondureña exige resultados tres horas después de cerradas las urnas, casi un mes después no había resultados firmes y eso permitió que el descontrol y la violencia se prolongaran con intermitencias durante las semanas que siguieron a la elección. Finalmente triunfó JOH y la oposición guarda aquel evento como una batalla perdida injustamente.

La Policía Nacional y la Militar son las encargadas de custodiar las maletas electorales que salen del Centro Logístico Electoral hasta los distintos departamentos de Honduras durante las elecciones general. Foto de El Faro: Carlos Barrera
La Policía Nacional y la Militar son las encargadas de custodiar las maletas electorales que salen del Centro Logístico Electoral hasta los distintos departamentos de Honduras durante las elecciones general. Foto de El Faro: Carlos Barrera

En estas elecciones se disputan absolutamente todos los cargos de elección popular: 32,845 candidatos se disputan 3,038 cargos públicos. Este domingo los hondureños elegirán a los 128 diputados del congreso nacional y a igual número de suplentes, así como a los alcaldes, vicealcaldes y regidores de los 298 municipios del país y a los 20 diputados del Parlamento Centroamericano, junto a sus suplentes.

Y, desde luego, la joya de la corona: la Presidencia de la república, por la que contienden 15 candidatos. Uno de ellos, el ex capitán del Ejército, Santos Orellana Rodríguez, tendrá su rostro en la papeleta, como candidato independiente, pero ni siquiera él votará por sí mismo, y tampoco lo hará su esposa ni su suegra, por encontrarse todos detenidos desde el pasado 4 de noviembre, acusados de delitos de lavado de dinero, asocio con bandas criminales, venta ilegal de armas y homicidio. 11 de los 14 candidatos que gozan de la libertad son competidores sin mayor relevancia y sin ninguna posibilidad de hacerse con la Presidencia.

Aunque no existe en el país ninguna encuesta independiente que goce de credibilidad, hay consenso en que los que encabezan el pelotón son tres: Nasry Asfura, conocido a nivel nacional como “Papi, a la orden”, dos veces alcalde de Tegucigalpa, candidato del oficial Partido Nacional; Xiomara Castro, la principal candidata de oposición, esposa del ex presidente Manuel Zelaya, que busca por segunda vez la Presidencia, candidata por el partido de centroizquierda Libertad y refundación, conocido como Libre. A la zaga de Asfura y Castro, pero con un considerable caudal de votos, se encuentra Yani Rosental, candidato de uno de los partidos tradicionales hondureños, el partido Liberal. Rosental vivió 37 meses en una prisión de Estados Unidos tras declararse culpable del delito de lavado de dinero. Los fiscales de EEUU lo acusaron de limpiar recursos relacionados al narcotráfico. Cumplió su sentencia en agosto del año pasado, regresó a su país y ahora espera convertirse en presidente.

¿Quiénes son los candidatos?

Cada vez que el director del canal de televisión, HCH (Hable Como Habla), Eduardo Maldonado, dice una bendición de connotaciones cristianas, Papi se persigna una y otra vez. En el lugar se realiza una “entrevista” de programa matutino, es uno de esos shows en los que se cocina para el invitado y se come frente a las cámaras. HCH es uno de los canales más populares en Honduras, amarillista y chabacano, pero muy visto por el segmento de la población a la que dirige sus mensajes la campaña de Papi. En la entrada de las instalaciones del canal un grupo de simpatizantes de Papi espera para poder verle por un minuto y rogarle por ayuda económica, comida, casa, o curas para las enfermedades que padecen.

En el interior del canal el programa avanza. Cuando está fuera del aire, a Nasry Asfura –Papi, a la orden– le hacen bromas porque come mucho. En el set está instalada una cocina con comedor donde Papi está sentado y los trabajadores del canal se acercan para hacerle fotos; atrás una mujer le hace las tortillas y le sirve comida. Nasry es un hombre imponente de estatura, durante la intervención lleva camisa de botones arremangada hasta el codo, con jeans y unas botas negras llenas de polvo. Dice que no tiene chofer, que él maneja su vehículo y que cuando llegue a la Presidencia, si Dios se lo permite, no va a dejar que nadie toque su carro. Dice que tampoco usa guardaespaldas, que solo tiene “ayudantes”. Antes de volver al aire, dejan pasar al set al puñado de personas que esperaban en la entrada. Todos son habitantes de las comunidades más pobres de Tegucigalpa y unos más del departamento de Olancho. Papi sigue comiendo y derrochando encanto ante las cámaras, mientras sus seguidores lo observan frente al set. Al terminar el desayuuno hay una sorpresa para el público: Papi camina al centro del set. La sorpresa era un corte de pelo en vivo, transmitido por televisión nacional. Nasry Asfura ha buscando presentarse ante el país como un hombre campechano, que habla y entiende las preocupaciones del hondureño medio.

Antes de terminar el programa Nasry Asfura hace la promesa de estar del lado del pueblo, Eduardo Maldonado lo bendice y él se persigna más. Al salir del canal, otro grupo espera a Papi, llevan banderas del Partido Nacional y gritan, 'Que viva Papi a la orden’’. Decenas se abalanzan sobre Papi que sobresale por su estatura. Le entregan cartas con peticiones, a un lado una mujer llora y trata de acercarse al candidato. Al no poder, le grita: “Papi, mi hermana está secuestrada”, pero por el ruido de la gente Papi nunca la escucha. 

Nasry Asfura en el set de televisión de HCH donde recibió a un grupo de simpatizantes del Partido Nacional por el cual corre como candidato a presidente de Honduras. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Nasry Asfura en el set de televisión de HCH donde recibió a un grupo de simpatizantes del Partido Nacional por el cual corre como candidato a presidente de Honduras. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Papi, el candidato del partido en el poder, de 63 años, ha perseguido a los votantes más conservadores de su país, agitando la bandera religiosa y arengando contra el aborto, el matrimonio de personas del mismo sexo y desempolvando viejos eslóganes de la guerra fría como el célebre “patria sí, comunismo, no”, y repitiendo hasta el cansancio los apellidos de viejos cucos de izquierda como Castro, Chávez y Ortega.

“Somos un país más pobre que Cuba, Venezuela y Nicaragua. Cuando la gente me dice que les da miedo que Honduras se convierta en uno de esos países, yo les digo que revisen sus indicadores, porque nosotros somos el segundo país más pobre del continente, sólo después de Haití, donde ha habido un terremoto y mataron al presidente”, reflexiona César Castillo, sociólogo y director de investigaciones de la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales (FLACSO).

El otro segmento al que el partido Nacional ha dirigido su campaña es a los más pobres, a los que ha intentado seducir con dádivas y regalos. Un par de semanas atrás el congreso, controlado mayoritariamente por el oficialismo, aprobó un desembolso de 1,300 millones de dólares para regalar dinero a destajo: en medio de las elecciones, el Gobierno regala a los habitantes de las comunidades más empobrecidas el llamado “bono bicentenario”, de unas 7,000 lempiras (un poco menos de 300 dólares) y la campaña de Papi le ha sacado el máximo provecho posible.

“Hay que decir que el partido Nacional es el mejor organizado y con más estructura a nivel nacional”, advierte el sociólogo.

Del lado de la oposición se respira optimismo, uno de los candidatos a diputados se pasea por las entrevistas televisivas pregonando que Libre está 16 puntos arriba en las encuestas. Sus encuestas, se entiende. También han deslizado de forma constante la preocupación por “otro” fraude electoral.

La candidata Xiomara Castro, de 62 años, tiene menos talento para las tablas, y su exposición a medios ha sido mucho más limitada que la de Papi. Se convirtió en una figura pública en 2009, cuando su esposo, el entonces presidente Manuel “Mel” Zelaya, fue derrocado por un golpe de estado orquestado por empresarios y militares que recelaban su giro a la izquierda. Ella lideró las protestas sociales que se desataron en todo el país y fue la cara pública del descontento.

En 2013 compitió por primera vez por la Presidencia y perdió contra el actual presidente del país.

Castro vive perseguida por la sombra de su esposo, fundador y líder indiscutible del partido, hábil negociador político y principal figura de oposición.

“Libre es Mel Zelaya. De todos es sabido que el hombre fuerte del partido es Mel, no se puede ocultar que quien maneja los hilos del partido es él”, asegura el sociólogo Castillo. La directora del observatorio de la violencia, Migdonia Ayestas, coincide con menos vehemencia: “Cualquiera que se ponga al lado de Mel va a ser opacado, pero en este caso creo que ella ha tomado la suficiente distancia de su esposo”, considera.

Libre encuentra su mayor respaldo entre los sectores progresistas de Honduras, fortalecido por los aterradores indicadores en casi todos los aspectos de la vida nacional, como la violencia –Honduras es el país con mayor tasa de homicidios de Centroamérica y el tercer país de América más violento–, la economía –es el segundo país más pobre del continente–, devastada por la corrupción rampante, por la pandemia mundial y por dos huracanes de categoría 4 que azotaron al país con una semana de diferencia en noviembre del año pasado.

La candidata de oposición también es respaldada por gran parte del empresariado de San Pedro Sula, principal motor económico del país, y por la clase obrera de esa ciudad, con una larga tradición de organización y sindicalismo, heredada desde el tiempo de las compañías bananeras.

Kevin Suazo y Cristian Corea venden banderas de los partidos en contienda en las elecciones generales de Honduras.
Kevin Suazo y Cristian Corea venden banderas de los partidos en contienda en las elecciones generales de Honduras. 'Por el momento, de las que más hemos vendido son las del partido Libre', dijo Kevin. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Finalmente, Yani Rosental, perseguido siempre por el aura de delincuente y de colaborador del narco, aspira en realidad a conseguir suficientes diputados para convertir a la representación del partido Liberal en imprescindible a la hora de tomar decisiones en el Congreso. Sus acercamientos con el narcotráfico y su condena en Estados Unidos, que en casi cualquier otro país lo marcarían con la letra escarlata, no espantan ni sorprenden tanto a los hondureños, cuyo presidente ha sido señalado por testigos y fiscales estadounidenses como narcotraficante, en medio del juicio que condenó a su hermano a cadena perpetua por tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos.

¿Qué pasará el día después de la elección?

Ninguna de las personas con las que El Faro conversó en Tegucigalpa espera que el lunes posterior a las votaciones haya paz. Periodistas, académicos y líderes de movimientos sociales temen que se repita el escenario de 2017.

“De no ganar la oposición, la sensación será que les han robado por tercera vez una elección, sumando el golpe de estado de 2009 y la elección pasada. Y por otro lado, el partido oficial está muy confiado en que su despliegue de recursos y su organización territorial los va a hacer ganar”.

Luego de una campaña polarizada hasta el extremo, en la que el oficialismo agitó el miedo al comunismo y llegó a representar a Xiomara Castro con un cuchillo apuñalando a una mujer embarazada, como parte de su campaña contra el aborto, es muy poco probable que el domingo alguien acepte pacíficamente la derrota y conceda la victoria a su rival.

Miriam Miranda, líder de la Organización Fraternal Negra Hondureña (OFRANEH) es una de las líderes sociales más combativas y más respetadas en el país. Su organización vela por las luchas de una de las poblaciones más abandonadas y castigadas por el Estado hondureño: los garífunas. Miranda llegó a ser invitada para acompañar como candidata a la Vicepresidencia por varios partidos de oposición, incluyendo el que preside Xiomara Castro, pero ella mantiene un explícito y sonoro recelo frente al sistema de partidos de su país. Miranda no es la única persona decepcionada del sistema político: según el Latinobarómetro, solo el 42% de hondureños cree que la democracia es la mejor forma de gobierno, el otro 58% asegura que le da igual, o incluso preferiría un régimen autoritario si este es capaz de solucionar sus problemas económicos. Eso último tiene particular importancia en un país que ha protagonizado todas las caravanas de migrantes que huyen de la pobreza y de la violencia. 

“La gente no cree en la democracia, porque para ellos la democracia es el político más cercano que ve en su pueblo, en su municipio y ve que es corrupto o violador de derechos humanos. ¿Cómo la gente va a creer en la democracia?”, se cuestiona Miranda. Actualmente hay 18 alcaldes hondureños vinculados por la débil fiscalía local a actividades criminales varias. Aparte, desde luego, del hecho de que el propio presidente de la república haya sido señalado como un importante pieza del tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos durante el juicio contra su hermano en Nueva York.

“Hay que cambiar el sistema, ¿cómo es posible que personas vinculadas al narco sean candidatos? ¿Cómo es posible que haya diputados que tengan 40 años en el congreso haciendo leyes contra el pueblo? Hay que cambiar los procedimientos que usamos para que esa gente llegue al poder. Hay que repensar un pacto de convivencia entre los hondureños”, dice.

Aunque la líder garífuna cree que un triunfo del oficialismo sería catastrófico para su país, tampoco se hace muchas ilusiones con un eventual triunfo de Xiomara Castro: “Lo único que va a cambiar es que sería la primera mujer en ocupar la Presidencia de Honduras, nada más. Los grupos de poder que controlan el país no la van a dejar hacer cambios profundos”, cree y agrega: “Si no hay una base social sólida que defienda el cambio, que proteja a quien quiere hacer los cambios, eso no sirve… y eso no se ha construido”, lamenta.

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