Opinión / Desigualdad

Que los otros hombres se enteren


Lunes, 9 de mayo de 2016
Carolina Bodewig

Quise encontrar una experiencia que pudiera dar cuenta de lo que quiero decir, de lo que quiero lograr con este texto. Después de un rato pensando, había repasado tantos momentos, experiencias, personas, rostros, palabras o expresiones que aplicarían perfectamente para contarlas, describirlas y denunciarlas con enojo y vergüenza que me espanté. ¿Cómo es posible que para hablar de acoso, de violencia contra mí por ser mujer, tuviera que seleccionar una entre un repertorio de historias? ¿Y cómo es posible que algunas de esas historias me hicieran sentir apenada?

Me gusta pensar que soy de las que reaccionan, de las que se defienden si algún tipo me dice groserías en la calle, me mira de forma incómoda o trata de tocarme en el bus o en el metro. Pero quizás en esos momentos, aunque no les quita gravedad e indignación, es mucho más sencillo reaccionar porque son completos desconocidos. Resulta más fácil reaccionar con enojo, apartarme y decirles que son unos sinvergüenzas abusivos,que nadie, absolutamente nadie, debería comportarse así con vos. Sin embargo, en este caso no reaccione así.

También tuve siempre la idea de que las personas cercanas a vos, en las que confías, las personas que se han mostrado preocupadas por vos en determinados momentos, serían las primeras en saltar en tu defensa si alguien dijera algo en contra tuyo, si algo te pasara, y sobre todo si les contaras, como me sucedió a mí, que un hombre, al estar contigo a solas, se te acercó, te susurró cosas al oído, te abrazó por atrás, te trató de tocar y besar a pesar de las negativas. Es lo mínimo que una niña de trece años, los que yo tenía, podría esperar.

Pero en este caso tampoco mi gente cercana reaccionó así.

Una de las preguntas que me hizo la primera persona a la que le conté lo que había pasado fue “¿Por qué estabas sola con él?”. No me preguntó si estaba bien, si me había hecho algo, si estaba asustada. Me preguntó por qué estaba a solas con él.

En ese momento no cuestioné su actitud conmigo, no me enojé por las preguntas ni por los señalamientos que me estaba haciendo. Solo sentí vergüenza y culpa. No volví a mencionar el incidente, a pesar de que al protagonista de esta historia lo veía casi todas las semanas, mientras sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.

Sé que algunos casos son más graves, otros menos. Algunos casos implican más para la vida de la mujer acosada, otros menos. Unos significan más miedo, otros más rabia y otros dolor, pero al final todos son acoso. Son acoso porque invaden tu intimidad, invaden tu espacio personal, irrespetan tu capacidad para decir que no, violan tu seguridad y libertad para estar sola en la calle, en un restaurante, sola con ellos en una casa, vistiendo un pantalón ajustado o un vestido corto si así lo querés, afectan tu capacidad para diferenciar si algo de lo que hiciste tuvo que ver con el acoso o no.

La experiencia de acoso que muchísimas mujeres hemos sufrido se repite tanto, es tan cotidiana y asumida como algo natural, que hemos tenido que aprender a vivirlo, asumirlo y, por lo tanto, hemos tenido que aprender a cuidarnos y defendernos. Pero es justo eso lo que me parece grave: que nos hagan pensar que somos nosotras las que tenemos que lidiar con ello, que somos nosotras las que tenemos que aceptarlo y bajar la cabeza, que somos nosotras las que tenemos que dejar de hacer escándalo e ignorarlo para que no nos vaya mal.

El artículo escrito por Laura Aguirre en El Faro hace un par de días, sobre la violencia contra las mujeres y sobre cómo hemos tenido que “idear estrategias” para no ser acosadas o defendernos contra la violencia, ha abierto una oportunidad, ha generado el impulso para comenzar a contar estas historias y experiencias, no con afán de hacernos ver como víctimas al contarlas, sino para decir que el acoso no es normal, no es motivo de risa, no es inofensivo y que no estamos siendo unas exageradas sin sentido del humor o unas feminazis al señalar, discutir y denunciar el acoso y otras formas de violencia. El impulso que tenemos que extender con nuestras historias es para visibilizar, denunciar y romper comportamientos de acoso, para romper el silencio, para dejar de agachar la cabeza por un acoso explícito o una broma de un desconocido o de un amigo, y para dejar de idear estrategias para sentirnos seguras cada vez que salimos a la calle.

Que con el impulso de estas historias otras mujeres se animen a contar, a señalar, a denunciar las suyas. Que con el impulso de estas historias se enteren otros hombres, nuestros papás, hermanos, primos, amigos, y que señalen, denuncien y también rompan con la aceptación de que el acoso es normal e inofensivo.

 

*Carolina Bodewig es licenciada en comunicaciones por la UCA y estudia una mestría en Educación en la Universidad Iberoamericana de México. Investiga desde hace años la formación y el rol de los docentes en el proceso educativo. 

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