El Ágora / Política

“En el posconflicto colombiano nos espera destapar esa olla podrida de los desaparecidos y las masacres”

El escritor colombiano Pablo Montoya, premio José Donoso 2016, plantea que el principal reto para la Colombia posconflicto será enfrentarse a la verdad detrás de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante cinco décadas. Aunque cree que la población se decantará por el 'SÍ' al Acuerdo de paz con las FARC, teme que la influencia de líderes políticos como Álvaro Uribe provoquen que el acuerdo se caiga. 


Lunes, 12 de septiembre de 2016
Élmer L. Menjívar

“Nací en el 63 y en Colombia ya se estaban formando las FARC y los grupos guerrilleros. Desde que yo me conozco, siempre ha habido esa guerra entre el Estado colombiano y las guerrillas revolucionarias, o que eran revolucionarias en esa época”, cuenta Pablo Montoya, el cuentista, poeta, crítico literario y novelista que en 2015 ganó el Premio Rómulo Gallegos, por Tríptico de la infamia (Random House, 2014). La novela premiada es la cuarta que publica, pero le anteceden 19 libros publicados, entre ocho de cuento, cinco de poesía, cuatro de ensayos y una antología de textos breves de géneros variopintos. A finales de agosto se dio a conocer que es el ganador del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2016, otorgado por su obra en conjunto.

Pablo Montoya. Escritor colombiano. Foto cortesía de Pablo Montoya. 
Pablo Montoya. Escritor colombiano. Foto cortesía de Pablo Montoya. 

Pablo Montoya odia los ruidos humanos y las estridencias de la naturaleza, las alturas lo ponen muy nervioso y lo incomodan las preguntas que indagan en su vida privada, pero se mantiene muy atento a lo que pasa en su país. “Va a empezar la competencia de bicicross, y va compitiendo Colombia, pero eso dura unos tres minutos y en cuanto termine bajo”, me dijo por teléfono al mediodía del 19 de agosto recién pasado, la hora en que habíamos pactado esta entrevista en el lobby de su hotel, durante la Feria Internacional del libro de Panamá. Mariana Pajón era la colombiana que competía y ese día clasificó y ganó una medalla de bronce en las Olimpiadas de Río. “No sigo deportes, pero la olimpiadas me han emocionado porque Colombia va dando sorpresas como la de Mariana”, se explica a modo de disculpas por el retraso.

Con ese mismo interés sigue todo lo que sucede en Colombia en la política, la academia y la literatura, y eventualmente suele intervenir publicando cartas públicas que se niega a convertir en columnas recurrentes, “no soy columnista, ni periodista, ni me interesa serlo, soy profesor universitario y no tengo el tiempo para ser columnista con la responsabilidad que corresponde”, dice. Es profesor en la Universidad de Antioquia, es un académico con maestría y doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos por la Sorbonne Nouvelle, de París, y licenciado en Filosofía y Letras, además de músico graduado de la Escuela Superior de Música de Tunja. Pero ante de todo eso es un escritor que ha dado seguimiento minucioso a la historia que le tocó vivir, y tiene una opinión formada y puntual sobre los últimos acontecimientos que han hecho asomar la paz a su vida, a la vida de todos los colombianos.

En esta entrevista hablamos poco de literatura y mucho de la realidad colombiana que Montoya se ha esforzado en entender para intentar explicarla. Es entusiasta del “SÍ” en el referéndum de los acuerdos de paz, pero mantienen una opinión muy crítica sobre la ausencia de las víctimas en el proceso que describe como un acuerdo entre victimarios. Además, vaticina un posconflicto muy difícil: “lo que nos espera en el posconflicto es destapar esa olla podrida de los desaparecidos, de los asesinatos, de las masacres, de los falsos positivos, y hay que hacer ese ejercicio. Es muy duro lo que nos espera”.

Quiero que, como escritor y académico, nos ayudes a descifrar el momento que vive Colombia en este momento en que asoman estos acuerdo de paz.

Yo nací en el 63 y en Colombia ya se estaban formando las FARC y los grupos guerrilleros. En esa época eran grupos tocados por cierta aureola romántica de la justicia, de los derechos humanos, de la pelea contra el imperialismo, etcétera. Desde que yo me conozco, siempre ha habido esa guerra entre el Estado colombiano y las guerrillas revolucionarias, o que eran revolucionarias en esa época.

¿Por qué surgen las guerrillas?

Yo pienso que toda la conformación de las guerrillas surge como una respuesta a la gran equivocación que cometieron las clases dirigentes colombianas, los políticos liberales y conservadores que han gobernado el país desde el siglo XIX hasta el 2010, y que lo siguen gobernando de alguna manera. Esa clase política nunca hizo una reforma agraria verdadera, esa clase política nunca permitió que los movimientos sindicalistas surgieran. Siempre hubo una actitud muy represora. Una clase política muy reaccionaria, muy católica. Entonces, ante la inequidad social y el crecimiento de la pobreza surgieron estos grupos guerrilleros que fueron a su vez muy combatidos por esa clase política.

Pero hablas de movimientos guerrilleros que no se parecen a las actuales FARC en su proceder criminal.

Es que estos movimientos de alguna manera dependían del apoyo de Cuba, sobre todo de la Unión Soviética, y, claro también de todas las tendencias maoístas de China. Estaban amparados por ese comunismo que la década del sesenta que tenía una gran fuerza en el mundo americano. Pero cuando cae el comunismo, la guerrilla comienza a tener otras actitudes para sostenerse económicamente como movimiento guerrillero y entre esas actitudes está la de relacionarse con el narcotráfico, y es lo que a mí me suscita muchos reproches. No son los únicos. El narcotráfico permea todos los establecimientos colombianos.

¿La primera vía alternativa de financiamiento ante la caída de los países comunistas fue el narcotráfico?

No sé si la primera vía, pero estuvo muy relacionada con el secuestro, que fue una práctica posterior. Antes, los movimientos guerrilleros, no solamente las FARC, sino también el ELN, el LPL, el M19, intentaban golpear al gobierno de otras maneras: explosiones en oleoductos, tomas de pueblos, robo de armas (que fue el famoso caso del M19), estas prácticas son de la década del setenta. Cuando se cae el comunismo, comienza una cosa bien particular en Colombia, hay un primer gobierno que entra a negociar con las guerrillas, el de Belisario Betancur, en 1982. Él comienza con la intención de un proceso de paz, pero fracasó completamente porque las fuerzas militares, los terratenientes, las clases políticas reaccionarias de Colombia comienzan a formar grupos paramilitares, a formar escuadrones de la muerte. Allí aparece, en ese contexto, el narcotráfico. Entonces, desde la década de los ochenta para acá es un panorama muy complejo donde hay múltiples ejércitos y todos esos ejércitos están atravesados por el narcotráfico.

¿La de las guerrillas dejó de ser una lucha revolucionaria?

Mira, las FARC dicen que son sobre todo un grupo revolucionario. Tienen unas ideas evidentemente sociales, muy relacionadas con el comunismo, con el socialismo, con el castrismo, con el chavismo. Hay una dirección ideológica muy próxima a esos regímenes. Ellos tienen una comprensión de su propia forma de gobierno que quieren implementar y que quieren hacer ahora por vía legal, cosa que me parece bien, eso es lo que se debe hacer. Pero ellos están desconociendo su relación viciosa con el delito. Ahí viene la cuestión.

¿Crees que los acuerdos de paz desconocen los delitos de las FARC?

Por segunda, tercera o cuarta vez se ofrece un diálogo de paz que ha avanzado mucho y parece ser que por fin se va a acabar la guerra con las FARC. Yo apruebo eso, por supuesto, pero lo que viene en seguida es el posconflicto, empezar a mostrar todas esas víctimas, todos esos crímenes, señalar a los culpables, establecer listas de crímenes.

¿No deberían perdonarse?

Es que una cosa significa perdonar y… A ver, eso es lo que va a hacer la justicia en Colombia de una manera muy laxa, porque siempre es así en los procesos de paz. Así se hizo con los paramilitares con el presidente Uribe.

Pero hay ex paramilitares presos en Estados Unidos...

Esos señores que están en Estados Unidos no están pagando sus delitos de lesa humanidad, están pagando delitos de narcotráfico, por llevar droga a Estados Unidos. Pero eso es narco. Muchos de ellos ya están saliendo porque ya cumplieron su condena de ocho años de cárcel, y son criminales, han cometido múltiples asesinatos. Entonces ese proceso de paz de Uribe es un proceso también fallido, porque no se han dicho verdaderamente los crímenes que esa gente cometió.

Pero los acuerdos del gobierno con las FARC incluyen la idea de la justicia transicional ¿o no?

Yo creo que inicialmente va a ser para las FARC, pero creo que esa figura de justicia transicional se debe implementar en otros casos, porque hay fuerzas militares, policías, guerrillas y luego vienen los paramilitares. En el posconflicto colombiano nos espera destapar esa olla podrida de los desaparecidos, de los asesinatos, de las masacres, de los falsos positivos, y hay que hacer ese ejercicio. Es muy duro lo que nos espera.

Y además hay victimarios en todos los bandos…

Todos somos responsables de todo. Todos somos responsables de ese país fallido que hemos construido. La clase política dirigente, la iglesia católica que la ha acompañado siempre, los guerrilleros que se consideraban una fuerza de oposición militar y terminaron también untados de sangre por todas partes. Los narcotraficantes, las bandas criminales, el pueblo… El pueblo es altamente responsable porque permitió que ese país se volviera un infierno.

¿Lo permitió en qué sentido?

Lo permitió porque nombró sus gobernantes, esa pequeña cantidad de pueblo que ha salido a votar ha nombrado y ha elegido esos dirigentes, que son grandes responsables de lo que pasó. El compromiso del gobernante es ser político, un gobernante tiene que asumir los problemas que hay durante su gobierno. El problema de falsos positivos, el gran responsable es Álvaro Uribe y el ministro de defensa que era Santos. Ellos son los grandes responsables de esos crímenes, esos 5 mil crímenes que cometieron caen en las espaldas de esos señores. Hay que señalarlos. Hay que decirle a la gente. Es que… cuando sepamos las cifras, no sé cómo le vamos a dar la cara a América Latina y al mundo, porque somos un país infame, profundamente infame. Ahora, ¿qué hay que hacer para salir de esa encrucijada? Hay que perdonar. Como dicen los cristianos, hay que perdonar.

¿Pero pasando por la verdad?

Pero pasando por la verdad, no minimizándola. Hay que darle la cara a ese horror.

¿Qué piensas de las amnistías? En colombia habrá una amnistía pero luego de la verdad.

En ningún proceso de paz que haya funcionado en el mundo, la gente que está firmando la paz va a permitir que la metan a la cárcel. Las FARC, en este caso, están sentados allí negociando con el gobierno porque son muy poderosos, son súper poderosos económicamente, por eso ambos lados pueden negociar una amnistía, y yo celebro que el país pueda salir de esa dinámica del odio, el resentimiento, de la guerra, porque, además, se gasta mucho dinero con la guerra.

¿Esta larguísima guerra le sirvió a Colombia para mejorar en algo en algún aspecto?

No, es un conflicto inútil, sangriento, costosísimo. Somos brutos, somos seres resentidos, somos el único país que se da el lujo de sostener tantos ejércitos en un continente en paz. Es una guerra que no ha servido para nada. Ha servido solamente para armar a los guerreros. Para elevar el resentimiento, elevar el odio, polarizar más el país. Es una guerra completamente inútil. He vivido en ella y desde que me conozco estoy metido en esa guerra estúpida, infame, sangrienta, entre unos y otros. Cuando comencé a tener consciencia dije “¿esto qué es? ¿Esta gente qué está defendiendo? ¿Cómo lo está defendiendo? ¿Cómo creer en una guerrilla que te plantea el secuestro como arma de guerra y que te propone la violación a los derechos humanos como arma de guerra y que está vinculada con el narcotráfico? Ahí se te cae toda la simpatía que tuviste en algún momento con este tipo de agrupaciones… ¿Cuándo acabaron ustedes su conflicto?

En el 92.

¿Cuándo terminó el último conflicto en Centroamérica?

En Guatemala, en el 96.

Nosotros llevamos casi veinte años desde entonces con el mismo conflicto. Es más, del 96 en adelante ha sido súper sangriento. La pacificación del presidente Uribe costó demasiadas víctimas, hay muchos muertos detrás de esa paz. Muchos. A mí me parece que tenemos que hacer un acto de contrición, reconocer que la guerra en general y esta guerra en particular es inútil, montón de muertos, montón de gente que se puso como carne de cañón, montón de muertes impunes. Es un país, además, con unos niveles de impunidad que yo creo que son uno de los más elevados de América Latina o de todo el continente americano, y uno de los más altos del mundo. Es un país en crisis, en crisis ética y creo que somos capaces de resolver eso. Ahí creo que es muy importante la función de los líderes sociales, religiosos, cívicos, intelectuales…

¿Hay liderazgos que den esperanza?

Pues están los escritores y los periodistas con sus columnas, sus periódicos, sus libros, dando conferencias, tratando siempre de decir por dónde debe dirigirse el país. Lo que pasa es que Colombia es un país muy reaccionario que no ha superado la mentalidad de la clase política agropecuaria, terrateniente, ganadera. Al lado de eso hay una clase política un poco más moderna, más laica, más consciente de que toda esa guerra de casi cincuenta años le hace mucho daño al país.

Las encuestas sobre el plebiscito indican posibilidades de que gane el “NO” al acuerdo ¿cómo explicas eso?

Lo que pasa es que el pueblo colombiano es, en general, muy abstencionista. Es un pueblo políticamente muy alienado, un pueblo que no tiene ningún sentido de la política. Mucha de la que vota está manipulada por sus líderes políticos, pagada para que vaya a votar, presionada para que vaya a votar. Nos falta educar políticamente a la ciudadanía, que reconozca que votar es un derecho y que hay que ejercerlo.

¿Qué implicaciones prácticas tiene que gane el “NO”?

Si gana el “NO”, no se pueden implementar esos acuerdos. Santos alegó por armar ese plebiscito, él no tenía porqué hacerlo. Se las dio de demócrata y ahí está…

¿Como sobrado de confianza?

Exactamente. Hay una oposición muy fuerte a los procesos de paz, que es una oposición manejada principalmente por Álvaro Uribe y su círculo. Ellos son los enemigos de ese proyecto de paz. Ellos dicen que quieren otra paz, pero ellos están completamente en contra y son los responsables de la campaña por el NO. Hay que esperar. De todas maneras, el país está tratando. Yo espero que gane el SÍ. Sería muy triste y muy decepcionante si gana el “NO”, porque entonces volveríamos a la guerra.

¿Se volvería automáticamente a la guerra o las partes se tendrían que sentar de nuevo?

La verdad, no sé si volveríamos a la guerra, porque tendría que cambiar la política estatal frente a las FARC. Y las FARC podrían volver al campo…

¿Crees que ahora están las FARC muy debilitadas militarmente?

Yo no creo que estén debilitadas. Ellos tienen sus frentes, y hay un frente que es disidente, no quieren firmar la paz. La gran pregunta es cómo se van a insertar ese montón de guerrilleros, si el esquema montado por el gobierno va a ser efectivo.

¿Crees que las disidencias del proceso de paz causen problemas luego?

El problema es que hay unas fuerzas narco-paramilitares que están esperando actuar y la forma de actuar de ellos ya sabemos cómo es. Es sembrando el terror, es asesinando a la gente. Si esos campamentos de paz no están lo suficientemente vigilados, suficientemente relacionados con esa veeduría, eso se va fácilmente al suelo. Este proceso de paz, al menos, tiene aseguradas más cosas que los anteriores que nunca funcionaron, que se interrumpieron a mitad del camino.

¿Y crees que las víctimas no han sido suficientemente tomadas en cuenta?

No, por supuesto que no.

Santos presume que sí, y que sí están pensando en una justicia transicional.

Él dice que sí, pero yo creo que no. El espacio que se le ha dado a las víctimas ha sido muy poco. Son victimarios negociando con victimarios. De algún modo, algunos son oficiales (el Estado Colombiano) y el otro, que son los guerrilleros (la ilegalidad subversiva). Yo creo que el gran problema de este proceso de paz es la poca presencia de las víctimas. Si no se la dan esos señores que están sentados en la mesa, lo tiene que hacer la academia, lo tiene que hacer la clase intelectual, lo tiene que hacer los estamentos sociales, las redes sociales, tiene que haber una respuesta popular lo suficientemente contundente para rescatar la memoria.

Yo noto que hay muchas ganas de que se firme la paz y hay muchos periodistas muy comprometidos públicamente con la paz. ¿Crees tú que el periodismo ha hecho lo que tiene que hacer para evidenciar estas situaciones que tú ves en tu análisis?

Hay un periodismo que es bastante manipulado por la política, sea la política oficial como la otra. Al mismo tiempo hay un manojo de periodistas que sí se han metido en el asunto y han hecho un trabajo muy importante, publicaciones, crónicas, reportajes fotográficos de este gran conflicto y han tratado de informar lo que ha pasado en este diálogo de paz. Lo que resta por hacer si se firman los acuerdos es que los periodistas entren en esos vestigios que ha dejado el conflicto y empiecen a mostrar lo que sucede.

¿Y la academia? ¿Lo ha hecho bien? ¿Está libre de manipulaciones?

Pues debería estar libre de manipulación. Pero la academia está muy polarizada. Hay unos sectores muy vinculados con la derecha colombiana y otros vinculados con la izquierda, y hay otro que está o quiere permanecer ajeno a ese tipo de cosas. Yo te podría hablar de la universidad pública, que es la que yo conozco y en la que yo trabajo. Creo que en el ámbito de la universidad pública hay una voluntad de ayudar a la construcción de una sociedad democrática en paz y ayudar a sus procesos de posconflicto.

En Colombia, los escritores tienen un círculo de influencia más amplio y más fuerte que en otros países. ¿Cuál es el rol que tú crees debe tener el sector literario y artístico?

Yo no exijo al artista de ahora de Colombia que se comprometa con la escritura o la representación del conflicto o del posconflicto, no, por supuesto que no, pero aquel que lo haga, sí le exijo que lo haga de la manera más sensata posible. Yo pienso que, por ejemplo, en Colombia no se ha hecho la gran obra literaria, ni pictórica, ni cinematográfica sobre esta última violencia colombiana. Yo creo que tenemos que pasar la página de la guerra y después mirarla y ahí de pronto surgen las grandes obras.

Esta actualidad de la violencia se trivializó mucho en la narcoliteratura, las series de televisión sobre narcos…

De ahí no ha salido nada literariamente memorable, no ha salido nada que uno diga “¡esta es una obra maestra representativa de la literatura colombiana y universal!”.

Pero son los productos que más alcance tienen…

Sí, porque los están vendiendo, lo están comercializando, entonces las habilidades comerciales asociadas con el periodismo hacen todo un mundo, ¿no? Yo pienso que hay que darle tiempo al tiempo, hay que darle tiempo al arte, tiempo a la literatura, frente a esos grandes conflictos. Y sin duda habrá una obra o unas obras importantísimas. Por ejemplo, la gran obra literaria sobre la masacre de las bananeras la hizo García Márquez. Cien años de soledad y la Casa grande son novelas del sesenta y el setenta. La masacre es de la década de los veinte. Hay que darle tiempo al tiempo para que los escritores y la tradición literaria logren tomar todo esto y hacer algo. Ahora tenemos que mirar qué de esta narcoliteratura, qué de esta paraliteratura, qué de esta literatura de la violencia va a quedar y qué obra verdaderamente trasciende, literariamente hablando.

¿El posconflicto es parte de tu proyecto literario?

Ya lo es, de hecho “Los derrotados” es una novela que está completamente inscrita en ese conflicto de la violencia, de las víctimas, de los desaparecidos. De alguna manera yo creo que por ser universitario, por ser profesor, por ser escritor y ser escritor vinculado con la opinión pública, aunque no soy periodista, aprovecho los mecanismos de la prensa para opinar, aunque no soy columnista ni pretendo serlo. Me parece que hago parte de los escritores que, de alguna manera u otra, se van a manifestar en esto que viene. Esperemos a ver cómo lo hacemos.

¿Tienes algo en marcha?

Sí, tengo algunas inquietudes para indagar en ciertos lugares sobre desaparecidos, sobre gran violencia que se ha cometido y cuyas víctimas no han sido resarcidas.

¿Cuál es la diferencia que tú marcarías en el aporte que da la literatura a la que da el periodismo en la narrativa de este conflicto?

Yo creo que en un evento de posconflicto, la crónica, la entrevista, el testimonio periodístico es importantísimo. Yo creo que ahí sí los periodistas tienen que hacer muchísimo más que los literatos, que los creadores. El escritor lo que debe hacer es, a partir de toda esa historia de violencia, hacer una obra de arte. Es más complicado. Hacer una obra testimonial es relativamente fácil. Hacer una obra de arte en literatura, eso se da muy raras veces. Es más complicado, porque se necesita una sensibilidad, una percepción artística. Aunque muchas veces las dos cosas pueden generar una gran obra literaria, evidentemente, como ha sucedido con varios autores, pero hay que esperar. En este momento hay muchas crónicas periodísticas interesantes sobre la violencia. De unos años para acá, eso es evidente. Hay otros libros, ya literarios que también tienen algo que ofrecer. Ahí se va armando el mapa. El mapa de nuestra literatura, por supuesto muy penetrada por el periodismo. Después de García Márquez se ha abierto un espacio a esa posibilidad, ¿no?

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