El Salvador / Coronavirus

Sin agua y con el Coronavirus rondando

El Coronavirus ha sumido a El Salvador y al resto del mundo en una emergencia, pero la crisis no afectará a todos por igual. Una enfermera del Hospital Saldaña llevaba dos semanas sin recibir agua en su casa, en Soyapango, justo desde que el presidente Bukele declaró al país en cuarentena. En condiciones normales, la enfermera y sus vecinos ya luchan para hacer cosas cotidianas como cepillarse los dientes y cocinar. Lavarse las manos frecuentemente, la más básica de las medidas de prevención a la pandemia, se vuelve un reto si de los chorros no sale agua.


Lunes, 16 de marzo de 2020
Nelson Rauda

En el hospital donde trabaja, La Enfermera cumple todas las recomendaciones del sistema de salud para prevenir el Coronavirus: se lava las manos con frecuencia, usa alcohol gel y ocupa mascarilla. Sigue todas las normas, hasta que llega a su casa. Ahí, ya no. Ya no puede hacerlo.

La Enfermera trabaja en el hospital nacional Saldaña, un eje clave del sistema de salud salvadoreño: el único hospital público especializado en neumología. En el hospital le han recomendado que, al llegar a su casa, se quite los zapatos que usa para trabajar y los lave en un balde con lejía. Pero en su casa, en una colonia de la populosa Soyapango, La Enfermera no puede hacer eso. Para el 11 de marzo, cuando el gobierno decretó la cuarentena nacional, ella y sus vecinos de la colonia San Ernesto cumplieron dos semanas sin tener servicio de agua.  

Por eso, sus zapatos están guardados en una bolsa plástica, secos, dentro del portón enrejado que protege su casa. Ahí los guarda hasta que tiene que volver a su turno al hospital.  “Uno tiene que disque lavar sus zapatos, lavar la ropa con la que viene de la calle, pero uno no puede hacer eso, porque ¿cómo le voy a hacer con el agua?”, se pregunta La Enfermera. “Yo no entro con los mismos zapatos, pero no los puedo estar lavando”, dice. 

A nurse leaves her shoes outside her home. Under the coronavirus crisis, she’s been instructed to bleach her shoes, but the lack of running water renders the task impossible. Photo: Carlos Barrera/El Faro
A nurse leaves her shoes outside her home. Under the coronavirus crisis, she’s been instructed to bleach her shoes, but the lack of running water renders the task impossible. Photo: Carlos Barrera/El Faro

Uno de los consejos más difundidos para prevenir el Coronavirus es el de lavarse las manos constantemente con agua y jabón. Esa precaución es aún más importante para alguien que trabaja en un hospital, sobre todo en uno especializado en enfermedades respiratorias, como el Saldaña, donde se construye un centro de cuarentena para pacientes. “Ahí dice que uno tiene que estarse lavando las manos a cada momento. Pero, ¿cómo? Y que la ropa hay que estar cambiándosela a cada momento. Yo no me puedo lavar las manos con la frecuencia que debería de ser. ¿Cómo?”, insiste La Enfermera.

El sábado 14 de marzo, el día que entró en vigencia el estado de excepción por el Coronavirus, la alarma de La Enfermera sonó a las cuatro de la mañana, como es habitual. Ese día no le tocaba estar temprano en el hospital, pero se quedó despierta porque se dio cuenta de que estaba ocurriendo algo que no ocurría hacía 17 días en la colonia San Ernesto. Cayó agua. La Enfermera no sabía cuánto iba a durar este servicio que se ha vuelto tan inusual y entonces aprovechó para lavar ropa.

Alquilar una casa en la colonia San Ernesto, ubicada frente al punto de buses de la ruta 7C, que llega hasta la Terminal de Occidente, cuesta entre 150 y 200 dólares al mes. Aquí viven empleados de bancos, o empleados públicos, estudiantes, algunos de ellos con automóvil propio. En estas sendas viven detrás de portones que permanecen siempre bajo llave. Tiene su lógica: queda en medio de la colonia Bosques de Prusia y La Coruña, y cerca de la Santa Gertrudis y Los Santos, colonias que conservan su fama de barrios bravos, aunque las cifras de homicidios en Soyapango hayan bajado mucho en este gobierno. Pero hay otros indicadores de violencia. A tres cuadras de la casa de La Enfermera hay una pintada: MS. Aunque nadie en la colonia habla de ellos, aquellas letras delatan a la pandilla que domina esta zona. En los pasajes que no tienen portón, es común ver jóvenes que parecen postear en las esquinas (vigilar el lugar para la pandilla). Para las compras o distraerse, la gente regularmente va al centro comercial más cercano, Plaza Mundo, a apenas tres kilómetros, pero a unos 10 minutos por el tráfico perenne cerca del bulevar del Ejército. Es una colonia promedio de clase media-baja.

El 27 de febrero, la última vez que había salido agua de los chorros en esta colonia, el número de casos de Coronavirus en el mundo era de 83,700. Ahora que el agua volvió a caer, el número casi se ha duplicado: 153, 600. Sin embargo, el servicio no duró mucho. El delgado hilo de agua que cayó de los chorros empezó después de medianoche el sábado 14 de marzo y se cortó de nuevo a las 9 de la mañana. Ahora hay ropa húmeda colgada de los cables en las casas y varios de los vecinos, como Liduvina Cornejo, de 68 años, vecina de la Enfermera, tienen cara de desvelo porque estuvieron llenando tantos depósitos y botellas de agua como pudieron, mientras pudieron.

Aunque todo El Salvador gira en torno a la emergencia por Coronavirus desde el miércoles 11 de marzo, hay condiciones del país que se han cultivado por décadas y no se pueden alterar con rapidez. Lavarse las manos es recomendado y necesario, pero resulta un consejo inútil para personas como las de la colonia San Ernesto que no tienen servicio de agua potable de forma regular. Como ellos, en El Salvador, hay unas 600,000 personas que no tienen acceso al agua, según una relatoría especial de Naciones Unidas del año 2016. El prospecto de un país que espera el coronavirus, donde tanta gente no tiene los medios para seguir ni el consejo más básico, no es alentador. Esta es la gente que acumuló agua con larvas cuando el Ministerio de Salud dijo que el país era “zona de peligro” por dengue en julio del año pasado. Llenaron lo que pudieron, porque no le queda de otra, porque cuando cae, esta gente aprovecha para llenar cumbos y pilas y huacales. Esa es la gente que atesora las bolsitas de abate. Esta gente es hija de la gente que, durante el brote de cólera en el año 2000 en El Salvador, también tenía problemas para lavarse las manos a cada rato. El flagelo cambia; la escasez de agua, no.

Vivir sin agua dificulta muchas de las cosas normales y cotidianas, acciones que ahora son más importantes por la emergencia que se vive, como lavarse las manos. “Nosotros, con la misma agua que nos lavamos las manos empezamos a llenar un balde y la usamos para echarle agua al baño”, cuenta Gabriela Martínez, de 20 años, vecina de La Enfermera. Lo mismo hacen con el agua que usan para lavar la ropa. El agua se recicla, o más bien, se reutiliza, en el mejor sentido de la palabra: se usa una y otra y otra y otra vez, hasta que lo que quede apenas se parezca a eso que nos da por llamar líquido vital. Otra vecina usa el agua residual de lavarse las manos para regar plantas. Una maceta con ninfas de La Enfermera se secó por falta de riego.

A pot of dried lilies in the yard of a nurse living in the San Ernesto community. Foto: Carlos Barrera/El Faro
A pot of dried lilies in the yard of a nurse living in the San Ernesto community. Foto: Carlos Barrera/El Faro

Para otras acciones cotidianas, como lavarse los dientes, cocinar y dar de beber a las mascotas, los habitantes de la San Ernesto utilizan agua embotellada. También compran y mantienen platos, vasos y cubiertos desechables, para evitar usar agua para lavar. Otra costumbre que cambió en la colonia al final del año 2019 ha sido la de mantener los chorros abiertos. Solo por si acaso. Un acto de fe.

***

En enero, antes de que el Coronavirus fuera una preocupación mundial y estuviera focalizado en China, los problemas con el agua ya repercutieron en la salud de los vecinos de esta parte de Soyapango. En enero, el área metropolitana de San Salvador entró en crisis porque el agua distribuida públicamente se contaminó. Un vecino de La Enfermera, un empleado bancario de 35 años, sufrió problemas del estómago, al igual que su hija. Él ha sido de los más activos en denunciar la situación a Anda, la autónoma encargada de proveer el servicio de agua en El Salvador.

“Antes de julio de 2019, nos caía cada dos días. Pero a partir de agosto del año pasado empezó a venir un día cada ocho días. Y a partir de enero no sabemos, viene unas horas un día a la semana y viene cada 17 días o cada 15 días”, dice. “Se llama al 915 (el número de atención de Anda) se dejan por Internet los reclamos, por el Twitter, porque al final Twitter es la forma oficial para hacer los reclamos, ¿vea?”, agrega haciendo un guiño a la política de redes sociales de este gobierno. Aunque su reclamo no es nuevo. Ya en diciembre de 2018, reclamaba porque en ese entonces el agua caía cada tres días. Es decir, lleva 15 meses en esta insana rutina. 

Una de las cosas que a él le cuesta comprender es por qué hay vecinos a una calle de distancia, en Bosques de Prusia, o atrás de su colonia, en La Coruña, que si disponen de agua y ellos no. La respuesta es compleja, según lo que un vocero de Anda explicó a El Faro. 

La San Ernesto es una “zona crítica”, que depende del sistema del río Lempa, que depende a su vez de la planta de Las Pavas, la misma que ocasionó la crisis hídrica de enero. Como Las Pavas todavía no está operando ni a la mitad de su capacidad tras la rehabilitación del sistema de enero, la San Ernesto queda rezagada a “la cola del sistema”, dentro de una política de sectorización de agua junto con otras zonas críticas como San Martín, Altavista, San Bartolo, o Santa Gertrudis. 

Algunas familias de la Residencial San Ernesto optaron por la compra de tanques para mantener una reserva de agua. Como el agua no cae con suficiente presión, la mayoría del tiempo están vacíos. Foto de El Faro:Carlos Barrera
Algunas familias de la Residencial San Ernesto optaron por la compra de tanques para mantener una reserva de agua. Como el agua no cae con suficiente presión, la mayoría del tiempo están vacíos. Foto de El Faro:Carlos Barrera

Dentro de las opciones para solucionar el problema, Anda exploró rehabilitar un pozo, pero no ha podido sortear una dificultad legal. El pozo para la San Ernesto está en un terreno privado. En La Coruña, una colonia aledaña, Anda sí pudo poner un pozo de nuevo en funcionamiento. En la vecina Bosques de Prusia, el abastecimiento se solventa llevando agua de otra colonia, Prados de Venecia. Esa alternativa tampoco ha podido ocurrir entre La Coruña y la San Ernesto, según el vocero de Anda, por una falta de acuerdo entre las comunidades.

Toda esa explicación para decir esto: no hay una solución inmediata para las personas de la San Ernesto. Anda tiene planes a mediano plazo: ocho pozos en perforación para dirigirse a las zonas críticas, más otros seis que ya adjudicó, además de la recuperación de la capacidad en la planta de Las Pavas. Pero, por ahora, muy poco.

El miércoles 11 de marzo, empleados de Anda pasaron por la avenida Morelos, la calle a la que salen estas casas de la colonia San Ernesto, y repartieron fardos con botellas de agua. Dos de esos fardos, ya incompletos, estaban este sábado 14 de marzo en un sillón en la casa de Patricia, una tortillera de 45 años. Ella vende tortillas. A diario, prepara un quintal y medio de maíz y ocupa unos cinco barriles de agua. “Si yo no me rebuscara, no hiciéramos tortillas”, dice. A ella, un vecino, que es dueño de un taller mecánico, le regala agua. A Patricia, la falta del servicio le ha representado un costo económico. “Yo hacía típicos: yuca, nuégados, atol, chilate, riguas, tamales, pero se necesita agua y se ensucian trastes”, dice. Por eso, abandonó esa opción hace unos ocho meses.

Mientras cuenta sus vicisitudes, en la radio de su casa suena un spot del Gobierno sobre las medidas para prevenir el Coronavirus, en el que recalca la sugerencia de lavarse las manos. La opinión de Patricia es cándida: “Yo he oído eso en las noticias, pero, ¿cómo putas uno se las va a lavar sin agua y va a estar va de botar y botar agua?”

***

Hay una economía para vivir sin agua. Para la familia de Gabriela Martínez, quien vive con su mamá y su abuela en la San Ernesto, es más o menos así cada semana. Dos garrafones de agua embotellada: seis dólares. Comprar agua para uso a un repartidor privado de agua: diez dólares. Cuando no pueden hacerlo en otras casas, pagar servicio de lavandería (lavado y secado de 30 prendas): cinco dólares, dos veces por semana. Es decir, por todo, 26 dólares semanales, poco más de $100 al mes. Esto es para quienes pueden costearse esto, en un país donde el salario mínimo es de $300 mensuales y la canasta de mercado (una selección de productos y servicios necesarios para vivir) es de $590

Ese es el asunto: los vecinos de la San Ernesto son clase media y ellos la están viendo difícil en anticipación del azote de la pandemia. En El Salvador, dos millones de personas viven bajo la línea de la pobreza. Y la pregunta de cómo se las arreglarán ellos resuena. 

Some families in the San Ernesto community opted to buy water tanks to maintain a reserve. Most of the time they remain empty, lacking the pressure to work properly. Photo: Carlos Barrera/El Faro
Some families in the San Ernesto community opted to buy water tanks to maintain a reserve. Most of the time they remain empty, lacking the pressure to work properly. Photo: Carlos Barrera/El Faro

La forma de esperar una crisis está marcada en El Salvador, como muchas situaciones, por la desigualdad. Las escenas y las fotos de personas comprando en demasía productos como papel higiénico o alcohol gel en supermercados se han repetido desde el 11 de marzo. “El que tiene mucho dinero va a tener la capacidad de ir y acaparar todo lo que quiera. Pero los que no, ¿cómo? Ahí no podés, tenés que esperar tu salario normal y hasta donde te alcance”, dice el empleado bancario. “Por lo menos, yo no me voy a gastar todo el dinero en papel higiénico teniendo que comprar comida, agua que es más importante”, dice La Enfermera.

“Lo único que queremos es que nos ayuden a resolver, que don Frederick Benítez (presidente de Anda) venga, verifique qué es lo que sucede y dé una solución para poder tener agua potable dignamente, como allá en la Escalón, en la Santa Elena, en el club Campestre, que tienen para llenar su piscina”, dice el empleado bancario, en alusión a algunas de las zonas más lujosas del país, a unos 18 kilómetros. 

Para contrastar, ni siquiera hay que viajar tanto.

A 1.8 kilómetros de la colonia San Ernesto, en el centro comercial Plaza Mundo, una enorme fuente que se extiende por dos pisos tira chorros de agua al mediodía de este sábado, cuando el empleado bancario, La Enfermera y sus vecinos ya tenían tres horas de no tener agua y su ciclo de espera volvía a empezar.

Just 1.1 miles away from San Ernesto, lies an oasis: a cascading fountain in the Plaza Mundo mall. Photo: Carlos Barrera/El Faro
Just 1.1 miles away from San Ernesto, lies an oasis: a cascading fountain in the Plaza Mundo mall. Photo: Carlos Barrera/El Faro

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