Columnas / Política

Las olas de Trump


Lunes, 14 de noviembre de 2016
Carlos Dada

En junio del año pasado, el tabloide neoyorquino Daily News puso en su portada un fotomontaje de Donald Trump con la cara maquillada de blanco y una pelota roja por nariz. El titular era: “Payaso corre para presidente”. Fue su respuesta al anuncio hecho por el millonario un día antes, con insultos para los mexicanos y promesas de construcción de un muro.

Los presentadores de talkshows y programas cómicos estadounidenses, desde Los Ángeles o Nueva York, celebraron públicamente el ingreso de Trump a la carrera presidencial; dijeron que era el mejor regalo que la política jamás le había dado a la comedia y escribieron chiste tras chiste de aquel empresario que parecía una caricatura grotesca de un candidato presidencial. “Gracias, Donald –dijo uno de ellos al aire- por este maravilloso regalo”.

Donald Trump, el mismo tipo que se subía a los escenarios de lucha libre para hacer caras de malo y amagar con golpear a un luchador; el empresario que hizo su propio reality show en el que despedía a aprendices de empresarios, “el hombre con el peinado más ridículo del mundo”, se lanzaba a la candidatura presidencial. ¿Qué más se podía pedir?

Por aquellos días asistí en Manhattan a una reunión con escritores y periodistas. Expresé mi indignación ante el discurso xenófobo de Trump como plataforma de lanzamiento de su campaña presidencial. Todos se rieron y me recomendaron no tomarlo en serio. “Es el chiste de la semana. Nadie hablará de él dentro de un mes”, dijeron. Aquel chiste terminó el martes pasado convertido en una pesadilla para la humanidad.

Los grandes medios de comunicación, que al principio vieron en él a un troglodita con un discurso tan aberrante que bastaba con dejarle hablar para que él mismo evidenciara lo absurdo de su candidatura, terminaron desesperados, sin saber qué hacer ante un candidato que a cada barbaridad aumentaba su popularidad.

Dos semanas antes de la elección, la revista The Nation presentó como portada un retrato de Trump compuesto por adjetivos; entre ellos: Idiota, Violento, Vicioso, Fraudulento, Cruel, Misógino, Despótico, Payaso, Fascista, Xenófobo y Asshole, cuya traducción es algo así como “Cerote”. No creo haber visto en mi vida tantos insultos para un candidato presidencial lanzados abiertamente por un medio de comunicación respetado. Algo parecido sucedió en los desfiles de análisis y columnas de opinión de algunos de los intelectuales más reconocidos de Estados Unidos. Ello habla, también, de la gravedad del discurso del candidato. El muro no es fronterizo. Es político y cultural.

Trump insultó a los latinos, degradó a las mujeres, amenazó con prohibir la entrada a musulmanes, se burló de los parapléjicos, mintió, se dejó acuerpar por el Ku Klux Klan y los grupos supremacistas blancos y prometió que bajo su presidencia hasta los niños podrían andar armados. El candidato marcó el tono vulgar y bajero de esta campaña en un ejercicio de bullying político nunca antes visto. Y ese hombre ha sido electo presidente de Estados Unidos.

Los analistas y activistas estadounidenses siguen en shock. No pueden creer aún que Trump será su presidente. No lo tenían siquiera considerado. ¿Y ahora?

Hillary Clinton, en su discurso de aceptación de derrota, dijo que Trump merece una oportunidad para liderar el país y llamó a los estadounidenses a dejarlo trabajar. Lo mismo dijo el presidente Barack Obama. Trump mismo ha moderado el tono de su discurso, prometió gobernar para todos e incluso tuvo palabras conciliadoras hacia Clinton y hacia Obama. Algunos políticos y analistas dicen que la burocracia será capaz de controlarlo; que el congreso, aunque de mayoría republicana, es sensato y no permitirá que Trump haga una locura. Que la Corte Suprema, aunque será conservadora probablemente por las próximas dos décadas, le va a amarrar las manos. Que de todos modos ningún otro presidente deportó a tanta gente como Obama; que el muro ya está construido; que nadie ha lanzado más bombas contra otros países que Obama. Que fueron Hillary Clinton y Obama los que bendijeron el golpe de Estado en Honduras. Y todo eso es cierto. Pero, aunque algunos no quieren creerlo, lo que ya ha iniciado es aún peor.

Es como si un enorme trozo de una montaña de piedra cayera al mar. Lo que vemos ahora es el impacto contra el agua, el ruido violento del caos, la roca abriéndose paso, formando un vacío a medida que se sumerge en el agua, que se alza agitada por los aires. Estamos viendo el estruendo. Y claro, ya pasará, dicen los más optimistas. Vendrá necesariamente la calma. Pero el impacto de la roca contra el agua ha desatado ondas expansivas cuyo alcance aún desconocemos, pero que ya comenzamos a ver.

En algunas escuelas secundarias, niños blancos envalentonados por Trump expresan su racismo en cánticos y pancartas. “Poder Blanco”, “Construyan ese muro”. En la Universidad de Pennsylvania, cientos de estudiantes afroamericanos han comenzado a recibir mensajes racistas en sus cuentas de correo. Hace un par de días, en el condado de Montgomery, Maryland, uno de los más diversos y tolerantes de Estados Unidos, una iglesia fue vandalizada por la noche. Los invasores dejaron un mensaje en el lugar donde antes se anunciaba el servicio en español: “País de Trump. Solo gente blanca”. El racismo ha sido legitimado, reivindicado por Trump. Y hoy, además, es el ganador. El racismo rinde dividendos.

En Europa, los grupos neonazis y nacionalistas comienzan a celebrar. En Hungría y Polonia hay fiestas. El Kremlin sonríe. La familia Le Pen se dice reivindicada; Netanyahu expande la construcción ilegal de asentamientos sionistas en tierras palestinas e Israel inicia el proceso de legalización del despojo de propiedades palestinas. Es el momento de los nefastos.

Al igual que esos grupos políticos nacionalistas, Trump ha reivindicado las políticas del odio a partir de alimentar el miedo de sus votantes. Así logró conectar con su descontento: entregándoles culpables. Los latinos. Los musulmanes. Los negros. Los otros. El miedo a los otros. El gran engaño de todos estos demagogos es prometer soluciones falsas, inmorales y peligrosas. La grandeza de sus constituciones radica, dicen, en la reivindicación del nacionalismo, en el dominio de sus grupos sobre los demás, los que representan “la amenaza a nuestro modo de vida”. Que esto lo diga el primer ministro de Hungría es reprobable, deplorable. Que lo haga el candidato republicano a presidente de la nación más poderosa del mundo es peligrosísimo. Que, después de año y medio de campaña alimentando odios, sea elegido presidente de Estados Unidos, es, como lo dijo el editor de la revista New Yorker, una tragedia.

Para Centroamérica se vienen días oscuros. El director de Diálogo Interamericano, Michael Shifter, lo resume así: “Durante la campaña, Hillary Clinton tenía un equipo de más de 50 personas solo para América Latina. Trump, en cambio, ni siquiera tenía un equipo para América Latina”.

Trump no solo continuará las criminales políticas de deportación de las administraciones estadounidenses anteriores que comparten responsabilidad por la violencia en El Salvador y Honduras. Es probable que decida suspender el TPS para más de 200 mil familias salvadoreñas y, sobre todo, ha estigmatizado ya a los trabajadores latinoamericanos en Estados Unidos. Las expresiones racistas que ya hemos comenzado a ver son apenas el principio. Volver a meter a esos monstruos en la caja que Trump abrió no será tan fácil como fue liberarlos.

El chiste con el que inició la campaña de Trump ha terminado. Incluso los programas de humor están hoy de duelo.

¿Qué queda para alimentar nuestra esperanza? Paradójicamente, esa misma sociedad norteamericana. Las organizaciones de derechos civiles, las de derechos humanos, los grupos de ciudadanos, las iglesias estadounidenses, las universidades, el periodismo, aletargados durante los años de gobierno de Barack Obama, despertarán pronto con este campanazo.

Ya hay reacciones tanto en los campus universitarios como en el sistema político. Cero concesiones a un gobierno racista, dijo hace un par de días el senador Harry Reid. Lo mismo han advertido ya otros dos congresistas: Bernie Sanders y Elizabeth Warren. En las grandes ciudades crecen las protestas.

Ante el estrepitoso fracaso del “establishment” demócrata, los sectores más a la izquierda del partido reclaman el control. Tendrán una ardua tarea, inmensa, pero serán los llamados a dar soporte político a las organizaciones sociales. La influencia de Estados Unidos es tan grande que dentro de cuatro años tendremos un mundo distinto. Solo los estadounidenses opuestos a Trump, conscientes del peligro para la humanidad entera, pueden evitar que el futuro sea tan sombrío. En ellos reside nuestra mayor esperanza.

Algunos tendrán como misión velar por el respeto a los derechos de las minorías, de los inmigrantes, de los refugiados. De las víctimas de las políticas de este nuevo gobierno. Otros tendrán que someter a la administración Trump a un severo escrutinio. Otros más deberán hacer un esfuerzo por comprender a esa otra mitad de Estados Unidos que se han negado a reconocer. Todos, pues, están llamados a construir los puentes con el resto del mundo que Trump quiere desmantelar.

*Carlos Dada es Periodista y fundador de El Faro.

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