El Faro Académico / Cultura y sociedad

El cuchillo peludo, arte contemporáneo en El Salvador

A pesar de que el arte salvadoreño está pasando por una etapa particularmente creativa, no recibe el reconocimiento que merece. Los artistas salvadoreños usan medios y materiales diversos para presentar perspectivas únicas sobre la problemática salvadoreña incluyendo temas como la violencia, las secuelas de la guerra y la migración.


Martes, 5 de enero de 2016
Roger Atwood

Mientras el arte latinoamericano experimenta un boom sin precedentes en el mercado y como objeto de estudio académico y crítico, el arte contemporáneo en El Salvador sigue subvalorado a nivel internacional. Carece de apoyo significativo por parte de coleccionistas. Dispone de muy pocos de los programas de becas de los cuales los artistas dependen para sobrevivir. La crítica y análisis profesional son casi inexistentes. Y no obstante unos avances importantes, hay aún pocos lugares dedicados a la exposición del arte contemporáneo en San Salvador y otras ciudades.

Sin embargo hay una creciente nómina de artistas salvadoreños con reputaciones y prontuarios internacionales. Trabajan en una amplísima gama de medios y materiales, desde el video a la escultura, la performance y la fotografía. Se podría decir que se está experimentando un auge creativo en el arte salvadoreño que aún no se ha reflejado en la exposición del mismo en el país.

En un esfuerzo de un grupo de críticos, coleccionistas, curadores, académicos y artistas de analizar y quizás cambiar este contradictorio panorama, la Fundación Robert S. Wennett y Mario Cader-Frech, que tiene su sede en Miami, publicó en 2014 el libro Y.ES: Collect Contemporary Art El Salvador (Y.ES: Coleccionar el Arte Contemporáneo de El Salvador).

Es la mirada más sistemática al arte contemporáneo en El Salvador publicada hasta hoy. En la carátula, una imagen de un cuchillo afelpado del artista Ronald Morán, “objeto de violencia y de uso doméstico emblemático del arma de doble filo que es la situación sociopolítica de El Salvador”, como explica el libro. En el interior, una serie de entrevistas con 28 profesionales del arte y artistas en El Salvador, Norteamérica y Europa que brindan una evaluación amplia, a veces cruda, del arte visual salvadoreño de hoy. El libro, con versiones en inglés y español, es editado por la curadora y escritora Claire Breukel (directora del Y.ES Contemporary) y por el artista salvadoreño Simón Vega. Incluye ensayos de Breukel y del expositor y coleccionista Mario Cader-Frech, organizador principal del proyecto.

Las generalizaciones tienden a ser prohibitivas para los artistas, pero también pueden ser necesarias. En ese contexto, Y.ES busca promover la atención crítica hacia un colectivo artístico. Debido a la incertidumbre y falta de apoyo que viven los artistas, muchos de ellos, al igual que otros salvadoreños, emigran. Como resultado, hay muchos exitosos artistas trabajando alrededor del mundo sin ser reconocidos primordialmente como salvadoreños.

A lo largo del libro surgen al menos cuatro temas importantes: el impacto indeleble de la guerra y sus secuelas en el arte actual; el mercado del arte o la falta del mismo en El Salvador y los efectos tanto negativos como positivos de eso; la influencia de la migración y diáspora salvadoreña y la importancia del intercambio cultural; y el papel de Internet en la comunidad artística. Los editores de Y.ES organizan el libro alrededor de estos temas, identificados como Historia y Guerra, Mercado/No Mercado, la Diáspora y el Intercambio y el Impacto del Internet.

Con entrevistas a seis artistas (cuatro de ellos trabajan principalmente en El Salvador y dos en los Estados Unidos), el libro ofrece además un foro de los propios creadores del momento cultural salvadoreño. Hablan muchos de la importancia de la Bienal de Arte Centroamericano como espacio vital para exponer el arte salvadoreño y darle un contexto regional. Incluye además un capítulo sobre los colectivos de arte en El Salvador —que han tenido una influencia decisiva— y una buena selección de imágenes de obras.

A continuación, ofrecemos citas de algunos de las personas entrevistadas:

Mayra Barraza, artista: “En los noventas El Salvador era un sitio un poco desolado. Una generación completa de artistas e intelectuales se habían ido —habían muerto o estaban en exilio— y aquellos que sobrevivieron tenían un instinto de buitre. En los veinte años que han pasado, muchas cosas han cambiado y ,en algunos aspectos, otras se han mantenido igual. No creo que esta sea la plataforma para contar esta historia, pero puedo admitir que hay más artistas trabajando de nuevas formas y comunicándose a través de su arte que antes. Hay muchas más voces llenas de furia y gozo, trabajando en medios poco convencionales y reinventando nuevas posibilidades. Hay más espacio para la experimentación y acción irresoluta. Sin embargo, hay mucha más conciencia del rol del arte como un vehículo poderoso para explorar ideas. Claro que el dinero y la ambición siempre están en juego, pero eso no es nada nuevo ni en El Salvador ni en Tombuctú, en realidad. […] Es difícil para el arte en general en El Salvador, y para lo contemporáneo aún más. Hay pocos espacios para exhibir, no hay apoyo para investigación básica o creativa y poca retroalimentación, académica o de otro tipo. Los artistas jóvenes pueden ser solicitados por el mercado comercial muy rápido, pero igual de rápido son desechados y tienen que buscar oportunidades en otros sitios. […] Siempre he pensado que si no hay espacios disponibles, entonces los inventas, y si no hay fondos, lo haces con lo que tengas disponible, y si no hay retroalimentación tienes que conformarte con las voces en tu cabeza, o con ninguna. El silencio es un buen compañero de trabajo.”

José Ruiz, artista, curador y profesor de la Maryland Institute College of Art: “La infraestructura en El Salvador es difícil, así que las voces de los artistas están más cargadas sociopolíticamente de lo que he visto en otros sitios. Eso me recuerda a los trabajos de Ai Weiwei. No podemos olvidar que esta generación de artistas contemporáneos creció durante la guerra civil salvadoreña, por lo tanto para ellos las prácticas socialmente basadas y los trabajos de protesta son una tarea seria. Artistas como Ronald Morán y Danny Zavaleta tienen obras sobre lo que era criarse durante de la guerra, que formó sus identidades, y a causa de esto tienen un gran sentimiento de responsabilidad.”

Roberto Galicia, director del Museo de Arte de El Salvador (MARTE) y artista: “A veces pienso que los artistas se han apartado mucho del público y deberían tratar de producir rutas de acceso para que el público entienda mejor sus obras. Los espacios de exhibición son limitados y las inauguraciones de exposiciones son generalmente difíciles de encontrar, a menos que uno esté en el ambiente artístico. En este caso, la perseverancia es la clave. […] La educación artística [en El Salvador] siempre ha sido limitada. Desafortunadamente, al hablar de instituciones, hay que reconocer que el perfil de la Escuela de Arte de la Universidad de El Salvador es muy limitado y conservador. Esta situación ha cambiado en los últimos años, principalmente por el interés de los estudiantes, pero no por las autoridades de la escuela. Lo que se ha logrado es la suma de mucho esfuerzo personal y compromiso de los artistas. Sin embargo, es necesario reconocer el papel de la Escuela de Artes Aplicadas por su impacto en la profesionalización del diseño en nuestro país y por su contribución, tangencial y no planificada, para el desarrollo del arte contemporáneo”.

Kency Cornejo, historiadora de arte y profesora, University of New Mexico: “Lo que realmente diferencia el enfoque de la región [del resto de América Latina] es que los artistas centroamericanos están trabajando con los problemas que preocupan a todos globalmente —problemas de migración, espacios urbanos y la globalización cultural— pero desde una perspectiva de experiencia centroamericana. Esto está en diálogo con otras perspectivas de Latinoamérica y otras partes del mundo, pero habla desde un espacio geopolítico y un ambiente único, con una historia específica y preocupaciones específicas que lo diferencian de, digamos, Brasil o México. Siempre hay puntos de convergencia, pero es una perspectiva única. […] Centroamérica ha recibido mucha más visibilidad en los últimos veinte años y esto ha establecido una clara diferencia entre el período de la guerra y el de la posguerra. Hay más conexión entre los artistas, no solo dentro de El Salvador, sino entre los artistas salvadoreños y de la región. Esto ha sido facilitado por la presencia de encuentros como la Bienal Centroamericana, que ha incrementado el diálogo y la colaboración interregional.”

Patricia Gardiner Amare, directora de Galería 123, San Salvador: “Muchos pintores [durante la guerra] comenzaron a pintar escenas muy macabras y la gente viviendo bajo la oscuridad de la guerra no quería ese tipo de obra en sus casas. Sin embargo, entendía la necesidad de los artistas de expresar esta oscuridad. Lentamente, las cosas se volvieron más seguras y las prácticas artísticas comenzaron a cambiar. […] La generación antigua de artistas salvadoreños elaboraba obras más tradicionales que eran representativas de la vida real. Benjamín Cañas tuvo mucha influencia en El Salvador y él fue influenciado por Salvador Dalí. Durante su época, este tipo de arte era considerado innovador y la gente no lo entendía. Ahora te dicen que es hermoso. También he trabajado con artistas contemporáneos como Ronald Morán, Walterio Iraheta y Mayra Barraza. Todos elaboran excelentes obras y los coleccionistas, así como otros artistas, los observan muy de cerca hoy.”

Simón Vega, artista: “Cuando participé en la Bienal [Centroamericana] 2004 en Panamá me di cuenta de que muchos artistas de Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras estaban muy interesados en la temática social y política. Esto es parcialmente el resultado de las guerras que nuestros países enfrentaron en los años ochenta. Costa Rica no sufrió de estas guerras y abolió su ejército; por lo tanto el trabajo de los artistas costarricenses era un poco más ligero y más sofisticado. De igual manera, el trabajo panameño estaba lleno de humor. Cuando me di cuenta de que el arte salvadoreño estaba lleno de violencia y guerra, reflexioné sobre lo deprimente que era esto en contraste con los graciosos trabajos artísticos panameños. Para mí ese fue un punto de inflexión. Decidí hacer trabajo que también tuviera humor. Así que comencé a mezclar los elementos sociales oscuros con un lado más humorístico y ahí fue cuando comencé a experimentar con la arquitectura informal y estética de las favelas.”

RETNA (alias Marquis Lewis), artista: “No te limites en los materiales o en el espacio. A veces las restricciones pueden ser una ventaja y aprendes mucho de ellas. […] La dedicación es esencial y encuentro que los escenarios más retadores son de dónde vienen las mayores joyas.”

*Roger Atwood es escritor especializado en temas de arte y arqueología y docente en la University of the District of Columbia, Washington, DC.

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