Opinión / Violencia

Señor presidente, sí queda otro camino


Domingo, 5 de junio de 2016
Adrian Bergmann

A principios de marzo el presidente de la república, Salvador Sánchez Cerén, dijo que “aunque algunos digan que estamos en una guerra, no queda otro camino”. Días después el vicepresidente, Óscar Ortiz, aseguró: “ahora no nos queda otra opción que confrontar ”. No obstante, a finales de marzo hubo una fuerte reducción en el número de homicidios, y el secretario de comunicaciones de la presidencia, Eugenio Chicas, atribuyó la reducción a una decisión de las pandillas . Aún así, concluyó que la única solución a la violencia pandilleril “es el combate frontal”.

Tanto a las pandillas como al Gobierno, como a otros actores menos visibles, la desesperación les lleva a acciones desesperadas, y el país arde. Se ha apoderado de El Salvador lo que el mártir jesuita Ignacio Martín-Baró llamaba “una progresiva militarización de la mente”: la convicción, por un lado, que un problema puede resolverse por medio de la violencia y, por otro, de que no existe alternativa. Esto a pesar de que lo que vivimos día tras día evidencia lo contrario.

Sí queda otro camino.

Aspirar a una fuerte y sostenida reducción de la violencia no supone que quienes buscan matarse hoy deban quererse mañana, ni supone esperar la superación de todos los problemas sociales. Tampoco fue el caso en 1992. Sin embargo, salir de este callejón sin salida exige que vayamos más allá del Bien y del Mal, pues, tal como nos advirtió Eduardo Galeano, “en la lucha del Bien contra el Mal, siempre es el pueblo quien pone los muertos”.

Una fuerte y sostenida reducción de la violencia pasa por que exista una visión de futuro, una visión de sociedad en la que quepamos todas y todos, por muy diferentes que seamos. Y demanda un compromiso y una capacidad para lidiar con esas diferencias sin matarnos —la misma capacidad a la que este Gobierno parece haber renunciado—.

En este país, como en otros, hemos visto que cuando existe un alto grado de organización de la violencia es posible reducirla de forma dramática en un período corto de tiempo, pero eso requiere escucharse y hacerse escuchar. No obstante, solo escuchamos al presidente decir que “no hay espacios para diálogo, no hay espacios para treguas, no hay espacios para entenderse con ellos, son criminales y así como criminales hay que tratarlos”.

Por supuesto, hay contradicciones muy fuertes en las posturas de las pandillas del país. Este ha sido el caso desde hace más de diez años y también fue el caso del video que hicieron circular a finales de marzo: no se vale reivindicar la condición de ciudadanas y ciudadanos y, acto seguido, amenazar con “destruir la política de este país”.

No obstante, no son menos contradictorias las posturas del Gobierno, que dice garantizar los derechos humanos a la vez que los viola de manera sistemática; que resalta la importancia de instituciones fuertes y sanas a la vez que vulnera la aún frágil institucionalidad en materia de justicia y seguridad; y que coquetea con la idea de organizar grupos paramilitares o autodefensas, con plena conciencia de lo que son y han sido tanto en El Salvador como el resto del continente.

Es más: desde hace al menos quince años, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ha hecho análisis bastante buenos en materia de justicia y seguridad, por lo que sabe muy bien que las políticas que hoy ejecuta no servirán sino para propagar la violencia, fomentar el odio y profundizar los conflictos sociales de fondo. En el camino, se socava el estado de derecho y se echan por la borda avances importantes hacia una sociedad democrática, que tanto han costado lograr.

Señor presidente, sí queda otro camino.

Hoy en día el presidente de Colombia, José Manuel Santos, enfrenta presiones tremendas por abandonar el proceso de paz entre su Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Tanto la oposición política como parte del electorado tiene más fe en seguir con una guerra que ya duró más de cincuenta años, que en buscar la paz por medios pacíficos. No obstante, el proceso se amplía y profundiza: hace unas semanas se anunció que el gobierno de Colombia comenzará negociaciones con otro grupo guerrillero, el Ejército de Liberación Nacional.

Como dijo Santos en una entrevista reciente con El País: “Liderar un país en guerra es relativamente fácil. Uno muestra los trofeos, la gente aplaude y se mantiene popular. Hoy es más difícil porque hay que cambiar los sentimientos de la gente, las percepciones, enseñar que en lugar de clamar venganza hay que aprender a perdonar”.

Pasa en El Salvador lo que pasa en Colombia: tanto la oposición política como la mayoría del electorado tienen más fe en seguir el camino de la guerra que en buscar la paz por medios pacíficos. Hacer las cosas de modo diferente es más difícil: profundizar las reformas penales y refundar la Policía Nacional Civil, crear un marco económico para la inserción productiva y un proceso de reconciliación para sanar heridas viejas y nuevas. No obstante, si algo aprendimos como sociedad en los años ochenta, es que la vía principal para lidiar con nuestros conflictos sociales tiene que ser el diálogo, en los cantones y las oficinas capitalinas por igual.

Sánchez Cerén dejará un legado como presidente de la República y, hasta el momento, viene siendo uno de los legados más sangrientos de la historia del país. Sin embargo, aún queda otro camino: un presidente (más aún uno que no puede ser reelecto) no puede gobernar con miras a la próxima elección, sino a la próxima generación.

De las niñas y los niños que nacen en El Salvador hoy, nadie va a recordar si el FMLN gana o no las elecciones en 2018 o 2019. Al presidente tampoco habría de importarle. Ojalá esta generación pueda crecer para vivir el legado de un presidente Sánchez Cerén que tuvo el valor de reivindicar el imaginario del Acuerdo de Paz de Chapultepec que él mismo firmó, y que ya sacó a El Salvador de un callejón sin salida un cuarto de siglo atrás.

*Adrian Bergmann es Investigador Asociado de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Fue Director de la Cátedra de Cultura de Paz de la Universidad Don Bosco y recientemente compilóViolencia en tiempos de paz: conflictividad y criminalización en El Salvador junto con Óscar Meléndez (San Salvador: Secretaría de Cultura de la Presidencia, 2015).

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