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Honduras cierra en 356 el número de muertos por incendio en cárcel de Comayagua

La Fiscalía y la Policía cerraron el conteo de víctimas en la madrugada de este jueves 16, en la cárcel de Comayagua. La cuenta incluye una mujer que estaba de visita en esta granja-prisión situada a unos 90 kilómetros al norte de Tegucigalpa. En la capital, decenas de familiares inician lo que supondrá un largo periplo para identificar a sus familiares calcinados en la peor tragedia del sistema carcelario en la región.

Jueves, 16 de febrero de 2012
Daniel Valencia Caravantes

A la derecha, el director de la policía hondureña,Ricardo Ramírez del Cid, ayuda a hacer el recuento final de fallecidos en la tragedia. Foto Frederick Meza
A la derecha, el director de la policía hondureña,Ricardo Ramírez del Cid, ayuda a hacer el recuento final de fallecidos en la tragedia. Foto Frederick Meza

Comayagua, Honduras. En la comandancia de guardia de la granja penal de Comayagua, siete oficiales –acompañados de un nutrido grupo de escoltas y guardaespaldas- están reunidos alrededor de un escritorio viejo y oxidado de las patas. Tres de los oficiales rellenan unas hojas en blanco, escribiendo el número que otro va dictando en voz alta en el interior de unos cuadros hechos a mano. Es la 1:40 de la madrugada del jueves 16 de febrero. Más de 24 horas han pasado desde que las llamas quemaran casi  todo en los módulos 6, 7 y 8 en esta cárcel que emana un olor extraño. Junto a los oficiales está la gobernadora de Comayagua, Paola Castro, quien usa un tapabocas.

'La población al momento de la tragedia era de 851, 52, 53...', lee uno de los oficiales, pero es interrumpido por el director de la Policía Nacional de Honduras, Ricardo Ramírez del Cid:

—¡Momento! Repita esos últimos. Estás contando a la mujer. Repita esos últimos -dice Ramírez del Cid, con el codo apoyado en la esquina del escritorio y la mano deteniéndole la frente.

Ramírez del Cid tiene unas ojeras que ya no estiran más.

El oficial repite el conteo y, cuando termina, se escucha una gran algarabía:

—¡Ya está, ya está! ¡Licenciada: ya está!

A quien llaman es a la fiscal Daniela Ferrera, encargada de las investigaciones del incendio. Ferrera lleva todo el día contando cadáveres. Los últimos hace 40 minutos que fueron despachados: más de 200 cuerpos calcinados, envueltos en bolsas negras, apilados unos sobre otros, dentro de un furgón de carga que los lleva hacia Tegucigalpa, a toda prisa, sobre la carretera del norte, escoltado por dos policías motorizados.

—¿Cuánto dio el conteo final? –pregunta Ferrera, con una hoja en la mano.
—853, menos la mujer que estaba de visita: 852 –responde Ramírez del Cid.

Ferrara chequea su hoja: un pedazo de papel bond manchado con cifras, columnas enteras de cifras, cuadros subrayados, cifras tachadas.  

—¿Incluida la mujer que estaba de visita, ¿853 personas al momento de la tragedia?
—Incluida -responde el oficial que había iniciado el conteo.
—Entonces si tenemos 497 reos con vida, más la mujer…

Ferrera hace cálculos en la mente. 

—¿355 tenemos todos verdad?

Ramírez del Cid asiente: 

—355 fallecidos es el dato.

En el grupo se atropellan murmullos y algunos de los oficiales se estrechan la mano. La gobernadora de Comayagua, respira, aliviada, ya sin la máscara, cuando sale al parqueo. Sonríe.

—¡Al fin ya concluimos esto!

Cinco minutos después, en la comandancia de guardia solo habrá un guardia, la cárcel estará sumida en un profundo silencio y la fachada de la cárcel se asemejará más a un basurero desierto que a un parqueo de una penitenciaría. Por donde se camine habrá mascarillas, guantes de látex y trajes blancos –los que ocuparon los forenses- manchados con un hollín negro. Los trajes, los guantes y las mascarillas estarán regados en el suelo, guindados de las columnas de concreto, rebalsando los contenedores de basura.

La peor tragedia en el sistema penitenciario

Personal forense se prepara para empezar a sacar a las víctimas del incendio. Foto AFP
Personal forense se prepara para empezar a sacar a las víctimas del incendio. Foto AFP

Todavía no hay nada claro sobre lo que ocurrió en la granja penal de Comayagua, pero lo cierto es que entre las 10:30 y 11 de la noche del 14 de febrero, en el “hogar 6” –o módulo 6- inició un incendio que no fue controlado. En el módulo 6 había casi un centenar de personas, y los balances hasta ahora indican que solo cinco lograron sobrevivir, todos con quemaduras de gravedad.

El fuego se propagó rápido a los módulos 7 y 8, causando casi los mismos estragos que donde inició, y alcanzó con menos intensidad a los módulos 5 y 3.

Mientras el fuego se esparcía, y los reclusos pedían auxilio, se desconoce por qué nadie abrió una reja, por qué nadie liberó los sectores más afectados, dispuestos a escasos metros de la comandancia de guardia en donde un día después las autoridades afinarían el conteo de fallecidos. El miércoles, los bomberos de Comayagua dijeron que habían llegado a las puertas de panel 10 minutos después de que había iniciado el fuego, pero que los custodios les impidieron durante 30 minutos el ingreso, aduciendo protocolos de seguridad.

Lugareños que habitan cerca del penal han dicho a los medios locales que escucharon gritos de auxilio, y luego disparos, antes de que se desatara la peor catástrofe en el sistema penitenciario de Honduras. Adentro de la cárcel, en la madrugada, los reos sobrevivientes fueron llevados hacia los corredores y galerones cercanos a los patios del penal junto con colchonetas y máscaras para que no respiraran el olor que escupe la cárcel.

Uno de ellos, que dijo llamarse Leonel, dijo a El Faro que muchos lograron sobrevivir al guindarse de las paredes, romper los techos y encaramarse sobre las duralitas. Algunos de los reos mostraban rasguños y varios tenían yesos y vendas que cubrían sus cabezas, piernas y brazos.

Daniela Ferrara, la fiscal que dirige la investigación, dice que todavía no se puede decir nada sobre por qué nadie abrió las puertas, por qué no hubo plan de evacuación. Dice que tampoco pueden dar como ciertos los rumores sobre los disparos ni la confirmación del hasta entonces director de Penales, Danilo Orellana, quien dijo el miércoles 15 que los custodios actuaron como manda el reglamento –que busca impedir fugas-, y por eso habían impedido, en un primero momento, el ingreso de los bomberos.

Para el momento del siniestro, según la Fiscalía, el personal de la cárcel responsable de 852 reos estaba formado por 60 empleados.

Una vez conocida la tragedia, en los principales periódicos de Honduras circuló la versión de que los reclusos se habían amotinado, y que por ahí podría venir alguna explicación para el incendio. Ferrara, al respecto, dice que no han encontrado hasta el momento ningún indicio de que un amotinamiento se haya desarrollado al momento del incendio. “Aunque en estos momentos no podemos descartar nada, pero sobre eso no hay ningún indicio”, dijo.

En Honduras no ha habido un incidente con las dimensiones de este en términos de número de víctimas mortales. La cadena CNN hacía el miércoles un recuento a nivel latinoamericano y determinaba que retrocediendo hasta 1986, la tragedia de Comayagua no tenía paralelo. En 1986, en Perú, fallecieron 250 reos durante un incendio en una prisión, y esa era la cifra más alta de muertos en los anteriores 26 años. 

El incendio en Comayagua causó preocupación inmediata en los países vecinos. En El Salvador, la Confraternidad Carcelaria, una organización que vela por los derechos de los presos, dijo el miércoles a El Faro que las condiciones de las cárceles salvadoreñas son propicias como para que pueda ocurrir una situación similar.

Una espera que será larga

Un militar custodia ataudes donados antes de ser repartidos a los parientes de los fallecidos en Tegucigalpa. Foto AFP
Un militar custodia ataudes donados antes de ser repartidos a los parientes de los fallecidos en Tegucigalpa. Foto AFP

A las 10:50 de la noche, en la morgue de Tegucigalpa, la ciudad capital, un furgón tapaba la entrada principal. En ese furgón fueron trasladados 115 de los 356 cuerpos calcinados desde la cárcel de Comayagua hasta la morgue de la ciudad para iniciar los análisis que permitan identificar a las víctimas.

Afuera de la morgue, la noche y el cansancio hicieron mella en los ánimos de decenas de familiares que, hipnotizados, no despegaban la vista de ese furgón del cual ya habían sacado todas las bolsas negras.

Los familiares afuera de la morgue ya estaban resignados a esperar. Sin embargo, más temprano, por la tarde del miércoles, unidades de la Policía frenaron a los familiares de los reos que en ese momento ya no querían esperar más. Los familiares exigían información, aventaban piedras intentando contrarrestar el silencio de las autoridades e intentaban romper la malla ciclón que impide el acceso al parqueo debido a que nadie les decía nada.

Con el paso de las horas, las autoridades filtraron las listas de sobrevivientes, heridos y fallecidos, logrando que los familiares se tranquilizaran un poco. Luego, autobuses patrocinados por el gobierno movieron a los familiares desde Comayagua hasta la morgue de la ciudad.

En uno de esos buses viajaron las hermanas de Rubén Garrido Machado, Elsa y Gloria María. Su hermano, que ahora se presume fallecido, tenía 52 años, y recién había cumplido cinco años de una pena de 15 por secuestro. “No apareció en la lista de los vivos, así que aquí vamos a esperar hasta que nos digan este es su hermano”, dijo Elsa Garrido.

Las autoridades de Medicina Legal y del Ministerio Público esperan agilizar los reconocimientos, pero aceptan que el estado de descomposición de los cuerpos hará difícil esa labor. El pronóstico más esperanzador para las decenas de familiares es que entre dos o tres semanas ya haya resultados.

—Un mes puede pasar, pero de aquí no nos vamos hasta que no digan que este es Rubén -dice Gloria María Garrido.

Hasta las 11:30 de la noche del miércoles, las autoridades solo habían logado entregar los restos de José Alonso Chavarría, identificado por sus familiares en el Hospital Escuela de Tegucigalpa, luego de que este falleciera a consecuencia de las quemaduras en su cuerpo. Una segunda víctima identificada, pero que no ha podido ser reclamada aún por los familiares, es Anel López Herrera, de 26 años, fallecido también en el Hospital Escuela.

En la madrugada del jueves 16, en Comayagua, solo seis familiares hacían vela frente al penal, a la orilla de la carretera. Uno de estos, Mabelí Hernández, primo de Antonio Maldonado, de 38 años. Antonio cayó presó hace 15 años por asesinato. Según Mabelí, “mató a un vecino que tenía, porque si no el vecino lo hubiera matado a él. Le traía ganas”.

Mabelí y Antonio se vieron por última vez hace dos días, asegura Mabelí, todavía ebrio, y con lágrimas en los ojos. Desde que supo de la tragedia, y de dónde había iniciado la tragedia, no ha parado de tomar. Mabelí y Antonio eran como hermanos. Hace dos días, Antonio le dijo a Mabelí que estaba contento, porque ya pronto iba  a saberse libre, después de tanto tiempo. Fue lo último que le dijo a su primo.

—Él tenía fecha de salida, ya para salir libre pues, dentro de cinco días.

Antonio Maldonado estaba recluido en el Hogar 6, el lugar en el que inició el fuego.

Junto a Mabelí también esperaba Manuel de Jesús Jímenez, papá de Madbel Jiménez, de 19 años. Madbel tenía dos meses de haber caído en Comayagua.

—Por haragán ja, ja, ja. Sin pena, por haragán -dice el padre, con una risa quizás producto de la conmoción-. El haragán siempre anda buscando cómo arruinarse la vida. Por un robito lo agarraron. De 11 hijos, con orgullo puedo decir que solo él… pero a todos los he sacado adelante.

Manuel y Madbel se vieron por última vez el domingo 12. Manuel llegó a aconsejar a Madbel, a decirle que se esmere para salir rápido de la cárcel. Manuel dice que Madbel se lo prometió. Todavía no sabe si su hijo está vivo o está muerto, porque en la lista de los sobrevivientes que se leyó por la tarde del miércoles, en los medios de comunicación, Madbel no apareció. Tampoco en la de muertos. Así que él está optimista.

—Yo sé que está ahí adentro. Ya más tarde, primero Dios, y hablo con él.

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