El Salvador / Violencia

“Las balas sonaban y los policías caían como en un tiro al blanco”

Dos agentes de la Unidad de Mantenimiento del Orden de la Policía Nacional Civil murieron luego de ser atacados con armas de fuego por manifestantes que protestaban por al alza en los precios del pasaje. Las imágenes de los medios de comunicación y la autoridades de justicia culpan a una sola persona: José Mario Belloso Castillo.


Miércoles, 5 de julio de 2006
Daniel Valencia Caravantes
Las zapatillas blancas del camillero Manuel Juárez están cubiertas de sangre seca. Es la sangre, según dice, de uno de los policías muertos frente a la Universidad de El Salvador (UES). Dos horas y 45 minutos antes –aproximadamente-, afuera de la universidad, un manifestante disparó con un fúsil M-16 A-1 varias ráfagas de balas calibre 5.56 milímetros contra la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO), matando, según las investigaciones policiales, a dos agentes e hiriendo a otros diez.
 
El camillero Juárez es miembro de comandos de salvamento desde hace 17 años. Él comenta que lo que pasó en la mañana del miércoles 5 de julio sólo se puede comparar con la época de guerra que vivió el país en la década de los ochentas. Dice, además, con una mirada y un tono de voz que no pueden esconder el asombro, que “nadie merece terminar de tal forma”. Se refiere al hombre que era dueño de la sangre que ha quedado pintada en sus zapatos.
 
“Murió mientras cumplía su deber. Murió porque una bala le destrozó el cráneo”, dijo el maestro de ceremonia de la Policía Nacional Civil (PNC), un día después, luego de leer la hoja de vida del agente Miguel Ángel Rubí Argueta de 31 años, en las afueras de la funeraria La Auxiliadora. Lo escuchaban las familias de los policías caídos, la Vicepresidenta de la República, Ana Vilma de Escobar, el ministro de Gobernación, René Figueroa, el director de la PNC, Rodrigo Ávila, 40 agentes de la UMO, 40 agentes del Grupo de Reacción Policial y periodistas. Dina Raquel, viuda de Rubí, lloraba.
 
Jorge Martínez es el compañero del camillero Juárez. Él parece más sorprendido por lo ocurrido. Apenas lleva tres meses como camillero y dice que ya sabe “lo que es arriesgar la vida para ayudar a los demás”. La pierna izquierda de su pantalón también está cubierta de sangre. En una fotografía tomada por La Prensa Gráfica, y en imágenes captadas por la cámara del Canal 12 de televisión, Martínez aparece jalando a un policía herido para “hacer más espacio” dentro del carro de salvamento.
 
“Todo fue tan rápido, había que sacarlos de ahí. Yo no sé a cuántos movimos pero creo que conté a 16 heridos. Era una locura, las balas sonaban y los policías caían como en un tiro al blanco. Había cascos, escudos, bastones y pistolas tirados por todos lados. Cuando llegamos pensamos que los policías que estaban en el suelo lo hacían por protección, pero hasta que escuchamos quejidos y gritos y vimos la sangre nos dimos cuenta de que era grave. Si van a ver por dónde los agarraron todavía, seguro, encuentran los charcos de sangre”, comenta.
 
Martínez ayudó a otros dos camilleros a evacuar al primer grupo de agentes heridos. Mientras la ambulancia en la que él iba se alejaba, el otro agente asesinado quedaba tendido en el suelo. José Pedro Misael Rivas Navarrete, de 26 años. Su cuerpo fue arrastrado por sus compañeros hasta el taller que servía de resguardo para los agentes, a unos 50 metros frente a la entrada principal de la universidad. Ahí, sus compañeros desesperados le quitaron el casco, el peto y la máscara antigas, como si al hacerlo pudieran devolverle la vida. En las imágenes captadas por la cámara de Canal 12, sin embargo, aparecen dos ojos y una boca abiertos, inertes, muertos. Al fondo, se escucha un “¡Román apoyame!” gritado por otro agente mientras le quitan el cinturón. Otro más grita: “¡Una ambulancia por favor!”. Todavía se escuchaban las metrallas del M-16.
 
Piedras, trabucos y balas
 
Desde las siete de la mañana de ese miércoles, los noticieros del país informaban de dos protestas en contra del alza al transporte público, aprobada hace dos semanas por el gobierno. La primera inició con un bloqueo de calle frente al Instituto Nacional Francisco Menéndez (INFRAMEN). “Queremos medio pasaje para estudiantes y personas mayores de edad”, decía un estudiante del INFRAMEN que tenía el rostro tapado con una camiseta blanca y con lentes oscuros.
 
A unos tres kilómetros de ese lugar, otro grupo de supuestos estudiantes de la UES y del Instituto Albert Camus protestaban por las mismas razones. Habían cerrado el paso frente a la universidad, quemaban llantas y gritaban consignas.
 
Entre las 9:30 y las 10:00 de la mañana, los manifestantes que venían desde el INFRAMEN, subiendo por la 29 calle poniente, ya se encontraban a unos 300 metros de la universidad. Se habían detenido frente al hospital de niños Benjamín Bloom y gritaban “¡hijos de puta!” al grupo de antimotines que se bajaba de un autobús color gris.
 
Los antimotines se formaron y comenzaron a avanzar, abarcando casi toda la calle de la 25 avenida norte; mientras los jóvenes, en su mayoría tapados de la cara con mantas color rojo o vestidos de rojo, lanzaban piedras, empujaban un vehículo particular color café al centro de la calle –“querían quemarlo”, según cuenta Juárez- y preparaban un “trabuco” –arma de fabricación casera que se asemeja a un lanzagranadas- para disparar contra los policías.
 
“¿Nosotros disparamos primero? ¡Claro que no! Disparamos balas de goma después de que ellos nos tiraran con trabucos, nos lanzaran morteros y piedras. Dígame cómo íbamos a ponernos a la par de una M-16 sí lo más pesado que andamos es una pistolita 9 milímetros”, se quejaba un agente de la UMO –quien pidió el anonimato-, dos horas después de la revuelta, mientras hacía guardia en una de las salidas de la Universidad. Frente a él, agentes del GRP registraban los vehículos que salían del recinto y a los estudiantes que evacuaban el lugar.
 
Este agente cargaba en su torso un cinturón con más de 17 granadas de gas M-203, color gris, y en su mano derecha un lanzagranadas color negro. De las 20 que tenía en el cinturón, dice que tuvo que soltar tres. Molesto agrega: “Esos hijos de puta nos agarraron como muñequitos. ¡Qué íbamos a andar deteniendo nada! Era imposible”.
 
Cuando los agentes de la UMO se acercan a los manifestantes, un mortero estalla frente a ellos y los obliga a separarse. Humo. Unos agentes se escudan tras unos árboles y otros avanzan, del lado derecho de la calle, arrastrándose. El ta-ta-ta-ta-ta-ta que proviene del arma de José Mario Belloso ensordece. La primera ráfaga no dura ni un minuto. El grupo de agentes que se fue a la derecha de la calle corre la peor suerte.
 
La UES tomada
 
En la entrada principal de la universidad, conocida por los estudiantes como “La Minerva”, un joven vestido con camisa roja, jeans azul y pañoleta roja cubriéndole el rostro –menos los ojos- lleva en la mano una hondilla que recarga con piedras que lleva en un morral café. Se escuda en la caseta de seguridad y, con miedo, levanta de vez en cuando la cabeza para tratar de ubicar a los policías que están posados en las paredes externas del recinto. 11:15 A.M.
 
“Por suerte no te pegó tu cuetazo, ¿viste cómo te hizo ese perro?”, le pregunta otro joven vestido con camisa negra y con el rostro descubierto. En los muros perimetrales, agentes del Grupo de Reacción Polcial levantan de vez en cuando sus fusiles y apuntan hacia el interior de la UES.
 
En esta zona, que abarca unos 200 metros cuadrados y por donde una media hora antes –luego de los disparos- entraron todos los manifestantes para resguardarse de la policía, sólo hay 13 personas –de éstos, cuatro niños y tres vendedoras- que dicen estar “impidiendo que la policía se tome la UES”. Unos 15 metros arriba, un helicóptero de la PNC sobrevuela en círculos el lugar.
 
Tras varios minutos, el joven de la hondilla y su compañero de camisa negra caminan rumbo a la Facultad de Derecho. Algunos estudiantes permanecen sentados, leyendo folletos, en las zonas verdes aledañas a este lugar; y al fondo, otro grupo busca la salida más cercana.
 
En la entrada a la facultad, tres jóvenes tapados de la cara impiden la salida de los más de 100 estudiantes y trabajadores ahí recluidos. Uno de ellos lleva un “walkie talkie” color amarillo. Adentro del recinto, hay unos 25 estudiantes menores de edad del instituto Albert Camus. Tienen las camisas mojadas por el sudor y lucen agitados.
“Ellos empezaron a disparar, ellos fueron. ¿No vio cómo le destrozaron la cara al policía con un trabuco por habernos disparado?”. Otro se mete la mano a la bolsa del pantalón y saca un perdigón de bala. “Si desde ese helicóptero nos dispararon también”, dice.
 
El catedrático Salvador Rivas, de la UES, resultó con una herida de bala en el tórax en el incidente. Estaba ubicado en el tercer piso de la sala de sesiones en una reunión del Consejo Superior Universitario. Según dijo el vicerrector de la Universidad, Orlando Machuca, la bala provenía del helicóptero de la Policía que sobrevolaba el área. Rodrigo Ávila niega este hecho, y asegura que incluso el helicóptero fu impactado por balas provenientes de la universidad. “No se ha disparado hacia adentro de la universidad. Sólo los agentes del GRP dispararon a los muros para evacuar a los heridos”, dijo.
 
Niños jugando a manifestantes
 
El grupo de estudiantes -que no quieren dar su nombre-, explican que pertenecen a los bachilleratos “general, técnico y contador” del Albert Camus. Consultan entre ellos la conveniencia de revelarnos quién los convocó a la protesta y, tras decidir que no, aseguran que “por las injusticias y hacer valer nuestros derechos” tomaron la decisión de salir a marchar.
 
A unos 15 metros de donde se encuentra este grupo está el auditórium. Ahí dentro, hay otros dos grupos de manifestantes. Unos son bachilleres; otros parecen estudiantes universitarios.
 
Cuatro estudiantes del Camus, sentados en las sillas, tienen la siguiente conversación: “La onda es que vamos a salir en la tele”, le dice uno a los otros. “Nos vamos a morir todos, es el fin del mundo”, agrega otro que está sin camisa y con sudor en la espalda. Uno de ellos le pregunta a la única mujer del grupo –una jovencita pintada con lápiz labial, vestida con falda y camisa blanca corta y con zapatos de tacón- “¿qué preferís, que te maten, pero morirte de un solo, o ir presa?”.
 
La plática se interrumpe cuando un joven se para en la tarima y grita: “¡Compañeros, los que tengan documentos del instituto donde estudian pásenlos, también sus mochilas, se los vamos a guardar y después se los damos!”. La escena se complementa con un grupo de estudiantes cambiando sus uniformes por camisas prestadas por los supuestos universitarios, y por dos jóvenes guardando alrededor de 12 bolsones y documento en la parte posterior del auditorio.
Diez minutos más tarde, el joven que tenía el walkie talkie en la entrada ingresa al recinto y grita “¡Para fuera todos que la policía va a venir a echarnos gas!”. La mayoría de estudiantes y trabajadores se dirige a la puerta posterior de la facultad mientras otros, en los pasillos y salones, terminan sus trabajos universitarios o estudian para la clase de derecho procesal penal II. “Dicen que mataron a unos policías allá afuera”, dice una estudiante a su amiga mientras ambas toman sus carteras, y sus papeles, y caminan rumbo a la salida.
 
Por la salida principal, al del walkie talkie se le une otro joven que lleva otro aparato similar pero color negro. A ambos los acuerpa el grupo de jóvenes que estaba en el auditórium y dos menores de edad. Todos inician un camino de unos 300 metros con dirección a un recinto que tiene el rótulo de SET-UES (Sindicato de Estudiantes y Trabajadores de la UES). Sin decir nada ni responder a nada, el mismo grupo, minutos más tarde, sale rumbo a una de las zonas verdes, al oriente de la Universidad, cargando una caja de envases de gaseosa. Los envases tienen una manta vieja en la boca, previamente mojada con gasolina.
 
La PNC obtuvo un permiso judicial para ingresar a la Universidad la misma noche del miércoles 5 de julio y durante cinco días más. Según la Fiscalía General de la República, en la UES se han encontrado trabucos, granadas, pólvora y gorros navarone. De la M-16 no hay ningún paradero. Según el director de la PNC, Rodrigo Ávila, en el incidente había más de un tirador. “Se han encontrado casquillos de bala AK-47 pero las que mataron a los agentes y que hirió a los otros 10 elementos es la que disparó Belloso”, asegura.
 
Ávila dio estas declaraciones el jueves 6, minutos después de que agentes de la PNC dispararan al aire balas de salva, en honor a los agentes caídos. Tras el tercer y último disparo, se dio la orden de descanso para los policías de la UMO y el GRP ahí formados. Un par de ellos lloraba.
 
*Con reportes de Wendy Campos
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