El Salvador / Impunidad

El Espíritu Santo contra el sargento

Un grupo de campesinos, habitantes de la isla El Espíritu Santo, han demandado a un sargento de la Marina Nacional ante la Fiscalía General de la República. Lo acusan de haber mentido bajo juramento. Lo dicho por este sargento fue determinante para que un juez dictara una condena de diez años contra un menor de edad, en la que fue la primera condena contra un habitante de la isla en el marco del régimen de excepción.

Carlos Barrera
Carlos Barrera

Lunes, 27 de noviembre de 2023
Carlos Martínez

“Ha quedado –dijo el juez– plenamente establecida la participación delincuencial del justiciable, puesto que de la misma se extraen elementos que incriminan con certeza positiva que el adolescente en mención es parte de la agrupación ilícita criminal pandilla 18 Sureños con función de colaborador”, y de haber tenido martillo ese hubiera sido el momento propicio para sellar su decisión con un martillazo solemne sobre la mesa de aquel tribunal de Usulután, antes de anunciar que Samuel deberá pasar los siguientes diez años de su vida en una cárcel.

Quién sabe cómo se figuran esas dos palabras -diez años- en la cabeza de un muchacho: ¿Hasta dónde le alcanzó la vista para asomarse a un tiempo que es superior a la mitad de su vida? ¿Qué recuento de errores habrá hecho, si es que le alcanzó el pensamiento para hacer un recuento de algo? ¿Cómo habrán sonado, con qué voz, las palabras del sargento que lo hundió en aquel juicio?

El lunes 4 de julio de 2022 por la mañana, el sargento Montesinos salió a patrullar, junto con su unidad de infantes de Marina, la “zona urbana” de la isla El Espíritu Santo, o sea la parte de la isla donde hay casas, detectando la presencia de siete individuos que se aprestaban a dejar víveres a unos pandilleros que se habían escondido en el manglar circundante –o que estaban “enmanglarados”, según el atestado judicial–. Al notar a los militares, aquellos hombres intentaron darse a la fuga, pero el sargento Montesinos dirigió una maniobra envolvente para evitar que escaparan. Una vez acorralados, el sargento reconoció entre los sujetos al único de ellos que era menor de edad a quien, en días anteriores, había visto con sus propios ojos abasteciendo un campamento de malvivientes, igual de enmanglarados, por lo que procedió a su detención. Junto con el menor, identificó además que cinco de los sujetos que lo acompañaban eran también colaboradores de la pandilla, así que también los detuvo y posteriormente los remitió al puesto policial de Puerto El Triunfo a eso de las 9 de la mañana.

O, al menos, eso es lo que el sargento Montesinos dijo al juez, según quedó escrito en el documento en el que consta la sentencia.

Tres semanas después de aquel juicio, el día 16 de noviembre, un grupo de campesinos familiares de los detenidos, mayoritariamente mujeres, se presentó ante la sede de la Fiscalía del departamento de Usulután para acusar al sargento Montesinos de mentir bajo juramento y para dejar en acta que están dispuestos a probarlo en una corte.

En la acera frente a la sede fiscal, escuchaban atentos las indicaciones del abogado que les acompañaba: “Entonces de lo que vamos a declarar es sobre el lugar, día y hora en que ocurrió la captura. El delito es falso testimonio, pero si no se recuerdan de eso a la hora de declarar ustedes pueden explicar: no sé qué delito es, pero yo sé que no es correcto mentir sobre el día, hora y lugar en que se captura a una persona porque en el juzgado ellos están bajo juramento”. Y entonces uno por uno entraron a la Fiscalía a declarar que las cosas ocurrieron de la siguiente manera:

Alexis

Era domingo 3 de julio y Alexis había regresado con su cena de pupusas. Vivía en una casa de un solo espacio, que compartía con su madre y su padre. Intentó irse sin papeles a los Estados Unidos y, para costear el viaje, sus padres hipotecaron su vivienda, pero fracasó en el intento y ellos perdieron el inmueble empeñado, así que se mudaron al espacio de él: la casa, hecha de bloques de ladrillo, tenía la puerta cerrada y las dos ventanas abiertas para invitar a la brisa a pasarse por ahí. Afuera, en un patio cercado con alambre, había una chanchera con una marrana que había parido hacía algunas semanas. Los tres se habían acomodado frente al televisor que daba el resumen de noticias semanal por el Canal 6, donde además prometían transmitir, luego del noticiero, la película “Día de la Independencia”. Pasaban apenas las 7 de la noche.

Las 7 de la noche en la isla es ya noche cerrada, noche oscura. En tierra, la luz sólo es hija de los bombillos de las casas, de algunas tiendas y de las dos o tres pupuserías que abren hasta tarde. En el cielo se desparrama un espectáculo de estrellas y en el mar navegan algunos cayucos de pescadores que van bordeando los manglares alumbrando las raíces con sus lámparas y, si acaso, la luz en la lancha de los infantes de marina.

“Abran la puerta”, se oyó una voz, y Marisol, madre de Alexis, asomó por la ventana. Eran los navales. Habían abierto el cerco de alambre y se asomaban por las ventanas de la casa.

“Les abrimos la puerta. Pasen delante, le dije yo, ¿a qué se debe esta visita? ¿Cuántos viven aquí?, preguntaron. Tres: yo, mi esposo y mi hijo, les dije, y se le quedaron viendo a mi hijo. Uno le dijo: sacate el DUI y él se lo entregó.  Andaban una lista y ya vieron que no andaba el nombre de él”.

En este punto, Marisol y su esposo recuerdan un detalle: la lista era una hoja de cuaderno común y corriente, donde venían escritos varios nombres.

“Entonces enrolló la lista y se fueron”. Los soldados caminaron hasta el cerco y discutieron entre ellos. Dos se regresaron y ordenaron a Alexis que se levantara la camisa. Ahí descubrieron que llevaba tatuados los nombres de sus padres en medio de unas rosas y volvieron a pedirle su documento de identidad. “Deles el DUI, hijo, el que nada debe nada teme”, recomendó Marisol. Salieron con el documento donde el jefe, que esperaba fuera del cerco. Los dos señores vieron cómo anotaba el nombre de su hijo en la lista y dos soldados volvieron nuevamente para decirle: “Nos vas a acompañar”.

“¿Y a qué se debe esto que me llevan a mi hijo? Y uno me contestó: no, madre, solo le vamos a ir a hacer unas preguntas, ya va a venir de vuelta. ¿De verdad?, le pregunté yo. Sí, me dijo, no se preocupe. Y ya tiene 16 meses de estar preso”.

Desde que se lo llevaron, Alexis ha cumplido años dos veces, porque dos septiembres han pasado desde entonces. Tenía 29 años aquel 3 de julio y ahora, en la cárcel de Mariona, hay un hombre de 31 que no ha vuelto a tener ninguna comunicación con sus padres desde aquel día.

Desde luego, Marisol y su marido no se dieron por satisfechos con las promesas del soldado, así que pasados unos minutos se cambiaron y salieron a buscar respuestas al puesto militar.

“De camino, vimos cuando se metieron a la casa de la hermana Virginia”, recuerda Marisol.

La Comunidad El Jobal es parte de la isla Espíritu Santo de la Bahía de Jiquilisco, Usulután. Allí funciona una cooperativa de producción de derivados del coco. Según los líderes comunitarios, allí viven aproximadamente 1,400 personas. Foto de El Faro: Carlos Barrera
La Comunidad El Jobal es parte de la isla Espíritu Santo de la Bahía de Jiquilisco, Usulután. Allí funciona una cooperativa de producción de derivados del coco. Según los líderes comunitarios, allí viven aproximadamente 1,400 personas. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Samuel

Un mes antes de su detención, Samuel tuvo un problema con uno de los infantes de Marina que patrullaban su isla, por una discrepancia sobre cómo un hombre debe llevar cortado el cabello. O, dicho de otra forma, el soldado consideró que el muchacho llevaba un corte de pelo que no era propio de la gente honesta, así que lo obligó a ponerse de rodillas frente a la escuela de la isla.

El lugar donde el marino eligió aleccionar al joven fue también parte de la humillación: no es posible internarse en El Espíritu Santo sin pasar por ahí. Ocurrió además al pie de un enorme ceibo, tan majestuoso que atrae la señal de internet que es como un mosquito esquivo en aquella isla. Casi siempre hay alguien sentado entre las raíces de aquel árbol revisando su teléfono, de modo que aquel día, el castigo ocurrió a la vista de quien quiso ver.

Tomándolo del pelo con una mano, el soldado sacó su cuchillo militar –un yatagán– y, más que cortárselo, se lo amputó, para que aprendiera las costumbres de los hombres de bien. Así llegó aquel día Samuel a su casa, a buscar el refugio de su madre, con el pelo arrancado a cuchillazos y la humillación fresca en la piel. “Vino a la casa todo chempepiado del pelo”, recuerda Virgina, su madre.

La de Samuel es una casa hecha de hojas de palma de coco: a las palmas maduras les quitan las hojas y dejan la vena maderosa secar, para usarlas en la construcción. A Virginia se le conoce como La Conservera, porque vive de rayar la carne del coco para hacer conserva dulce que vende como golosina. También parte almendras con un martillo para extraerles la semilla y venderlas luego. Ella es profundamente religiosa y por eso las demás mujeres se refieren a ella como “la hermana Virginia”.

Samuel tenía 17 años, el único menor en el grupo. Terminó el noveno grado en la escuela de la isla, pero al comenzar a estudiar el bachillerato en el instituto de Puerto El Triunfo fue amenazado por los pandilleros que controlaban el sector, así que dejó de estudiar. Hacía poco tiempo que su madre había consentido que comenzara a trabajar en el único hostal para turistas que hay en la isla, como ayudante de cocina. Ese domingo, 3 de julio, el jefe del hostal despachó al personal temprano, a eso de las 5 de la tarde, por falta de clientes. El jefe confirma esta versión y recordó que le ordenó ir a dejar unas cosas en una mototaxi en la que el muchacho olvidó unos zapatos. Terminada la tarea, Samuel pasó comprando pupusas y llegó a casa.

Cerca de las 7:30 de la noche, los militares se presentaron a su vivienda y ordenaron, sin mayores preámbulos, que salieran todos los hombres. Obedientes, Samuel, su padre, su hermano y un cuñado que estaba de visita se formaron delante de los navales, que fueron revisando uno a uno los documentos de identidad, hasta que llegaron a Samuel, que no tenía, por ser menor de edad. Le exigieron el carnet de minoridad, que Virginia corrió a buscar para entregárselo a los soldados. Luego le pidieron que les entregara el teléfono y el muchacho fue por él. “Nos vas a acompañar”, le dijeron y lo sacaron de su casa vistiendo sólo una calzoneta, hasta que su hermana pidió permiso para ponerle una camisa. Después, los soldados se lo llevaron por los callejones de tierra.

Afuera de la casa, Virginia vio que los soldados conversaban con Kender y sospechó que él había entregado a su hijo.

Víctor

Kender no se llama Kender, o sí, dependiendo en qué país se encuentre. Nació en Guatemala y fue asentado bajo ese nombre, pero cuando su madre quiso inscribirlo en El Salvador, el registrador le dijo que ese nombre no era permitido, así que en el país de su madre, él se llama Kerin.

Los soldados se presentaron a su casa pasadas apenas las 7 de la noche del domingo 3 de julio. Llevaban el nombre de su hermano Víctor anotado en un papel de cuaderno, pero él no estaba. Luego de revisar los documentos de todos los hombres de la casa, le ordenaron a Kerin que los acompañara a buscar a su hermano. Kerin se resistió hasta donde pudo, pero los militares lo obligaron a salir. Apenas habían puesto un pie en la calle, Kerin vio que otros soldados llevaban a su vecino Samuel y, entendiendo de qué iba la cosa, explicó a los infantes de Marina que él no sabía dónde se encontraba su hermano.

“Vos caminá, hijuelagranputa, si no hallamos a tu hermano a vos te vamos a llevar”, recuerda Kerin. Nunca más volvieron a llamarlo por su nombre. Cada vez que se referían a él era solo como hijuelagranputa.

Así que Kerin obedeció. Lo primero que se le ocurrió es que su hermano estaría en compañía de su amigo Jimy, al que todos conocen como El Tierno, tomando las últimas cervezas del domingo en la tienda de don Chepe Ramírez, así que fueron para allá, pero Víctor no estaba ahí. Siguieron el recorrido hasta la casa de El Tierno, que se espantó al ver llegar a los soldados, pero Víctor tampoco estaba ahí. Saliendo de la casa de El Tierno, un cabo de baja estatura le estampó un golpe a Kerin en el pecho, con la mano abierta, una técnica muy socorrida por los militares, a la que llaman “pechada”, y lo volvió a amenazar, creyendo que Kerin los estaba mareando para no entregar a su hermano. “Si tu hermano no está en la casa cuando lleguemos a vos te voy a llevar… hijuelagranputa”. Pero Víctor sí estaba en su casa.

“Eso que ustedes andan no es una orden de captura, porque eso no tiene el sello de un juez o de un fiscal”, probó el padrastro de los hermanos, que también había sido militar. Pero no importó, los soldados se llevaron a Víctor frente a la mirada impotente de su madre, sus dos hermanos, su padrastro, su tío y su sobrino.

Al día de hoy, su madre no sabe con certeza en qué penal está recluido su hijo, porque las autoridades le aseguran que guarda prisión en la cárcel de Izalco, pero en los listados que se exhiben afuera del recinto aparece alguien con los mismos dos nombres, con el mismo primer apellido, pero con un segundo apellido que no reconoce. Por las dudas, ella le ingresa paquetes de comida, de ropa y de higiene a ese hombre, pero en su cabeza viven unas dudas nerviosas: ¿Estaré alimentando al hijo de otra mujer? Y si ese hombre no es el hijo mío, entonces ¿dónde está?

Cristian

Carolina ayudaba a su sobrina a hacer pupusas pasadas las 7 de la noche cuando vio pasar a Alexis escoltado por cuatro soldados y tuvo un mal presentimiento. Su marido estaba sólo en casa, dándose un baño luego de una jornada de trabajo. Abandonó el puesto de pupusas cerca de las 7:30 de la noche. De camino a casa escuchó llorar a Virginia, y se detuvo a averiguar qué pasaba: “Se llevaron a Samuel”, dijo Virginia entre lágrimas. Luego de una breve plática, Carolina apuró el paso vigilando el camino para no toparse con los militares.

Al llegar, vio que los navales tocaban la puerta de una vecina. Iban a dar las 8 de la noche.

“Mi esposo estaba que ya a comer iba y yo le hablé: abrí le dije, abrí que donde Antonina están los soldados. Estás loca, me dijo. ¡Abrí!, le dije. Él abrió. Yo me metí y enllavamos el portón de afuera. Ya estando adentro me dice él: ¿Querés comer?, pero de los nervios hasta el hambre se me había quitado, y él pacientemente estaba comiendo. Controlate me dijo él, el que no la debe no la teme, me dijo. Yo le dije, ay, Cristian, mejor sacá el DUI por cualquier cosa, y apagué la luz de afuera y nos quedamos con la luz de adentro prendida. Cuando al ratito miramos los lamparazos. Callate, le dije a Cristian. Al ratito, sin hacer ruido estaban tocando la puerta ahí adentro. Se habían saltado el cerco. Esperate, no abras, me dijo él, que toquen tres veces. Tocaron y él abrió la puerta. Estaban dos soldados ya adentro. ¿Cómo te llamás?, le dijo uno. Y él le dio el nombre. Necesito que me acompañes, le dijo. Y se lo llevaron”.  

Carolina corrió a la casa de su cuñado, pero él le respondió “¿Y qué querés que haga? Si voy, me agarran a mí también”. Así que ella se fue al puesto de soldados donde ya estaban detenidos su marido, Alexis, Samuel y Víctor. Entonces vio llegar a Calín por su propio pie, solo, a presentarse ante los militares.

Calín

Calín había terminado de pescar aquel día y al llegar a su casa escuchó los rumores de que los navales habían capturado a Alexis y la cosa no le cuadraba. ¿Por qué se habrán llevado al muchacho? Con esa duda salió de su casa, se atravesó la calle a eso de las 7:10 de la noche y compró cigarros en la tienda que está casi frente a su casa. Apenas se entretuvo intercambiando algunas palabras con los tenderos y volvió con el tabaco. Al regresar, su mujer le tenía una noticia: “Ahí vino a preguntar un soldado por usted”.

“Bueno, le dije a ella, dame de comer, porque si vienen y me llevan no me voy a ir a aguantar hambre. Y comí”.

Pero a Calín le quedó aquel runrún en la cabeza, esperando que llegaran en cualquier momento por él. Pero no llegaban.

“No, le dije a ella, yo voy a ir a ver por qué es que me andan buscando. Y salí”. Calín caminó por las calles oscuras, solo, hasta llegar al puesto militar, donde ya se reunían algunas personas buscando respuesta por el arresto de sus familiares.

“Cuando yo llegué, le pregunté a un soldado quién era el encargado de ellos. Y salió un cabito bajito, moreno, y cuando llegó el muchacho me preguntó: ¿Y vos quién sos? Y yo le respondí ¿Y no que me fueron a buscar, pues? Y se me quedó viendo de las patas a la cabeza. Pero ya que viniste, entrá, me dijo”.

Calín guardó prisión ocho meses. Es el único de aquella tanda de capturas que volvió a ver la libertad. Lo soltaron dándole las mismas explicaciones que cuando lo arrestaron: ninguna. Asegura que vio gente morir a punta de torturas. Salió con el cuerpo lleno de escabiosis, también llamada sarna humana y con una desnutrición severa, “los huesos no se me caían solo por el pellejo”, resume. Pero aquel domingo 3 de julio Calín no tenía idea de lo que tenía para él el futuro y tuvo humor para reírse de Armando cuando lo vio llegar casi desnudo al puesto policial.

Las madres y esposas de los 22 detenidos de la comunidad El Jobal se organizaron en 2022 para manifestar su rechazo ante las detenciones arbitrarias. Admiten su deseo por asistir a las protestas que se han realizado en San Salvador en contra del régimen de excepción. Foto de El Faro: Carlos Barrera.
Las madres y esposas de los 22 detenidos de la comunidad El Jobal se organizaron en 2022 para manifestar su rechazo ante las detenciones arbitrarias. Admiten su deseo por asistir a las protestas que se han realizado en San Salvador en contra del régimen de excepción. Foto de El Faro: Carlos Barrera.

Armando

Faltaban pocos minutos para las 10 de la noche cuando los soldados llegaron a casa de Ana. Noche profunda, todos dormidos. Un soldado bajito le ordenó a su hija que se quitara la ropa y la observaron minuciosamente en busca de tatuajes. Luego se dirigieron a su hijo, Armando, que se sacudía todavía el sueño y la sorpresa y sin mayores protocolos le dejaron caer la consabida sentencia: “Vos nos vas a acompañar”.  Como única objeción preguntó si lo dejaban ponerse una camisa. Le respondieron que no.

Al llegar a la delegación, Calín lo recibió con una chanza: “Bueno, ¿y a vos por qué te traen así?”. Armando consiguió reírse: “Pelado estaba viejo, solo con esta calzoneta estaba”.

Durante toda la noche, los soldados les dijeron que los buscarían en “el sistema”, pero que justo en ese momento “no había sistema”. Así pasó la noche hasta que amaneció. Al día siguiente, lunes 4 de julio, los militares los subieron a los seis a una lancha y los fueron a entregar a la delegación policial de Puerto El Triunfo. Sus familiares les llevaron comida y, salvo a Calín, esa fue la última vez que los vieron.

* * *

Ángel César Montesinos Flores es sargento de la Marina nacional y tiene seis años destacado en Puerto El Triunfo. Es responsable del patrullaje marítimo y terrestre de toda la zona, incluyendo sus islas y penínsulas. En la isla El Espíritu Santo, existe un puesto militar conformado por ocho elementos de tropa, de cuyas acciones él se hace responsable.

El día 25 de octubre de 2023, el sargento Montesinos se presentó ante el juzgado de menores de Usulután como testigo de la Fiscalía, para incriminar a Samuel con el delito de agrupaciones ilícitas. Según el razonamiento del juez, fue el testimonio de este militar el que inclinó la balanza contra Samuel.

El Sargento Ángel Montesinos dirige las  unidades de infantes de marina que patrullan las islas y penínsulas de Puerto El Triunfo. Los habitantes de la isla Espíritu Santo lo acusan de haber mentido bajo juramento.
El Sargento Ángel Montesinos dirige las  unidades de infantes de marina que patrullan las islas y penínsulas de Puerto El Triunfo. Los habitantes de la isla Espíritu Santo lo acusan de haber mentido bajo juramento.

El sargento Montesinos aseguró que las seis capturas de aquella jornada fueron hechas durante la mañana del lunes 4 de julio de 2022, y no por la noche del día anterior, como asegura Calín y los familiares de los detenidos. En su versión, ninguna de las personas fue sacada de sus casas por la noche, sino que fueron capturados en una cancha de baloncesto, que está ubicada a cuadra y media de distancia del puesto militar, por la mañana. Ninguno de los capturados estaban cenando, viendo noticias o durmiendo, sino reunidos con propósitos criminales e intentando darse a la fuga al notar la presencia de los soldados.

“Cuando vimos a las personas en la cancha, llegamos donde estaban y ellos hicieron como si se querían ir… No sé sus nombres y no sé donde viven. Ya las había visto a esas personas en actos de apoyo a las pandillas. Cuando vimos que querían escapar apresuramos el paso y los rodeamos. Ellos les iban a dejar la comida a los pandilleros”, dijo, aunque no presentó ante el juzgador ni la comida ni fotos de la misma, ni ofreció ningún detalle sobre las provisiones que ellos irían a dejar a los pandilleros. Sin embargo, la acusación dice que fueron capturados “en flagrancia”, es decir, en el momento mismo de cometer un delito.

Dijo que tenía meses dándole seguimiento a Samuel, puesto que un día –no recuerda cuál– de un mes –que tampoco recuerda– lo vio con sus propios ojos abasteciendo un campamento de pandilleros: “Una vez, el menor llegó en una lancha. Nosotros estábamos escondidos en los manglares… cuando entró, llevaba pichingas de agua y otras cosas en bolsas, al parecer comida, y al salir no llevaba nada”, dijo el sargento al juez. Nadie preguntó –o al menos el acta judicial no registra que haya ocurrido– ¿Por qué no lo capturó en ese momento? O si, aparte de su dicho, tenía alguna prueba de aquel evento, como fotos o videos, o si había dejado constancia de lo que vio en un acta o en algún otro tipo de documento. Lo único que logró precisar es que eso ocurrió con el régimen de excepción ya vigente, o sea, entre el 27 de marzo de 2022, día en que entró en vigencia el régimen, y el 4 de julio de ese mismo año, día en que asegura haber capturado a Samuel.

Dijo además que al momento de la captura, Samuel llevaba un teléfono móvil en el bolsillo de su calzoneta y que luego de revisar el aparato volvió a dejarlo en el mismo lugar donde lo encontró. Remata su relato diciendo que, tras detener a las personas, las entregaron en el puesto policial de Puerto El Triunfo y agrega un detalle: “Los detuvimos, hicimos un acta, y los entregamos a la Policía”.

Sin embargo, cuando llegó el turno de declarar del jefe policial que recibió a los capturados en Puerto El Triunfo, éste hizo una afirmación que contradice al infante de Marina: “No me entregaron ningún documento cuando me remitieron al menor, no me dieron un acta, el acta nosotros la elaboramos”. Si esta versión es cierta, implica que no existe un documento oficial que de fe del lugar, el día, la hora y las circunstancias en las que Samuel fue capturado.

Los familiares de seis personas detenidas en julio del 2022 en la Isla Espíritu Santo, durante el régimen de excepción, se presentaron el 16 de noviembre del 2023 a la fiscalía de Usulután para interponer una denuncia por falso testimonio en contra de un sargento de la fuerza naval, testimonio por el cual uno de los capturados ya fue condenado. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Los familiares de seis personas detenidas en julio del 2022 en la Isla Espíritu Santo, durante el régimen de excepción, se presentaron el 16 de noviembre del 2023 a la fiscalía de Usulután para interponer una denuncia por falso testimonio en contra de un sargento de la fuerza naval, testimonio por el cual uno de los capturados ya fue condenado. Foto de El Faro: Carlos Barrera

En defensa de Samuel, compareció él mismo, narrando los eventos tal y como los recuerda su madre. También testificó su cuñado, que relató una versión casi idéntica: el arresto nocturno del domingo, los soldados en la casa, la revisión de todos los hombres… salvo un detalle: según él, cuando los navales exigieron a Samuel el carnet de minoridad, este se lo sacó de la bolsa de la calzoneta, en lugar de pedírselo a su madre. Por lo tanto, el juez consideró que la declaración de Samuel en su propia defensa “no goza de una credibilidad ya que no hubo una fuente de prueba o un testigo que robusteciera su declaración” y agrega que su cuñado “aporta elementos contradictorios. Según este testigo, cuando los soldados llegaron estos pidieron los documentos de identidad y el manifestó que el carnet de minoridad lo tenía Samuel”.

Al parecer, para el juez no fue importante que el sargento Montesinos no presentara “fuentes de prueba” o “un testigo que robusteciera su declaración”. Tampoco le dio el mismo valor a la contradicción entre él y el jefe policial que la que otorgó a la contradicción entre la versión de  Samuel y la de su cuñado.

Y así se decidió la primera condena contra uno de los habitantes de la isla El Espíritu Santo.

El resto de personas que fueron capturadas ese día temen quedar enredados en el relato del sargento Montesinos, puesto que si un juez creyó su versión sobre la captura de Samuel, es posible que otro juez crea también esa misma versión sobre la captura de ellos y eso produzca, como mínimo, la misma sentencia que recibió el muchacho.

Diez años de prisión son más de la mitad de la vida de Samuel, que ya ha cumplido los 18. Hace poco, una de sus hermanas reconoció al soldado que lo humilló cortándole el pelo con yatagán: apareció en una fotografía de La Prensa Gráfica como parte de los cinco soldados que fueron acusados de violar a una niña de 13 años en el cantón Mizata. 

Virginia ha apelado la sentencia y lidera al resto de pescadores, curileros y trabajadores del coco que creen poder derrotar la palabra de un militar en un tribunal de justicia, en medio de un régimen de excepción que en 20 meses ha llevado a la cárcel al mismo número de personas que murieron durante la guerra civil que duró 12 años: 75,000. 

Lo que intentan no es poco, de hecho no hay precedentes conocidos durante el régimen de excepción, quizá porque su búsqueda atenta contra una de las esencias procedimentales del régimen: que un juez le crea a un soldado.

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