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Muerte, funeral y resurrección de la paz en Colombia

¿Cómo es vivir en un país que le dijo No a la paz? En Colombia, los primeros días después del plebiscito fueron más grises para quienes votaron por el SÍ. Luego las horas se llenaron de rabia e indignación cuando poco a poco se fue descubriendo cómo se hizo la campaña que provocó que más del del 50% de los votantes se negaran a hacer la paz con la guerrilla. El gobierno colombiano y las FARC han firmado un nuevo acuerdo de paz, pero ahora todo lo llena una inmensa incertidumbre.  


Martes, 15 de noviembre de 2016
Texto Andrea Salgado Cardona | Fotos Christina Noriega

“La gente piensa que hago películas de zombis para hablar de política; pero, en realidad, hago películas políticas para hablar de zombis”, George   A. Romero.


Día 1: El vuelo esperanzador y la veloz caída

El domingo 2 de octubre de 2016, día del plebiscito en que los colombianos íbamos a refrendar el proceso de paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), amaneció lloviendo en Bogotá. El aguacero había comenzado la noche anterior y hacía tanto frío que a las 8.30 de la mañana, yo, por lo general madrugadora, no había logrado pararme de la cama. Tampoco el resto de la jauría. Lupe, Tito, Pepa y Firulais, los perros, cada uno en su cama, dormían acobijados, asomando tan solo la punta de las narices negras y húmedas. Kiki, el gato, desde arriba del armario, como cada mañana, nos veía despertar con curiosidad de extraterrestre que elabora un informe sobre la vida de los humanos y sus mascotas.

Prendí las noticias. Llovía también en la pantalla: bajo un paraguas negro, el senador del partido de la U, Armando Benedetti, preocupado por las condiciones climáticas de la costa Caribe, donde la amenaza del Huracán Mathew se estaba sintiendo desde el miércoles, le pedía al Consejo Nacional Electoral que considerara la posibilidad de extender el horario de cierre de las urnas. “La gente no ha podido salir de las casas”, decía.

En once corregimientos de la Alta Guajira en el municipio de Uribia, las lluvias habían impedido la llegada de los jurados electorales. En Magdalena, las crecientes y avalanchas de los Ríos Aracataca, Tucinica, Sevilla y Frío, mantenían a los habitantes encerrados. La Ciénaga Grande había aumentado de nivel y las olas del mar inundaban las calles de Pueblo Viejo. En Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, las capitales de la región, también llovía desde el amanecer.

Una manifestante reclama la puesta en marcha del acuerdo de paz en Colombia. Las FARC-EP y el ejército colombiano han protagonizado una de las guerras más longevas de la historia, con más de cinco décadas de enfrentamientos. Foto El Faro: Christina Noriega
Una manifestante reclama la puesta en marcha del acuerdo de paz en Colombia. Las FARC-EP y el ejército colombiano han protagonizado una de las guerras más longevas de la historia, con más de cinco décadas de enfrentamientos. Foto El Faro: Christina Noriega

La solicitud improbable de Benedetti tenía una razón de ser: la costa Caribe fue fundamental en las elecciones presidenciales del 2014. Juan Manuel Santos, desde ese entonces abanderado de la paz, obtuvo 2,011,241 votos, más de un millón que Oscar Iván Zuluaga, candidato del Centro Democrático (partido de la oposición que promovía el No al acuerdo de paz) que obtuvo 976.467. Siendo esta región una de las grandes fuerzas electorales de Santos, el abstencionismo provocado por el clima ponía a tambalear el proceso de paz. Abrí Twitter. A los problemas climáticos había que sumarle la amenaza de una débil campaña por el Sí; la desconfianza de los colombianos hacia el gobierno Santos cuyos niveles de popularidad (debido a la inflación que desde comienzos de año no daba tregua) se encontraba por el piso: 24% según las encuestas; y los rumores de que la dirigencia regional en la costa Caribe, que tanto le había ayudado a Santos dos años atrás para convertirse en presidente, no había impulsado lo suficiente la consulta. En la televisión, Benedetti invitaba a los colombianos de la costa Caribe, y del resto de regiones del país donde llovía, a salir de sus casas para cumplir con el deber electoral, así cayeran rayos y centellas.

En el Ensayo sobre la lucidez del nobel de literatura José Saramago, el día de las elecciones también amanece lloviendo y un gran porcentaje de los votantes se queda en casa. Todos los que van a las urnas, sin excepción, votan en blanco. La institucionalidad democrática colapsa y la distopía comienza: el premio para el pueblo que manifiesta su inconformismo, su desaprobación a los partidos políticos que desde siempre los gobiernan, es la represión, el sometimiento. Como el pueblo se niega a elegir, el gobierno convoca unas nuevas elecciones. De nuevo, por un margen superior al 80%, gana el voto en blanco. El gobierno entonces implementa métodos para obligar al pueblo a tomar una decisión. De eso se trata, al fin de cuentas, la farsa de la democracia, nos dice la novela: un totalitarismo enmascarado de participación ciudadana. Alarmada, yo que de las pesimistas soy la más más, desperté a Carolina.

—Mona, hay que salir a votar rápido. Esto se va a joder.
—De qué hablas. Duérmete otro rato amor, por favor, no seas intensa, si es allí al ladito que vamos, está haciendo mucho frío —me dijo y se tapó la cabeza con la almohada.

A las 10:30, después de una caminata rápida con los perros en el Parque de la Independencia, Carolina y yo salimos a desayunar a la panadería de las Torres del Parque. En las ventanas de las tiendas y los apartamentos habían carteles del Sí. Alegres, los vecinos de la Macarena, profesores universitarios, estudiantes, artistas, maestros de diversos oficios, tenderos, restauranteros, panaderos, dueños de locales donde se consiguen productos orgánicos y de fabricación artesanal, y toda el resto de la fauna clasemediera y de pensamiento liberal, cubiertos con cortavientos, impermeables y sombrillas, iban o venían de votar. Su entusiasmo terminó de llevarse mi mal augurio. A lo que se le sumó un encuentro que sentí como una señal divina. Recostado contra la pared, frente al colegio Policarpa Salavarrieta donde estaba mi puesto de votación, se encontraba Pedro Badrán. El escritor es el autor de una novela histórica llamada la Pasión de Policarpa, dedicada a la vida de esta heroína y mártir de la Independencia. Qué coincidencia. Mi sitio de votación simbolizaba entonces la libertad, era el presagio de un futuro mejor. Me lo recordaba Pedro que se veía tan optimista y alegre mientras fumaba y charlaba con Beatriz, su mujer. Vecindario votando por el Sí+Pedro Badrán+Policarpa Salavarrieta. Las cosas no podrían estar saliendo mejor a pesar de que estuviera cayendo semejando lapo de agua.

La paloma de la paz se refugia de la lluvia bajo una cornisa, lista para alzar vuelo

—Vas a ver que esta va a ser la primera vez que ganamos algo con nuestro voto. Siempre votamos por los perdedores, pero hoy sí, obvio sí —dijo Carolina mientras cerraba el paraguas.

Después de votar me sentí limpia y ligera. Estaba convencida de que había hecho lo correcto. Cuando leí en la papeleta electoral:“¿Apoya usted el Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz durable y verdadera?”, inhale y exhale tres veces, concentrando mi atención en el lado derecho de mi corazón, para enviar desde ahí paz a los corazones de todos, y luego marqué una X enérgica en el Sí. El viernes anterior, en la sede de Danza Común, compañía de danza contemporánea donde tomo clases de yoga, Adriana Caro, la maestra, sin relacionarlo directamente con el plebiscito (aunque yo sabía que hablaba de él), me hizo realizar este ejercicio de meditación antes de iniciar la práctica de posturas. Y tal cual, lo repetí dentro del cubículo en un repentino ataque espiritual, creyendo que por fin, después de más de sesenta años de guerra, el país iba a dar el primer paso para la terminación del conflicto.

En la tarde el sol brilló con fuerza y me fui muy feliz al Norte con Carolina, a un asado con nuestros amigos, confiada de que al atardecer celebraríamos la victoria. A todos los asistentes nos unía una convicción similar: Por X o Y motivo, había que votar Sí, no como aprobación al gobierno de Juan Manuel Santos sino como un acto público de perdón, una declaración de que estábamos agotados de más de sesenta años de conflicto armado y queríamos comprometernos con la construcción del futuro de Colombia.

Justo cuando repartieron la comida, en la radio comenzaron a transmitir los resultados. En menos de una hora pasé de la euforia a la indigestión. Con una abstención del 63%, el No le ganó al sí (50, 2 % contra 49,78 %).

Cuando el sol ya comienza a ocultarse, la paloma de la paz alza vuelo y un francotirador contratado por el Centro Democrático, que desde hacía horas la tenía ubicada en el mirilla de su M1010, contiene la respiración, jala el gatillo, exhala y la ve precipitarse a toda velocidad hacia el suelo.

La celebración se terminó antes de los esperado. Con un nudo de silencio en el estómago, me fui a casa, derrotada. En el taxi Carolina se quejaba de los resultados por teléfono con su papá. Me dieron ganas de llamar a mío, pero la tristeza no me dejó.

El presidente Juan Manuel Santos, bolsas moradas debajo de sus párpados caídos de perro viejo, apareció un par de horas más tarde en la televisión dando un discurso digno de una candidata al reinado nacional de la belleza: que los que votaron No también querían el Sí, que al día siguiente convocaría al senador Álvaro Uribe para charlar y mirar a ver cómo es que llegaban a un acuerdo, y remató con un “Siempre he creído en el sabio consejo chino de buscar oportunidades en cualquier situación”.

—¿Chino de quién putas? ¿De qué habla este imbécil? —le dije a Carolina.

Al rato apareció Álvaro Uribe Vélez, copetín blanco de medio lado, gafas de seminarista, tono de monseñor:

—Los sentimientos de los que se abstuvieron, de los que votaron Sí, de los que votaron No, son los mismos, todos quieren la paz… Todos queremos la libertad… Política social sin poner en riesgo la empresa honorable… La economía se podrá agravar con los acuerdos. No más impuestos. El gobierno debe tomar decisiones de austeridad, apoyo a la empresa privada, a nuestras fuerzas armadas. No a la impunidad… Que no se ponga en peligro los valores de la familia defendidos por nuestros pastores religiosos y rectores morales —dijo, y como si elevara una plegaria a los cielos—. Confíamos en que los del Sí, al recibir el mensaje de nuestra buena voluntad, nos escucharán, nos escucharemos.

Sentí ganas de vomitar, no las que siempre siento cuando veo las declaraciones de Álvaro Uribe Vélez, a quien considero uno de los peores seres humanos sobre la faz de la tierra, o como mejor lo expresó la escritora uruguaya Fernanda Trías en su muro de Facebook, quien es la autoridad máxima del Conciliábulo del Mal (CDM), del que miembros ilustres como Fujimori, Videla y Hitler, hacen parte. No, no eran las ganas de vomitar de siempre las que sentía, estas eran diferentes, una náusea instalada en la boca del estómago que no encuentra vehículo de expresión.

—Que se jodan las víctimas, los campesinos, los negros, los indios, los pobres y todos nosotros los maricas. Punto final —dije y apagué el televisor

Día 2: El grito de los vencidos

A las 6:30 de la mañana del lunes 3 de octubre, después de que le envíe un mensaje de texto a mi entrenador físico, disculpándome por no haber ido a la clase por encontrarme indispuesta, fui a la cocina a preparar el café y al darme cuenta que ya no quedaba ni una sola cucharada en el tarro, lagañosa y despeinada, me eché encima la ruana que mantengo colgada en el perchero y salí para la tienda. La mañana era igual de gris y fría a las mañanas que la antecedieron, pero sentí el barrio más sombrío que de costumbre, como si los estudiantes que ascendían hacia la universidad Distrital a grandes zancadas; el francés flacuchento y con barba de profeta que regresaba con su Pastor Alemán de dar un paseo; y la pequeña de la dueña del local de hamburguesas que esperaba el bus escolar, estuvieran cubiertos por una nube de smog.

Manifestantes en una de las marchas a favor de los acuerdos de Paz, en los días posteriores a la derrota en el plebiscito. Este 12 de noviembre, el gobierno de Colombia y las Farc anunciaron un nuevo acuerdo, que recoge el 80% de las peticiones de quienes lideraron la campaña del NO. Foto El Faro: Christina Noriega
Manifestantes en una de las marchas a favor de los acuerdos de Paz, en los días posteriores a la derrota en el plebiscito. Este 12 de noviembre, el gobierno de Colombia y las Farc anunciaron un nuevo acuerdo, que recoge el 80% de las peticiones de quienes lideraron la campaña del NO. Foto El Faro: Christina Noriega

En la tienda compré una libra de café, un paquete de arepas, seis huevos, el Espectador y El Tiempo y regresé a preparar el desayuno que luego llevé hasta la cama para poder ver los informes en la televisión y revisar las entradas de Facebook y Twitter. Juan Manuel Santos había invitado a los representantes del Centro Democrático a dialogar. Francisco Santos (primo y gran opositor de del presidente) confesó en una entrevista que no esperaban que el No ganará y que la verdad era que aún no tenían ninguna propuesta concreta para iniciar el diálogo con Santos.

Y así, pegada a la televisión y a las redes sociales, con Carolina, los perros y el gato, sin salir del cuarto, permanecí a la espera de una respuesta. A eso de las 2.00 me quedó claro que no se daría ninguna reunión ese día, y que nadie, ni el gobierno de turno ni el opositor, tenían en realidad ningún plan B.

En las redes sociales se comenzó a hablar de que los que habían votado por Sí estaban sufriendo de “plebituza”. En Colombia, al despecho amoroso se le dice tuza. “Plebiduelo” hubiera sido una mejor palabra para describir lo que yo estaba sintiendo. El duelo después de la pérdida, cuando el muerto aún está fresco. Esa desorientación, inmovilidad y silencio que nos amortaja.

La paloma de la paz está tirada en la calle, el hueco de la bala cruzándole la barriga de lado a lado, el plumaje ensangrentado y las patas moradas y tiesas, pero nadie ha sido capaz de llamar al CTI para que se lleven su cuerpo a la morgue .

#Paísdemierda. En la tarde, la etiqueta se volvió viral en redes sociales. “Hasta aquí los deportes…país de mierda”. La frase fue pronunciada por primera vez 18 años atrás, el 13 de agosto de 1999, por César Augusto Londoño al finalizar el noticiero CM&. Ese día, el periodista, comediante político y defensor de derechos humanos, Jaime Garzón, fue asesinado por paramilitares aliados con integrantes de la Fuerza Pública quienes lo habían declarado a él, y a muchos otros, objetivos militares por su gran influencia política y trabajo como defensores de los derechos humanos. “País de mierda”. Desde aquel entonces resume nuestro sentimiento de impotencia frente a las estructuras del poder del país. “País de mierda” dijimos cuando lo mataron y entendimos que la clase dirigente tradicional no estaba dispuesta a dejar que nadie tuviera una visión crítica, mucho menos, si como Garzón, primero A través del programa de humor político Zoociedad y el noticiero paródico Cuac; y al final de su vida interpretando a Heriberto de la Calle, un embolador desdentado y sin pelos en la lengua, contaminaba de ideas a un pueblo desde siempre anestesiado a punto de telenovelas y noticias sensacionalistas.

“País de mierda” dijimos cuando él se calló y nosotros también callamos. “País de mierda” no es nuestro grito de guerra sino de rendición. Antecede la huida hacia la burbuja en la que nos refugiamos, derrotados, convencidos de que el futuro político y económico de nuestro país no está en nuestras manos, a menos de que como Garzón, queramos ofrendar la vida por una causa imposible. “País de mierda” es nuestra verdadera opción política. La misma del 63% que no salió a votar, y del resto, los del Sí y el No, que después del golpe, comenzamos la retirada, para que el gobierno, que siempre al fin de cuentas hace lo que le de gana, decida el futuro de todos. Tal vez Uribe sí tenía la razón. “Todos queremos la paz”. Es decir, retirarnos, escapar de la realidad en la que no tenemos ninguna injerencia.

Día 3: La culpa es de los maricas

En la mañana tuve que llevar a Tito a que le practicaran la eutanasia. Recién le habían diagnosticado cáncer y Carolina y yo no queríamos verlo sufrir, así que tomamos la decisión de ponerlo a dormir por siempre. Cuando regresé al barrio, los vecinos que el día del plebiscito me resultaron tan luminosos, por efecto de mi tristeza, se volvieron espectros translúcidos. Yo era uno de los espectros, el fantasma de Canterville arrastrando la larga cadena oxidada de la justicia social.

Ese día ni Álvaro Uribe Vélez ni ninguna cabeza visible del Centro Democrático llegó a la reunión convocada por el presidente. En reemplazo acudieron 14 representantes de las iglesias cristianas, cuya oposición férrea al acuerdo de paz había sido definitiva en el triunfo del No.

Esta comunidad es un verdadero fenómeno en Colombia: 266 organizaciones aglutinadas desde 1950 en el Consejo Evangélico de Colombia (Cedecol) que agrupan a 10 millones de creyentes.

—Si ves lo que te digo. Qué se jodan los maricas. Todo esto es por la comunidad LGBTI. Parece mentira —le dije a Carolina— Es nuestra culpa que ganara el No. Yo creí que nadie se iba a creer ese cuento de la “Ideología de género”, de verdad, semejante vaina tan obtusa, cómo alguien puede creer en esa mierda y al mismo tiempo declararse cristiano.

En el discurso de la victoria del No, Álvaro Uribe Vélez, había mencionado cuatro veces corregir los acuerdos para preservar “el concepto de familia”.

Uribe la hablaba a las comunidades católicas y cristianas, eso quedaba claro en su intervención. Ellos, en gran medida, habían sido los responsables del triunfo del No.

Una valla por el SÍ permanece en una pared en una de las calles de Bogotá. En Colombia, uno de los promotores del NO contó a un medio de comunicación que la estrategia de la campaña para movilizar a la gente en contra del acuerdo de paz fue la
Una valla por el SÍ permanece en una pared en una de las calles de Bogotá. En Colombia, uno de los promotores del NO contó a un medio de comunicación que la estrategia de la campaña para movilizar a la gente en contra del acuerdo de paz fue la 'más barata' de la historia. Foto El Faro: Christina Noriega

La oposición venía usando el argumento de “La ideología de género” como principal razón para votar por el No en el plebiscito desde que el documento del acuerdo se hizo púbico. El término fue introducido en la mente de la comunidades cristianas y católicas de extrema derecha desde agosto, dos meses antes de que los colombianos acudieran a las urnas, por el procurador Alejandro Ordoñez, después de que la Corte Constitucional votó a favor del matrimonio igualitario. Se instaló de forma definitiva cuando en redes sociales se volvió viral una supuesta cartilla que la ministra de Educación, Gina Parody, abiertamente lesbiana, había comenzado a distribuir en los colegios del país: Un montaje hecho con un comic belga pornográfico, David and Jonathan de Tom Bounden, en el que se mostraba a dos jóvenes teniendo sexo de forma explícita. “La ideología de género” educa a sus hijos en cómo tener sexo homosexual. Eso dejaba entender el montaje. El gobierno Santos pretendía homosexualizar a los niños.

Los padres de familia y directivos de ciertos colegios religiosos y conservadores del país convocaron a un plantón el diez de agosto: “En defensa de los valores y principios de las familias”.

El montaje, dijo la ministra Parody, “hace parte de una maquinaria política que quiere una Colombia dividida, pues incluso funcionarios de la Procuraduría se encargaron de difundir la imagen en redes”.

La expresión “ideología de género” fue ampliamente trabajada por el papa Benedicto XVI cuando aún era el Cardenal Ratzinger, en el libro La sal y la tierra. Según él, se trata de la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. “Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo, y con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo”, escribió.

El procurador Ordoñez fue destituido el 19 de septiembre, pero la supuesta “ideología de género' ya había calado en el fanatismo de los grupos religiosos. Para cuando se firmó el acuerdo y el documento fue hecho público, el término “Perspectiva de género” -es decir, la inclusión igualitaria de mujeres, homosexuales, heterosexuales y personas con identidad diversa, en las decisiones políticas- se hizo popular. El acuerdo de paz había sido escrito desde la perspectiva de género. Perspectiva e ideología de género fueron vueltas sinónimos. Esta tergiversación de un término, aprovechada por el Centro Democrático, se convirtió en la prueba que los cristianos y católicos necesitaban para confirmar que el demonio quería que la gente decente de Colombia se revolcará en el fango de la lascivia, la sodomía, el cunnilingus, anniligus y fellatio. Todas esas prácticas deplorables que acelerarían el fin de los tiempos, que harían que su Dios tiránico lanzara saetas de fuego sobre los pecadores y de paso, los destruyera a ellos, que tanto habían trabajado para ascender al cielo.

“El acuerdo vulnera algunos principios de los evangélicos”, le dijo Edgar Castaño, presidente de la Confederación Evangélica a La Silla Vacía. “La familia, por ejemplo, cuando se habla de equilibrar los valores de la mujer con los de los grupos LGTBI”.

Un día después del plebiscito, y frente a la derrota, Gina Parody renunció al cargo de ministra de Educación.

Mal cubierta por una bandera de arcoíris, al finalizar al tarde, la paloma de la paz continua tirada en la calle. Ya comienza a descomponerse y el olor dulzón de la mortecina es arrastrado por el viento hasta los hogares de los colombianos que la prefieren muerta que marica.

Día 4: El cortejo fúnebre

En 1948, Jorge Élicer Gaitán convocó a la Marcha del Silencio para denunciar la persecución política llevada a cabo por el gobierno conservardor de Mariano Ospina Pérez a la oposición liberal. La manifestación fue tan multitudinaria y emotiva que los conservadores cayeron en cuenta del poder que tenía Gaitán para mover las masas, y el 9 abril, dos meses más tarde, lo asesinaron. En redes sociales, desde el martes 4 de octubre, un grupo de jóvenes universitarios convocaron a una segunda Marcha del Silencio para presionar la firma del acuerdo.

A las 11:3O de la mañana, el presidente Juan Manuel Santos junto a la canciller María Ángela Holguín, el ministro del Interior Juan Fernando Cristo, el Ministro de Defensa Luis Carlos Villegas y el negociador Frank Pearl, recibieron al senador Álvaro Uribe Vélez y su equipo del No: Carlos Holmes Trujillo, Iván Duque, Óscar Iván Zuluaga, el ex procurador Alejandro Ordóñez y Martha Lucía Ramírez. Nunca se supo el resultado de la reunión, o sí, se supo que no hubo ningún resultado, que Uribe y los que habían votando por el No, no sabían bien que era lo que querían todavía, o mejor, querían tomarse todo el tiempo del mundo en expresar sus requerimientos. Usaban la vieja estrategia de la dilación, el siempre efectivo dispositivo del aburrimiento que hace que los ciudadanos, poco a poco pierdan el interés por los hechos que los afectan.

Las declaraciones de ambas partes fueron políticamente correctas por no decir eufemísticas. El gobierno escucharía las propuestas de los opositores y las llevaría a las mesas de diálogo en la Habana para renegociar. Algo que a toda luz resultaba difícil de imaginar, teniendo en cuenta que antes del plebiscito, el Centro Democrático había hablado desde empezar desde cero con los diálogos hasta introducir 68 salvedades en los capítulos. Una labor que podría tomar otros cuatro años más de negociaciones. De todas maneras y aunque no lo hubieran dicho en esta reunión, se sabía lo que andaban repitiendo desde antes del plebiscito: castigo con cárcel para los culpables de delitos atroces, la no elegibilidad de los mismos, reparación real de las víctimas, todas ideas positivas, curiosamente ya contempladas en el acuerdo pero que según ellos no contenían las especificidades suficientes. La exitencia de El Tribunal Especial, entre muchas otras cosas, aterrorizaba al Centro democrático, ya que no solo juzgaría a las FARC sino también a empresarios y miembros de las Fuerzas Armadas de Colombia, que de alguna manera hubieran estado involucrados en el largo conflicto colombiano.

En varios departamentos de Colombia, cientos de manifestantes exigieron la paz luego de los resultados del plebiscito en el que triungó el NO. En Bogotá, las manifestaciones se concentraron en la Plaza de Bolívar. Foto El Faro: Christina Noriega
En varios departamentos de Colombia, cientos de manifestantes exigieron la paz luego de los resultados del plebiscito en el que triungó el NO. En Bogotá, las manifestaciones se concentraron en la Plaza de Bolívar. Foto El Faro: Christina Noriega

Toda el día estuve trabajando en el estudio sin decidirme a salir a marchar. Al final de la tarde Carolina me arrastró con ella. Casi todo el mundo iba vestido de blanco, yo no, yo llevaba una camisa negra porque no había tenido energía para cambiarme. Estudiantes, familias, jóvenes y viejos de todas las clases sociales, avanzaban en silencio. Algunos llevaban velas encendidas o pañuelos blancos. Desde el parque de La Independencia hasta la Plaza de Bolívar, un recorrido de unas veinte cuadras, los único que se oía eran los gritos ocasionales de los vendedores ambulantes que aprovechaban la ocasión para ofrecer velas, banderas, dulces y bebidas.

“Qué paz ni que mierda”, le dijo un vendedor a una señora de unos sesenta años, pelo gris hasta los hombros, envuelta en un elegante chal blanco.

La señora movió la cabeza de una lado a otro lamentándose, como una madre que cae en cuenta de que su hijo no tiene remedio. Incliné la cabeza, reparé de nuevo en mi camisa negra y de pronto entendí que en vez de estar en una marcha en la que exigía que se aprobara el acuerdo de paz con las FARC, hacía parte de un cortejo fúnebre.

Como el CTI nunca apareció, 30.000 bogotanos se encargan de recoger ellos mismos la paloma que desde el domingo está tirada en la calle y ahora la llevaban a enterrrar.

“Acuerdo Ya. Queremos paz”, se comenzó a oír tan pronto llegamos a la Plaza de Bolívar. “Acuerdo Ya. Queremos paz”, repetí sin fuerzas. Arriba, desde su base de mármol, la estatua de Simón Bolívar nos miraba con lástima.

Día 5: La campaña de la indignación

En la mañana del 6 de octubre, en la Universidad Nacional, mis estudiantes comenzaron a hacerle bullying a una estudiante de Medellín.

—Por culpa de todos esos paisas ganó el No —dijo uno en tono de broma y los demás asintieron en voz alta.

—Pero yo voté por el Sí —lo juro— contestó avergonzada— No soy uribista.

Medellín es la capital del departamento de Antioquía de donde es oriundo el senador Álvaro Uribe Vélez, región donde el No ganó con un 62% . Allí, así como en otros departamentos de la zona cafetera, Uribe es adorado con fervor espiritual.

En agosto, una foto de la senadora del Centro Democrático Paloma Valencia, otra de las grandes promotoras del No, comenzó a circular por las redes sociales. Detrás de ella, de fondo, aparecía una pintura del Sagrado Corazón de Jesús, Santo Patrón sangrante de Colombia. La imagen, sin embargo, sustituía la cara de cristo con la de Uribe Vélez. La obra se la había regalado la artista de Popayán, Maján Muñoz, quien tiene una serie de cuadros satíricos en los que mezcla imágenes religiosas y políticas, explicó Valencia a los medios, justificando la presencia de la pintura en su casa. Desde ese día, la senadora famosa por defender a Uribe con pasión exacerbada y espumarajos en la boca, se me convirtió en símbolo de lo que significa en Colombia ser Uribista. Una fe ciega y blindada a las pruebas que lo incriminan no solo por múltiples delitos de lesa humanidad sino por promover la concentración de la tierra y ser el causante de un éxodo campesino e indígena sin precedentes; despilfarrar dineros públicos, crear un sistema de salud y pensiones inoperante, que empobrece, que deja morir a la gente, que vuelve la jubilación una utopía a la que no se puede aspirar; y un prontuario tan extenso, salpicado de palabras como currupción, destrucción de los recursos naturales, dádivas, cuotas burocráticas, masacres y un largo etcétera macabro.

Al salir de clase, en redes sociales se había desatado un nuevo escándalo. El día anterior, Juan Carlos Vélez, director de la campaña por el No, dio una entrevista para el diario La República titulada: 'El No ha sido la campaña más barata y efectiva de la historia'.

“La campaña del Sí estuvo basada en la esperanza de un nuevo país? En que se basó la campaña del No”, le preguntaron. A lo que él respondió. “La indignación. Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”, y luego pasó a explicar, orgulloso de su labor, la estrategia: Primero que todo dejaron de explicar los acuerdos y se centraron en el mensaje de la indignación. En las emisoras de estratos medios y altos hablaban de que no había que dejar impunes los crímenes de las FARC ni permitirles participación política. Y recalcaban que el acuerdo de paz estaba relacionado con la reforma tributaria que se llevaría a cabo. Detener el proceso era impedir que esta ocurriera. Una mentira que las clases acomodados se comieron sin cuestionamientos. La reforma tributaria iba a ocurrir con paz o sin ella. A las clases bajas se les dijo que los guerrilleros iban, después de todos los crímenes cometidos, a recibir un salario mensual de dos millones de pesos, cuando en realidad se les iba a dar una indemnización temporal y crear un fondo de subsidio. Las clases bajas por supuesto se enfurecieron, un premio para los asesinos mientras ellos, gente de bien, tenían que matarse mes a mes para poder medio sobrevivir con el salario mínimo. Y el resto ya lo sabemos, la ideología de género que con su rayo homosexualizador iba a mariquiar a todos los habitantes del territorio nacional. Al finalizar el día, Uribe regañó a Juan Carlos Vélez por hablar de la campaña, no se excusó con nadie, y ese fue el único bálsamo de la semana. Imaginé a todos los que votaron por el No sintiéndose como unos retrasados mentales.

Ahora que la paloma está bajo tierra, los gusanos royéndole las alas, su epitafio debe ser escrito: Acá yace la paloma de la paz a la que la mató la indignación de un pueblo bruto, envidioso, egoísta y sobre todo, resignado.

Día 6: El despertar de la paloma muerta

El viernes 7 de octubre tan pronto me levanté, vi en el televisor el Informe de Última Hora:

“El Presidente Juan Manuel Santos acaba de ganar el premio Nobel de la paz”.

Una frase de Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez se volvió viral de inmediato:

“Los habitantes de Macondo estaban en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta, dónde estaban los límites de la realidad”.

Pero esa no era la historia que estábamos viviendo. No señor. En realidad los colombianos habíamos comenzando a protagonizar un apocalipsis zombi de bajo presupuesto. Una película clase B que con suerte podría volverse objeto de culto para geeks.

La paloma de la paz se levanta de su tumba convertida en un zombi escuálido. Uno de los sepultureros del cementerio llama a Álvaro Uribe y este manda a su jefe de escoltas a recogerla. Uribe llama entonces a Juan Manuel Santos a decirle lo que ha ocurrido y este le dice que haga lo que crea conveniente, que al fin de cuantas él ya fue coronado con el Nobel.

Al medio día la paloma ya está metida en una jaula en el Uberrimo, la finca del senador del Centro Democrático. Dicen que nadie se le acerca porque tiene hambre de carne humana y comienza a picotear al más mínimo movimiento. En la imagen que comienza a circular en redes sociales, se la ve mirando con sus pequeños ojos de alfiler, opacos e inexpresivos, a la camara. A cierta distancia, de perfil, Álvaro Uribe la mira como un padre protector.

Epílogo: Se aprueba un nuevo acuerdo de paz

El 12 noviembre, un mes más tarde, comenzó a circular la noticia de que el Gobierno y las Farc, después de varias reuniones con los opositores, habían firmado un nuevo acuerdo. Un silencio lo había envuelto todo desde que comenzaron las negociaciones, y la noticia tomó a los colombianos por sorpresa. En redes sociales el tema no logró prosperar. Era como si nadie quisiera volver a hablar sobre la paz, como si ya estuvieran hastiados del asunto.

Al día siguiente, El Tiempo publicó en primera página una fotografía de Iván Márquez y Humberto de la Calle, jefes de los equipos negociadores de las FARC y el Gobierno, respectivamente, y tituló “Gobierno y Farc firman un nuevo acuerdo de Paz”. El Espectador no fue tan positivo: “Últimas puntadas del nuevo acuerdo”. Ambos periódicos trataban de explicar los cambios del documento: liberarlo de aquellas cosas, reales o ficticias que molestaban al sector del No.

“El nuevo acuerdo ratifica el derecho a la propiedad privada y a que nadie se le expropie por fuera de la ley ya vigente”, dijo Uribe.

También incluye modificaciones a temas inexistentes como la ideología de género. Aclara que no pretende desconocer la institucionalidad de la familia y promueve el respeto a la diversidad de cultos. A los empresarios, les confirma que se implementará respetando el principio de sostenibilidad fiscal. A la fuerza pública y a los civiles que están siendo investigados, les garantiza que no serán juzgados dentro de la Justicia Especial de paz. Y lo más importante de todo es que el acuerdo dice explícitamente que las FARC ayudarán a acabar con los cultivos ilegales, que colaborararán con sus propios recursos para implementar el acuerdo, y que se continuará la fumigación para la erradicación de los cultivos ilícitos. Este día la gente continuaba sin decir nada. Y aunque los medios de comunicación trataron de explicar los cambios, parece que nadie entiende nada y que tampoco le interesa entender. Esa paz, la que se firma, parece ya no pertenecerles al sector del Sí.

Manifestantes por el SÍ marchan en la ciudad de Bogotá en los días posteriores al triunfo del NO. Foto El Faro: Christina Noriega
Manifestantes por el SÍ marchan en la ciudad de Bogotá en los días posteriores al triunfo del NO. Foto El Faro: Christina Noriega

Aunque las comparaciones siempre resulten facilistas, el Brexit en Inglaterra, el No en Colombia y el triunfo de Trump en las pasadas elecciones norteamericanas, son el resultado de un fenómeno mundial. El mundo como una distopía cristiana, capitalista y de ultraderecha; donde la mitad de la población, personajes de un reality basura, desean el control y la represión; quieren tener a un padre que proteja sus intereses mientras ellos se encargan de producir el capital suficiente para tener una vida digna dentro de burbuja en la que habitan con su familia y sus amigos. Sin dudas, una mitad más unida y poderosa que la otra, que la mía, la de los vencidos y cobardes, la del justo medio ideológico que se proclama culta, atea, incluyente, animalista y protectora del medio ambiente, pero que desaparece como actor político a la menor dificultad.

Frente a la cercanía del fin del año, nosotros, el país de los vencidos, entramos también a la burbuja. Es difícil decir quién es más mezquino. Los del No, a los que no les importa ser engañados con tal de que se salvaguarden sus ideologías y privilegios; o los de Sí, que a sabiendas de lo que ocurre, desde que se conocieron los resultados del plebiscito, emprendimos la retirada.

En un acto público en la Universidad Sergio Arboleda, la paloma zombi a la que Uribe le mando a fabricar una versión miniatura del bozal de Hannibal Lecter, se encuentra parada sobre el hombro de Uribe mientras este habla de las ventajas del nuevo acuerdo. Y como quien no quiere la cosa, habla de Estados Unidos y el recién elegido Presidente Trump que se mostró de acuerdo con continuar la lucha contra las drogas.

En la siguiente escena, una lluvia de Glifosato cae sobre las selvas colombianas y una familia campesina inicia el periplo hacia Bogotá, llega a Cazuca, uno de los barrios de invasión más deprimidos de Ciudad Bolívar, y construye un cambuche. Un plano general muestra las dimensiones del barrio, kilómetros y kilómetros de desidia gubernamental.

Una mujer se acerca al atril desde el que habla Uribe y La paloma, al sentir el olor de su carne fresca, se retuerce y sin dificultad se libera del bozal, planea sobre el grupo de personas que se encuentran en el auditorio y comienza a picotear a las primeras víctimas.

Pronto el virus zombi se esparce por todo el territorio Colombiano. Zombis bailan una champeta electrónica sobre un territorio sembrado de fosas comunes.

 

*Andrea Salgado Cardona es escritora y periodista, docente de creación literaria en la Universidad Nacional y la Universidad central (Bogotá). Dirige el taller de crónica de Instituto distrital de las artes (Idartes)

 

 

 

 

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