Internacionales / Política

La isla llora su orfandad; Miami, de fiesta

Cuba era Fidel Castro. Poco antes de la medianoche del viernes, la noticia de su muerte vació fiestas y vías, apagó sonrisas y paralizó a la isla que moldeó a su imagen durante medio siglo. Mientras, en Little Havana, el vecindario de Miami bastión del exilio cubano, se descorchó champán, se tomaron selfis y videos conmemorativos, cantaron, bailaron y tocaron cacerolas.


Sábado, 26 de noviembre de 2016
Rigoberto Díaz y Leila Macor (AFP) / El Faro

Imagen tomada en agosto de 2009, en la que se ve a una mujer cubana en su oficina gubermamental, a la par de una gran retrato de Fidel Castro. Foto AFP.
Imagen tomada en agosto de 2009, en la que se ve a una mujer cubana en su oficina gubermamental, a la par de una gran retrato de Fidel Castro. Foto AFP.

La Habana, CUBA. “Estábamos trabajando en el hotel cuando Raúl dio la noticia por televisión y todo el mundo quedó impactado, un momento muy triste”, cuenta Yaimara Gómez, empleada del Hotel Presidente, en La Habana.

Sin preámbulo alguno, el presidente cubano, hermano menor del legendario líder de la Revolución cubana que triunfó en 1959, apareció por televisión cuando muchos bailaban, bebían, flirteaban, compartían en el muro del malecón, a orillas del mar, o simplemente dormían.

“Con profundo dolor comparezco para informarle a nuestro pueblo y a los amigos de América y del mundo que hoy, 25 de noviembre, a las 10:29 horas de la noche falleció el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro”, dijo Raúl con voz templada.

Por muchos años, la noticia falsa de la muerte de Fidel Castro puso los pelos de punta dentro y fuera de Cuba. Esta vez no fue ni siquiera un rumor: Fidel murió bajo absoluta reserva, probablemente en su casa de La Habana, el mismo año de su nonagésimo aniversario.

Hasta las primeras horas de este sábado nadie sabía las circunstancias del deceso, apenas la voluntad del líder de ser cremado. Sus cenizas recorrerán parte de la isla en una caravana que se extenderá por cuatro días y concluirá con la inhumación el 4 de diciembre en la ciudad de Santiago de Cuba, 960 kilómetros al oriente de La Habana).

“Perder a Fidel es como perder a un padre, al guía, al faro de esta revolución”, dice Michel Rodríguez, un panadero de 42 años que se enteró de la noticia a través de la radio cuando todavía tenía abierto su local. En homenaje, Cuba guardará nueve días de duelo.

De a poco, se hace el silencio en la isla de la rumba y del ruido permanente. Los medios cubanos, que por iniciativa de Fidel pasaron a manos del Estado en los años sesenta, tardan en replicar la noticia. También ellos parecen en shock.

Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC), demora casi cinco horas en actualizar su portada digital con la noticia que se regó por el mundo. Las calles y el malecón lucen vacíos, la Policía cierra el acceso a la plaza de la Revolución.

Marco Antonio Díaz, un lavador de autos de 20 años, estaba en una fiesta cuando, de repente, se detuvo la música. “Fidel murió”, oyó decir. La fiesta termina abruptamente. “Regresé a casa y desperté a todo el mundo: Murió Fidel. Mi mamá quedó pasmada”, cuenta.

Fidel ya no mandaba, no al menos directamente, pero su tácita presencia recorría de extremo a extremo esta isla de 11.2 millones de habitantes, 70 % de los cuales nacieron bajo su era, durante la que impuso un régimen de inspiración comunista que universalizó la salud y la educación gratuitas, pero que también castigó cualquier disidencia.

“Yo nací con esta Revolución y de verdad que tengo tristeza, porque él fue un hombre único, con sus defectos, con sus virtudes. Es una pérdida grande y es un hombre que no lo van a olvidar nunca ni los amigos ni los enemigos”, dice Micaela Consuegra, una barrendera de 55 años.

Cuando Fidel Castro no publicaba un artículo sobre el cambio climático, el riesgo nuclear o incluso sobre el entonces candidato a la presidencia estadounidense Donald Trump, aparecía en fotos junto a personalidades mundiales que iban a visitarlo a su casa de retiro.

El 13 de agosto, cuando cumplió 90 años, apareció en un teatro en uno de los múltiples homenajes que recibió. Fue la última vez que se le vio en actividad. En abril, en la clausura del Congreso del PCC, dejó un mensaje a modo de testamento: “Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno”.

A Blanca Cabrera, un ama de casa de 56 años, la noticia la toma por sorpresa. Apenas se repone del impacto, sale al jardín de su casa a fumarse un cigarrillo y, todavía visiblemente nerviosa, expresa su pena: “A uno le cuesta creer que Fidel se haya ido, pero tuvimos la dicha de que nos acompañara por muchos años. Eso alivia el dolor.

En su opinión, Fidel “preparó al pueblo para este momento” cuando pronunció su ya célebre discurso en el último congreso del PCC. Para muchos cubanos de la isla, Fidel fue hasta el último momento un padre previsor.

Mientras tanto, en Miami...

Varios centenares de opositores a Fidel Castro se congregaron de forma espontánea en Little Havana, para celebrar la muerte del expresidente cubano. Foto Gustavo Caballero (AFP).
Varios centenares de opositores a Fidel Castro se congregaron de forma espontánea en Little Havana, para celebrar la muerte del expresidente cubano. Foto Gustavo Caballero (AFP).

Miami, Florida, ESTADOS UNIDOS. Gritan: “¡Cuba libre!” y “¡Libertad, libertad!”. Se bañan en champán. Se toman selfis y videos. Cantan y tocan tambores y cacerolas. Miles de cubanos del exilio celebran la muerte de Fidel Castro. Miami es una fiesta.

“Es triste que uno se alegre de la muerte de una persona, pero es que esa persona nunca debió haber nacido”, dice Pablo Arencibia, un maestro de 67 años que salió de Cuba hace 20.

“Satanás es el que tiene que preocuparse ahora, que Fidel va para ahí y le va a querer quitar el puesto”, bromea, casi inaudible entre los los cacerolazos, los tambores, las bocinas y las consignas que despertaban a los vecinos.

Según el Centro de Investigación Pew, hay 2 millones de cubanos en Estados Unidos y un 68 % de ellos vive en Florida.

Con comentarios como “demoró demasiado” o “ahora falta Raúl”, más de mil personas en Little Havana y otro tanto en Hialeah –dos vecindarios de Miami que son bastión del exilio cubano–, cantan, bailan y se abrazan para celebrar la muerte el viernes del líder de 90 años. Desde estos barrios, varias generaciones de exiliados cubanos han seguido de cerca la actualidad del otro lado del estrecho de Florida.

Algunos cantan el himno de Cuba, otro abren una botella de champán haciéndola salpicar en medio de la multitud, que grita “¡Viva Cuba!” e improvisa ruedas de tambores.

Los vecinos se despiertan con los bocinazos que llenan las calles y salen a festejar casi en piyama. Gente de todas las edades, e incluso algunos estadounidenses, se suma a la fiesta.

“Es un gran momento para la comunidad cubana, y estoy con ellos”, dice Debbie, una jubilada estadounidense, originaria de Florida, que no quiere dar más datos: “Vivo en Little Havana y esto es gran parte de nuestras vidas. La comunidad siempre está unida”.

Debbie y su amiga Aymara, una cubana, celebran frente al emblemático Café Versailles, un centro de reunión de los cubanos del exilio que a lo largo de las décadas ha visto numerosas protestas y muy pocos motivos de celebración.

“Tenía que haberse muerto hace rato ya, porque es un criminal, un asesino y un miserable, tenía que haberse muerto también el hermano; esa familia son todos unos criminales”, grita con rabia y euforia Hugo Ribas, un jubilado de 78 años que tiene cuatro años refugiado en Miami.

Pero, más allá de la celebración por el fin de una era, los cubanos en Miami no son muy optimistas sobre el futuro de la isla mientras. “Demoró demasiado y hubo mucha muerte por el medio, pero no creo que sirva de algo”, comenta Aymara, también recelosa de compartir su identidad.

Algunas banderas venezolanas se cuelan entre las cubanas y estadounidenses, y se escuchan consignas contra el gobierno de Nicolás Maduro, llamando a su turno.

Los más jóvenes hacen Facebook Lives, envían historias de Instagram y transmiten las celebraciones por FaceTime y Skype a sus amigos y familiares en la isla, sintiendo el peso de un momento histórico.

“Duró demasiado”, dice Analía Rodríguez, de 23 años y diez en el exilio. “Hubo mucho dolor y muchas familias que se rompieron y ahora estoy... ¡feliz!”, exclama con una carcajada.

A diferencia de los cubanos –mayoritariamente jubilados– que se reunieron en el mismo lugar para celebrar la victoria presidencial de Donald Trump hace tres semanas, esta vez había manifestantes de todas las edades.

“Los que decían que el exilio era cosa de viejos, que vean aquí que esta es una respuesta sumamente elocuente de que el exilio sigue vivo, y que las ansias de una Cuba democrática y de progreso están en todos los cubanos”, dice Arencibia.

© Agence France-Presse

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