Columnas / Política

Tiempo de esperanza


Viernes, 11 de noviembre de 2016
Laura Aguirre

Desde hace un par de meses a mi hijo de dos años le encanta pintar con yesos en una pizarra negra. Hace todo tipo de garabatos y dice que son carros, aviones y pio-pio (pollitos). Pero también le gusta que yo dibuje, aunque no cualquier cosa, solo lo que él me pide que haga. En los últimas semanas siempre quiere que pinte papás, bebés y mamás. Y a medida en la pizarra voz haciendo círculos, líneas y cuadros que asemejan figuras humanas él señala cada una al mismo tiempo que dice y repite “papá, mamá, bebé, papá, mamá, bebé…”. Después de un rato borra todo y me pide que vuelva a comenzar. Mi hijo ha comenzado a comprender e interiorizar el mundo que lo rodea.

El martes Donald Trump ganó las elección presidencial de la primera potencia mundial. El país del sueño americano eligió democráticamente tener como líder a un hombre sin ninguna vergüenza de ser racista, clasista, misógino y de no tener respeto por la legalidad y las normas. Este individuo es ahora el ser más poderoso del planeta en términos bélicos, de influencia en la economía global y en las economías nacionales, de respeto a tratados internacionales de derechos humanos, de cambio climático, de uso de armas nucleares. Su llegada al poder no debe ser subestimada (aunque algunos por ahí digan que Reagan fue igual o peor). Hay que ubicarnos en la época. Mucho está en juego.

El gane de Trump ya se ha convertido para muchos “blancos” en una licencia para transgredir las normas de convivencia, respeto y tolerancia de las que tanto se ha jactado ese país hecho de inmigrantes. Basta ver, tres días después de las elecciones, la cantidad de expresiones y ataques a plena luz del día y a gritos contra latinos, musulmanes, afroamericanos y asiáticos que están proliferando por todo el territorio. A partir del 20 de enero de 2017 el racismo, la xenofobia y la misoginia institucionalizada volverán a Estados Unidos.

Estoy asustada, tengo miedo de lo que está por venir y del mundo en el que a mi hijo le tocará crecer. En El Salvador para muchos todo esto puede parecer una exageración. Tenemos nuestros propios problemas, nuestra propia violencia y hemos sobrevivido ya a tantos presidentes estadounidenses. Además las palabras racismo y xenofobia significan poco o nada. Pero cuando uno vive en uno de estos países donde el meollo de la violencia está en el odio al inmigrante, al extranjero, al que luce distinto, al que habla otro idioma, al que tiene otra cultura, otro color de piel, al que simplemente es diferente, entonces es imposible minusvalorar las consecuencias que un presidente como Trump va a tener en la vida de tantas personas alrededor del mundo, incluyendo los salvadoreños.

Por supuesto que Trump no ha inventado nada nuevo, él solo es un punto culmen dentro de un proceso que ya tiene años de estar consolidándose: el resurgimiento de los movimientos, partidos e individuos abiertamente racistas, xenófobos y discriminatorios, no solo en Estados Unidos, sino también en Alemania y el resto de Europa. Trump es el espaldarazo de legitimación que necesitaban.

Estoy asustada, claro, y tengo miedo por mi hermana y mi sobrino, por mis amigos y todos los otros migrantes y refugiados. Pero también soy más consciente que nunca que ninguno de los cambios que está experimentando nuestro mundo conocido es excusa para tirar la toalla. No queda más que aferrarse a la convicciones, aliarse y seguir luchando, ahora con más fuerza y desde nuestras trincheras individuales y colectivas, por lo que uno cree correcto.

Cuando veo a mi hijo de dos años maravillado aún del mundo que ha comenzado a comprender, entiendo mi responsabilidad con el futuro. Él es una trinchera. A través de mi (y de mi pareja), aprenderá a ser consciente de que sus privilegios - de género, de clase, de nacionalidad, de color de piel - son eso, privilegios, y no estados naturales de superioridad. A través de nosotros también aprenderá los valores y principios que guiarán su vida adulta y las batallas que elija librar. Él es una oportunidad. Por eso le hablo mucho y le enseño fotos y videos de su familia en El Salvador de la que él forma parte y en la que no hay pelos rubios, ni ojos azules; por eso decidimos que estuviera en un kínder donde hay niños de todos los colores, que en conjunto hablan 16 idiomas distintos, donde las familias son diversas y los musulmanes, cristianos y otras religiones conviven; por eso visitamos todas las semanas a nuestros amigos de Afganistán y Siria que vinieron a Berlín huyendo de la guerra; por eso también cuando mi hijo me pide dibujar una familia en su pizarra, no solo pinto a una mamá, un papá y un bebé, sino también dibujo palos, cuadros y círculos que terminan siendo dos mamás y un bebé o dos papás y un bebé; entonces mi hijo repite: “mamá, bebé, mamá”, “papá, bebé, papá”, aplaude, borra todo y me pide que vuelva a comenzar. Él es la esperanza.

*Laura Aguirre es estudiante de doctorado en sociología en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Su tesis, enmarcada dentro de perspectivas feministas críticas, está enfocada en las mujeres migrantes que trabajan en el comercio sexual de la frontera sur de México. Su trabajo también abarca la sexualidad, el cuerpo, la raza, la identidad y la desigualdad social.

 

    

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.