Columnas / Política

Mi abuelo alcalde

Hace cinco años te fuiste mientras dabas un discurso sobre transparencia y la importancia de proteger a los más pobres. Hoy te seguimos extrañando. No solo tu familia. San Salvador te extraña muchísimo. El Salvador te extraña.

Jueves, 8 de diciembre de 2016
Héctor Silva Hernández

El gabinete de seguridad brindó ayer su informe de labores de 2016. El Ministro de Seguridad estaba al centro, de saco y corbata, flanqueado por el Ministro de Defensa y el Director de la Policía Nacional Civil, que vestían los uniformes de sus respectivas instituciones. “Hemos logrado el objetivo”, decía Ramírez Landaverde. Contra todo pronóstico y sin pena, el gobierno de El Salvador, con todo y sus 5,000 homicidios, informaba al país que las cosas van mejorando, que aunque este año hayan sido asesinados más de 40 policías, se ha logrado “el objetivo”.

En este escenario es fácil perder la poca esperanza que queda. Los últimos tres años nos han dejado miles de familias atravesadas por la muerte; más de cien policías y docenas de militares asesinados mientras cumplían su labor; pero los encargados de desarrollar estrategias para mantener el orden público dicen que las cosas están bien. Hace dos meses el presidente dijo en cadena nacional que el país va por buen camino con un crecimiento económico del 2.5%, mientras se declaraba estado de emergencia para enfrentar la crisis fiscal. Es muy fácil perder la esperanza cuando te mienten tanto.

Las últimas dos semanas han sido un retrato perfecto de cómo la clase política ha utilizado esas mentiras para secuestrar el país, sus pocos recursos y por consecuente a nosotros, los constituyentes. Hemos visto, de nuevo, que la corrupción sistemática que carcome a El Salvador no tiene escrúpulos ni colores partidarios. La PNC sigue sin tener suficiente dinero para el combustible de sus patrullas, pero el Presidente de la Asamblea Legislativa ayuda a destinar $500,000 a la ONG de su esposa. El Vicepresidente de la Republica, que regularmente lidera las intervenciones del gabinete de seguridad, decide no hacerlo un día antes de que la investigación por lavado de dinero contra su socio José Adán Salazar Umaña, “Chepe Diablo”, fuera abierta de nuevo. Mi abuela me cuenta, por enésima vez, que en el Seguro Social le dijeron que no hay cita, un día antes de que Leonel Flores, quien dirigió esa institución durante parte de la administración de Mauricio Funes, fuera condenado por enriquecimiento ilícito. Es tan, tan fácil perder la esperanza.

Un día como hoy, hace exactamente cinco años yo perdí un poco de la mía. Abrí mi cuenta de Facebook en un BlackBerry viejo y leí la noticia: el Doctor Héctor Ricardo Silva Argüello había fallecido esa mañana. Fueron días difíciles, pero la muerte de mi abuelo, el tiempo desde entonces, me ayudó a entenderlo a él y a sus filosofías cada vez un poquito mejor. Mi abuelo me enseñó que un buen funcionario público tiene que ser consciente de que se debe a sus constituyentes, no a sí mismo ni a sus intereses propios. Me enseñó también que en un país como el nuestro la tarea mas importante de los que nos encontramos en una posición privilegiada es ayudar a los sectores más desprotegidos y vulnerables de nuestra sociedad. Pero la lección más importante que me dejó el abuelo es que nunca hay que perder la esperanza, porque al hacerlo nos perdemos a nosotros mismos.

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopia? Para eso, sirve para caminar”, dice Eduardo Galeano. La utopía de los salvadoreños parece alejarse cien pasos y el horizonte mil, pero lo único que podemos hacer es seguir caminando. Es difícil, especialmente cuando un sistema está tan enfermo como el nuestro, pero solo en el camino podemos encontrar la cura. Una cura que está en nosotros mismos, porque los políticos corruptos, cínicos y sinvergüenzas que tienen en estos tiempos el poder, lo tienen únicamente porque nosotros así lo hemos decidido.

En el camino encontramos cosas buenas también, que representan la belleza de la batalla de ser salvadoreño. Jóvenes en el interior del país nos representan en campeonatos internacionales de física y química; los campeones de la selecta playera saludan la patria orgullosos mientras reciben sus medallas de oro; en San Salvador se presenta la primera iniciativa local de crowdfunding para financiar proyectos a lo largo y ancho del país. Este periódico y la Revista Factum demuestran cada semana ser esfuerzos sinceros por exponer la corrupción y fortalecer la institucionalidad del país con ello.

Como podrás ver, abuelo, la situación no es fácil, pero tu filosofía sigue vigente. Hace cinco años te nos fuiste, mientras dabas un discurso sobre transparencia y la importancia de proteger a los más pobres. Hoy te seguimos extrañando igual. No solo tu familia. San Salvador te extraña muchísimo. El Salvador te extraña.

María Alicia y Luciana están bien. Son astutas y tienen un gran corazón, como el tuyo. Tu hijo también está bien, preocupado por salvar el mundo, igual que vos. Y yo, vi el otro día una foto tuya; estabas feliz, en un podio cerca de la catedral, hablando frente a miles de personas. Por un segundo, con ilusión y un poco de ingenuidad, vi a mi generación en ese podio. Me vi a mí mismo. Un abrazo hasta el cielo.

 

*Héctor Silva Hernández es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Massachusetts.

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