Columnas / Política

Lo que nos negamos a ver de Nayib, Hugo y Carlos


Viernes, 11 de enero de 2019
Willian Carballo

Las elecciones han vendado los ojos a muchos. A ciegas, cual Sandra Bullock en Bird box, varios seguidores de los partidos tradicionales andan por ahí navegando con un trapo alrededor de la cara –rojo, turquesa, tricolor– como si fueran a fallecer por mirar los monstruos internos de sus candidatos presidenciales favoritos, al igual que en la película de Netflix. Entonces, auto engañándose, se cubren la vista para no reconocer los demonios en el aspirante de su preferencia ni los ángeles en el hombro de su contrincante.

Una vez cegados del sentido común, estos fanáticos de la verdad absoluta empiezan a ver todo en clave de telenovela de Televisa. En su mundo falto de luz, el candidato de su partido es ese protagonista bueno, infinitamente bueno, casi virginal, mezcla de Marimar, María la del Barrio y María Mercedes. En cambio, el villano –el político oponente– es como si Catalina Creel, la usurpadora Paola Bracho y Soraya Montenegro se fusionaran en una mega villana superior a Darth Vader o Thanos, para resolver la duda existencial que no dejaba dormir a Nayib noches atrás.

Una vez anovelados, los tres aspirantes (son cuatro, pero el de Vamos reconoce en su propaganda que no quiere ser presidente; así que le tomo la palabra) se ven rodeados en buena parte por un séquito de personas que los escudan con más hígado que razón, con más espíritu de Premios TVyNovelas que de Golden Globes. Decenas de vendados (¿vendidos?) que hacen de las redes sociales una Arena Santa Anita virtual.

Ya con la vista obstruida, por ejemplo, a muchos republicanos nacionalistas les cuesta ver ojos celestes en cara ajena. Para ellos, Nayib Bukele, candidato a la presidencia por Gana-Nuevas Ideas es solo un narcisista, inmaduro, vanidoso, prepotente, sin estudios, creador de mercados fantasmas, revolucionario con aire acondicionado y avergonzado de su supuesta religión. En cambio, Carlos Calleja, el elegido de la derecha tradicional, es casi Aquaman: dueño del tridente mágico empleo-seguridad-educación, bañado en mares universitarios de sabiduría y con suficiente agua para lavar el chaleco corrupto de su partido. Surfista con furor del hot, agregaría la prensa porrista.

Pero si le preguntan a algunos seguidores del partido de la golondrina, su candidato es un mesías. Nayib es el tipo cool que conecta con los jóvenes porque usa gorra, se sube al Tagadá y exhibe gratis Dragon Ball. Tuitero destacado que ordenó el centro histórico, sacó del anonimato a Nuevo Cuscatlán y no envuelve en rosas las crudas verdades a los dos partidos tradicionales. Y sobre todo, es uno de nosotros. Basta ver cómo corre como cualquier maitro de colonia el 31 de diciembre después de prenderle fuego a los cuetes. Pero Calleja… El arenero, polo opuesto, es un explotador que obligó a los empleados del súper a trabajar la noche del 24, adulador de d'Aubuisson, falto de español, abraza viejitas para la foto y títere de la oligarquía. Un fantoche.

A los del FMLN, por su parte, les toca doble porción de este pastel pasado de calorías. Mientras su candidato, Hugo Martínez, es la diplomacia en dos pies, hombre cálido y preparado; Nayib, en cambio, es todo lo que dicen los areneros y Calleja, ajá, todo lo que dicen los de la golondrina. Y para estos dos, para Callejistas y Nayilibers por igual, el aspirante rojo no es más que una sandía que salió simple, un mal coreógrafo de El Baile del Sapito, una corcholata más en el tablero de damas de la dirigencia efemelenista. Quizás un buen tipo, sí, pero casado con un partido que hace años nos despertó de la luna de miel.

Y pobre aquel que los contradiga. Cegados por los estereotipos, estos fanáticos azotan con insultos a quien ose discrepar y muestre sentido crítico. Si un periodista cuestiona la ausencia de Nayib en el primer debate, automáticamente se vuelve un arenazi pluma pagada; si algún ciudadano pensante le recuerda a Calleja el manchado partido que lo acobija, es un frentudo; o si un votante escéptico le exige a Hugo que deje de saltar y diga por qué está ofreciendo lo que el FMLN no ha hecho en diez años, seguro es un golondrino.

En eso se nos va la campaña. Algunos van ciegos como Sandra Bullock o, en el mejor de los casos, queriendo ver solo Paolas Brachos y Marías Mercedes a su conveniencia. A los menos, en cambio, nos gusta más pensar en cadejos: seres que pueden ser blancos y salvarnos y, a la vez, ser negros y asustarnos; o incluso de más colores. Se trata de personas con virtudes, pero también con defectos; aspirantes a los que hay que evaluar críticamente no solo por los memes o videos virales que los estereotipan, sino por su contexto, por sus propuestas y por su equipo.

Quitémonos la venda. Abramos los ojos. Volvámonos esos ciudadanos pensantes, esos votantes escépticos, esos periodistas que cuestionan y hacen contrapeso a los enamorados de los candidatos monocromáticos tipo Televisa. Hay que ponerle más cabeza a la decisión y no andar por ahí creyendo que el mío es un santo y el otro un demonio. Nos jugamos algo más que una estatuilla TVyNovelas o un mes gratuito en Netflix. El premio es, jugando con los clichés de las telenovelas, ser felices para siempre, aunque ese siempre dure solo cinco años y ser felices sea tan simple como tener un país vivible.

 

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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