Opinión / Impunidad y memoria histórica

Ni perdón ni olvido


Lunes, 29 de febrero de 2016
Laura Aguirre

Hace poco más de un año tuve un hijo con un alemán. Al salir del hospital nos entregaron su acta de nacimiento con nombre, apellido, padre, madre y nacionalidad. En ese momento, junto a su alemanidad, heredó también todo el peso de la historia del país que lo vio nacer.

Como alemán, a medida que crezca, mi hijo aprenderá de la segunda guerra mundial provocada por su país, de la destrucción iniciada por sus antepasados, de los 60 millones de muertos en los seis años que duró el conflicto, de Hitler, del ascenso de este utilizando las herramientas democráticas, de los judíos, de su persecución, del asesinato de 6 millones de ellos. Tomará conciencia de las causas y consecuencias del régimen nazi y de cómo los alemanes se convirtieron en perpetradores del mayor genocidio del siglo XX: el holocausto judío. Se enterará de la búsqueda global de criminales nazis, de su captura y su enjuiciamiento. A mi hijo le enseñará el estado alemán con su política de memoria histórica en las escuelas, las visitas obligatorias a los campos de concentración, los programas de televisión, los museos y monumentos por doquier. Le formará también la comunidad judía con el recuerdo permanente de las víctimas, los testimonios de los sobrevivientes y las imágenes del horror. Y le enseñaremos nosotros, le hablaremos en casa de la historia de sus bisabuelos, de lo que hicieron, de lo que vivieron.

Pero mi hijo también es salvadoreño. Un salvadoreño con una madre que nació al inicio de la guerra civil, que creció durante el conflicto armado, que atestiguó la firma de los acuerdos de paz, que dejó la adolescencia durante la transición democrática basada en el consigna de perdón y olvido, y que se hizo adulta en un tiempo que pasó de la esperanza al caos y la repetida desilusión política. Mi hijo es parte de este convulso país. Pero a diferencia de Alemania, aquí no se espera que mi hijo aprenda algo de su historia, no se desea ni se promueve.

En El Salvador me dicen que la historia es pasado y el pasado es cosa de otros. Si yo quiero contarle a mi hijo de las dictaduras militares, del exterminio de indígenas, del asesinato de Monseñor Romero, del reclutamiento de niños para la guerrilla y para los militares, del asesinato de alcaldes, de las masacres de campesinos, del asesinato de Roque Dalton a manos de su compañeros revolucionarios, de los secuestros de ricos, del asesinato de los padres jesuitas por mando y obra de los militares, de cómo se construyó la democracia, de cómo pasamos a convertirnos en el país más violento del mundo… entonces, me dicen resentida; que hablo de lo que ya no tiene remedio, que sudo calenturas ajenas y que se las trasmitiré a mi hijo. A veces me dicen derechista; otras, izquierdista-comunista. Y los más “progres” me dicen que me libere (como si estuviera atrapada por algo), que perdone (como si eso tuviera alguna lógica) y olvide.

Han pasado 70 años desde la capitulación alemana y en ese país nadie se atreve a hablar de perdón y olvido. ¿Perdón? El perdón solo puede venir de las víctimas y es un proceso y decisión personal que nadie puede exigir. Mientras en Alemania es impensable encontrar a alguien demandando con hastío el cierre de las heridas, aquí lo reclaman los políticos y mucha de la sociedad civil. ¿El olvido? Nunca. Que mi hijo aprenda su historia alemana, que le enseñemos de dónde viene, que conciba ese pasado como suyo es algo que no solo se espera, sino que se promueve como un eslabón claro y necesario hacia el futuro. Es la garantía para que el horror no se vuelva a repetir. Aquí en cambio nadie quiere ver para atrás, y hasta existen políticas, como una diputada por Sonsonate, que sin ninguna vergüenza dicen que el pasado nada tiene que ver con ella.

Mientras que en Alemania, hoy por hoy, las víctimas siguen siendo honradas y dignificadas con la memoria, aquí las víctimas de todos los lados desaparecieron. No se escuchan ni se puede hablar de ellas. Aquí los victimarios de todos los lados se perdonaron a sí mismos y algunos hasta se han autoproclamado víctimas. Aquí el olvido se ha impuesto como el pasaje hacia el futuro. Pobre El Salvador, amnésico, condenado a repetir una y otra vez los mismos errores.

 

*Laura Aguirre es estudiante de doctorado en sociología en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Su tesis, enmarcada dentro de perspectivas feministas críticas, está enfocada en las mujeres migrantes que trabajan en el comercio sexual de la frontera sur de México. Su trabajo también abarca la sexualidad, el cuerpo, la raza, la identidad y la desigualdad social.

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