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“Pidieron luz verde al presidente Berger para asesinarme”

La historia de El Periódico está llena de atentados, presiones financieras, allanamientos ilegales, secuestros y mucho periodismo. Detrás de todo ello está la figura de su fundador y director, José Rubén Zamora, quien revela cómo al ex gobernante Óscar Berger le pidieron permiso para matarlo. Su retiro, lo sabe, implicará un autoexilio, pero también un reencuentro con su familia.


Martes, 2 de marzo de 2010
Rodrigo Baires Quezada

José Rubén Zamora. Foto Mauro Arias
José Rubén Zamora. Foto Mauro Arias

Pelo abundante y blanco, bigote espeso y ojos pequeños y caídos, como tristes. A simple vista, José Rubén Zamora, el fundador y director de El Periódico, de Guatemala, no da miedo. No lo hacen sus 1.87 metros de estatura, pues aún así parece débil, frágil, endeble. 'Físicamente debo estar golpeado por eso', dice. Pero en Guatemala, más de algún poderoso le tiene temor, mucho temor. Es un miedo a lo que piensa, a lo que dice, a lo que se atreve a publicar.

La semana pasada, Zamora estuvo en El Salvador como ponente en uno de los foros sobre periodismo que organizó El Faro. El periodista guatemalteco compartió mesa con el nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, de Confidencial; el hondureño Manuel Gamero, de El Tiempo, y el salvadoreño Carlos Dada, de El Faro.

Se lo han dicho de frente, los menos, mostrándole una pistola en un bar o restaurante de la capital guatemalteca y sugiriendo que callar es una buena opción; otros han sido menos delicados. Estos últimos son más del estilo de mandar un comando armado a su casa a amenazarlo junto a su familia; de colocar cargas de dinamita fuera de su casa; de rociar de balas o lanzar granada a su vehículo. Pero Zamora sigue hablando y publicando. “Guatemala está secuestrada por el crimen organizado”, dice Zamora y sustenta sus palabras en las investigaciones que se publican en El Periódico desde hace 12 años. Su análisis es sencillo: “La democracia eminentemente electoral que se ha ejercido en Guatemala sufrió una metamorfosis siniestra, perversa, que dio lugar a una cleptodictadura.”

Y a pesar de esa vida tortuosa, en la que conspiran también las crisis financieras del medio, Zamora tiene espacio para el sentido del humor. 'Fui ingeniero financiero y luego un acróbata financiero. Ahora soy teólogo financiero'.

¿Cleptodictadura? Es algo de lo que usted habla recurrentemente.
Sí, desde finales del siglo XIX hasta los años 70s del siglo XX teníamos dictadores que llegaban al poder, tomaban el régimen y se podían quedar 14, 20 ó 22 años. Podías tener dictador para rato. Con la democracia electoral esto se sofisticó. Ahora elegimos a un cleptodictador, un dictador ladrón que gobierna el país con el poder absoluto, subordinando al poder judicial y al legislativo, que nace y muere cada cuatro años.

¿Habla de un Estado fallido donde no hay institucionalidad, donde no funciona un sistema de pesos y contrapesos de una democracia?
No, eso no existe. El gobierno no tiene controles y balances institucionales, no existe una contraloría de cuentas autónoma. Y este cleptodictador cogobierna, desde 1986, con el crimen organizado, que es como una junta directiva de ex oficiales del ejército que ganaron la guerra y decidieron cobrar un botín de guerra por la vía delincuencial. Ahí hay narcotráfico, trata de personas, robo de vehículos, explotación de recursos madereros. Es más allá que un estado fallido.

¿Cada presidente guatemalteco, incluso el que está ahora, está condenado a seguir los pasos de sus antecesores?
Esa es la evidencia disponible. Ese es el proceso que hemos visto desde antes de 1985 y siguió un año después, ya con un presidente civil electo, que cogobernó con este grupo, que venía trabajando desde 1982 tras la victoria militar ante la guerrilla. El extremo fue en el período de Alfonso Portillo (2000-2004), cuando esta mafia llegó directamente a administrar el país. Lo único bueno de ese momento fue que dieron la cara.

¿Dice que Guatemala es gobernada por el crimen organizado?
Sí. La gente que está a cargo del crimen organizado, que nos gobierna desde 1986, es la más sofisticada del país. Si se hubieran dedicado al bien, Guatemala tendría otro rostro. Sin embargo, se dedicaron al mal y por eso el país se ha podrido, por eso le llaman un Estado fallido.

Todo lo que me dice suena a una gran teoría de la conspiración.
Antes de Portillo cuestioné públicamente a esta gente. La sociedad, nuestros lectores, pensaban que yo era un paranoico y un loco. Con la llegada de Portillo, se dieron cuenta de que no, que eran hombres de carne y hueso que tenían y tienen una bota encima de Guatemala.

Para entonces, Zamora tenía 10 años de estar escribiendo. Empezó en Siglo Veintiuno (1990), periódico del cual era cofundador. “Se abrieron las páginas a columnas de gente de centro derecha, de la social democracia e intelectuales de la guerrilla… La primera vez que pensé que me iban a matar fue por esas columnas”, recuerda. Y lo intentaron con dinamita y granadas. El mensaje era claro: callar o atenerse a las consecuencias.

Callar no es una opción. La frase no la dice el periodista. Pero sus acciones parecen guiarse ciegamente por ella. En 1993, tras el autogolpe del presidente Jorge Serrano Elías, tomó la decisión de que un ejemplar censurado de Siglo Veintiuno no saldría a las calles. El periódico circuló bajo el nombre de Siglo XIV, la era del oscurantismo. En el lugar donde tenían que ir notas y fotografías prohibidas por los censores gubernamentales, Zamora ordenó colocar recuadros negros. Las columnas, esas por las que llegó a temer por su vida, salían totalmente en blanco, sin una palabra.

La escuela de periodismo de la Universidad de Columbia le reconoció el aporte, otorgándole el premio María Moors Cabot en 1995. “Su periódico, Siglo Veintiuno… es el único entre todos los periódicos aterrorizados a lo largo de Guatemala que a diario pone a prueba los límites de la libertad de prensa con información objetiva del gobierno, editoriales bien razonados y un amplio espectro de puntos de vista en sus páginas de opinión”, razonó el jurado que le concedió el galardón.

Los premios y reconocimientos internacionales no conjuraron los peligros. En varias ocasiones, las instalaciones del periódico, su casa y las de sus socios, sufrieron ataques con dinamita. Uno de ellos dejó un boquete en la pared del cuarto del hijo de un socio de Zamora; en otro, tres granadas volaron hacia su camioneta. Solo una de ellas estalló; él salió ileso de milagro y siguió en lo suyo.

¿No eran suficientes tantos atentados para callar, para dejar de publicar, para dejar el periodismo?
Lamentablemente seguí con mis publicaciones y expuse a mis socios. Al final me aguantaron seis años y me dijeron: “Tenés que irte. No nos creen que no te podemos tener subordinado”. Me fui y fundé El Periódico (1996).

¿Y Nuestro Diario (1998)?
Ese fue después, fue el tercero, pero lo vendí para poder mantener El Periódico, que es el que me parece más importante porque está orientado a las élites políticas, académicas, económicas y sindicales de Guatemala, que es la gente que puede cambiar el destino de mi país.

En 2007, tras el asesinato de los diputados salvadoreños, los periodistas guatemaltecos dieron un consejo a los colegas salvadoreños que llegaron a cubrir el hecho: “Tengan mucho cuidado. Desconfíen de la policía y del ejército”. ¿Cómo se puede hacer periodismo así?
Así es, lastimosamente eso es parte de nuestra realidad. Para hacer periodismo, tenés que saltar al vacío. En El Periódico, lo que nos cae, lo publicamos. Esos son los saltos al vacío.

Algunos colegas guatemaltecos me dijeron ese año: “Ustedes vienen, cubren, publican y se van. Nosotros nos quedamos y no estamos seguros de nada ni de nadie”. ¿Cómo se deja de lado esta realidad para hacer periodismo en serio?
En El Periódico, en términos generales, los trabajos muy pesados o muy gruesos, como decimos en Guatemala, los firma el equipo de investigación de manera colectiva o los escribo yo, los firmo yo. Esa es una forma.

Pero igual, representa un riesgo.
Sí, pero al final hay resultados. Por publicaciones sobre esas cosas fue que cayó el ministro de Gobernación y nos responsabilizó a nosotros. Saqué una nota que se llamaba: “Terrorismo de Estado, herencia o ¿destino?”, donde explicaba un poquito que el cuello de botella de Guatemala es la falta de subordinación del estado de derecho y, al final, pedí su cabeza… Y lo quitaron. El Periódico publicó todo y todavía estamos pagando algunas consecuencias y presiones derivadas de esas publicaciones.

¿De qué tipo?
Bueno, esto es primera vez que lo digo públicamente: tuve una visita de un secretario del presidente Óscar Berger (2004-2008), quien llegó a suplicarme que no saliera los siguientes dos días de la casa. “Anoche, cierta gente que maneja la esfera de seguridad, le fueron a decir al presidente, en su casa, que eres enemigo del Estado y que querían actuar en consecuencia”, me dijo. ¡Fueron a pedir luz verde al presidente Berger para asesinarme! El presidente les dijo que no. Aún así se sentía intranquilo y me pidió que no saliera de mi casa.

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