El Ágora / Cultura

“En El Salvador necesitamos un ejército de psicólogos”

Víctor Hugo Rivas pintó al general Maximiliano Hernández Martínez sosteniendo una rosa con sus labios. Pero su obra, dice, aplaudida en el museo Marte, no es burla al militarismo, sino una provocación para que reflexionemos acerca del poder en El Salvador, un poder brutal y devastador que se repite y se repite. Tiene como meta vivir del arte, pero mientras la persigue trabaja como arteterapeuta del Ministerio de Salud y ayuda excombatientes de la guerra, y a víctimas de la violencia de las pandillas, a superar sus duelos y sus traumas. 


Miércoles, 23 de octubre de 2019
María Luz Nóchez y Nelson Rauda Zablah

Víctor Hugo Rivas es licenciado en artes plásticas graduado de la Universidad de El Salvador. Foto de El Faro/ Carlos Barrera 
Víctor Hugo Rivas es licenciado en artes plásticas graduado de la Universidad de El Salvador. Foto de El Faro/ Carlos Barrera 

La mitad de su vida, Víctor Hugo Rivas intentó explotar la veta artística equivocada. Experimentó en su niñez con el teatro y en la adolescencia con el punk y distintos instrumentos musicales. Con el paso de los años aceptó, con poca sorpresa y mucha resignación, que su talento para ambas disciplinas era escaso o nulo. Había mantenido desde pequeño, sin embargo, otro interés artístico del que nunca desistió: el dibujo.

Por suerte para él, uno de sus compañeros de bachillerato era vecino del reconocido artista salvadoreño Armando Solís, discípulo y biógrafo del también pintor José Mejía Vides, con quien elaboró los murales del antiguo cine LibertadUna cosa llevó a la otra: su compañero le llevó sus dibujos a Solís, Solís le otorgó una beca para que estudiara en su academia, y de la academia de Solís, Rivas dio el salto a la licenciatura de Artes Plásticas de la Universidad de El Salvador; aunque esa no fue su primera opción. “Al principio -confiesa- quería estudiar arquitectura o ingeniería civil. Incluso saqué mis documentos en la facultad de ingeniería de la UES. Ese día, de regreso a casa en el bus, vi el pénsum de Artes plásticas y me decidí”.

Una vez en la universidad, pronto se dio cuenta de que ser artista no pasaba necesariamente por el dominio de la técnica académica: “La academia te dice que el material se prepara de cierta manera y ves al mismo tiempo a otra gente que trabaja bajo otras reglas más libres, bajo un lenguaje más disyuntivo. Eso te abre la mente, posibilidades hacia otros procesos”, asegura. Así, pues, se dejó influenciar en sus primeros años por las maneras de producir y el trabajo de su grupo más cercano.

En su estilo hay picardía. “Mediante la técnica disfrazás algunas cosas”, admite, y su exposición Íntimo es la más reciente prueba de su desenfado utilizando figuras que siguen siendo de culto en un país con una gran tradición autoritaria. Rivas no le teme a exhibir al temido general Maximiliano Hernández Martínez, responsable del genocidio indígena de 1932, como la pose cursi de una rosa en la boca. De igual forma, caricaturiza al astrólogo y adivinador Walter Mercado, quien además de mostrar una insignia del Batallón Atlacatl, responsable de algunas de las peores masacres de la guerra civil, viste el uniforme de gala militar.

Dice que no quiere burlarse sino abrir preguntas. Pero esas preguntas a los caudillos de antes también resuenan con la actualidad, como si Walter Mercado lo hubiera pronosticado. “A la gente le encanta la ficción y eso en política es caldo de cultivo porque se explota”, dice. Su humor es negro, ácido. Al mismo tiempo que parodia a los generales con reggaetón, dice que le entristece darse cuenta “de ese mismo sistema en el que vivís constantemente, de hablar de políticos como rock stars. Esa energía de cómo funcionamos como sociedad también es una cosa bien triste y bien desesperanzadora”. 

En un país como este en donde hay gente que nunca ha visitado el Museo de Arte, es un poco más difícil que las personas conozcan a los artistas. Si tuvieras que presentarte, más allá de lo que dicen tus piezas, ¿qué dirías sobre vos?
Alguien con una gran cantidad de intereses muy diversos, muy disímiles. De adolescente quise ser músico. Siempre he estado relacionado con cuestiones que tienen que ver con música, arte, cultura, dibujar. No sé si es natural o es algo que me ha venido persiguiendo, pero tengo un interés por la psicología y todo lo que tiene que ver con la salud mental. Mi sentido del humor es súper retorcido a veces, muy particular. Con la gente que admiro conectamos también por eso, porque tienen un humor bien crítico

Intentémoslo con tu veta musical, entonces. Si fueras músico, ¿qué tipo de música tocarías, o a qué tipo de banda o producción pertenecerías?
A mí me gustó mucho el ska, el punk, toda esta onda que es muy de conectar con lo adolescente. Aprendí a tocar unos instrumentos, lo básico: batería, guitarra, bajo. Pero llegó un punto en el que comprendí que no tenía el talento para la música. Vos ves la diferencia en cuanto a alguien que tiene, no solo una vocación, sino un talento natural. Me alegra no haber insistido. 

El ska y el punk se caracterizan por ser contestatarios.
Sí, pero cuando empezás a investigar todas estas cuestiones ideológicas, de dónde proviene todo esto, me llegó a molestar lo panfletario. De adolescente es una cosa, porque te atrapa, pero llega un punto en el que es bien falso, ja, ja, ja. Entonces, hay muchísimas cosas que me siguen gustando pero vas como evolucionando.

¿Qué otras vetas artísticas experimentaste, además de la música, antes de decidir que las artes plásticas eran lo tuyo?
También estuve en talleres de teatro porque me llamó la atención que aquí estaban los Payasos sin fronteras. Tenía como 12 años y resulta que, nada, tenía cero talento para lo histriónico. Pero desde pequeño, con mi papá y mi hermano, tuve el acercamiento a pintar, como un juego. Con mi hermano mayor íbamos a talleres de pintura, al ahora teatro de cámara Roque Dalton. Ahí vi una de las primeras exposiciones. Eran unas imágenes de unas calaveras. La imagen retrataba a gente que estaba esperando el bus y en medio había unas calaveras. Me impactó muchísimo y me gustó. Años después, con la academia, descubrí que eran de Camilo Minero; era una exposición de grabados. Yo no sabía qué era eso, pero me impactó mucho porque el mensaje es claro, es una cosa que conecta. De ahí, en bachillerato tenía un amigo que tenía de vecino a don Armando Solís, en Ilopango. Nos conocimos y me dio media beca para estudiar en su academia. Con él fue ya más de acercarme a qué es el grabado, a manejar el óleo. Básicamente la escuela era hacer copias de obras que él me llevaba y el proceso era meramente técnico. Fue una experiencia más chiva. Hicimos una amistad. Cuando era hora de ir a la universidad entré a artes plásticas.

Ah, entraste ya con algo de ventaja...
Ahí sí fue otro mundo. No tanto por la formación, sino que aprendés mucho más de la gente que está con vos, de tus compañeros. Siempre me pasó que en todos los grupos yo era el menor, porque entré como de 16 años a la universidad. Y entre mis compañeros más adelantados estaban Boris Ciudad Real, Álvaro Pérez, Luis Cornejo, Antonio Romero, Antonio Cañas, y gente que estaba en el Colectivo Hetero. Ellos, al mismo tiempo que eran estudiantes, ya estaban abriéndose profesionalmente. Eso te lleva a ver cómo trabajan otras personas, a compartir cuestiones técnicas. Visitar el estudio de alguien y hacerte cheros y tomarte un café, ver su mística y su dinámica de trabajo es una cosa mucho más enriquecedora que simplemente recibir un taller meramente técnico.

¿Qué fue eso que aprendiste de esta generación de compañeros? Supongo que de ahí, poco a poco, fuiste sacando tu estilo.
Su manera de trabajar. La academia te dice que el material se prepara de cierta manera y ves al mismo tiempo a otra gente que trabaja bajo otras reglas más libres, bajo un lenguaje más disyuntivo. Eso te abre la mente, posibilidades hacia otros procesos. Mi trabajo de esa etapa se parece al de mucho de mis compañeros o a la gente que estaba cerca de mí. Luego gané algunos certámenes: el Palmarés Phillip Morris, un certamen que ya no existe, pero es un premio que te ayudaba económicamente. Los premios andaban entre 700 y 2 000 dólares. Ganar un premio así, siendo bien joven, es como que estuvieras vendiendo una obra profesionalmente. Eso te ayuda a invertir en material, a empezar a verte un poco más profesionalmente. También empecé a participar en otros certámenes, en subastas, entré al catálogo de algunas galerías. Desde esa época, 2006-2008, empecé a tener contacto con algunos espacios que ya empezaron a mover algunas de mis piezas y a conectarme con algunos coleccionistas.

¿Podrías darnos un ejemplo, para gente como yo que no sabe nada de arte, a qué te referís con esas diferencias de preparar el material?
Por ejemplo, vos vas a la cátedra de Pintura 1 y te ponen a pintar un bodegón, que es un género de poner un ayote, un tecomate, e iluminarlos. Son objetos de diferentes texturas que la idea es aprender a hacer una composición, un boceto. Pero qué pasa, por ejemplo, si vos sos como Rosa Mena Valenzuela. Ella estudió con Valero Lecha, que es súper academia europea, pero su naturaleza no era académica. Eso te puede generar frustración. La academia está bien pero, ya en el momento en el que vas a desarrollarte como artista, no debe exigirse eso para vos. La creación de tu lenguaje no tiene que ver con eso. Por ejemplo, que tal si vos sos como Basquiat, que tiene una forma de trabajar  que es dibujar en cuaderno, hacer grafitis en la pared. Él agarra todo esto que ya tiene y lo mete al lienzo, al formato de galería. Eso no te lo puede enseñar la academia. Ese es el proceso de la creación como artista, es una búsqueda que es muy difícil, y es bien difícil también enseñarlo, porque es un proceso de acomodamiento.

Y entonces, ¿la universidad está fallando en ese sentido o, por el contrario, dirías que la universidad te enseña a ser un artista libre?
El problema de las universidades, en general, es que existe esa cuestión de estandarizar a las personas. Hay compañeros que desertaron de la carrera en la materia de Dibujo 1 o 2, por un capricho, por una tontera. Y si vos los vas a ver ahora, son extraordinarios dibujantes, algunos con carreras profesionales como artistas, aunque no terminaron la universidad. Ese contraste es bien difícil porque esa insistencia tiene que ver con la comprensión del arte en el siglo XIX. Continuar con esa onda no va a llevar a nada más que a frustraciones. No es por desprestigiar ni demeritar lo que hace la Universidad de El Salvador, pero es brutal plantearte que esa es la realidad cuando la realidad del arte es otra. Por eso muchas veces el acompañamiento de otros artistas enriquece más. De alguna manera eso es lo que hizo Julia Díaz con la Galería -ahora museo- Forma, como espacio de encuentro de artistas centroamericanos. Llegar a un lugar donde sabés que llegaba Roque Dalton, donde sabés que estaba César Menéndez, dialogar con esta gente que ya tiene una visión muy diferente, eso es más enriquecedor. En las carreras creativas debería de ser normal que alguien venga y te diga: 'no importa si no querés preparar el lienzo, lo podés hacer crudo'. Pero, siendo una carrera creativa, se trata de poner una especie de molde en el que no toda la gente va a encajar.

Ahora bien, vos como artista independiente, más allá de que la amistad con el colectivo fue clave en tu formación, ¿qué otros pasos diste para convertirte en el artista que sos hoy?
Aparte de la relación con los compañeros de clase,  también busqué un trabajo fijo. Yo trabajo con el Ministerio de Salud en el área de salud mental. Mi labor es de arteterapia, una forma de hacer ejercicios que no tiene nada que ver con enseñarle a la gente a dibujar. Tiene que ver con actuación en emergencia, como los desastres naturales, detección de problemas, trabajar con todo tipo de edades, psicólogos. No necesariamente me he sostenido directamente de vender mi trabajo, mi obra, sino que he tenido un trabajo fijo que me permite sostenerme y de otra manera mover mi trabajo aparte. Esa no es la realidad de todos. Esta cuestión del artista bohemio, vago, es un cliché, una percepción que no se da solo acá, sino en todos lados. De alguna manera tenés que desarrollar disciplina para trabajar. Hay algunas personas que logran desarrollar una carrera profesionalmente y sostenerse completamente solo de eso. Creo que es una meta.

¿A estas alturas dirías que es posible vivir solo de la venta de arte?
Sí es posible, pero funciona diferente para todos. No creo que sea un proceso fácil. No creo que tampoco podás ajustar una fórmula, no podés ajustar el proceso de una persona al de todos. Es una meta, pero debes llevar un proceso.

La convivencia con sus compañeros de universidad le abrió el camino a Rivas para hacer excepciones al canon de la academia. Foto de El Faro/ Carlos Barrera 
La convivencia con sus compañeros de universidad le abrió el camino a Rivas para hacer excepciones al canon de la academia. Foto de El Faro/ Carlos Barrera 

 

¿En algún momento tuviste un problema por ponerle una rosa en la boca al general Martínez?
Yo creí que algunas cosas iban a tomarse con alguna manera muy conservadora, pero no hubo problema. La pintura tiene eso: mediante la técnica disfrazás algunas cosas. Te admira cómo está hecho y tal vez no notás la fuerza del contenido. Se suaviza. Pero en ningún momento tuve una preocupación por que el contenido fuera a tomarse por otro lado.

Yo noté un desprecio a lo militar o al menos una burla. Eso es bien yuca en este país donde sigue habiendo un gran culto a los militares, a pesar de que tenemos casi 30 años de Acuerdos de Paz.
Está muy lejos de que yo me enfile ideológicamente. Al contrario, mi intención con respecto al mural no es burlarme; el sentido del humor es inevitable, pero mi intención, sobre todo, es unir un montón de puntos que tienen que ver, para generar cuestionamientos. Si yo quisiera poner mi opinión mejor hago un panfleto y lo distribuyo. Pero creo que el arte tiene más que ver con que se generen diferentes interpretaciones y si a alguien le causa rechazo, pues es una forma. Eso es lo enriquecedor del arte, que te genera diferentes niveles de lectura. La pieza tiene esa intención. El eje transversal es el imaginario militar, pero puse en comparación al general Martínez con el general panameño porque el panameño es de ficción, él es un artista. En cambio el otro, es un general real y sus hechos son brutales, pero lo que más se conoce de él es ficción. Esa línea de símil que tiene sentido del humor me sirve para poner eso en cuestionamiento.

¿A qué te referís con la ficción del general Martínez?
A que un montón de gente dice que durante su gobierno no había homicidios, que no había robos, que mató a su propio hijo en el nombre de la ley... De alguna manera, Martínez y las siguientes tres décadas hicieron que El Salvador entrara en la modernidad, porque también hizo un montón de cosas que hicieron avanzar al país económicamente. Pero a lo que me refiero es a que somos propensos a la ficción. A la gente le encanta la ficción y eso en política es caldo de cultivo porque se explota. El otro personaje militar en su indumentaria es Walter Mercado, porque su rollo es más lo gay kitsch. Pero su personaje, que adivina el futuro, está mostrando la insignia del Batallón Atlacatl, la recurrencia de la brutalidad hacia el futuro. Atlacatl, el símbolo, también es ficción, es un relato que se impuso, irónicamente, a la imagen de nación a través del general Martínez. Es irónico que al mismo tiempo que él hace la matanza indígena, él es el principal responsable de poner la imagen del indígena como ícono nacional. Él tenía como funcionario a Salarrué. (Rafael) Lara Martínez hace un cuestionamiento muy fuerte y él habla de complicidad de parte de los demás artistas, de Gavidia, incluso de Gabriela Mistral, de complicidad de los Masferrerianos. La panchita está ahí porque Mejía Vides fue el ganador de un certamen de pintura organizado por Salarrué a petición de Martínez recién pasada la masacre. Esa dualidad en política, en la que la gente ve el ícono, el símbolo y obvia la praxis, o que la praxis no le molesta a nadie, es una cuestión recurrente en nuestra historia.

Suena muy actual. El BIRI Atlacatl se formó en marzo de 1981. Me ponía a pensar si tal vez en 2032 vas a estar pintando a Paco Flores con una rosa o a otro astrólogo con el símbolo del GRP. Como que no salimos de lo mismo.
Sí. Yo creo que esa recurrencia sí tiene sentido del humor. Pero, si lo analizás al fondo, te da una gran tristeza porque te hace caer en cuenta de ese mismo sistema en el que vivís constantemente, de hablar de políticos como rock stars. Esa energía de cómo funcionamos como sociedad también es una cosa bien triste y bien desesperanzadora. Yo creo que es inevitable.

Ya te voy entendiendo lo del sentido del humor que tenés.
La muestra imita una exposición como que estuviera montada con su público, pero el único lienzo que está ahí trata sobre pensamiento religioso, porque Martínez y la gente de la que se rodeó eran teósofos, como Salarrué. Es bien irónico, y por eso te hablo de panfletario; al mismo tiempo que se persiguió a los indígenas por comunistas, Maximiliano se pronunciaba en favor del movimiento sandinista. Esa incoherencia te habla de que hay una gran escala de grises. En la actualidad política siempre te hablan de blanco o negro, de buenos y malos, ves un divorcio entre lo supuestamente ideológico y la praxis política. Ojalá y las cosas fueran ideológicas, pero no lo son. Esa vuelta al panfleto es una recurrencia interminable y es agotadora. 

Algunos de los personajes, el público de la exposición, son similares a los del mural que hiciste en el Poma. Están en la línea entre lo grotesco y lo deforme.
Ja, ja ja. Fijate que sí está un poco caricaturizados pero creo que son personajes más cercanos a la verdad, a lo que ves en la calle. Siempre me ha interesado la estética popular porque me parece más honesta, más apegada a la realidad. Mi idea era contrastar la realidad de estos personajes e insertarlos en un museo. Ese contraste me parece necesario, algo que genera cuestionamiento.

Nos contabas que, además de tu afinidad por las artes, siempre te persiguió el interés por la psicología. ¿Cómo empezaste a dar talleres de salud mental a veteranos?
Estoy con el ministerio de Salud desde como 2011. En el equipo de salud mental con el que trabajo estamos un psicólogo, una psicóloga y yo, como acompañante de artes plásticas. En ocasiones colaboramos con el programa de veteranos de guerra. Empezamos a trabajar también en terapias de autocuido. En primer lugar son charlas, pero también hay ejercicios de arte por medio de cuales vos podés detectar cosas que la gente tiene de duelo, de autoestima. Son ejercicios condicionados que vos pones para que la gente hable de cómo se siente. Es un ejercicio de desahogo. A partir de esas jornadas que teníamos con ellos, hablé con la directora de programas educativos del Marte, Violeta Renderos, y me permitieron empezar a traer grupos. Ya trajimos como nueve este año. La idea es traerlos con una jornada integral de salud mental. La gente piensa que salud mental solo es ir a pasear. El último grupo que traje se identificaba más como víctimas. Ellos son de San José de la Cruz, en Chalatenango. Hay una zona en el museo que está dedicada solo a la guerra. Ahí hacemos una terapia que ellos observan las pinturas y luego ya te hablan de qué perciben ellos, de cómo se sienten al observar las pinturas. Eso te habla del poder que tiene el arte para activar emociones, porque ellos vivieron esas cosas de primera mano.

¿Y al trabajar con veteranos se hace separación entre exmilitares y exguerrilleros o los juntan sin ningún problema?
Mezclados. Ya se trabaja así con ellos. Esa vez se agarraron a discutir, se empezaron a atacar por lo ideológico. Había señoras que eran líderes de la guerrilla, había un excomandante del Ejército. Hay gente que ha vivido cosas brutales. Siempre hay un psicólogo porque alguien puede descompensarse. Es bien duro cuando una persona te dice “yo vi cómo a mi hermano lo hicieron picadillo”. Esa jornada fue bien fuerte porque, al final, ellos mismos empezaron a apaciguarse, a expresar que se sienten traicionados, utilizados, defraudados. Ellos mismos, sin intervención, empezaron a calmarse. El psicólogo les va acompañando, les va explicando qué es el estrés postrauma, va sondeando quién sigue teniendo pesadillas, quién tiene un duelo abierto. También ir controlando quién tiene control psicológico, quien los está viendo, y referir a quienes no lo tengan.

¿Hay gente con la que te ha costado? Este es un país machista con tradición policial, militar. Se cree que el psiquiatra es para mujeres y para locos. Me cuesta ver que un comandante se abra.
Eso cuesta con toda la gente. Si lo hiciéramos con el personal de El Faro va a costar. Lo que sucede es que cuando el ejercicio es efectivo, es tan sencillo y no te das cuenta cuando ya pasó. El arte tiene eso: es una herramienta para proyectarte. Nos pasó por ejemplo, que asesinaron a una promotora de salud de Ciudad Arce. Nos enviaron a trabajar con los compañeros de ella porque tenían el duelo bien fuerte. Y fue brutal lo que le pasó a la compañera. Esa jornada la hicimos en el sitio arqueológico San Andrés, frente a las pirámides, bajo la sombra de un árbol. Eran más de 20 promotores de salud. Te estoy hablando de la mayoría hombres, el estereotipo de cómo somos, machistas. Los duelos son experiencias bien poderosas. Hay mucha gente que dice “¿para qué nos ponen a colorear? Esas son babosadas, no sirve”. Pero ya cuando la gente lo hace y se proyecta, tocas fibras sensibles. Entonces viene esa sensación dura. Era un círculo grande. Y cuando una persona se abre y se descompensa, eso genera una reacción como un dominó. Recuerdo bien a un señor que decía que él nunca recibió una caricia de su papá, nunca un te quiero, nada. Solo el pencazo. Él decía que era la primera vez que hablaba de esas cosas. Pero eso le hacía confrontar que tenía un problema. Eso es un proceso de salud. Lastimosamente no tenemos esa cultura. Necesitamos un Ejército, pero de psicólogos, porque vivimos con la brutalidad normalizada.

La batalla del Volcán, la película de Julio López, iba a estar solo unos días en el cine y duró seis semanas. Parece que hay una necesidad de contar, que te cuenten, que te escuchen los traumas de la guerra. ¿Este país necesita una arteterapia masiva?Creo que necesitamos promover más la salud mental de forma integral. La película me conmovió muchísimo. Jacinta Escudos mencionaba en una columna que te das cuenta que hay un duelo abierto. El duelo no resuelto es la cotidianidad. La primera vez que me confronté con eso fue como en 2013, 2014, que me pidieron colaboración para hacer un mural para víctimas del cantón Los Ramírez, en Chalatenango. Fui a reunirme con ellos en el hospital de Chalate. Mi idea fue preguntarles qué elementos querían en el mural. Me dijeron que una imagen conmemorativa y escribir ellos mismos los nombres de sus familiares. Una señora me decía que en ese cantón hay un arbolito. Lo han conservado, le han hecho un asiento alrededor. Todos ellos tienen la memoria de que en ese árbol arrodillaron a muchos de sus familiares y los ametrallaron. Ellos vieron eso. Una señora me dijo: “yo vi cómo se llevaron a mi hijo. Ellos salieron en guinda, huyendo por las quebradas. Yo sé que está muerto pero no lo encontré nunca”. Eso para mí fue brutal, porque la señora me decía que hizo una tumba simbólica en el jardín de su casa. Eso es una cosa bien abrumadora. Te das cuenta de que convivimos con eso. Tengo otro amigo que tiene un familiar desaparecido. Normalizar eso te dice muchísimo de cómo creemos que eso está bien. Eso es lo que sucedió. Con esa película, Julio toca un punto crucial. 

No es de buenos y malos.
Exacto, vos ahí ves las escalas de grises. Ahí solo hay víctimas. Los que quedan de ganadores son otros. Ahí te das cuenta que no hay ideología. Aparte del duelo de un familiar, percibir el duelo de que tu ideología es nada, eso también es un duelo, independientemente del bando.

Somos parte de una generación que no vivió tanto la guerra. ¿A vos te ata algo con la guerra?
No creo estar atado. Sí tengo memorias. Me acuerdo que nos fuimos para Comasagua con la familia de mi mamá. Estando allá, como estaba bien chiquito, me dejaban cuidando un gallinero, mientras todos mis primos andaban jugando de soldados. Es el contexto el que te lleva. No podés estar en este contexto sin que te toque. No solo es ir al psicólogo, no solo es que te den un fármaco o que tengas algún problema biológico. Es tu contexto también. Tuvimos el caso de un compañero trabajador de salud que en una jornada le pidió perdón a sus compañeros, porque él se encerraba, no le gustaba que lo llegaran a buscar y él tenía que interactuar con los demás. Después de mucho tiempo de estar en jornadas con ellos, contó que estaba siendo extorsionado. Dijo que él soportaba la carga pero, de la noche a la mañana, ya no pudo seguir pagando. Agarró sus cosas, convenció a sus hijas adolescentes y a su esposa de que se tenían que ir. Se fueron a otro cantón y soportó la carga de no poder contarles por no estresarlas, y que las hijas adolescentes lo estuvieran hostigando porque no les gustaba dónde vivían. Soportar toda esa carga es contexto. Cómo estamos ahora no es una cosa de la noche a la mañana. Hay un proceso histórico y social de cómo llegamos a esto. 

¿Crees que los que no vivimos la guerra debemos apropiarnos de la narrativa de cómo se debería hablar de la historia de este país?
No sé si apropiarse de la narrativa. No me gusta ser idealista. No sé si a la gente le interesa. Dice mucho de nosotros que en la comisión de la nueva amnistía esté el (general) Chato Vargas, (el coronel) Alméndariz, Nidia Díaz, o Rodolfo Parker que renunció. No es por ser desesperanzador, pero el poder es brutal, es devastador. En un madrugón se hace todo. Hay un divorcio de la expectativa a la verdadera conciencia de cómo funciona el poder, y la verdadera praxis política es otra cosa de la que la gente regularmente no tiene conciencia ni mucho menos interés. No sé. Ojalá que todos lo hicieran, pero yo no lo veo. Una exposición de arte no va a cambiar el mundo. Qué chivo si genera conciencia en alguna gente. Pero no hay que mentir respecto a eso. Lo que hizo Julio es súper necesario. A pesar de que esté el instrumento ahí, hay gente que no le interesa. Eso no lo podés controlar. Una psicóloga en Chalatenango puede estarle cambiando la vida a la gente y está haciendo muchísimo. Tenemos que hacer lo que nos corresponde y hacerlo bien. Pero creo que no hay que mentirse con respecto a cómo vas a controlar las cosas. De alguna manera, entender que el poder es brutal te ayuda a cambiarlo.

Un lienzo de Maximiliano Hernández Martínez es parte de la obra
Un lienzo de Maximiliano Hernández Martínez es parte de la obra 'Íntimo’’ que se expone en el museo MARTE. Foto de El Faro/ Carlos Barrera 

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