Columnas / Desigualdad

Van a creer que todos somos maricones


Martes, 19 de septiembre de 2017
Carlos Violante

El nombramiento de Rossemberg Rivas, reconocido diseñador multidisciplinario, como embajador de la marca país El Salvador ha retado a la masculinidad salvadoreña. Rosemberg es desde hace más de una década una figura pública con proyección internacional que se ha expresado libremente y transgredido las estéticas binarias a las que el país está costumbrado, pero su selección por parte de una oficina gubernamental para formar parte de un espacio considerado político parece haber roto una frontera invisible. Y el macho que aún vive en el imaginario colectivo ha reaccionado de la única forma que sabe hacerlo cuando se le confronta: atacando.

Aunque el nombramiento fue el marzo pasado, seis meses después internet se ha llenado de comentarios de odio hacia Rossemberg y cuestionamientos para la Oficina de Promoción de las Exportaciones, PROESA. Los reclamos se resumen en dos ideas simples: “¿Cómo es posible que permitan que un maricón represente al país?” y “¿Cómo se atreven a reconocer el talento de un afeminado?”

La publicidad, la religión, la política —la cultura dominante y el poder económico— nos han socializado por cientos de años bajo la idea que “masculino” y “femenino” son conceptos antagónicos e implican una división de roles. Que un hombre o una mujer no cumplan con su rol de género es una transgresión a lo considerado normal. Cada uno debe cumplir su función en el sistema y preservar desde su posición esa normalidad. Cuando no lo haces, semejante desviación tiene su castigo: rechazo, discriminación, criminalización, pobreza y, finalmente, violencia.

Bajo el esquema tradicional, la mujer es la parte emocional, afectiva y perpetuadora de la especie, y el hombre se debe encargar del trabajo físico e intelectual. El hombre —macho y heterosexual— es la cabeza de la familia, el que tiene el dinero y la fuerza. La mujer —suave, como sinónimo de femenina es la encargada del cuidado de los hijos, las tareas domesticas y de facilitar, como un soporte secundario, que el hombre cumpla su rol y sus propias metas. Cuando la mujer se atreve a transgredir estos límites se le llama loca, marimacha, puta o, más recientemente, feminazi. Cuando un hombre renuncia o escapa a este rol imaginario e impuesto es débil, cobarde, afeminado, desviado o maricón.

Pero incluso esa discriminación es selectiva. Hasta dentro de los estigmas y la marginación hay jerarquías y excepciones. Lo afeminado y lo gay es tolerado cuando sirve para entretener a los dominadores —vayamos desde la expresión local de La Tenchis hasta Juan Gabriel o Freddy Mercury— o cuando el maricón se aleja del estereotipo y se alinea a los patrones de conducta considerados normales por la sociedad. Es decir, cuando se queda en el closet o es discreto. O cuando cumple los cánones de belleza y éxito de la publicidad: se ve masculino, no tiene ninguna discapacidad, tiene dinero, es guapo y preferiblemente tiene la piel blanca.

En el mejor de los casos la gente de bien acepta —una dádiva— al marica cuando ese marica le arregla el pelo o maquilla, le decora la casa, le diseña la ropa, organiza su boda, lo hace quedar bien en campaña política o, más simplemente, le sirve para hacer dinero. Aparece entonces la excepción, la tolerancia: 'No importa su sexualidad ni cómo se vea, solo sus logros”, se dice.

Ha sido el caso con Rossemberg. En medio de los ataques, han proliferado las defensas que esconden un doble mensaje perverso: el artista se ha ganado el derecho de ser quien quiera y como quiera; su éxito profesional la abre las puertas de nuestros espacios nobles, lo sienta a nuestra mesa, lo legitima.

Queda entonces una pregunta terrible, que sobrevive no solo al ataque sino también a parte de la defensa: ¿Qué pasa con el todo el demás espectro del género y la sexualidad que no sirve para ser comercializable o no genera valor para el poder?

*Carlos Violante es diseñador salvadoreño. Realiza dibujos, pinturas, murales y diseña objetos a través del estudio  Delirio , del cual es co-fundador.
*Carlos Violante es diseñador salvadoreño. Realiza dibujos, pinturas, murales y diseña objetos a través del estudio  Delirio , del cual es co-fundador.
 

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