El Ágora / Violencia

Seis bailarinas acusan de acoso sexual al director del Ballet Folclórico Nacional

Roberto Navarrete, director del Ballet Folclórico Nacional de El Salvador desde hace 23 años, enfrenta un juicio por acoso sexual tras la denuncia de tres bailarinas que relatan llamadas y mensajes insistentes, tocamientos e intentos de sometimiento físico. Otras tres, que no acudieron a la Fiscalía, contaron a El Faro situaciones similares y el ofrecimiento de una plaza de trabajo a cambio de sexo. Secultura lo ha apartado temporalmente de su cargo.


Domingo, 8 de abril de 2018
María Luz Nóchez

Bailarina del ballet Floclórico Nacional durante la celebración del 25 aniversario de Los Acuerdos de Paz. Foto del archivo de El Faro. 
Bailarina del ballet Floclórico Nacional durante la celebración del 25 aniversario de Los Acuerdos de Paz. Foto del archivo de El Faro. 
21 de agosto de 2017. 1:52 p.m. Es el día del eclipse solar total. Roberto Navarrete está en Estados Unidos por trabajo y decide enviar una imagen a Georgina para saludarla. Él es su jefe, el director del Ballet Folclórico Nacional. Ella una bailarina del elenco:

“Cuenta una leyenda que la luna y el sol siempre estuvieron enamorados uno del otro...”

Junto a la postal, que muestra un sol y una luna besándose, él pide que almuercen a su regreso. Ella no responde. Esta no era la primera vez que el director del Ballet le envía mensajes invitándola a salir.

A su regreso a San Salvador, Navarrete la manda a llamar a su oficina. Tampoco es la primera vez que sucede. Los demás bailarines murmuran y hacen aseveraciones sobre los motivos por los que manda a llamarla. Georgina está harta. Le pide que pare: “Si no es para algo que de verdad tenga que ver con trabajo, por favor, no me mande a llamar ni me escriba”, le dice.

A partir de ese momento, Navarrete no se acerca más, pero sí toma, según relata ella ahora, algunas represalias: “Me empezó a sacar de las danzas. Me empezó a decir: ‘bueno, sentate’ (en los ensayos)”.

Meses más tarde, a finales de 2017, el sindicato al que Georgina pertenece le notifica que se abrirán audiciones para llenar su plaza. Es, en la práctica, un anuncio de despido.

La primera en denunciar

Para entrar al Ballet Folclórico Nacional hace falta más que una audición. Las fuentes consultadas por El Faro coinciden en que se necesita una recomendación de alguien que esté dentro, un maestro por ejemplo, para lograrlo, aunque otra vía es acceder a bailar ad honorem algunos años junto al elenco. Georgina había hecho eso: bailó sin cobrar por dos años para conseguir su plaza. Bailar danza folclórica y que además le pagaran por ello era el sueño de toda su vida. Perder su oportunidad por no ceder al acoso del director del Ballet no le pareció justo. Por eso decidió denunciarlo: “A raíz de eso decidí hablar”, dice. “Yo entendí eso como una represalia por no haber cedido. No es justo”.

Se lo contó a dos amigas, otras dos bailarinas. Desde que llegó al Ballet, Georgina había entablado confianza con Jane y Catherine. Dice que, curiosamente, a Navarrete nunca le cayeron en gracia esas amistades. Cuenta que, en las reuniones a las que la convocaba aparte, aprovechaba para recomendarle que se alejara de ellas porque eran “malas”. “Solo quieren hacerle daño a la institución”, dice Georgina que le decía. Como hizo con sus invitaciones a salir, optó por ignorar esta sugerencia. Por eso, una vez decidió denunciar a Navarrete, compartió con ellas su historia.

Y encontró un inesperado eco: Jane ha sido parte del cuerpo de baile desde 1995; Catherine había bailado antes en el Ballet Juvenil y desde 2007 tenía plaza fija en el elenco principal: ambas le dijeron que también habían sido víctimas de Navarrete, 27 y 12 años atrás respectivamente. Hasta ese momento, ninguna de las dos había pensado en serio en denunciar; por vergüenza, por creer invencible a su maestro. “¿Cómo podía hacer una lucha solo yo? La tendría perdida, ¿verdad?”, resume Jane.

En octubre, mientras Georgina maduraba la decisión de denunciar a su jefe por acoso, en Hollywood dio arranque al movimiento #metoo, luego de que una investigación de The New York Times dejara al descubierto los constantes mecanismos de acoso sexual a los que el productor Harvey Weinstein había recurrido por 30 años. Las denuncias de decenas de mujeres entre colaboradoras, actrices y aspirantes a actrices hicieron que la industria diera la espalda a Weinstein, que fue despedido de su propia compañía productora. La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas lo expulsó como miembro.

También en San Salvador el impulso de una víctima motivó a las demás. En noviembre 2017 Georgina, Jane y Catherine interpusieron ante la Fiscalía y la Procuraduría General una denuncia contra Roberto Navarrete. El 23 de noviembre el caso llegó al Juzgado Especializado de Instrucción para una Vida Libre de Violencia y Discriminación para la Mujer.

Antes, las tres bailarinas habían llevado también su denuncia a la Secretaria de Cultura de la Presidencia, Silvia Elena Regalado, y la Directora Nacional de Artes, Marta Rosales. Cuestionado por las funcionarias de la Secultura, Navarrete rechazó las acusaciones y amenazó con una demanda por difamación. Las denunciantes consideraron que denunciarlo internamente no iba a ser suficiente y decidieron buscar un medio de comunicación que lo hiciera público. La cita de las tres bailarinas con El Faro se concertó por medio del secretario general de uno de los sindicatos de la Secretaría de Cultura.

Semanas después de la plática con Georgina, Jane y Catherine, se sumaron a este reportaje las voces de Fany, Eleonor y Emma, otras tres bailarinas de folclor que también dicen haber sido víctimas de Navarrete en 1988, 2013 y 2014 respectivamente, aunque no han hecho denuncias ante las autoridades. Todas tenían entre 20 y 25 años cuando sucedieron los hechos. Todas eran principiantes. Después de los hechos que denuncian, dos de ellas dejaron la danza como camino profesional.

Bailarines del ballet Floclórico Nacional durante la celebración del 25 aniversario de Los Acuerdos de Paz. Foto del archivo de El Faro. 
Bailarines del ballet Floclórico Nacional durante la celebración del 25 aniversario de Los Acuerdos de Paz. Foto del archivo de El Faro. 

Un patrón de acoso

Los relatos de las seis mujeres que hablaron con El Faro narran desde invitaciones a salir y ofrecimiento de plazas en el Ballet a cambio de sexo, hasta episodios de sometimiento por la fuerza para tocarlas, frotarse contra ellas e intentar besarlas. Dan cuenta, además, de un patrón de autoridad que Roberto Navarrete establece entre él y sus denunciantes: las bailarinas cuentan cómo, desde su posición de jerarquía, el director del Ballet Folclórico Nacional genera espacios para quedarse a solas con ellas y simular un entorno de confianza. Se trata, según los ralatos, de una conducta repetida en un lapso de al menos 30 años entre las fechas del primer y el último episodio. Tres décadas en las que ninguna alarma se activó en las dos instituciones del Estado en las que ha trabajado Navarrete.

La sociedad salvadoreña es predominantemente machista. Hasta 2010, las mujeres no podían denunciar ciertos tipos de violencia ante la Justicia. El decreto legislativo 520, aprobado el 25 de noviembre de ese año bajo el nombre de Ley Especial Integral Para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres, reconoció siete tipos de violencia machista: económica, feminicida, física, psicológica y emocional, patrimonial, sexual y simbólica. Si bien la Ley se aplica con defectos, al menos permite nombrar actitudes que hasta antes de su entrada en vigencia en 2012 no eran reconocidos por el sistema de Justicia.

Este no es la primera denuncia de acoso sexual dentro de una institución de gobierno. En 2015, El Faro relató el caso de tres mujeres, empleadas en el Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local (FISDL), que denunciaron ante sus superiores y ante la Fiscalía una red de compañeros de trabajo que compartía fotografías de sus traseros en la red de correos institucional. La institución no despidió a nadie y el juicio acabó con una disculpa pública por parte de seis de los ocho acusados. En El Salvador, aunque existe una ley que castiga este tipo de comportamientos, el acoso sexual ni siquiera está contemplado como una falta en el Código de Ética Gubernamental.

Tampoco es el primer caso de acoso repetido que se denuncia en las artes escénicas salvadoreñas. En junio de 2016, la revista Séptimo Sentido, de La Prensa Gráfica, publicó un reportaje en el que actrices de distintas generaciones relataban distintos casos de violación, abuso o acoso cometidos por directores teatrales nacionales a lo largo de dos décadas. Uno de los señalados, Fernando Umaña, se vio forzado a renunciar al cargo público que ocupaba en ese momento como director del Centro Cívico Cultural Legislativo, aunque no enfrentó cargos penales.

Roberto Navarrete. 3 de mayo de 2017. Foto: Crotesía Ballet Floclórico Nacional 
Roberto Navarrete. 3 de mayo de 2017. Foto: Crotesía Ballet Floclórico Nacional 

Roberto Navarrete ha dirigido por 23 años el Ballet Folclórico Nacional, una institución con más de 40 años de historia que ha presentado danzas típicas salvadoreñas en festivales alrededor de todo el mundo. Su trabajo al frente de la institución lo ha hecho merecedor de distintos reconocimientos, como el Premio Nacional de Cultura 2007, otorgado por el Centro Cultural Salvadoreño, y un diploma de honor concedido por la Asamblea Legislativa en 2009.

Antes de su llegada al Ballet, Navarrete trabajó como el director del grupo Danza Universitaria en la Universidad de El Salvador, entre 1982 y 1992. Dos de las mujeres que dieron su testimonio a El Faro denuncian que fueron agredidas por él cuando eran parte de ese elenco, en 1988 y 1990 respectivamente. Todas las mujeres, incluso las que interpusieron denuncias formales ante la Fiscalía, hablaron con El Faro bajo la condición de que se mantenga su anonimato. En este texto se les ha asignado nombres falsos.

Antes de conceder las entrevistas, la mayoría apenas había confiado su secreto solo a una o dos personas, muchas veces solo a su pareja. No quieren sentirse expuestas ni siquiera a comentarios de sus familias. Tienen vergüenza, temor a ser señaladas, a que se abra un juicio social contra ellas. Por la misma razón, en el juicio abierto contra Navarrete, las autoridades también mantienen bajo reserva la identidad de las denunciantes.

“Pero le gustó, ¿verdad?”

El 10 de mayo de 1988 Fany regresó junto a sus compañeros de Danza Universitaria al campus de la Universidad de El Salvador después de una presentación por el Día de la madre, en un país que para entonces acumulaba casi diez años de guerra. El recinto estaba cerrado por el feriado. Cuenta que Navarrete le pidió que le ayudara a guardar la utilería usada. Una vez en el cuarto en que la almacenaban, él la agarró con fuerza de las manos y la tiró sobre una matata. Estando encima de ella, le murmuró: “no le va a pasar nada, si solo va a ser por encimita”.

Para entonces ella tenía 20 años. Él 32. Ella aún era virgen. Describir cuánto tiempo pasó en ese cuarto le resulta aún hoy imposible. Cuenta que, aunque todo fue muy rápido, sintió que el tiempo que la mantuvo sometida fue interminable. “Cuando me dijo eso yo me quedé impactada, no sabía qué me quiso decir con que solo iba a ser por encimita. Y comencé a llorar”, relata. Él la soltó y trató de consolarla: “No pasa nada. Tranquilícese”. Por un momento, Fany no pudo contener el llanto. Cuando lo logró salieron juntos del cuarto. Una vez afuera, Navarrete intentó consolarla nuevamente diciéndole que no le había hecho nada. “Yo era quizás una zombie que iba atrás de él realmente en ese momento. Salimos juntos de la universidad, me compró un sorbete todavía, y se fue en el bus conmigo”, recuerda. “Y ahí iba platicando, como que no había pasado nada”.

En un intento por superar el episodio, Fany dejó de asistir a las clases de Danza Universitaria un par de días. Se sentía mal, culpable. No se sintió capaz de decirle a nadie. A los días, se lo encontró en la Universidad. Él, luego de preguntarle por qué no había ido los días anteriores a los ensayos, se encargó de recordarle lo sucedido en el cuarto de utilería: “Se me acercó con una sonrisa sarcástica y me dijo: ‘¿pero le gustó, verdad?’”

En ese momento. Fany estaba saliendo con el que ahora es el papá de su hija, quien era amigo de Navarrete. Le contó lo que había pasado. “Es un hijueputa”, le dijo él, pero nunca reclamó nada al director de danza.

Fany no es la única que habla del comportamiento abusivo de Navarrete en sus años como director de Danza Universitaria. Jane cuenta que a ella también la atacó en 1990, al regresar de una presentación fuera de la Universidad. El procedimiento fue el mismo: separarla del grupo y llevarla a un cuarto aislado.

“Me puso en la pared y me empezó a querer besar”, cuenta Fany. ”No me besó bien, alcanzó medio. Pero como yo me quería zafar de él, empecé a luchar, como a gritar. Y en eso él me soltó porque la gente iba a escuchar”.

Ella salió corriendo del cuarto y buscó una banca fuera del viejo edificio en el que tenía su sede Danza Universitaria. Cuenta que Navarrete se sentó junto a ella y, en un intento por tranquilizarla, le dijo: “Cálmese, que yo no le he hecho nada”.

Fany y Jane se alejaron poco a poco de la danza hasta abandonar el grupo en 1990 y 1992, respectivamente. Nunca presentaron una denuncia, ni siquiera ante el jefe inmediato de Navarrete.

El Faro buscó a Rolando Monzón, director de la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador entre 1987 y 1991, para preguntarle si había recibido alguna denuncia contra el director de Danza Universitaria. Dice desconocer estos casos o cualquier otro que haya podido suceder, y perfila el carácter de Navarrete: “Él era muy jovial con todo mundo, coqueto. Nunca lo vi agresivo, siempre quería caer bien”. Monzón asegura que nunca vio en Navarrete un gesto o actitud que le hiciera desconfiar o sospechar: “No es lo mismo que yo le diga a usted qué bien se ve, a que la agarre por la fuerza”, soslaya.

Años más tarde, en 1994 y 1995 respectivamente, Fany y Jane lograron una plaza en el Ballet Folclórico Nacional. A mediados de 1995, Navarrete fue nombrado director de ese cuerpo de baile. A ninguna le gustó, pero tampoco pensaron en ponerlo en evidencia. Prefirieron ignorarlo. Guardaron silencio.

A Jane, Navarrete no intentó acercársele otra vez. Fany cuenta que a ella sí. Una vez, después de una presentación, la invitó a ir por un café. Ella, madre soltera, temió perder su trabajo pero decidió alejarse por completo de él.

Casi diez años después, en 2004, la Dirección Nacional de artes, encabezada entonces por Lovey Argüello, mandó a una psicóloga a hablar con algunas personas del elenco del Folclórico Nacional y a hacer un diagnóstico. A los superiores de Navarrete habían llegado quejas de maltrato hacia los bailarines. Hombres y mujeres del elenco acusaban al director de déspota. Fany fue una de las seleccionadas al azar para hablar con la psicóloga. “Yo fui una de las que entrevistó y de repente comencé a chillar y a chillar”, recuerda. “Y me dejó hablar y me dijo: ‘a usted hay que sacarla de ahí’”. Aquella fue la primera vez que Fany contó a alguien ajeno a su círculo íntimo lo sucedido con Navarrete en la UES y su posterior intento de acercarse a ella.

Fany logró traslado a otra instancia del entonces Consejo Consultivo para la Cultura y las Artes (Concultura), pero su denuncia, recogida por una psicóloga que realizaba un diagnóstico de la gestión de Navarrete, no tuvo más consecuencias. Ni Argüello ni el entonces presidente de Concultura, y hoy director de la Cámara de Comercio e Industria de El Salvador, Federico Hernández, recuerdan ese episodio. La primera alude a que sucedió hace más de diez años. El segundo dice que nunca tuvo conocimiento de nada parecido y descarga responsabilidad en sus subalternos al decir que los directores tenían autonomía para decidir sobre sus campos de acción.

Ahora Fany trabaja en una dependencia de la Secultura distinta a la que fue trasladada en 2004. Cuando se enteró de que tres bailarinas iban a denunciar a Navarrete, buscó sumarse a la denuncia pública y contactó a El Faro por medio de una encargada de prensa de la Secultura. Sobre sus motivos para denunciar ahora, explica: “Decidí hacerlo por el montón que no se atreven a hablar. No se vale, porque yo era una chamaquita y él tenía el poder, el control”.

La mayoría de las mujeres que denuncian a Navarrete tenía entre 20 y 25 años cuando fueron agredidas. Una era menor de edad.

“Si se pone las pilas, usted puede ir al próximo viaje”

Catherine tiene ahora 28 años y está alejada de la danza por una fractura en el pie. En 2002, con solo 12, se unió al Ballet Folclórico Juvenil, pero en 2005 decidió abandonar el grupo. Su principal motivo tenía nombre y apellido: Roberto Navarrete.

Cuenta que estaba feliz por bailar y especializarse en lo que le gustaba. Pero empezó a ser convocada a reuniones que desde siempre le parecieron un poco extrañas. Ella tenía 15 años. El director del ensamble juvenil era Byron Linares, uno de los bailarines más antiguos del Ballet y protegido de la dirección, pero quien la mandaba a llamar a su oficina era Navarrete: “Me parecía raro, porque en mi mundo yo no tenía nada que ver con él”, explica. El Juvenil lo había fundado el mismo Navarrete tres años antes, con la idea de que se convirtiera en el semillero del ensamble mayor. Las reuniones sucedían semanalmente y dice que Navarrete le aseguraba que, si seguía bailando tan bien como lo hacía, la incluiría en las danzas del Ballet principal. “Recuerdo que había un viaje a México y me decía que iban a escoger a ciertas personas del Ballet juvenil: ‘Si se pone las pilas, usted puede ir al próximo viaje’, me dijo”.

Las reuniones bilaterales sucedían fuera de horas laborales, después de las 4 de la tarde. Cuenta Catherine que siempre que se despedían él lo hacía con un abrazo. En una de esas tantas reuniones, después que ella entró, él se paró a cerrar la puerta. Al momento de despedirse la abrazó nuevamente. “Para mi punto de vista era normal todavía, pero después me abrazó bien fuerte, no me soltaba y me empezó a tocar”, recuerda. “Yo andaba con el uniforme del colegio todavía”.

Catherine describe aquella despedida con una expresión de asco: dice que Navarrete le resoplaba el cuello mientras bajaba sus manos por la espalda hasta llegar a su trasero, todo mientras la tenía apretada contra él. “En un primer momento me corté”, dice, “No supe cómo reaccionar. Era primera vez en mi vida que me pasaba algo así. Estaba pequeña todavía, no había tenido ninguna experiencia, ni con mis novios”. Estaba por cumplir 16 años. Navarrete tenía 40. Cuando logró reaccionar, recuerda que lo primero que hizo fue empujarlo y decirle que ya se tenía que ir. Navarrete la soltó y ella quitó llave a la puerta y salió corriendo. Para Catherine ese encuentro fue decisivo: abandonó el ballet con la excusa de que tenía que terminar su bachillerato.

Desde 2003, el Código Penal salvadoreño incluía el acoso sexual como un delito con pena de entre tres y cinco años de cárcel. En caso de darse en un entorno como el descrito por las víctimas de Navarrete, a la pena se suma una multa de entre 100 y 200 días de pago.

En 2007, los caminos Catherine y Jane se cruzaron. Evelyn Martínez, una profesora del Ballet Folclórico Nacional y del elenco Juvenil pensó en Catherine cuando supo que se había abierto una nueva plaza. Pidió ayuda a Jane, que bailaba en el elenco desde 1995, para contactarla. Como había sido parte del elenco juvenil, Catherine no tendría que audicionar. Ella, sin embargo, se negó. No le interesaba volver a la institución. No quería volver encontrarse con Navarrete, pero no se atrevió a contar lo que le había pasado dos años antes. Las maestras le insistieron. Ella se dejó convencer. Regresó.

Pasaron tres años hasta que Navarrete intentó acercarse a ella de nuevo. En 2010 comenzó a mandarla a llamar a reuniones en su oficina. El guion se repetía: le prometía, si bailaba bien, incluirla en viajes y en danzas. “Hasta que otra vez volvió a hacer lo mismo”, denuncia Catherine. “Me manoseó toda, por la espalda. Me corté otra vez, no hallaba cómo reaccionar. Bajé la cara evitando que me fuera a besar, porque eso me hubiera dado más asco. Fue traumático”.

Como pudo, se soltó y huyó de la dirección sintiéndose, sobre todo, frustrada. “Yo creí que él había cambiado. Nunca me imaginé que podía volver a hacer lo mismo”, dice.

Esta vez no pensó en renunciar. Le gustaba su trabajo. Pero Navarrete pasó de las promesas de incluirla en viajes y nuevas danzas a removerla de bailes y excluirla de aquellos viajes en los que el elenco no participaba completo. “Nunca fui a un viaje en donde fueran seleccionados”, reclama.

Cuando se fracturó el pie, Navarrete vio la oportunidad para sacarla del elenco. La acusó de abandonar el lugar de trabajo mientras cumplía una incapacidad por recuperación. En 2013, la misma directora de Artes de ese entonces, Tatiana de la Ossa, le pidió a Navarrete que respetara las medidas establecidas por el médico de Catherine.

En los últimos meses de 2017, se sumó a las denuncias colectivas que se presentaron contra Navarrete ante la Procuraduría y la Fiscalía. El impulso de Georgina la hizo romper el silencio y confiar a las demás los dos ataques del director del Ballet. Las primeras reacciones a su nueva decisión, sin embargo, no fueron las que esperaba: “Mucha gente me reclama que por qué no dije nada cuando estaba chiquita. Que hasta lo pudieron haber metido preso, me dijeron en la Procuraduría. Y yo les dije: ‘¿Entonces no tiene validez lo que yo estoy diciendo?’. El hubiera no existe... Yo era una niña, sentía pena, vergüenza de contar lo que me había pasado”, dice.

No es la única que asegura haber sido víctima de Navarrete mientras estuvo en el Folclórico Juvenil, conformado por jóvenes de entre 13 y 23 años que aspiran a convertirse en bailarines profesionales y reciben clases con algunos de los maestros del elenco nacional. A veces, incluso, los llaman para cubrir alguna ausencia de los bailarines principales. En 2014, estando en el Juvenil, Eleonor recibió una petición inesperada de parte del director del Ballet.

“Te voy a meter de un solo, pero tenés que acostarte conmigo”

Eleonor llegó a la filas de Folclórico Juvenil en 2009, con 19 años. Al momento de inscribirse, los profesores le prometieron que, con el tiempo, lograría una plaza en el elenco principal. “Con esa excusa nos mantuvieron como a cuatro”, recuerda. “Pero una por una se fueron desanimando. Algunas se fueron a estudiar, otras se hicieron mamás... Yo me quedé”.

Hasta que un día de 2013 Navarrete la citó en su oficina: “Bien de la nada me llamó y me dijo: ‘Mire, ¿nos podemos reunir? Pero después de acá, porque le quiero decir algo que no quiero que se enteren las demás personas’”. Le propuso verse en el Mr. Donut del parque San José, a unos metros de la sede del Ballet. Aunque le pareció raro que la citara fuera de horas laborales y fuera de la institución, ella accedió.

Avisó de la invitación a su pareja y a Evelyn Martínez, una de sus maestras en el Ballet, quien le recomendó no ir sola al encuentro. “Ahí yo ya sentía que se me quedaba viendo algo raro, una bien siente”, explica Eleonor.

El Faro habló con dos maestros sobre los señalamientos contra Navarrete: 'la situación de él todo mundo la sabe', responde uno de ellos, y explica que desde el principio es evidente el trato especialmente amable del director hacia las bailarinas. Esta maestra, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias, es una de las que tienen más años de pertenecer al cuerpo de baile, desde inicios de los 80, y recuerda que cuando Eleonor le contó el episodio le preguntó si pensaba denunciar. Cuenta que, ante la negativa, optó por mantenerse al margen: “No puedo abonar a lo que no he vivido”, se excusa la maestra. “Son cosas en las que uno no puede meterse del todo”.

Eleonor se hizo acompañar de su novio a la cita. Cuando Navarrete llegó, se sorprendió al advertir que ella no estaba sola. Se sentó en la mesa, los invitó a tomar algo y empezó a dar rodeos. Ella tomó la palabra y le preguntó el motivo por el que la había citado allí. “Me dijo que me iba a dar una oportunidad para ensayar a prueba con los del Nacional. Que iba a estar así unos dos o tres meses, pero que no quería decírmelo dentro de las instalaciones para que las demás no se dieran cuenta”, dice.

El cambio sucedería, en teoría, al cabo de un mes. Mientras, Eleonor debía seguir asistiendo con normalidad a sus clases del ensamble Juvenil. Al cabo de tres días, Navarrete la volvió a citar en su despacho para excusarse; había que abortar el plan. Le dijo que si veían ensayando a alguien que no estaba contratado con el grupo le podían llamar la atención a él, y que eso le impedía cumplir su promesa.

Pero le hizo una contrapropuesta: “Mirá, yo te puedo poner dentro de la planilla de nosotros ya con una plaza, con un salario base, vas a tener escalafón, vas a tener muchos beneficios... Para evitarnos malos entendidos, no te voy a meter a ensayar porque me van a llamar la atención. Te voy a meter de un solo, pero no es así por así, tenés que acostarte conmigo”, recuerda ella que le dijo. La antigua oficina de Navarrete está tapizada de diplomas de reconocimiento por su labor al frente del Ballet Folclórico Nacional. Estaba equipada con un sofá grande y tenía dos ventanales polarizados que impedían que nadie pudiera ver desde fuera lo que sucedía en aquel despacho. Los ventanales, además, estaban tapados por dos archiveros y un televisor.

Las palabras de Navarrete fueron un baldazo de agua fría. Eleonor pensaba que el ofrecimiento de hace unos días se debía a su esfuerzo como bailarina, no a su apariencia física. “Le dije que conmigo se había equivocado, y que si yo iba a ganarme algo iba a ser por mis capacidades, no de esa forma”, recuerda. “‘Bueno, me dijo, pensalo. Mi propuesta sigue en pie. Yo no me voy a echar para atrás’”.

Eleonor se retiró indignada. Al día siguiente, Navarrete la volvió a citar para informarle que, por su edad, no podía seguir siendo parte del elenco juvenil. 23 años era el límite. Prácticamente, asegura ella, le prohibió la entrada. Eleonor decidió no discutir. Él, en cambio, le hizo una advertencia: “No vayás a decir nada de lo que hablamos ayer, porque no quiero que las demás personas se den cuenta”.

Tras su expulsión del Folclórico Juvenil, Eleonor dejó de bailar un año, pero Navarrete siguió buscándola. A través de mensajes directos de Facebook, le seguía insistiendo en que se vieran. La citó incluso en un restaurante de comida rápida en el municipio donde ella vive. “Yo quiero seguirla viendo ud. quiere. No me parece justo que un mensaje nos robe la oportunidad de conocernos que piensa”, se lee textualmente en los mensajes que él le envió desde una de sus cuentas en la red social.

Nunca consideró denunciarlo. “Hacerlo era echarme todo el ballet contra mí”, dice. “Yo la vi bien difícil, porque obviamente toda la gente que ha entrado así lo iba a apoyar. Desde arriba igual... Si él ha durado tanto tiempo ahí…”

Para quienes fueron víctimas de Navarrete antes de Georgina, la primera denunciante, acusarlo era un sinsentido. Vieron en el director del Ballet a un hombre con el poder de decidir sobre sus carreras. Y contra eso, para las bailarinas, fue difícil luchar. Roberto Navarrete parecía intocable. Por eso para Georgina fue importante sentar un precedente, y la decisión de sus compañeras de acompañarla la hicieron sentir más segura de lo que estaba haciendo. Dice que tener paz en su lugar de trabajo es su principal misión por ahora.

“¿No quieres que te lleve a un hospital privado?”

Emma no bailaba para Navarrete, pero en 2014, cuando ella tenía 21 años, fue parte del comité organizador de un encuentro de grupos de Ballet y tuvo que llevar a la sede del Ballet Folclórico Nacional una carta, y esperar a que él firmara de recibido. Con la excusa de mantenerse en contacto por cualquier duda, él le pidió su número. Emma le explicó que en la carta estaban los números de contacto de otras personas con quienes podría resolver dudas, pero él insistió diciéndole que prefería mantener contacto con ella, puesto que ya la había conocido.

El evento se realizó dos días después. Navarrete llegó, pero se retiró casi de inmediato. Ese mismo día, por la noche, alrededor de las 7:30, llamó a Emma para disculparse. La llamada, que en teoría era para excusarse, se convirtió en una conversación. A ella le pareció raro, pero no vio ningún problema.

Al siguiente día, Navarrete volvió a llamar. Ella se había enfermado, tenía una infección en las cuerdas vocales que casi no le permitía hablar. Navarrete se apresuró a ofrecerle ayuda:

—¿Ya pasaste consulta, no quieres que te lleve a un hospital privado? —le dijo.
—No, así estoy bien.
—¿Segura? No te preocupes, yo voy a cubrir los gastos.
—No, gracias.

Él apenas sabía quién era Emma. La había visto una sola vez en su vida. Pero le hacía ofrecimientos propios de amigos de mucha confianza. Las llamadas se hicieron constantes. La contactaba día y noche.

Cuando se recuperó de la infección en la garganta, Navarrete empezó a insistir que se vieran con una excusa distinta: la invitó a que lo acompañara a Opico, donde también dirige un grupo de danza.

Emma le comentó el caso a su novio, ahora su esposo, en busca de un consejo para librarse de él: “No quería ser demasidado pesada con él porque es el director del Ballet Folclórico Nacional, y yo soy bailarina de folclor... No quería que fuera un no tan cortante, porque podía afectarme en un futuro si hacía audiciones ahí”, dice.

La recomendación de su pareja fue que lo pusiera a prueba, que dijera a Navarrete que iría siempre y cuando los pudiera acompañar un tercero. En un principio Navarrete accedió. Pero en la mañana del día en que se iban a ver la llamó para excusarse, aduciendo un compromiso laboral de última hora que le impedía viajar. Emma, que tiene amigos en ese grupo de baile, indagó: ellos le confirmaron que el director del Ballet sí había ido ese día a Opico a dar clase.

Navarrete insistió una vez más con el plan de Opico, pero ella optó por rechazar su invitación. Aunque trató, dice, de hacerlo de manera respetuosa, él le hizo una advertencia: “no te vayas a arrepentir”.

Roberto Navarrete: “no hay pruebas ni testigos”

Desde que Georgina y sus compañeras lo denunciaron ante la Fiscalía y la Procuraduría, Roberto Navarrete ha sido apartado del Ballet Folclórico Nacional. Las autoridades de la Secultura lo han enviado a una suerte de exilio laboral en una vieja oficina en la antigua Casa Presidencial en el Barrio San Jacinto, ahora una dependencia de la Dirección Nacional de Artes. En teoría se dedica a recolectar documentación visual sobre danza. El Faro lo buscó en esa otra oficina el 20 de febrero, pero quienes trabajan ahí dicen no saber qué labor hace y aseguran que le han visto muy poco por el lugar.

Con el caso ya en tribunales, y mientras finaliza la etapa de recolección de pruebas, un juez ha dictado medidas cautelares contra Navarrete. Debe mantenerse alejado del lugar de trabajo o residencia de las denunciantes, y abstenerse de hostigar, perseguir, intimidar, amenazar o cualquier forma de maltrato contra de ellas. Las medidas cautelares vencieron el 31 de marzo, pero las denunciantes ya han gestionado una renovación de las mismas.

Silvia Elena Regalado, Secretaria de Cultura, asegura que trasladarlo de oficina es lo único que por ley puede hacer la institución. “No podemos despedirlo. Si en el proceso se descubre que él es inocente, él perfectamente puede demandar a la institución por haber tomado una medida arbitraria”, justifica.

Sobre Secultura pesa el antecedente de Ramón Rivas, exsecretario de Cultura, a quien el presidente Sánchez Cerén pidió la renuncia en diciembre de 2014 luego de que la secretaria de Inclusión Social, Vanda Pignato, lo acusara públicamente de haber acosado a una de las comunicadoras de la institución. A diferencia de Navarrete, el cargo de Rivas era de designación directa por confianza del Presidente y él podía destituirlo en cualquier momento, por cualquier razón.

El 21 de febrero, El Faro logró hablar con Navarrete por teléfono. Desde el otro lado de la línea, él alegó que las denuncias responden a una venganza por envidia y que la justicia resolverá todo a su favor.

“No hay pruebas ni testigos”, dice Navarrete en su defensa. Los testimonios de las seis mujeres dan cuenta de agresiones y situaciones de acoso que sucedieron en espacios cerrados, sin nadie más presente, y fuera de horario laboral. El funcionario niega todos los señalamientos y asegura que nunca ha habido en el Ballet un proceso de selección en el que no estuviera presente Recursos Humanos, y que ninguna reunión se ha llevado a cabo en su despacho sin la presencia de la codirectora, Isabel Hernández, y su asistente. “Estoy confiado en Dios. Yo hubiera entendido que me separaran del cargo por cualquier cuestión técnica, pero no porque se inventan una situación”, dice.

Isabel Hernández llegó al Ballet Folclórico en 1986 como bailarina y fue Navarrete quien la promovió a codirectora y le delegó tareas administrativas. Ella dice que no siempre ha estado presente en las reuniones, pero desmiente que alguna vez se haya llevado a cabo una a puerta cerrada.

Ella, mano derecha de Navarrete, también reclama la falsedad de las denuncias y está convencida de que es una cuestión de envidia: “Esta es la forma más baja de sacarlo. El Ballet Folclórico tiene ahora todo lo que tiene gracias a él: una sede, mejores salarios y una gran proyección internacional”, resume. Agrega que denuncias como las que ahora se hacen contra Navarrete suponen “el fin del caballerismo”: “Ahora resulta que ya todos los hombres son malos. Muchas veces él lo hacía (convocar a reuniones en su oficina) para ayudar a algunas compañeras”.

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