Columnas / Migración

La crueldad racista de Mr. Trump

La orden del gobierno estadounidense de separar de sus padres a todos los niños acompañados y capturados en territorio estadounidense es una conducta inhumana, injustificable...
Aaron P. Bernstein
Aaron P. Bernstein

Miércoles, 20 de junio de 2018
El Faro

La grabación de los llantos de niños centroamericanos separados de sus padres en un centro de detención de Texas, obtenida por la plataforma investigativa ProPublica en Estados Unidos, será difícil de olvidar para quien la escuche. Son gritos angustiosos de menores que no saben dónde están, dónde están sus papás, por qué están en jaulas y qué va a pasar con ellos. Gritos que contrastan con los fríos, burlones comentarios de agentes de migración carentes de la más elemental empatía; dignos representantes de la actual administración estadounidense, enemiga del humanismo y la solidaridad.

La orden del gobierno estadounidense ha sido separar de sus padres a todos los niños acompañados y capturados en su territorio, incluyendo a aquellos que se entregan voluntariamente en la frontera para solicitar formalmente asilo. Niños centroamericanos separados de sus padres. Llevados a jaulas (¡a jaulas!) en un Walmart abandonado. Niños lactantes separados de sus madres mientras son amamantados; niños de todas las edades separados a la fuerza; testigos del maltrato a sus padres, del trato reservado a criminales, a pesar de estar solicitando asilo.

Los referentes más próximos de estas prácticas de separación de padres e hijos nos remiten a las dictaduras militares latinoamericanas y a los regímenes fascistas europeos de mediados del Siglo XX. Una conducta inhumana, injustificable, a pesar de los lamentables intentos de funcionarios que se han amparado alternativamente en la Biblia, en la seguridad nacional, en la negación de los hechos registrados y en la caricaturización negativa de los inmigrantes para justificar la terrible medida.

El último en hacerlo fue el propio señor Trump, quien dijo que con las detenciones evitaba que una “peste” ingresara a su país, y con su característica ignorancia afirmó que se trataba de miembros de la MS-13, su caricatura de la maldad en la que caben todos los objetos de su denigración, de su racismo, de sus aspiraciones supremacistas.

El señor Trump, un presidente que combina altísimas calificaciones en términos de vulgaridad y de ignorancia, un mentiroso, manipulador, fraudulento, racista, clasista y maltratador de mujeres, ha rebasado los más elementales límites de la civilización, amparándose en su autoridad para violentar todas las convenciones internacionales que protegen los derechos de los niños; los derechos de los solicitantes de asilo; los derechos humanos.

Esos niños son mayoritariamente centroamericanos: salvadoreños, guatemaltecos, hondureños. Menores que han llegado ya con evidentes traumas tras un largo y peligroso camino hasta la frontera. Cuyos padres han preferido hacer ese peligroso recorrido para salvarlos de los riesgos y las situaciones violentas que viven en nuestros países y de las cuales Estados Unidos es también corresponsable (por deportar masivamente pandilleros; por apoyar corrupción; por maniobrar para proteger a delincuentes en puestos políticos; por pactar con criminales…).

Los gobiernos de los países de origen de estos niños tienen la obligación de expresar su contundente repudio al encarcelamiento de estos menores y a las políticas migratorias de Estados Unidos; denunciar estos actos ante instancias internacionales y marcar los límites de las relaciones bilaterales en la defensa de los legítimos derechos de sus nacionales, estén donde estén.

Solo El Salvador ha presentado protesta formal, una muy tibia, y ha tomado medidas para que los consulados no entreguen papeles a familias separadas. Honduras y Guatemala, cuyos presidentes requieren de Estados Unidos para sostenerse en el poder, debido a sus actos de corrupción, han preferido no ofender al señor Trump. Estos niños, pues, están desamparados por todas las autoridades involucradas.

Queda solo el Congreso y el sistema judicial estadounidense y, sobre todo, la sociedad civil de ese país para protegerlos. Y ojalá que el sufrimiento y el dolor de estos niños centroamericanos abra los ojos a la población norteamericana y evite la reelección del señor Trump. Si eso pasa, su sacrificio habrá beneficiado a toda la humanidad.

El presidente Donald Trump en el almuerzo inaugural de su mandato, en el Capitolio de Estados Unidos. Enero 20 de 2017. Aaron P. Bernstein/Getty Images/AFP
El presidente Donald Trump en el almuerzo inaugural de su mandato, en el Capitolio de Estados Unidos. Enero 20 de 2017. Aaron P. Bernstein/Getty Images/AFP

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