¿Ya hablaba inglés?
Poquito.
Y en Estados Unidos ya…
Fíjate, la verdad es que he tenido bastante suerte.
No llegó con plan de buscar trabajo, ¿o sí?
No, pero llegué con el plan de aguantarla, pero púchica, pasaron 15 días, y después un mes y aquí la cosa se veía peor, no se veía claro. Entonces dije: “Voy a comenzar a ver cómo trabajo porque aquí no me van a dar de comer todo el tiempo”. Y un día, voy viendo en el periódico en Los Ángeles que se llama La Opinión, que es el único periódico hispano, 'se necesitan periodistas en una estación de radio'. ¡Ahí estaba! Así que llego a la estación de radio -Radio 95, se llamaba- y el director era un argentino... Me estoy acordando de una anécdota, es de película. Llego a la radio con todo mi currículo, diplomas y todo, y le interesó al director. “Llená la solicitud”, me dijo. Y siempre está la cajita que dice cuánto desea ganar uno, ¿verdad? Y empiezo a hacer cuentas de lo que ganaba en El Salvador, y me di cuenta de que con todos esos trabajos yo ganaba un sueldazo, el equivalente a unos 2 mil dólares.
¿Cuál era su sueldo antes de irse?
En el ISTA me pagaban mil 600 colones, en la UES trabajaba medio tiempo y me pagaban 800 colones y 400 pesos en la UCA...
Siempre ha pagado mal, ja, ja, ja.
Sí, exacto, tiene fama, ja, ja, ja. Entonces empecé a hacer números y puse yo 2 mil dólares. Pero imagínate, el salario mínimo en Estados Unidos en esa época era 1.25 dólares (la hora), y yo pidiendo 2 mil. El director de la radio se tiró una carcajada y dijo: “Ni yo gano eso, ni por cerca”. Ja, ja, ja. Bueno, llegamos a un acuerdo y comenzamos a ganar 300 a la semana.
¡Le bajó bastante, ja, ja, ja!
No, a la semana. Eran mil 200 al mes. En esa época era un sueldazo en Estados Unidos. Yo decía: “Púchica, puta, en Estados Unidos y ganando menos de lo que ganaba allá en El Salvador”.
Pues sí, es que usted era “preppy” (Mauro insiste en el tema de las clases sociales y solo consigue una carcajada de Jorge).
Ja, ja, ja... Entonces era una radio interesantísima y el dueño era un costarricense que se llamaba Carlos Alvarado. La radio no era de Estados Unidos, era mexicana, cuya planta y transmisores estaban ubicados en Tijuana, estamos hablando a casi 300 kilómetros de Los Ángeles. Entonces, lo que hacíamos era grabar en carrete de una hora la programación, y entonces, había un mensajero que se llevaba las 12 horas de programación. Era una radio de Tijuana, nada más que con un alcance que llegaba hasta Alaska.
Ya estaba empezando a descubrir su voz, me imagino... ¿Y nunca le habían dicho que tenía una voz interesante?
Sí, cómo no, pero además sigue habiendo un pequeño estigma: que ser locutor en El Salvador es tener mala fama, decir locutor era decir “es un vago”, era oficio de vagos. Así que no se veía muy bien y dije “No, ¿de locutor?... Además, pagan muy mal”. Entonces ahí conocí en la radio a un actor mexicano que yo había visto aquí en todas las telenovelas, se llamaba Antonio Raxel. Y me lo presentaron y me dijo: “Mirá, tú tienes una voz interesante. ¿Por qué no llegás al lugar donde trabajo, donde yo hago doblaje? Me han contratado de México para venir a trabajar a Los Ángeles a un estudio de doblaje de películas'. Le dije que iba a llegar. Y, efectivamente, llegué y me quedé con la boca abierta... pero así, con el hocico... (Jorge abre la boca y pone los ojos saltones) Yo empecé a escuchar ahí voces que había escuchado aquí en la televisión: la voz de Baretta –que era una serie de televisión famosísima aquí, que a mí me encantaba-, y entonces la voz del actor estaba ahí, y yo: “Iiiiij, ¡y este es el que hace la voz de Baretta!” Y luego la voz de Erick Estrada, el de Patrulla de Caminos, y yo “¡Iiiiij, aquí está la voz de Poncharelo!” Y eso fue un shock para mí, pero luego la forma y la facilidad con que estos tipos doblaban las películas y los muñequitos y hacían Mazzinger Z y yo me quedé y dije: “Dios mío, este es otro mundo”. Entonces mi amigo me dice: “Si querés, si te gusta, saliendo de la radio venite para acá y a ver si la hacés y te gusta”. Y me gustó y empecé a practicar en mi casa y yo iba en el carro e iba practicando, hasta que llegó un día cuando había una actriz que era muy famosa y de origen cubano que trabajaba ahí y me dio una patada en las nalgas como para meterme más al rollo este del doblaje. Me dijo: “Mirá, yo veo que venís todos los días aquí. ¿Y por qué venís?” Y yo: “No, bueno, me interesa aprender”. Y me dice: “¿De dónde eres?” “De El Salvador”. Y me dijo: “No, ustedes no la hacen, esto no es para ustedes”.
¿Para los salvadoreños? ¿Por qué?
“Sí, porque ustedes no pueden hablar”, me dice.
Ja, ja, ja…
“Se comen todas las eses, pronunjian mal lojalvadoreños… No, esto no es para ustedes”, me dijo. “¿Sabés? Te recomiendo algo. Ahí hay un McDonald´s y mejor ve a pedir trabajo ahí y ahí sí la vas a hacer”. Ella se llamaba Karmina… Karmina… no recuerdo el apellido… ¡gracias a Dios que se me olvidó, ja, ja, ja!
Qué mala onda.
Pero al mismo tiempo qué buena onda.
¿Por qué buena onda?
Digo, porque me acicaló, me dijo eso y yo “Pinche vieja hija de su…”, pero entonces yo dije “Bueno, gracias”. Empecé a mejorar y entonces no les hago el cuento muy largo. Seis meses después yo era director de ese estudio, ESM International. O sea, yo fui el primer director de doblaje que no era mexicano.
Mire, escuchándolo, ya me estoy familiarizando con su voz y empiezo a sentirme como cuando estoy en la casa y miro Los Simpson...
... Ja, ja, ja… ¿veá? “¡Esta noche, en Fox, Los Simpson!” (Lo que acaba de decir es una calca de lo que se oye en el canal Fox, y todos nos quedamos embobados)… Ja, ja, ja... entonces, fíjate, a los seis meses estaba dirigiendo. Me sirvió porque tres meses después de estar trabajando en la radio, la radio fracasó, nos empezaron a pagar con cheques sin fondos y un rollo, y justo en ese momento este...
Sin que lo ofenda, mire, pero hablando de lo que le dijo esa cubana, de verdad que usted tiene un acento que no es tan guanaco… ¿No tienen ustedes problemas de que en México o Argentina los públicos digan “Y este acento qué ondas”?
Hay dos cosas. Ese ha sido uno de los retos. Fue mi primer reto. Yo estudié mucho lingüística dentro de mi carrera. Entonces, siempre la exigencia ha sido hablar un español neutro.
¿Existe eso?
No existe, yo lo pongo entre comillas “neutro”, porque lo que más se acerca al español neutro es precisamente llegar a hablar como yo he llegado a hablar: que cuando me escuchen digan: “Bueno, ¿y este de dónde es? No es argentino, y tampoco es cubano. Suena un poco mexicano, pero tampoco…”
¿Usted ha estudiado mucho eso?
Muchísimo, y he generado hasta un método, y de hecho la aplicación de ese método con este proyecto es lo que ha hecho que este proyecto sea un éxito.
Yo diferencio a un nicaragüense de un guatemalteco, y a un hondureño un poco porque habla como alguien de San Miguel…
Más parecido a alguien de San Miguel, sí…
… ¿Pero cómo habla un salvadoreño promedio, aparte de que habla mal, como le dijo esa cubana?
Hay dos cosas que marcan el acento, entre comillas. Uno es los fonemas que no pronunciás bien. En el caso nuestro, los fonemas, es decir, las letras problemas son las eses, las jotas, las elles, las yes, fundamentalmente. Por ejemplo, lo que hacemos es jotalizar la ese: “jalvadoreño”. La jota no la pronunciamos bien… Eso es uno, y lo otro es la forma de hacer el cantadito: “¿Vas a venir vos mañana?” La entonación de las frases es el otro elemento que marca los acentos. ¿Cuál es el acento más neutro? El que pronuncia bien todos los fonemas, todas las letras. Uno. Y dos, el que menos entona al hablar.
Los colombianos ellos dicen que ellos son los que…
Claro, todo el mundo, los ecuatorianos igual, y los mexicanos peor, ja, ja…
(Mauro, que le había advertido a Jorge sobre las 'malas palabras', no puede soportar la risa cuando escucha “los mexicanos” y estalla en una interjección un poco prosaica). ¡Puta, ja, ja, ja! ¡Pero los colombianos tienen un acento…!
Los de Medellín, los paisa…
(Sergio pierde la brújula y Jorge se lo hace ver) A mí me gusta cómo hablan las colombianas…
¡Bueno, pero eso ya es por otra cosa, ya no es por el acento, no fregués!
Ja, ja, ja… Mire, entiendo que la voz tiene dos cosas importantes: el tono y el timbre.
Sí.
Yo puedo pronunciar súper bien, pero si mi tono de voz no es agradable… hay gente que habla como que está llorando, hay unas voces gangosas…
Ahora, eso es lo interesante del doblaje. El doblaje es parte del cine, entre comillas, porque si me oyen los cineastas me matan. Pero se ha convertido en un elemento extensivo de la producción cinematográfica. Entonces, el doblaje, como el cine, trata de ser un reflejo de la vida real. Si el doblaje quiere ser auténtico, la gente que hace doblaje tiene que tener la voz cotidiana. Yo conozco una de las personas que más me impresionó, fue conocer la voz de Baretta. (Jorge altera su voz para que suene como saliendo de una garganta con carraspera, como imitando a Baretta) Porque la hace un actor que habla así todo el tiempo y así ha hablado toda su vida y es uno de los mejores actores de doblaje. Se llama Roberto Alexander y vive en Los Ángeles todavía. Entonces no es necesario tener una voz bonita.
¿Y él todavía dobla? Dígame un personaje actual que él doble como para ubicarme..
A ver… trabaja en Mujeres Desesperadas, hace la voz de uno de los esposos. Yo hago al esposo de Eva Longoria, a Carlos Solís.
Mire, esto que hacen ustedes es como volver a actuar las películas.
Es reactuarlas. El doblaje, déjenme decirles, tiene sus amigos y sus enemigos. Hay un sector muy fuerte que se opone a que las películas sean dobladas, porque dicen que es una distorsión de la producción original.