El Ágora /

“Si querés hacer teatro tenés que agarrarte con uñas y dientes de cualquier oportunidad”

Cargada de una gran energía positiva, Alejandra Nolasco, ganadora del premio Ovación 2011, cuenta sus inicios en el mundo de la actuación y la emoción que le produce incursionar en el proceso creativo de la escritura para una puesta en escena (ver nota aparte). Comparte sus expectativas en el desarrollo cultural del país, nos cuenta por qué se conmueve con las historias coleccionadas en sus años como docente y por qué le inquieta la realidad de la niñez salvadoreña. El premio le ayudará a continuar recolectando historias de sus alumnos para poder iniciar a finales del 2011 un retiro taller con Sergio Mercurio, en Argentina, el cual espera le ayude a definir el resultado de su proyecto y posteriormente presentarlo al público.

 


Lunes, 27 de junio de 2011
María Luz Nóchez

Alejandra Nolasco actúa en
Alejandra Nolasco actúa en 'La Balada de Jimmy Rosa', obra ganadora del premio Ovación 2009. Foto El Faro

¿Por qué una actriz que muchos destacan con un gran potencial pide apoyo para escribir una obra y no para seguir formándose en la actuación?

Una de las cosas que más me entusiasma con el premio es precisamente eso, que me han apoyado para hacer algo que yo nunca he hecho. Haber pedido dinero y recibir el apoyo para hacerlo es una gran satisfacción, porque no es algo en lo que me sienta totalmente envalentonada, me pone nerviosísima. Hace poco fue que me vino esa inquietud, precisamente por el tema de la obra, por el porqué de escribir yo esta obra y no alguien más. Un día dije: “Es tan personal y es tan mío, y yo lo he ido recopilando y ordenando ¿y si escribo una obra?”. No es que me aviente yo sola, tengo la garantía, al menos, de que voy a estar bien cuidada con gente que sabe hacerlo y que me va a llevar de la mano. Son personas con las que humana y artísticamente siento coincidencias. No pedí dinero para hacer talleres de actuación porque ahorita mi inquietud es hacer la obra sobre los niños, y para hacer la obra sobre ellos, tenía la necesidad de terminar ese proceso, puede que la actúe o no, todavía no sé cuál será el resultado.

Es una nueva ventana…

Sí, yo no estoy diciendo que me voy a quedar escribiendo o que hoy voy a ser dramaturga. No. Yo pedí apoyo para tener las herramientas para escribir esta obra; yo soy actriz antes que cualquier cosa.

¿Cuáles eran tus aspiraciones al comenzar en el teatro?

Uno nunca sabe hasta dónde va a llegar, puede ser algo desconocido, no tiene idea de hacia dónde va.  En mi caso yo tenía muchas más inquietudes que aspiraciones, mucha más curiosidad por saber exactamente de qué se trataba y la cosquillita esa que me gustaba estar en un escenario, que me gustaba hacer los ejercicios para llegar al escenario, la necesidad de empaparme de todo eso. Hoy que me pongo a pensar en eso no creo haber tenido aspiraciones en un principio. Claro, cuando decidí hacer del teatro mi forma de vida me fui planteando otras metas, otros objetivos.

¿Por ejemplo?

A falta de una carrera acá, tomar todas las herramientas que pudiera de la forma en que pudiera y formarme como actriz. Así fue que entré al Teatro Estudio, con Fernando Umaña, en 2003. Llevamos un proceso pedagógico paralelo al montaje de obras, no estaba separada una cosa de la otra: recibíamos clase, montábamos obras. Montábamos obras aprendiendo cómo se montan personajes, qué géneros, qué situaciones hay, que la biomecánica… Aprendiendo, pero haciendo. Siempre me planteo aprender más, incluir otras disciplinas, como la danza; el año pasado crear a partir de mí misma, y por eso fue que comenzamos haciendo Escénica con Enrique Valencia, porque queríamos hablar de cosas que nos pasaban a nosotros, cosas que nos dolían y que veíamos que podían doler como país a otra gente.

Me imagino que a partir de tu experiencia en la docencia nace este proyecto que presentaste a Ovación, ¿O desde antes tenías la inquietud?

Fue a partir de esta experiencia, de hecho yo tampoco pensaba hacer ningún trabajo sobre los niños. Yo coleccionaba las historias como quien colecciona estampillas o monedas; eran algo valioso para mí y las guardaba porque me hacían mucho bien y me inspiraban. De vez en cuando las compartía con alguien y le brillaban los ojos igual que a mí, y yo decía “¡Qué lindo!”, porque así como me provocan cosas a mí, es muy probable que le provoquen estas cosas o algo parecido a otras personas.
Se me ocurrió un día imprimirlas, hacer volantes con algunas historias y hacer un performance en un parque y le digo a la gente “tome, sea feliz dos minutos, ojalá que esto le ayude”.  Aunque había muchos que me decían que las ordenara y recopilara, darle un orden y publicar un libro. Y yo “¿cómo voy a publicar un libro?, yo no soy escritora; en todo caso lo que tendría que hacer con esto es un trabajo escénico, si soy actriz”. Y no me pareció tan descabellado, al final no las escribiría yo, si los que las han dicho son ellos (los niños), yo solo les daría un orden.  Fui madurando la idea hasta que dije: “lo que puedo hacer es adaptarla para teatro, si lo que sé hacer es teatro”.

Ya me contabas que te sentías identificada humana y profesionalmente con los que te ayudarán en el proceso, pero ¿por qué buscaste irte a Argentina y por qué con Sergio Mercurio?

Un día, viendo una obra de teatro había una escena en que las dos actrices estaban actuando como niñas, y me dije “es como volver a ser niño, ¡eso es el teatro!”; es lo primero que tenés que hacer en cualquier ejercicio primario de taller. Ahí se me vino a la mente Sergio Mercurio, me acordé mucho del trabajo de Viejos que presentó acá. Sergio tiene esa capacidad de encontrar la esencia pura de los personajes y darles esa dulzura dentro de una gran dureza por la situación o el personaje. Y él, como ser humano, es también muy dulce y se sorprende por las cosas, y pensé que podía ayudarme, aún sin saber nada. Luego, buscando en su página web me encontré con la convocatoria de un retiro taller de creación, en el que él propone una encerrona de una semana conviviendo todos los participantes, con jornadas de todo el día. Es un taller no solo para actores ni solo para titiriteros, también entran músicos, artistas plásticos, poetas, escritores… Y él lo propone con unos principios básicos para encontrar la médula de algo. Un taller muy personal donde se espera que los participantes crecen a partir de sí mismos.
Con Jorge Huertas, un dramaturgo argentino, tenemos mucha coincidencia humana y artística, también. Si logramos hacer coincidir los tiempos para que él me acompañe en el proceso de dramaturgia sería fantástico. La idea de hacer un trabajo escénico fue a raíz de la convicción de hacer una puesta en escena en lugar de cualquier otra cosa, aunque todavía no descarto la posibilidad de publicarlas como historias, no como obra de teatro.

¿No viste ese tipo de oferta aquí en El Salvador? Es decir, ¿por qué irte con lo extranjero y no con lo local?

Aquí hay mucha gente que está haciendo cosas muy buenas, Jorgelina (Cerritos) está escribiendo muy bien, trabajo con Enrique Valencia, con quien pudimos haber escrito la obra juntos, y hay otra gente. Mi intención de hacer de este proyecto una residencia artística era para tener tiempo de concentrarme solamente en eso. Me pasa, por ejemplo, que en la mañana tengo clases, en la tarde me avisan que tengo una traducción y que tengo que hacerla lo más rápido posible porque tengo ensayo o función, y luego tengo que ir y buscar y hacer y todo, uno anda en 4 mil cosas. La idea es procurar un espacio que me permita concentrarme solo en eso y enfocar todas mis energías. Me interesa el taller de Sergio porque acá no hay uno como ese, el intercambio con gente de otros países y también de otras ramas. Me interesa iniciar con este taller porque sé que va a ser una experiencia sumamente importante para el resto del proceso. Y luego, claro, estás en otro lugar y aprovechás a tomar clases que acá no podés; ya estando en otro lugar te empapás de otras cosas.

¿La Alejandra de hace 20 años se identifica con los niños a los que ahora les da clases?

Ahhh, ¡totalmente! ¡Totalmente! Eso fue lo que pasó, que con ellos – viéndolos y conviviendo con ellos– me volví niña otra vez, y creo que le di mucho valor porque o tuve una infancia realmente feliz, con los problemas más normales o menos peores que puede tener un niño: que lloraba porque mis papás se iban a separar, o que era un niña más o menos tímida, o que en casa solo quedaba un chocolate, porque en ese tiempo nos iba ma. Tuve una infancia verdaderamente feliz y es el origen de todo lo que soy, entonces, claro, ellos hicieron que la Alejandra niña saliera con ellos.

¿Qué considerás que es lo más difícil de ser niño en El Salvador, en el siglo XXI?

Pues, no sé si pudiera generalizar, porque mis niños viven en condiciones bastante favorables, porque sus papás trabajan, los tienen en un colegio bueno en donde pueden aprender un montón de cosas. Pero son niños que se van con su mamá y no saben que hay otro mundo debajo de El salvador del mundo, o viceversa. Entonces, veo tres realidades muy diferentes, porque hay niños que con suerte tienen un par de zapatos, con suerte van a la escuela, se suben al bus a vender sacapuntas, o a su papá lo mató la violencia por estar dentro de ella. Y hay otros niños que lastimosamente su realidad no les permite darse cuenta de estos otros niños. Y cada una de esas realidades tiene sus dificultades para ser niño en este momento.

Dirías que la desigualdad es el mayor problema…

Quizás, no sé… No creo que sea el mayor problema. Creo que el mayor problema de los niños en todo momento es cuando llega un adulto a decirte que ya no podés ser niño; metés al niño en una gavetita y ahora ya sos un adulto.

¿Qué hay que hacer para evitar que suceda?

No sé qué es lo que hay que hacer con los demás para regresar esa bondad. A mí la experiencia me ha servido regresar y regresar como refugio a los ocho años y eso es un proceso que me ha hecho ver el día de diferente manera; leve o no, no importa. Yo lo intento. Mi interés por hacer este trabajo es precisamente porque estoy convencida de que si uno se diera el chance, la oportunidad de volver de vez en cuando a esa pureza, esa magia, esa inocencia, algo cambia. Esa capacidad de sorprenderte, de ver lo esencial, porque para los niños es más importante preguntarte cuál es tu animal o tu color favorito, y no la marca de tu computadora, o qué carro tiene o “¿cuánto gana, seño?” y definirte con base en esas cosas.

Visto es retrospectiva ¿Considerarías que El Salvador vive su mejor momento de desarrollo cultural?

Yo no creo que viva su mejor momento, no me conformo con pensar que sea el mejor momento, ¡quiero más! Pero hay algo que viene pasando desde hace un tiempo que a mí me gusta mucho, y es el arranque de una nueva generación que viene dando frutos. Hay una nueva generación –te estoy hablando de teatro, porque es lo que más conozco – de gente joven actuando, dirigiendo, escribiendo: Enrique Valencia, César Pineda, Víctor Candray, están dirigiendo y están haciendo propuestas muy buenas. Jorgelina está escribiendo teatro. Hay una necesidad grande, y eso es lo que más me entusiasma, de siempre incluir otras ramas: trabajar con gente de danza, audiovisuales, músicos interesados en llegar al ensayo y crear a partir de este una propuesta y que entonces nos dé vuelta a todo el ensayo. Sin desvalorizar, claro, a las generaciones previas, somos producto de lo que hubo antes; pero que la nueva generación tome tanta fuerza asegura de que las cosas van caminando y creciendo.

Decís que no te conformás ¿qué esperás de aquí a unos años?

El bache más grande que tanto otras personas como yo vemos es que no hay dónde formarse. Si querés hacer teatro tenés que agarrarte con uñas y dientes de cualquier oportunidad que tengás y chupar, como orquídea en el árbol, todo lo que podás de un maestro que venga, de otro compañero, de libros, de lo que podás ver en un espectáculo que viene, de entregarte al máximo a un proceso de creación y de investigación con otros colegas, y de salir un poco de cierta mediocridad que nosotros mismos nos vamos tirando encima por falta de disciplina o iniciativas propias. Eso esperaría, muchos más procesos formativos.

Muchos de los mejores artistas terminan como funcionarios de gobierno ¿Te ves como funcionaria?

No (Ríe). Ahorita no sé qué voy a hacer cuando tenga 50 años. A mí el trabajo administrativo no es algo que me estorbe, es una parte sumamente importante, pero no. Mientras tenga cómo, mi intención es seguir actuando.

Tampoco lo descartás…

No, pero tampoco es prioridad. Es lo mismo, ahorita no me pueden dar ningún cargo, no tengo una licenciatura en teatro ni en otra cosa; no pueden (dice entre risas). Uno siempre se alegra cuando alguien que ha estado dentro de la olla del teatro, de la danza, de lo que sea, que sabe lo que significa revolcarse haciendo vueltas de gato en una calle con piedras, presentándose en un pueblo no sé dónde y que esa persona sea luego por quien pasen las decisiones, uno siempre se alegra de que eso pase. Porque, claro, esa persona va a crear empatía con vos y va a tener mayor alcance de entendimiento.

¿Qué es lo que más amás del teatro ahora que ya lo tomaste como algo de lo que querés hacer tu vida?

Yo no sé si es lo que más amo, pero no hay como los nervios de los minutos previos a salir a escena; eso me gusta, me siento viva cada vez. El día que deje de sentirme nerviosas esos tres segundos antes de salir a escena me voy a empezar a replantear las cosas.

¿Algún tipo de placer culposo?

Los gajes del oficio: el aplauso es riquísimo. El aplauso del público es un regalo. Mucha gente puede verlo como banalidad o ego, pero tu trabajo termina con el público; ese regalo es rico, aunque lo veás como algo superficial y banal de querer ser visto y aplaudido. Pero algo en particular, como placer culposo (se queda pensativa)… Nada me da culpa (se ríe). Hay muchos placeres, pero no sabría decirte. Digo, me he tirado harina y después agua ¡sos una masa!, pero que se disfruta rico y absurdamente querés que te tiren más harina. Todavía no tengo un placer culposo.

 


 

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