El Faro Académico / Política

Toda Centroamérica conspiró con la CIA contra Árbenz

Los presidentes centroamericanos cooperaron con la CIA para derrocar al guatemalteco Jacobo Árbenz en 1954. Esta acción concertada es una parte importante y poco conocida de la Guerra Fría en Centroamérica.


Lunes, 15 de febrero de 2016
Roberto García Ferreira

La acción encubierta de la CIA en Guatemala para deponer al presidente Jacobo Árbenz en 1954 constituye uno de los episodios más significativos y estudiados de la Guerra Fría.

En conjunto, la literatura testimonial, historiográfica y documental no ha dejado de crecer desde el mismo momento en que los hechos acontecieron. A lo ya sobradamente discutido en torno a las motivaciones que impulsaron a los Estados Unidos a intervenir en dicho país centroamericano, recientemente se han sumado importantes aportes que detallan, con fuentes primarias novedosas, cómo aquel recordado proceso revolucionario guatemalteco fue percibido e interpretado desde el otro lado de la Cortina de Hierro, particularmente por parte de la Unión Soviética (URSS) y Checoslovaquia.

Similares enfoques alternativos subrayan la trascendencia de la citada intervención incluso en la región occidental de Europa. Diplomáticos y dirigentes políticos de países como Alemania Federal, Inglaterra y Francia censuraron en privado el proceder del presidente estadounidense Eisenhower, agregándose a los mismos duros juicios publicados en los medios de prensa más importantes de aquellos países.

Como parte de una región donde el conflicto bipolar se vivió con particular y cruda intensidad, desde América Latina también han comenzado a trazarse narrativas novedosas en lo relativo al “caso Guatemala”. Esto forma parte, mínimamente, de las nuevas posibilidades con que ahora los historiadores de la Guerra Fría latinoamericana cuentan gracias a la apertura de diversos archivos históricos anteriormente vedados para la incursión de los especialistas, algo que como es fácil advertir, ha redundado en lo que actualmente constituye una ampliación notoria del campo de estudios.

Por esa razón merece subrayarse que los debates también se han enriquecido notablemente al comenzar a analizarse en detalle —y prescindiendo del manejo casi exclusivo de fuentes estadounidenses— la acción diplomática, las percepciones y motivaciones que guiaron las posiciones asumidas por parte de los países más importantes de la región americana en aquella delicada coyuntura internacional, especialmente los casos de Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia y Uruguay.

Sin embargo, y no menos trascendente que lo expresado hasta ahora, debe advertirse que pese a la magnitud de las evidencias ya conocidas en torno a la intervención de Estados Unidos en Guatemala aún pueden identificarse una amplia agenda de temas pendientes.

Quizás el más importante de ellos es la necesidad de discutir el hecho de que la CIA no actuó sola: contó también con el accionar, más o menos sigiloso, de las elites locales y regionales. Las primeras jugaron su papel al ser duramente afectadas por las reformas revolucionarias; en tanto las segundas, mostraron su adversidad ante la posibilidad de que el “ejemplo guatemalteco” se extendiera.

Aunque esto último constituye un elemento clave no ha merecido todavía atención. En ese sentido, la intuición sugiere que sendas incursiones en los archivos históricos de El Salvador y Nicaragua, por ejemplo, pueden mostrar evidencia sustantiva para iluminar aquel recordado golpe de estado en clave regional. Los documentos mexicanos han aportado elementos importantes para entender parte de este debate pero es el trabajo del colega Aaron Coy Moulton, el que más contundentemente viene a contribuir sobre lo dicho. Como este autor argumenta convincentemente tras investigar documentos por él hallados en archivos de República Dominicana, las “dictaduras anticomunistas” que rodeaban a Guatemala tuvieron un rol clave en la desestabilización de Árbenz. Incluso antes de que la CIA se decidiera a actuar en su contra, Somoza, Trujillo y Pérez Jiménez, entre otros, tenían sus propias motivaciones para hacerlo.

Parte de estos esfuerzos dirigidos a desentrañar el protagonismo de aquellos y otros importantes actores centroamericanos durante los años 50 del pasado siglo XX, este artículo, derivado de una reciente investigación en Tegucigalpa, busca resumir escuetamente, en primer lugar y entre varios otros aspectos, un caso particular de injerencia estadounidense, evidenciando cómo y en qué términos Estados Unidos se empleó a fondo en Honduras para propiciar, desde ese país limítrofe con Guatemala, un cambio de régimen en este último.

Segundo, las fuentes consultadas en el archivo histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores de la República de Honduras —a las cuales se agregan otras de similares características relevadas en Brasil, Chile y Costa Rica— contribuyen también a explicar que dicha intervención de Estados Unidos también debe ser explicada a la luz de lo que era una amplia tradición a nivel centroamericano: el acto de inmiscuirse repetidamente en los asuntos internos de los vecinos.

Tercero, y como advertía un diplomático trasandino destacado en Tegucigalpa, la “hermandad” centroamericana parecía tener su propia “guerra fría”. En efecto, ella estaba jalonada por una historia anterior en la cual incidían celos políticos y desconfianzas mutuas, litigios limítrofes, racismo, una rampante corrupción y, por sobre todo, gruesos problemas sociales frecuentemente desatendidos, cuando no lisa y llanamente negados por una camarilla de dictadores siempre sensibles a la represión del “virus comunista”.

Esa poderosa arma propagandística”

Entre la agenda de investigación relativa a la revolución guatemalteca aún pendiente de incursiones historiográficas, se encuentra el trazado de una narrativa que dé cuenta de los alcances regionales que no sólo por su abrupto final tuvo el “caso Guatemala” sino también por lo que fueron, durante la década revolucionaria, los logros cosechados bajo las administraciones de Arévalo y Árbenz. Ello debería incluir especialmente a sus vecinos centroamericanos y caribeños más cercanos pero no desatender al también vecino México, donde el “ejemplo revolucionario guatemalteco” recordaba a los gobernantes de este país, con añoranza, tiempos pretéritos.

Dentro del abanico de reformas impulsadas tanto por Arévalo como luego por Árbenz, deben destacarse las continuas desavenencias entre el gobierno guatemalteco y la United Fruit Company (UFCO). De ellas, sin dudas, fue la Reforma Agraria, aprobada en junio de 1952 y ejecutada desde inicios del año 1953, la que mayormente desestabilizó la región. Es que, como se ha estudiado, aquel Decreto 900 consiguió en el breve tiempo de un año y medio, repartir tierra a medio millón de personas en un país que para entonces apenas sobrepasaba los tres millones de habitantes.

Guatemala, según la influyente publicación académica mexicana Cuadernos Americanos, se había constituido entonces en una “Isla de esperanza” dentro de América Latina. En palabras del abogado socialista chileno Federico Klein Reidel, fundador del Partido Socialista de su país, amigo personal de Salvador Allende y embajador de su país en Guatemala, este país constituía un importante “foco de irradiación antiimperialista”.

Además de que el proceso de cambios era acelerado y radical, se trataba de una experiencia democrática en medio de un continente ensombrecido por un número importante de dictadores, muchos de los cuales rodeaban peligrosamente a Guatemala. A lo expresado deben agregarse otros dos elementos. Uno, la reforma lejos estaba de apartarse del capitalismo y, dos, enfrentaba, con éxito, a la UFCO, un poderoso enemigo extranjero “enquistado” no sólo en Guatemala sino en toda la región. De allí su perfil francamente desestabilizador.

Según escribió al Departamento de Estado un funcionario de la embajada estadounidense en Guatemala a fines de 1953, “Guatemala se ha convertido en una amenaza creciente para la estabilidad de Honduras y El Salvador. Su reforma agraria es una poderosa arma propagandística; su amplio programa social de ayuda a los trabajadores y a los campesinos en una lucha victoriosa contra las clases altas y las grandes empresas extranjeras tiene un fuerte atractivo para las poblaciones de los vecinos centroamericanos, donde imperan condiciones similares”.

El señalamiento no resulta caprichoso ni menor: contribuye a explicar y dotar de sentido a la actitud agresiva de los vecinos a Guatemala, especialmente de los más poderosos, como el nicaragüense Anastasio Somoza, el venezolano Marcos Pérez Jiménez y el dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Entre ellos estaban, en un segundo nivel, el cubano Fulgencio Batista, el salvadoreño Óscar Osorio y el hondureño Juan Manuel Gálvez, pese a los matices que se expondrán.

El costarricense José Figueres Ferrer si bien no integraba los grupos antes mencionados, tampoco se caracterizó por su apoyo a Guatemala. En todo caso su actitud fue cauta y por demás fría respecto a Árbenz, entre otros aspectos pues tenía sobradas razones para temer a Somoza.

Honduras, una neutralidad hoy cuestionada

En paralelo al avance del proceso revolucionario que tenía lugar en su país, los gobernantes guatemaltecos, especialmente Arbenz, se esforzaron por mantener buenas relaciones con sus vecinos más próximos de El Salvador y Honduras, con quienes además compartían una frontera común. Se trataba de un claro imperativo de seguridad propia, necesario para matizar el activismo anticomunista que caracterizaba a Somoza, siempre proclive a inmiscuirse en los asuntos vecinos. En ese sentido, la documentación consultada revela que fueron repetidos los gestos tendientes a conseguir la “neutralidad” salvadoreña y hondureña.

Interés por el devenir de ambos países en sus intrincados procesos, preocupación por conservar la “amistad” de sus respectivos mandatarios, Osorio y Gálvez; amén de condecoraciones generosas fueron algunas de esas muestras. Sin embargo, el avance revolucionario de los guatemaltecos los predisponía a sus vecinos de forma negativa. Más allá de que ambos hablaban de neutralidad y respeto a Guatemala, hoy puede cuestionarse y probarse documentalmente que no existió una “neutralidad vigilante”.

Profundicemos en los documentos hondureños enumerando brevemente los temas y hechos que aparecen consignados entre sus registros diplomáticos.

Así, queda expuesto, en primer lugar, que la embajada de Honduras en Guatemala se mostraba temerosa de la posibilidad de que desde este país se apoyara alguna intentona revolucionaria que no dudaban en atribuir a las conexiones guatemaltecas con Moscú. Por ello tanto el embajador como otros diplomáticos allí destacados periódicamente advertían a la cancillería hondureña que debía vigilarse de cerca la frontera con Guatemala y la Costa Norte del país, una región donde la UFCO tenía importantes plantaciones de bananos existiendo, por ende, una gran cantidad de trabajadores.

No se mencionaban las condiciones miserables en las que vivían y laboraban en los predios de la UFCO sino que simplemente se advertía del riesgo que suponía la posibilidad de que “agentes guatemaltecos” exportaran a la región el “virus comunista”. Hay insistencia respecto a la necesidad de destacar policías vestidos de civil en los pasos fronterizos con la finalidad de dejarse “seducir” por los eventuales agentes extranjeros con ideas revolucionarias o “exóticas”. En parte, los temores eran fundados y la extensa e inédita “huelga bananera” de mayo a julio de 1954 constituye un hecho evidente de la expansión del caso guatemalteco a uno de sus vecinos.

De hecho, la evidencia sugiere una importante apropiación desde Honduras de lo que era un firme proceder de los revolucionarios guatemaltecos respecto a la UFCO, algo orgullosamente exhibido por parte Árbenz. A esta circulación de ideas debe también agregarse la de personas pues diversos documentos parecen evidenciar algún tímido esfuerzo guatemalteco por apoyar económicamente la huelga de los trabajadores hondureños de la UFCO que luchaban por mejores condiciones de trabajo.

El 3 de enero se de 1954 , siete meses antes de la caída de Arbenz, se reunieron en el  puente del Río Goascorán los Presidentes de El Salvador, Teniente Coronel Óscar  Osorio, y de Honduras, Dr. Juan Manuel Gálvez, para discutir temas de interés  común. Fuente: El Salvador al Día , 15 de enero de 1954.
El 3 de enero se de 1954 , siete meses antes de la caída de Arbenz, se reunieron en el  puente del Río Goascorán los Presidentes de El Salvador, Teniente Coronel Óscar  Osorio, y de Honduras, Dr. Juan Manuel Gálvez, para discutir temas de interés  común. Fuente: El Salvador al Día , 15 de enero de 1954.

Otro de los importantes elementos que aparecen consignados en la documentación hondureña generada desde su misión en Guatemala, es la extensa red de anticomunistas que secundaban la representación y de hecho eran protegidos por esta misma ante cualquier investigación de las autoridades guatemaltecas. Sobre ello existe una importante nómina de fuentes. En buena medida se explica porque fueron varios los intentos de connatos militares que las administraciones de Arévalo y Árbenz consiguieron desbaratar. Y la mayor parte de los complotados buscaba la protección hondureña por lo cual hacia ese país solicitaban con frecuencia asilo y residencia.

De esta forma podría afirmarse, sin temor a extremar la interpretación, que Honduras se constituyó en una especie de “retaguardia contrarrevolucionaria” para un importante número de anticomunistas guatemaltecos cuyo objetivo político era promover el derrocamiento de los presidentes guatemaltecos ya mencionados. Por los despachos aparecen entonces las figuras de Castillo Armas y su hermano, Rodolfo; Lionel Sisniega Otero, Carlos Simmons, etc.

Una tercera anotación que merece consignarse son las calificadas fuentes militares con las que contaba el embajador hondureño Jacinto Octavio Durón entre la alta oficialidad guatemalteca. En ese sentido importa señalar que Durón cosechaba, en el ámbito del anticomunismo militar regional, fuertes amistades, sobre todo dentro de la inteligencia militar. De hecho la documentación permite confirmar la credibilidad y calidad de la información político-militar en ese momento disponible para las autoridades hondureñas. Sirva como resumen el hecho de que son varias las fuentes que advierten tempranamente y adelantan la gestación de un golpe militar desde dentro del Ejército contra el presidente Arbenz por lo menos desde inicios del año 1953.

El Coronel Carlos Enrique Díaz era desde entonces —y como a mediados de junio de 1954 se confirmaría— una de las figuras clave de ese andamiaje. Junto a toda esa red que es posible trazar aparecen también otras figuras no menos importantes y para las cuales el hondureño era un interlocutor calificado: un “traficante en armas” y un miembro “despechado” del ejército guatemalteco que había trabajado en labores de inteligencia para Estados Unidos. Su anticomunismo y la relevancia de sus probables aportes en materia de información “desde dentro” del Ejército guatemalteco fueron corroborados por Durón. Se trataba de alguien que en esa guerra no ofrecía dudas y por ello rápidamente solicitó instrucciones a su cancillería para confirmar el reclutamiento como “agente”.

Cuarta, las fuentes ilustran con lujo de detalles el carácter estrecho de los vínculos con los embajadores de Nicaragua, El Salvador y Estados Unidos en Guatemala. En los casos relativos a los dos primeros fácilmente se advierte la “causa” o “frente común” que los vincula, así como su perfil ideológico, fuertemente anticomunista y “antiguatemalteco”. Mientras, los rastros relativos a los contactos de Durón con el embajador estadounidense, John Peurifoy, transcurren como es natural suponer, por otro canal: al hondureño le interesaba saber si Estados Unidos iba a enviar los marines para resolver la cuestión guatemalteca. El norteamericano fue tajante: no lo harían; pero le dejó en claro que había “mil otras maneras de proceder”.

Estas y otras tantas cuestiones que por motivos de espacio no pueden ahora aquí desarrollarse, contribuyen a confirmar el carácter “militante” de la representación hondureña. Exhiben también, y para finalizar, la imposibilidad guatemalteca de atraerse a ese país o, cuando menos, conseguir su “neutralidad” en el marco de una operación militar que Arbenz tenía claro por sus informantes que tarde o temprano se gestaría en Tegucigalpa.

Intervendría de inmediato”

En la búsqueda de las pistas necesarias para desentrañar el papel ejercido desde Honduras por Estados Unidos como promotor de la trama encubierta diseñada por la CIA para deshacerse de Árbenz, las comunicaciones entre la embajada estadounidense y la cancillería hondureña aportan interesantes dividendos en materia documental.

Pese a lo afirmado no aparecen pruebas altamente incriminatorias, algo que quizás pueda hallarse —si es que así lo había— entre la documentación de carácter secreto que por el momento no se ha hallado en el archivo de Tegucigalpa. De todos modos, varios de los temas que la integran permiten acercarse indirectamente a la acción emprendida desde suelo hondureño por parte de Estados Unidos. Detallemos esquemáticamente los principales de ellos.

Uno, son frecuentes las solicitudes norteamericanas de autorización para el empleo del espacio aéreo hondureño. Fundamentalmente se trataba de movimientos que provenían o derivaban hacia la zona del Canal de Panamá y también hacia Nicaragua. La comparación de las colecciones correspondientes a los años 1952-1954 confirman la existencia, desde fines 1953, de un plan sistemático dirigido a forzar un cambio de rumbo en Guatemala. De hecho lo que se advierte, confirmando las fechas con las que contamos desde la desclasificación de los documentos de la CIA, es que coincidiendo con las mismas parece manifiesto el incremento de los pedidos de empleo del espacio aéreo casi a diario.

Dos, e íntimamente ligado a esto último podemos situar los pedidos de mapas del país por parte de la misión militar de Estados Unidos en Honduras; las solicitudes para la entrada y salida del país para periodistas de la UFCO, así como para instructores militares y empresarios estadounidenses.

Tres, y como directa derivación de lo antes apuntado, debe recalcarse entre el notorio movimiento de “piezas” impulsado por el Departamento de Estado, la llegada al país como embajador norteamericano de W. Willauer, un versado “soldado” de la Guerra Fría. No hablaba español ni tenía conocimiento alguno sobre América Central. Sin embargo, según informaba el Encargado de Negocios de Chile en Honduras, Willauer era “un hombre franco, resuelto, jovial, con poca experiencia como Embajador, pero con inmensa, en la lucha contra el comunismo”. Había trabajado en su lucha durante “doce años en China y su versación en los problemas del comunismo, así como su íntima amistad con el Presidente Eisenhower, lo transformaron en Embajador en Honduras”.

No arribó sólo a la región centroamericana: junto a él lo hizo John Peurifoy, destacado con idéntico rango en la vecina Guatemala. Se trataba, proseguía el trasandino, de “dos países que la Cancillería norteamericana consideró probables campos de experimentación comunista”. Ambos cosechaban un “inmenso respaldo personal del Presidente norteamericano”. Sostuvieron el chileno y el norteamericano una larga y franca charla, durante la cual el sudamericano pudo confirmar que la preocupación central del estadounidense era la acción comunista en América Central, indudable según el estadounidense. Aunque allí la situación social era grave, particularmente en Honduras, la misma no formaba parte de su interpretación en sí misma sino a la luz de que ella era un “campo propicio al desarrollo del comunismo”.

Como apunte final y altamente ilustrativo respecto a este tercer punto, Willauer no dudaba acerca de cuál sería el camino a seguir en el país si la situación tendía a desbordar al débil estado hondureño. Según consignó el chileno, a una pregunta suya relativa a cuál sería su actitud en caso de que se manifestara “una acción comunista notoriamente”, Willauer contestó en forma categórica que “intervendría de inmediato”.

Una seguridad similar en ese sentido manifestó el mismo Willauer durante el curso de una entrevista con el embajador brasileño en Tegucigalpa. Cuando el brasileño le interrogó por la eventualidadde un “brote comunista en Honduras” similar al verificado en Guatemala, el estadounidense respondió que “el control de la situación ejercido por sus agentes secretos y de contra propaganda en la cual Estados Unidos tiene invertido aquí sumas bastante apreciables ofrece, por ahora, alguna tranquilidad”.

Cuatro, aparecen algunos pormenores hasta el momento desconocidos en torno a la firma de un ambicioso Tratado de Asistencia Técnica y Militar entre Estados Unidos y Honduras entre fines de 1953 e inicios de 1954. Pese a que por ese entonces Estados Unidos impulsaba algo similar en otros países, la premura en su firma y la exigencia de una rápida aprobación del tratado sugieren que no pueda disociarse el mismo de la operación militar que desde suelo hondureño estaba en marcha contra Guatemala.

Quinto, también quedan al descubierto algunos de los esfuerzos de la propia UFCO para apoyar un cambio de régimen en Guatemala secundando al ejército mercenario que comandado por Castillo Armas se preparaba y equipaba en suelo hondureño.

En cualquier caso se trata de rastros muchas veces esquivos cuya importancia parece evidente no sólo por lo que explícitamente dicen sino también por lo que las mismas sugieren.

Un acto de piratería internacional

Como se recuerda, la operación encubierta de la CIA finalmente derrocó a Arbenz. Dimitió el 27 de junio de 1954 al ser traicionado por el ejército que se negó a combatir al “Ejército de la Liberación” que cruzó las fronteras desde suelo hondureño. Aquel paso al costado también era el resultado esperable de una correlación internacional de fuerzas nada favorable para detener la acción estadounidense y proceder a la defensa de un pequeño país.

Regresando al planteamiento inicial, la incorporación de los documentos hondureños al debate internacional relativo a la intervención norteamericana en Guatemala posee una relevancia destacada. Dejamos consignado aquí, nuevamente, el carácter incompleto y parcial de este comentario pues solamente versa acerca de las colecciones hasta el momento procesadas. Ellas son la documentación de la Embajada de Honduras en Guatemala y la correspondencia enviada y recibida en la cancillería hondureña desde la Embajada de Estados Unidos en el país. Se subraya que tales registros forman parte de un conjunto mayor que aún no ha podido ser procesado para esta instancia y que también abarca las relaciones de Honduras con los demás países centroamericanos, así como la documentación diplomática chilena, dominicana, brasileña y mexicana con los países centroamericanos. Sin desdeñar, por supuesto y pendiente en este caso de relevar, las fuentes estadounidenses.

Entre lo observado y a modo de recapitulación, puede documentarse profusamente —y ya no sólo intuirse— una acción conjunta tendiente a socavar la molesta experiencia revolucionaria guatemalteca. Se trataba de una solidaridad anticomunista regional que hundía sus raíces muy atrás en el tiempo. Como observaban habitualmente varios observadores extranjeros que cumplían misiones en Centroamérica, la hermandad centroamericana incluía el “intervencionismo mutuo”. A una extensa historia común en ese sentido atribuía el Encargado de Negocios chileno en Honduras y el Embajador de ese mismo país en Guatemala, la “naturalidad” con la que se gestó visiblemente desde el primero de ellos la “Operación Guatemala con que se derrocó a Árbenz”.

Claro, no todos lo hacían en igual medida y empleando los mismos medios materiales. Por esa razón, y en otro de los elementos presentes en la documentación hondureña, parece pertinente subrayar que en ese escenario quienes más decididas acciones desempeñaban eran Somoza y Trujillo. Eran habituales y siempre ostentosas las muestras de poder militar por parte de ambos y, en el caso de Somoza, su firmeza como “aliado” y “amigo” de Estados Unidos consiguió silenciar al mismo senador Joseph McCarthy.

Para finalizar, y si bien la evidencia momentáneamente procesada aporta en cuanto al rol de Honduras como pieza importante en la desestabilización de Árbenz, corresponden un par de matices.

El primero es que aun cuando los actores regionales tuvieron su incidencia, ella no decidió en última instancia el devenir de los sucesos en Guatemala. Es decir, sólo cuando Estados Unidos jugó fuerte en tal instancia e impulsó una acción encubierta por medio de la CIA, la revolución guatemalteca fue finalmente derrotada. Esto último también formaba parte de una peculiaridad más o menos aceptada en la región. En palabras de un sorprendido Encargado de Negocios de Chile, la incidencia de Estados Unidos en los asuntos internos centroamericanos —y especialmente hondureños— era tan elocuente que debía “anotarlas” entre los “muchos apuntes curiosos e interesantes” de su carrera diplomática.

Segundo, y si bien Honduras ofrecía ventajas comparativas en cuanto a posibilidades de acción concretas empleando su territorio, hasta el momento la evidencia empírica sugiere atender a la realidad de un país estructuralmente débil donde el Estado nacional se hallaba en constante acecho tanto por las continuas intrigas domésticas de carácter interno como por la acción de la propia compañía bananera cuya hegemonía en el norte del país resultaba indiscutible.

En tal caso y atendiendo a esto último, cabe interpretar que aquella participación hondureña en una instancia regional de las características ya descritas, asumió un carácter polifacético. Por esa razón deben diferenciarse nítidamente dos posturas.

Primera y muy evidente, el accionar siempre evasivo y cauteloso del propio presidente hondureño Juan Manuel Gálvez respecto de los planes de la CIA, aun y cuando Gálvez había representado como abogado a la misma compañía frutera.

Segunda, y tan evidente como la anterior, ubicamos al proceder del ejército del país y, por sobremanera, de sus diplomáticos hondureños en el exterior. Estos últimos sí, según sugieren los documentos, decididamente impulsores desde fuera de la necesidad de un cambio de régimen en la vecina Guatemala. Explicándose en parte su actitud como una manifestación evidente de viejos resabios heredados de la dictadura de Tiburcio Carías, este sí, muy sensible a la presión tanto de la embajada norteamericana como a la ejercida por la UFCO.

 

*Roberto García Ferreira es Profesor del Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación en la Universidad de la República, Uruguay.

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