El Ágora /

'Gardel me enseñó a ser optimista'

La Asamblea Legislativa declaró este 7 de julio  'hijo meritísimo de El Salvador' a Carlos López Mendoza, vocero de la Cruz Roja Salvadoreña. En está plática con 'Don Carlitos', el socorrista más reconocido de El Salvador habla de la guerra, de su vida y de cómo alguna vez, uno de los presidentes del partido Arena llegó a ofrecerle una candidatura. La versión original de esta entrevista fue publicada en junio de 2003. 


Miércoles, 18 de junio de 2003
Carlos Dada y José Luis Sanz
Los ojos un poco gachos y la sonrisa a flor de piel, delineando las arrugas dibujadas por años de atender emergencias y compartir las horas con la muerte. No es lo mismo Don Carlitos que quince años después. Este hombre, que ha escrito la historia de los últimos años de la Cruz Roja en un país con tantas emergencias como El Salvador, trabaja ahora con más calma, afectado por una migraña crónica que lo mantiene por temporadas fuera de las actividades de salvamento. Llega tranquilo, y apenas deja ver cierto tedio, como dispuesto a enfrentarse, por enésima ocasión, a una entrevista. Se limpia la frente, húmeda por el abrasante calor, y mira detenidamente el menú del lugar. Encuentra rápido su platillo: una sopa de tortilla, que no afecte mucho su estómago ni le provoque otra de esas migrañas que le duran semanas enteras. Estamos aprovechando su hora de almuerzo, en medio de una de las temporadas más agitadas y demandantes del año para quienes se dedican al oficio de permanecer en vela para atender a los que, vacacionando, terminan enfrentando las peores jornadas de sus vidas. Carlos López Mendoza vocero y rostro de la Cruz Roja salvadoreña, guarda muchos secretos, y estamos empecinados en descubrirlos.
 
...
 
Estos días le toca pesado...
Sí, desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche en estos días de emergencia. De ahí, el resto de los días, ya he cambiado mi horario, por el asunto de la enfermedad. Entro en la mañana a las siete y salgo a las cuatro de la tarde, para darme un poquito de tiempo y también dedicarle más tiempo a mi familia.
 
Que no la ve mucho.
En treinta años que tengo de estar en la Cruz Roja me alejé mucho de mi familia, que, bueno, es importante. Pero no quiero morirme y llevarme ese sentimiento de que no le dí atención a mi familia, por lo menos en los últimos días. Por eso he cambiado mi horario. Por lo demás, el tiempo que paso en la institución lo paso con mucha satisfacción, porque me gusta hacer lo que hago, y me siento útil.
 
¿Es un sacrificio?
Es más sacrificio el que hace mi familia. Mi mamá, mis hijas... Mis hijas me quedaron pequeñas cuando… Bueno, yo he sido el que he estado con ellas, y eso me ha hecho sentirme con gran parte de responsabilidad. Hace unos cinco años aproximadamente les dije a mis hijas que me iba a retirar, porque ya no quería estar ahí. Pero vinieron ellas, se reunieron, y me dijeron que no, porque si me retiraba me iba a morir. ¡Que si me retiraba, me iba a morir, me dijeron!... a pesar de que una de ellas no es muy partidaria de la Cruz Roja.
 
¿Por qué?
No le gusta, porque como me quedaron pequeñas...
 
¿Y su esposa?
Mi esposa se marchó. Hace treinta años me dejó y se casó con otro. Y a las niñas me las dejó a mí, pero tenía la ayuda de mi mamá.
 
¿Qué edad tenían?
La mayor tenía cuatro años, y la menor, digamos, tres. Y yo ya tengo treinta años de estar en la institución. Definitivamente, les hizo falta ese cariño, esa atención, porque yo siempre me atenía a que estaba mi mamá y bueno, en cierto modo, me gustó bastante la institución y por eso es que le dedicaba bastante tiempo.
 
Es que usted seguro que pasaba ahí metido todo el día.
No. Yo tenía otros trabajos, porque de estar en la Cruz Roja permanentemente, de estar con un sueldo, sólo tengo diez años. El resto todo ha sido voluntariado, todo, todo, y como trabajaba en otros lugares, iba sólo los fines de semana, o sea, de viernes para domingo. Pero me enamoré de la institución, y a veces de mi casa salía a las cuatro de la tarde y llegaba el día domingo, y después todos los días, hasta las ocho o nueve. De ahí es de donde viene la cuestión de que dejaba a las niñas...
 
(Llega la sopa de tortilla, don Carlos toma su cuchara y comienza a revolverla, esperando la siguiente pregunta, pero observando fijamente el plato)
 
A ver, su esposa lo dejó con las dos niñas… ¿Estaban casados?
No, acompañados.
 
¿Y no se volvió a casar?
(Deja de mover la sopa, y levanta la mirada)
Esa es una de las preguntas que casi siempre me hace la gente: que por qué no me casé después de eso, porque yo vivo solamente con mi mamá y mis nietos. Me dicen que por qué no me casé, y hay razones que yo consideré que, hasta cierto punto, tal vez son un poco mal ubicadas... Yo tenía pensado que si me casaba otra vez me podía enamorar demasiado de una mujer joven y ella me iba a maltratar a mis hijas.
 
Pues depende, ¿no?
Pensé que al estar enamorado de ella, queriéndola, yo tal vez iba a permitir que me las castigaran... Y todo eso fue dando lugar a que no me casara, no me acompañara, no rehiciera mi vida, como dicen las mujeres. Y así pasó el tiempo. Cuando ya tuvo quince años la mayor me dijo una vez: “¿mirá papá, por qué no te casás? Nosotras ya estamos grandes, ya no no nos vamos a dejar de ninguna persona”, me dijo. Pero así pasó el tiempo...
 
¿Y en todo este tiempo nadie le llamó la atención?.
No, si oportunidades he tenido, pero nunca he formalizado. Y aquí estoy, solo otra vez. Y ya nadie me va a hacer caso. Pero bueno, soy feliz, porque vivo con mi mamá… Pero ahí es donde caigo en cuenta: mis hijas tienen su propio hogar, mi mamá, en algún momento se va morir, porque tiene ochenta y tres años, y ella es la única que vela por mí, que está pendiente cuando yo he estado enfermo. Hasta hoy, que ya tengo mis años, me estoy dando cuenta de que mis hijas me van a hacer falta, porque yo solo ¿qué voy a hacer? Es una parte de la que tal vez no me percaté antes, no la vi antes.
 
¿Le da miedo estar solo?
Sí, me da miedo. Me da miedo estar solo. A cualquierita de mis compañeros, mujeres u hombres, que me dicen que es preferible estar solo, les digo yo que no, que no es mejor estar solo, porque hay muchas cosas que yo las he visto por experiencia, y que uno no las puede compartir con su mamá ni con sus hijos como se podría compartir con una pareja... Una pareja puede estar peleando, pero en la noche se puede contentar uno, y hay algo. Algo que hace falta.
 
Usted ha visto cosas en su trabajo que el resto ni imaginamos… Cuando se siente mal, ¿con quién se desahoga?
Bueno, yo tengo mucha fe en Dios, me le encomiendo, le pido a Dios fuerza, que me ayude… Y me desahogo. Le cuento algunas cosas que tal vez no le cuento a fondo ni a mi mamá, que es la única que... Y a una de mis hijas, que la veo a menudo. Se llama Carolina.
 
¿Cuántos años tiene ella ahora?
Ahorita tiene treinta y cuatro años.
 
¿Y la otra?
Treinta y dos.
 
¿No tiene usted amigos?
Tal vez. No sé cómo se puede valorar al amigo. Tengo muchos conocidos, muchos compañeros que comparto con ellos algunas cosas. Yo no fumo ni tomo, pero cuando me llaman los amigos a que los acompañe a algún lugar y ellos están tomando, yo voy porque, está bien, ahí me siento cómodo un rato.
 
¿Usted nunca tomó?
Cómo no. Precisamente porque tomé es que hoy no lo hago. A Dios gracias, tengo veinticinco años de no tomar. ¡No, veintiséis años! Dejé la bebida porque tuve problemas. No problemas de cárcel, sino que con mi organismo. Hasta que una vez mi hija me hizo ver con claridad las cosas. Yo en otras ocasiones había hecho el intento de no tomar, pero volvía a caer. Algunos amigos me decían “no, hombre, tomátela”, y yo por mi orgullo, por mi hombría de sentirme macho, caía. Pero mi hija me hizo recapacitar. Yo lo cuento sin ninguna pena, porque fue mi hija la que hizo que tomara una decisión de hoy para mañana. No me da pena contarlo: era un primero de octubre de 1977. Yo andaba en mis andadas, tomando, y mis hijas, mis dos hijas, se habían ido a traer una caja de gaseosas, porque nosotros vendíamos gasesosas en la casa. Se tardaron... se fueron a eso de las tres de la tarde, y a las cinco no regresaban. Entonces yo, de papá bravo, llegué fuertote “¿y dónde están?”. Y no crean que yo venía de hacer algo de provecho, no. Había salido a beber.
 
No volvía de trabajar...
No, para nada. Y regreso como a las cinco de la tarde, bien bravo, yo haciéndome el bravo… No haciéndome. Yo era bravo. Y empiezo a regañar a las cipotas afuera, en la calle, en las graditas de la casa, que se me cayó con el terremoto del ochenta y seis. Y ella arriba y yo abajo, me dijo: “Mira papá, vos no tenés ningún derecho de reclamar, porque vos ni sabés qué estábamos haciendo, ni por qué lo andábamos haciendo”. Yo me sorprendí. “Y ya pasen para adentro, que no sé qué”, cuando vino una tía mía y me dijo: “hijo, ¿sabés por qué vienen tarde las niñas? Porque ayudan a tortear a una señora y, cuando terminan, les regalan su poquito de tortillas”. Mire, a mí me dolió tanto… Aún me da sentimiento. Pero me siento orgulloso de que me lo haya dicho, le doy gracias a Dios de que me lo haya dicho, porque ahí fue donde yo recapacité y dije: “Desde este momento no me harto un trago, aunque me muera. Voy a ver si es cierto que alguien se muere de goma”.
 
Y lo ha cumplido.
Miren, yo llevaba una pacha de guaro metida en el pantalón para que no me la vieran. Entré a la casa, al baño, agarré la pacha, y con un lápiz dejé marcada una calavera en la pacha de guaro. Y ahí la tengo, con fecha 1 de octubre. Y siempre que la veo pienso “ahí está la muerte”, y eso me ayuda psicológicamente, tal vez.
 
Pero hagamos cuentas, don Carlos: si eso fue hace veintiséis años, usted pasó cuatro años bebiendo y trabajando en la Cruz Roja...
Sí. Cuatro años. Bebía a escondidas, porque en la Cruz está prohibido llegar bolo. O faltaba, no llegaba. Faltaba dos días y cuando me nivelaba bien ya regresaba a mi rutina. Hay quien dice “yo dejé de tomar y empecé una nueva vida”. Y yo lo he comprobado. A mí antes de eso me quitaban de los trabajos por la bebida.
 
¿Y de qué trabajó?
Mi profesión es tenedor de libros, pero eso ya no existe. Ahora se llaman contadores, me parece.
 
Esa etapa de su vida como alcohólico… Se desconocía absolutamente… ¿Eso es de lo que usted más se arrepiente?
Sí. Es uno de mis errores más grandes. Un error de juventud, tal vez.
 
¿Tuvo algo que ver el tema del alcohol con la marcha de su esposa?
En parte, supongo. Por algo me dejó, ¿no?
 
Pero usted dejó el alcohol y se enganchó a otro vicio… el de la Cruz Roja.
Pasé de un vicio al otro, sí... ¿Saben? Hay mucha gente, amigos de aquella época, que piensan que todavía tomo. Bueno, dicen los Alcohólicos Anónimos que uno, aunque tenga cien años de no tomar, siempre es un alcohólico…
 
¿Estuvo en Alcohólicos Anónimos?
A Dios gracias, estando en la Cruz Roja no me hizo falta ir a centros como Alcohólicos Anónimos para dejar la bebida. Tal vez por eso no me caen mal los bolos. Hay quienes, cuando dejan de beber, se convierten en enemigos de los que les gusta tomar. Yo no. Al contrario. Cuando salgo con amigos que toman me doy el lujo de pagarles ronda.
 
¿Nunca le ha dado miedo que estar con los bolos le despierte la tentación?
Cómo no. Es fácil. Pero lo que yo hago es retirarme. Si, digamos, ahorita aquí estuvieran tomando, y viera yo la tentación y todo eso, mejor me iría.
 
(Carlos López Mendoza no ha pegado siquiera un sorbo de su limonada. Todos los presentes ya pedimos algo más de beber, empujados por el calor, que no respeta sombras ni mesas apartadas, pero él se mantiene estoico, fiel a su sopa y pausado en sus respuestas, como un corredor de fondo confesando secretos que nadie había querido oír antes. Conscientes de que hace unos minutos evitó hablar sobre su adicción a la Cruz Roja, volvemos a deslizar el tema sobre el mantel).
 
Pero diga… Para usted la Cruz Roja ¿es como un vicio?
Yo creo que es más una costumbre. Aunque tal vez podría ser un vicio, ¿verdad? Porque a uno ya le hace falta llegar.
 
¿Y cómo acabó un tenedor de libros siendo el vocero de la Cruz Roja?
Bueno, yo desde antes, desde mucho tiempo atrás, me decía que algún día me metería en una cosa de esas, en el Club Rotario, en los Leones, en los Scouts… Siempre lo decía, pero nunca lo intenté.
 
¿Qué le atraía de esas agrupaciones?
Quería sentirme útil, sobre todo cuando aún tomaba. “En lugar de estar así, ¿por qué no voy a servir a alguna parte?”, decía yo. “La Cruz Roja”, decía. Pero nunca intenté buscarla. Hasta que el 23 de enero del 73 vi un anuncio que decía: “Cursos de primeros auxilios con la facilidad de hacerse voluntario”. Y me metí. Y el curso de primeros auxilios, que conste, lo voy a decir, lo pasé bien raspado, no lo pasé con buenas notas, ja, ja.
 
(Don Carlos apenas se ríe, pero sabe compartir las risas de los demás con la amabilidad de quien regala tiempo ganado a los problemas del mundo, de cada uno de los que se cruza en su adictivo sacerdocio de socorrista. Sus anécdotas tienen algo de tragicómico, de honesto, de puro, de quijotescas andanzas escondidas en el cliché de “buen tipo” en que le han encasillado).
 
Ja, ja… ¿Y qué es lo que peor se le daba, lo que más le costaba?
La Historia de Cruz Roja. Las materias prácticas se me dieron bien.
 
Es irónico, don Carlos, no pasó Historia de la Cruz Roja y se convirtió usted en la historia de la Cruz Roja… Todo el mundo, cuando piensa en la Cruz Roja, piensa en usted.
Pues, mire, yo no siento eso con vanidad, pero doy gracias a Dios por ese reconocimiento y ese cariño, porque yo lo considero como un cariño. Hay gente que me ha dicho que soy famoso, y yo les digo que no quiero ser famoso, que quiero ser querido. De veras se lo digo… Y por eso, porque sé que tengo el cariño de mucha gente me siento contento, me siento satisfecho, siento que existo en este mundo.
 
Se debe sentir bonito ser la cara visible de la Cruz Roja...
No les voy a decir que no. Cómo no. Se siente bien, pero yo no por eso voy a volverme orgulloso, o no le voy a hablar a la gente. Debo de continuar siendo así, como soy. A través de mi trabajo, a través de la Cruz Roja… Bueno, yo he rechazado ofertas, ofertas grandes, más que todo ofertas políticas.
 
Algo se ha oído de eso. ¿Quiénes le han ofrecido cargos?
Pues casi siempre el partido oficial. Por ejemplo, en la campaña que acaba de pasar tuve la oportunidad de que me visitaran miembros del COENA, que me ofrecieron ser alcalde de Soyapango. Pero yo les dije que no estoy para eso, aunque me ofrecían un montón de cosas, facilidades para poder ayudar, me dijeron. Pero no me atrae en ningún momento. Y en la campaña pasada lo mismo, pero para concejal. Si ustedes se dan cuenta que a la alcaldía de Soyapango fue a la última que...
 
La última en la que ARENA puso candidato.
Sí, porque a mí me estaban rogando. Llegaban a mi casa y todo. Bueno, para decirles que el último que habló conmigo, el 13 de noviembre, fue don Paquito Flores.
 
¡El mismísimo Presidente! ¿Y él qué le dijo?
Que fuera candidato. “Mire”, me dijo, “usted tiene la facilidad, tiene el apoyo, estamos seguro de que con usted vamos a ganar”. Yo le dí las gracias y en eso terminó todo prácticamente, con esa plática, porque después de eso se decidieron a buscar otro candidato.
 
Pues tenga cuidado, don Carlos, al paso al que va, de concejal a alcalde… Para el 2004 puede que lo candidateen a la Presidencia.
Ahí sí podría aceptar, ¿verdad? (sonríe, pícaro, y pega unos sorbos a la sopa, que se hace eterna, mientras nosotros reímos). No, yo no estoy para eso. No creo que sirviera. A la primera huelga, me les voy, hombre (risas y más risas, en aplauso a un hombre que se ha hecho dueño y señor de la conversación desde la primera frase, desde el primer silencio). Pues sí. Me afligiría, qué iba a hacer...
 
Mire, don Carlos, ¿y sólo ARENA se le acerca?
No, se me han acercado otros partidos, el FMLN se me acercó también.
 
¿Y qué le ofrecieron?
En la campaña recién pasada la alcaldía de Ciudad Delgado y la de Mejicanos. Cualquiera de las dos.
 
¡Qué bien escondidito se lo tenía!
Casi todo salió en el periódico. En El Mundo salió, al día siguiente, la plática con Paco Flores. Le dí la noticia a un compañero. Ahí tengo los recortes.
 
Oiga, usted tiene buena memoria para las fechas.
Algo. Fíjese que yo estoy con una intención de hacer un libro, pero no hallo cómo empezarlo. Lo que he hecho es grabar todo, parte de mi vida, desde que quedé sin papá, a la edad de diez años, imagínense ustedes, y tengo sesenta... Tengo cincuenta años de andar rebotando...
 
¿Para qué quiere hacer un libro?
Para que no se pierdan mis cosas, porque podrían servir para la juventud. No quiero narrar mi vida, que pobrecito, que anduvo haciendo esto, que no tuve infancia porque desde la edad de los doce años todo fue trabajo, trabajo…, que vendí periódicos, que lustré zapatos, todo eso, no. Eso sería una parte, pero no es lo más importante.
 
¿Cómo titularía usted ese libro?
“Lo que nunca dije”. El título ya lo tengo, desde el principio...
 
Lo que nunca dijo...
Sí.
 
Usted ha dicho un montón de cosas, o sea que lo que falta tiene que ser grave...
Yo viví los momentos de la guerra, le voy a decir. Tengo muchas cosas, muchas cosas, que sólo yo las guardo.
 
Deben de ser grandes secretos, para que se titule así el libro de una figura pública.
Sí, yo creo que sí.
 
Cuéntenos uno.
Por ejemplo, para 1973, en enero, un 8 de enero, hubo una enorme manifestación del Bloque Popular...
 
Del BPR…
Sí, era una manifestación enorme, y yo ya estaba en la Cruz Roja. ¡Ah, no, entonces fue después del 73! Bueno, en esos años... La cosa es que en esa gran manifestación me mandaron a traer a una gente herida, porque ya habían masacrado a la manifestación aquí por el Parque Cuscatlán, y estaban unos señores heridos y amarrados, y le dije a un guardia que me dejara curarlos. “Dígale a mi mayor, que allá está”, me dijo. Y fui a hablar con el mayor. Era un muchacho joven, bien parecido el baboso, y señaló el escudo de Cruz Roja y me dijo: “¿Bueno y vos qué creiste, que porque andás esa babosada ahí no te van a entrar las balas? Ahí dejalos, con los comunistas así se hace”. Y los trajo amarrados, saco la escuadra y les pegó dos balazos enfrente mío. “Y andate vos”, me dijo, “andate”. Yo me metí a la ambulancia, y desde dentro le tomé una foto, que me salió la foto bien borrosa pero ahí se ve al oficial.
 
¿Y quién era?
Me reservo el nombre. Está vivo todavía.
 
¿Llegó lejos? ¿Ascendió?
Sí, llegó lejos. Y de ahí tengo un montón de historias...
 
¿Y en el libro va a decir los nombres, don Carlos?
Sí, por eso digo que se van a menear cinturas. Eso yo lo vi. Y he visto otro montón de cosas. No me acuerdo de algunos nombres, pero de otros sí.
 
Usted que ha visto tanto, ¿cómo ve el país hoy?
Siempre me pregunto si el conflicto valió la pena, y a veces me respondo yo solo, y digo que no, que para mí el conflicto no valió la pena. Aún se continúan viviendo las mismas cosas. Tal vez se mejoró en algo o se cambió, pero la injusticia sigue, sobre todo en los más desprotegidos, en los obreros. Y hay lugares que todavía no están controlados por las autoridades, en los que me consta que explotan al trabajador.
No estoy pidiendo ni soy partidario de otro conflicto, de otra guerra, de ninguna manera, porque yo rogué a Dios, rogaba que viéramos la paz, porque vi mucho dolor en el campo. Cuando llegó 1992 y se firmaron los Acuerdos, di gracias a Dios. Pero veo que esa paz no se ha logrado mantener. Creo que lo que más cuesta es mantener esa paz. Lograrla se puede, pero mantenerla...
 
¿Se puede hablar de paz en un país en el que en una semana de vacaciones hay tantos muertos (136 en el recuento final de la Semana Santa), la mayoría asesinatos?
No, no se puede. La gente no anda serena como antes. La gente anda un poco más agitada, acelerada. Y las leyes son muy blandas. El delincuente hasta conoce de leyes y sabe cómo salir, y reinciden. Por otra parte, hay mucha desocupación y pobreza. Eso no es, digamos, pretexto para que exita la delincuencia, pero debería haber más programas para encauzar a los niños, porque se han perdido muchos valores espirituales, el respeto a los padres, el respeto a los profesores… y la delincuencia tiene campo en el que abrirse paso.
Y otra de las cosas que ha contribuido para que existan más jóvenes delincuentes es la desintegración familiar. Hay mucha familia que se ha ido a Estados Unidos y, sí, es cierto, mandan dólares, pero sus hijos, aquí, ¿al cuidado de quién han quedado? Al no tener, como quien dice, riendas, tienen la facilidad de hacerse delincuentes y ya crecen con esa mentalidad. Y, además, los metemos en la cárcel entorilados allí, sin rehabilitación, y salen ellos con más resentimiento.
 
¿Es usted optimista?
Sí, soy optimista. Desde cipote. Lo he sido siempre. Lo aprendí de una canción que escuché, dedicada a Carlos Gardel, cuando todavía no existía la Terminal de Occidente y todo eso. La canción decía que Gardel siempre fue optimista, y yo pregunté qué era eso de “optimista”, y al saberlo dije “yo soy eso”. Y desde entonces. Luego fui tratando de cimentarlo mejor.
 
¿En qué basa su optimismo en el país?
El país es emprendedor, acucioso, le gusta el trabajo... Puede salir de la situación en que se encuentra.
 
¿Y también tiene fe que va a encontrar a la mujer de su vida?
Bueno, eso sería lo ideal, pero creo que a estas horas ya no me hacen caso. Es por la edad… Pero hay que hacer la lucha, ¿verdad?
 
Diga la verdad: eso de “no me hacen caso” es un truco suyo de conquistador, ja, ja.
Quizá sí, ¿verdad? Podría ser...
 
¿No tiene a nadie en la mira actualmente, don Carlos?
No, ahorita no.
 
¿Cuándo fue la última vez que estuvo enamorado? ¿cuánto tiempo ha pasado?
Quiero ver... Fue hace diez años. Yo trabajaba fuera de la Cruz Roja.
 
¿Y qué fue de esa mujer, hace diez años?
También se fue con otro. Ha sido una de mis frustraciones...
 
(Hay temas que de repente se diluyen en el saco sin fondo de la autocensura o la prudencia ante una herida abierta. Don Carlitos no esquiva el dolor, pero calla, y mira fijamente su sopa de tortilla).
 
¿Y después de ella?
Algo formal, formal, no ha habido. De ahí, otras cosas que le salen a uno, por interés o porque les pagas, siempre algo informal... Pero no he pensado…
 
(Suena el teléfono de nuestro entrevistado y la melodía del séptimo de caballería recuerda que este abuelo es un hombre que atiende emergencias. Le retiran la sopa, y ya solo su limonada reina en la mesa. Un invitado que haría las delicias de cualquier tacaño. Son casi las dos de la tarde y comienza a moverse, incómodo, presionado ya por el tiempo).
 
¿Cuántas veces ha llorado usted?
En los últimos años... Es que viera que yo soy bien raro para llorar. Lloré… ah, sí, lloré. Hace varios años, lloré cuando se murió mi sobrino, un sobrinito hijo de mi hermana. Se murió de la edad de dos años, y yo lo quería mucho, como si fuera mi hijo. De ahí para acá, de llorar así... Me dan mucho sentimientos varias cosas, pero de llorar, llorar, no. Tal vez llore en silencio. Y dicen que del llanto seco el corazón se quema. Tal vez sea eso lo que me pasa a mí.
 
¿Tiene el corazón quemado?
Ja, ja... se me quema. (Un silencio. No hay más respuesta. Don Carlos es buen conversador para buenos entendedores, y no regala palabras).
 
¿Se acostumbra uno, a fuerza de verse cara a cara con la muerte, a perder todo tipo de sensaciones y sentimientos?
Sentimientos no, pero la sensibilidad sí se pierde. Aunque hubo una época, unos días, cuando estuve enfermo, lo horroroso que uno ha visto en este trabajo se me venía en sueño, y lo soñaba, lo soñaba, y lo soñaba. Supongo que internamente, en el subconsciente, sí me han afectado los años en este trabajo.
 
¿Todavía tiene esos sueños?
Sí, de vez en cuando. Pero después de pasar por tratamiento es menos frecuente que antes.
 
Y de tanto convivir con la muerte, ¿ya le perdió el miedo?
No. En lo personal sí temo a la muerte. La temo, porque cuanto más se vive, más se quiere vivir, a pesar de las dificultades, a pesar de la pobreza. Pero sí, tengo miedo a morir. Eso sí: si ahorita me tocara morir, bienvenida sea la muerte. Tal vez no me voy satisfecho del todo, porque quería más cosas, como ver de otro modo mi patria y ese es un disgusto que me llevaré, pero por lo demás, no tengo nada que dejar, nadie va a pelear por mí. No dejo herencia, porque no tengo. Ni un carro tengo, ni siquiera una bicicleta. Pero me siento bien.
 
Cuando se entera de que ha muerto un compañero de la Cruz Roja en Afganistán, ¿qué piensa?
Para mí es doloroso, sobre todo porque el muchacho estaba en una misión humanitaria y no merecía morir en esa forma. Fue una muerte injusta. Lo de nuestro compañero Ricardo lo hemos sentido mucho, mucho...
 
¿Hay muerte justa?
Bueno, la que da Dios. Cuando a uno le toca, se me hace que es justo, porque todos debemos morir. Pero tal vez es la forma en que se muere, por eso le digo que la de Ricardo fue injusta.
 
Treinta años lleva usted de voluntario de la Cruz Roja...
Sí, y ahí sigo, porque todo miembro de Cruz Roja mantiene el carácter voluntario. Este tiempo de Semana Santa, por ejemplo, no es pagado; una emergencia, no es pagada. Lo único es que unos recibimos salarios, por mérito, pero tenemos la obligación de ser voluntarios.
 
Si tuviera usted algo que agradecer a la Cruz Roja, ¿qué sería?
El apoyo que me han dado mis compañeros de trabajo, sobre todo.
 
Y la Cruz Roja, ¿qué tiene que agradecerle a usted?
Yo creo que nada. Es una institución que tiene 116 años de haber sido fundada en El Salvador, y yo no soy más que una pieza del ajedrez, una tarjeta más del tarjetero. No me considero, ni creo que me consideren ellos, como alguien especial.
 
(El reloj rompe la plática. Hay que llevar a don Carlos de regreso a la sede de Cruz Roja, lo que consigamos de conversación de aquí en adelante es pura ganancia extra).
 
Nos quedamos entonces con sus aspiraciones políticas, don Carlos, ja, ja.
No, ahí quedamos en que no acepto ni voy a aceptar.
 
¿Ni la presidencia?
No. Me muero, en una presidencia de esas.
 
¿Y qué partido le gusta?
Mis convicciones siempre han sido las de la gente progresista, pero tal y como están las cosas no veo yo que se puedan tener simpatías por un partido. Ninguno llena las aspiraciones de un país que busca salir de la situación en la que se encuentra.
 
¿Hasta cuándo vamos a tener a don Carlitos?
Hasta que Dios me dé vida, pero ya estoy haciendo trámites para ver si me dan una jubilación.
 
Y retirarse...
Sí, retirarme.
 
¿No le da miedo a morirse, como dicen sus hijas, por no estar haciendo nada?
Cómo no, pero pienso en otra ocupación sin estas obligaciones de horario.
 
Y en por fin tener tiempo para escribir su libro, ¿no?
Eso sí, sería lo ideal, porque yo todas las grabaciones ya las tengo. Tengo veintisiete casetes grabados. Ya voy por el número veintiocho, y casi todos los días grabo una cosa.
 
¿Qué es lo próximo que va a grabar?
Bueno, esta entrevista la tengo que grabar, ja, ja.
 
¿Qué va a decir?
En primer lugar, que es una entrevista diferente a todas las que he tenido, y que si la logro ver en Internet… Bueno, la veré.
 
Vamos a ver qué pone en su libro, don Carlitos...
Algo va a salir, hombre, primero Dios. El otro año voy a visitar a unos padres en la UCA, a ver si me ayudan.
 
Pero usted tiene muchos amigos, y siempre puede llamar al presidente, ja, ja.
Bueno, eso sí, porque él, cuando se despidió después de que yo le dijera que no, me dijo: “Don Carlitos, son cosas que sólo uno las decide, no las puede decidir nadie. Le felicito”. Y después, con los días, me dijo alguien que bien cercano a él, a la que me encontré, que tal vez el Presidente me dijo eso porque a él es bien rara la persona que le diga no. “Son pocos los que le dicen no”, me dijo ella. Yo quizá agarré valor, agarré fuerza, le pedí a Dios que no me fuera a doblegar a decir sí, sino que sólo no y no.
 
Pero si le tuvo que pedir a Dios es porque le tentaba...
Uno es humano, y a los humanos las tentaciones… ¿Quién no las va a tener? Pero una responsabilidad así a mí me da miedo.
 
A muchos de los alcaldes del país les daría miedo hacer el trabajo que usted hace.
No creo.
 
¿De veras?
Yo lo hallo fácil, este trabajo...
 
Y si usted mira el trabajo de algunos alcaldes, probablemente, tampoco lo halle difícil, ja, ja, ja.
 
(Una media sonrisa resuelve su respuesta. El tiempo apremia y las emergencias lo necesitan más que nosotros. Don Carlitos se levanta, ha terminado su limonada, y con ella la conversación).

Discurso de Carlos López Mendoza. 7 de julio de 2016. Foto tomada de la cuenta oficial en Twitter de la Asamblea Legislativa.
Discurso de Carlos López Mendoza. 7 de julio de 2016. Foto tomada de la cuenta oficial en Twitter de la Asamblea Legislativa.
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