El Ágora /

El archivo de “las calumnias”

Rafael Lara Martínez da continuidad al debate público propuesto por Ricardo Lindo en una carta abierta en la que el segundo denunciaba como calumnias algunas declaraciones del primero. Lindo exponía sus argumentos contra los señalamientos que hace Lara Martínez para asociar a los 'clásicos' salvadoreños con el régimen dictatorial de Maximiliano Hérnandez Martínez (1931-1944). Aquí una respuesta en este diálogo necesario sobre la historia político-intelectual salvadoreña.

Jueves, 19 de septiembre de 2013
Rafael Lara Martínez

 

Estimado Ricardo Lindo:

Siempre comienzo por el final.  En un libro de Derrida —no en el que me regalaste, “La verdad en pintura”— se afirma que la memoria histórica “tiene por vocación silenciosa borrar el archivo y empujarnos a la amnesia” (El mal de archivo).  Por tal razón siempre se cita la documentación que sustenta una visión de la historia —“Mi respuesta a los patriotas” o “Retrato de Farabundo”— pero se omiten todas las “actividades [públicas y] literarias de 1932”, como las llama Juan Felipe Toruño, que desmentirían una simple hipótesis.  Para el caso de Salarrué, la única novela que publica en ese año, Remotando el Uluán, se tilda de fantasía esotérica para excluir el elemento clave del deseo corporal: la presencia de una “bella” afro-descendiente desnuda.  Se llama Gnarda quien luego que “se unieron nuestros labios y nos besamos […] desde aquel día fue para mí doblemente encantador el viaje” astral.  Tal contraste —hombre-blanco-vestido vs. mujer-negra-desnuda—revela una dimensión étnica y de género que rara vez se señala.

Igualmente sucede con los “cuentos de barro” que publica el ultra-martinista Julio César Escobar, Director de la Biblioteca Nacional y editor de; Boletín de la misma Biblioteca.  El mismo año que Salarrué publica el “retrato”, Escobar señala a su colega como colaborador estrecho al forjar una “política de la cultura” o del “espíritu” durante la inauguración de la “Exposición de Libros”, en la cual participan el gobierno y los intelectuales salvadoreños de prestigio.  No ser trata de un acto inédito ya que, desde 1932, en la Universidad Nacional de El Salvador se celebra un doble centenario: el de José Matías Delgado y el de Goethe.  Ahí se firma un pacto tácito entre la universidad, el gobierno y los intelectuales.  Si Francisco Gavidia afirma que “la democratización de toda la América” significa que “el menor de los pueblos […] como el José de la Biblia y como el David”, El Salvador, repite la gesta heroica de “la gran constituyen de 1824, los demás ponentes ratifican que la “obra” de los próceres “está en nosotros” en 1932 (Centenario, 1933).  De Salarrué, otro de los ponentes, se espera que, como “hombre providencial”, inventor de una Atlántida, forje una idea de patria que impulse al país fuera de la crisis.

Tanto José Mejía Vides como Luis Alfredo Cáceres Madrid responden a este llamado que Salvador Cañas titula “La hora de los maestros” (Cypactly, febrero de 1932).  Hay que “culturizar” y “nacionalizar al pueblo” para evitar el engaño comunista.  A tal efecto sirven la publicación de “cuentos de barro” en las revistas oficiales, así como la actividad pedagógica de Cáceres Madrid y Mejía Vides.  “Ofrecen sus servicios […] los Sres. Mejía Vides, Cáceres y Álvarez […] en la modelación espiritual” del pueblo y en la “difusión cultural en los poblados” y “en la tropa para mejorar las condiciones materiales y espirituales de la clase proletaria” (La República, No. 68 y 84, 1º de febrero y de marzo de 1933, nótese el uso de la terminología marxista en las publicaciones oficiales).  El arte plástico indigenista de los mejores pintores se pone al servicio de la causa nacionalista y anti-comunista.  Tres citas de archivo —borradas por la memoria histórica— confirman el apoyo de los intelectuales teósofos e indigenistas al general Martínez.  Tal es el “contexto cultural de la época”: una defensa del general Martínez en nombre del anti-imperialismo y del indigenismo (Octavio Jiménez Alpízar (1932), Vicente Sáenz (1933), Miguel Ángel Espino en México y Guatemala (1932), etc.).  Las tres citas siguientes —a menudo tachadas— confirman el apoyo que recibe el general Martínez en 1932, a saber:

La “misa en el portón de la catedral” —ofrecida por el Arzobispo— para “bendecir al Gobierno, Cuerpo del Ejército, Guardia Nacional, Guardia Cívica y Cuerpo de Policía General, por su noble y patriótica actitud en defensa de la sociedad salvadoreña, de las instituciones patrias y de la autonomía nacional” (El Día, 25 de febrero de 1932 y Diario Latino, 29 de febrero de 1932).

“Matan a sangre fría […] los peores asesinos. Por eso merecen condena eterna todos los hechos sangrientos hace algunos meses ejecutados por forajidos […] es una dolorosa equivocación creer que el comunismo se practica segando vidas y arrasando propiedades.  Esas doctrinas que tuvieron origen en el Sermón de la montaña, no son de destrucción sino de conservación […] Esto lo han ignorado […] nuestros campesinos por eso han delinquido […] y se dejaron llevar al sacrificio de su vida” (Eugenio Cuéllar cuyo cuento lo ilustra Pedro García V., quien diseña varios “cuentos de barro”. Cypactly, No. 17, 22 de junio de 1932;  la relación de Cuéllar con Salarrué queda a determinar, aun si su enlace visual resulta obvia en 1932 por ser el ilustrador común de sus escritos).

Quienes deciden “lanzarse a desantentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte” (Cypactly, No. 19, 31 de julio de 1932; juicio anónimo editorial de la revista).

Es posible que revelar esos documentos ofenda la memoria histórica del siglo XXI.  Pero los archivos nacionales que se conservan en EEUU sugieren que 1932 no se resuelve de una manera tan fácil como incriminando al general Martínez —al chivo expiatorio— sin ningún tipo de apoyo de la sociedad civil, de los intelectuales y de otras instituciones de prestigio.  Tal colaboración —asiento como hipótesis— se prolonga por varios años, tanto es así que en 1935 Salarrué recibe el nombramiento de “Delegado Oficial” a la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas en San José, Costa Rica, 1935 (Diario Oficial, septiembre de 1935).  Como bien sabrás, Ricardo, la mejor exposición de pintura de Salarrué —la que tú mismo organizaste en el MARTE— calla dicho nombramiento y borra toda referencia al evento artístico más importante de los años treinta.  En breve, documento la tesis derridiana que contrapone la memoria histórica al archivo.  Mantengo la hipótesis que existe evidencia tachada del apoyo intelectual al general Martínez en 1932 o, en su defecto, una simple omisión, como es el caso de Pedro Geoffroy Rivas y Gilberto González y Contreras, cuyo interés en la mujer sobrepasa la cuestión social de la revuelta en ese mismo año (véanse poemas: Boletín de la Biblioteca Nacional, 1932).  

En segundo lugar, estudio la literatura nacional como fuente primaria de una historia del deseo humano.  El ser humano se halla dotado de un cuerpo sexuado y vive en este mundo, pese a su anhelo espiritual.  Si cito a Arturo Ambrogi, Hugo Lindo, etc.  es para rastrear la representación de ese estar-corpóreo-sexuado-en-el-mundo.  Bien sabrás que no existen múltiples volúmenes que refieran la historia de la sexualidad, ni la cuestión de género en el país.  Tampoco existen libros que refieran la cuestión racial en un país mestizo.  Sin embargo, esa problemática se halla presente en la literatura nacional.  Ya cité la fantasía racial y de género de Salarrué en 1932.  A su deseo por una afro-descendiente se añaden las novelas El oso ruso (1944) de Gustavo Alemán Bolaños y Ola roja (1948) de Francisco Machón Vilanova que secundan la oposición racial y de género en ese año.  La primera comunista de América es “la chingada”, una mujer indígena que sufre el acoso y el abuso sexual del hacendado blanco.  El derecho de pernada no se juega en el placer ni en la procreación.  Lo decide un acto de jerarquía política que opone género y raza.  Las citas de Salarrué, Ambrogi, Lindo, González Montalvo, etc. sólo ilustran la manera en que la sexualidad se representa como una lucha encarnizada de los sexos, como una erotomaquia.  Sin implicar la vida privada de los escritores, entiendo su obra a manera de etnografía o ”escribir la cultura”: la violencia doméstica y de género.  

No abundaré más en el asunto, ni  en el problema de los géneros liminales —homosexualidades en plural— para no extenderme: Salarrué como “Martita” en Íngrimo o Claudia Lars como “Rodrigo”.  Tampoco discutiré cuestiones personales que no vienen al caso: por qué  razón vivo en una sitio que me otorga un trabajo docente, etc.  Más bien, me interesa concluir que si no existen al menos dos hipótesis contradictorias de un hecho social —el átomo como onda y partícula a la vez— la historia es más simple que la unidad mínima de la materia.  Ya es hora de iniciar una historiografía crítica del cuerpo humano sexuado como asiento de los hechos sociales, de las razas y del deseo.  Ya es hora de construir la memoria sin excluir los archivos incómodos, tal cual trece cuentos de barro, anteriores y posteriores al libro, que hasta hoy se ignoran.

Te saluda fraternalmente, Rafael


LEA: Carta pública a Rafael Lara Martínez, Por Ricardo Lindo | Publicada el 18 de Septiembre de 2013

Vea la reseña biográfica de Rafael Lara Martínez, en ICONOCLASTAS de El Faro.

Vea la reseña biográfica de Ricardo Lindo, en ICONOCLASTAS de El Faro.

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