El Ágora /

Alborada: los ciclos de la vida después de la guerra

Alborada es la nueva obra de la cineasta salvadoreña Paula Heredia. Ambientada en Suchitoto, e inspirada en la vida de Mercedes, la madre de la cineasta, Alborada explora los cambios de ciclo para la comunidad de Suchitoto, un pueblo que se reinventó al finalizar la guerra civil salvadoreña. La cinta será estrenada este 14 de noviembre en el Festival Internacional de Cine de Suchitoto.


Miércoles, 4 de noviembre de 2015
Eric Lemus*

Una luna redonda, inflada, reposa en el firmamento. Esa es la última noche oscura. Es la metáfora perfecta del recuerdo del que fue el último día de la guerra civil salvadoreña. Pero también esa luna es la antesala a una nueva vida, a una nueva secuencia, porque el sol sube minutos más tarde por encima de un espejo de agua y empieza a tostar todo lo que encuentra a su paso con un calorcito tan inevitable como implacable. Amanece. Sale el sol en la vida de una forastera que comienza una identidad apacible tras 20 años de clandestinaje y supervivencia.

La mujer de profuso cabello cano, de 60 años, decidió empezar de nuevo con un estilo discreto en un lugar donde cada mañana el sol le canta a la vida y su luz se cuela por todas partes. En ese lugar de calles empedradas, cada mañana, Josefa deja atrás 22 años de militancia insurgente. De aquel pasado solo le quedan dos amigos: la Lorita, su mascota por más de 50 años; su perro, el Blacky, y una pequeña caja metálica que esconde entre unas tejas que acumulan polvo. Ahí donde nadie se lo imagina yace el tesoro donde están piezas de esa vida hecha de retazos que abarcan fotografías, fotocopias, y un documento personal que viene de otro siglo: su cédula de identidad, donde Josefa luce un retrato adusto, con un cabello negro y corto, pero donde su nombre es otro: María Gloria López, de profesión secretaria.

Con las reminiscencias de aquella María Gloria, la cineasta Paula Heredia ofrece una pieza autobiográfica y documental acerca del reencuentro de la memoria con el presente y el impredecible futuro. Una cinta donde ella muestra uno de los episodios más íntimos de su origen: la vida secreta de doña Mercedes, su madre, mejor conocida en ficción por Josefa, su nombre de guerra.

El testimonio de Josefa o María Gloria o Mercedes acaba convirtiéndose en una estructura gramatical polifónica mediante el que la directora nos lleva hacia el corazón de un pueblo que acogió a su madre después de la guerra.

A través de la vida de esa sexagenaria afable, la última producción fílmica de Heredia adentra en sí misma, en su madre, como el vaso comunicante que la realizadora salvadoreña –de obligada referencia en la cadena norteamericana HBO– utiliza para reconectar con un lugar escondido y apacible llamado Suchitoto.

Afiche de Alborada, una película de Paula Heredia.
Afiche de Alborada, una película de Paula Heredia.

Paula Heredia, ganadora del Premio Emmy por In Memoriam: 9-11; el American Cinema Editor por el celebrado Unzipped, y el Premio de Mejor Directora del Festival de Soria en España por su película África Despierta, entre muchos otros, muestra un trabajo que se mueve a caballo entre el cine documental y el cine de autor sin miedo a romper el flujo narrativo de una historia que si bien es íntima, personal (por cuanto habla de su madre), también es el vehículo hacia el resto de personajes que componen el presente de un pueblo.

La “Viejilla”, el apelativo favorito con el que Paula llamó siempre a su madre, encarna en gran medida y con una sutileza cinematográfica al sorbetero, al sastre, al panadero, la purera, la pupusera, al vendedor de sábanas, al residente original, al refugiado, al inmigrante que vino a Suchi a enamorarse de un lugar tan caluroso como ventoso, de tejados y balcones señoriales, tan católico como profano cuando celebra la fiesta.

En la voz de aquella mujer cuya convicción de que ir a la guerra fue su deber cívico, el filme conecta con cada uno de las 24 mil 786 almas que habitan este municipio ubicado al norte del departamento de Cuscatlán y que bordea el embalse conocido como lago Suchitlán.

Al cabo de ese juego por la memoria de la Viejilla, el hilo narrativo de Alborada no solamente repasa los rostros de este pueblo en un ensayo poliédrico donde ante la cámara pasan por igual Miguel Ángel, el agricultor que rompe la tierra con el arado y la compañía inseparable de su caballo Pelota; la niña Milita y don Armando, esa historia desconocida de amor; la candidata a reina de las fiestas patronales que representa al barrio San José;  el capitán del Zenayda Elisabeth, una de las lanchas turísticas que pasean las aguas del lago que fue la frontera natural entre soldados y guerrilleros cuando esta zona fue campo de batalla; don Reyes, el combatiente desmovilizado que guarda una fotografía del día que entregó las armas ante una misión de la ONU; o de ese hombre de oficios múltiples, Alejandro Cotto, el transmisor del legado cultural de Suchitoto. Y en medio de esa fluidez cadenciosa se desliza la vida de un pueblo, el retrato de una comunidad que devela de a pocos, con la misma velocidad que caen los mechones del cabello entrecano que Paula corta a su madre.

No será la última vez que Paula Heredia nos sorprenda.

Hace unos años sacudió la pantalla con la edición de un testimonio en primer plano de la guerra en Irak, una de las apuestas de HBO. El trabajo de Heredia consistió en el montaje de las entrevistas hechas por James Gandolfini efectuadas a una decena de soldados mutilados en Irak. Alive Day Memories: Home from Iraq contó la fría realidad del conflicto a través del testimonio de estos jóvenes que enfrentaron una nueva batalla: regresar a casa sin brazos, ni piernas.

Aquella fue una de las producciones más complejas de HBO. Gandolfini, el emblemático actor que interpretó al jefe mafioso de la serie de TV Los Soprano, se sumó a este proyecto luego de que viajó a Irak para conocer la crudeza del conflicto que Estados Unidos libró en esta parte de Oriente Medio.

Tras esa producción, la cineasta se embarcó en un nuevo documental mucho más sensible porque fue sobre la ablación femenina. Su objetivo, más allá de la propuesta cinematográfica, fue elevar su voz contra la mutilación genital de niñas, cuya práctica todavía tiene cabida en 24 países del continente africano, ya sea por tradiciones religiosas, como culturales. Heredia viajó por Somalia, Tanzania, Mali, Kenia y Burkina Faso en busca de testimonios de mujeres y niñas que son víctimas de esta práctica.

Para quienes conocen a Heredia, esa mujer de una pieza que camina aferrada a una taza de café en las calles de Manhattan, en la periferia de la calle 42 y la Quinta avenida, así como detrás de una lente siguiendo las bolas de fuego una noche lluviosa en el poblado enardecido de Nejapa, no le sorprende su búsqueda incesante por relatar desde cualquier nueva perspectiva lo que pasa frente a sus ojos y todo aquello que guardan celosamente sus personajes.

Paula Heredia siempre ha buscado construir puentes con su lugar de origen. Así en su filmografía encuentras el tríptico La pájara pinta, rodado en el cantón El Limón, en la cima de la cordillera del Bálsamo, hasta su afán por compartir con estudiantes salvadoreños su método de trabajo a través de talleres organizados en el Centro Cultural de España, la Universidad Tecnológica y los programas de la Fundación Casa Clementina en Suchitoto. Los puentes con el pasado, presente y el inesperado futuro es regla de su punto de vista como cineasta.

Gracias a la Viejilla, aquella que le enseñó a mirar más allá del cerco que limitó su primer vergel, Paula salió de casa y fue a tocar la puerta de los vecinos de Suchitoto acompañada al inicio de un equipo de video, el cual, de broma y en serio, fue transformándose en la maravilla de un dispositivo electrónico tan pequeño como la palma de una mano. Y así mientras el espectador escucha y aprecia las diferentes miradas de un pueblo celoso de sus tradiciones e identidad sobrellevada a cuestas, también sorprende el resultado visual que ofrece el rodaje a bajo costo. A lo largo de los meses que se transformaron en años de producción, Paula consiguió crear un centro de formación cinematográfica entre jóvenes de la comunidad y también enseñar a producir filmes a bajo costo con la simplificación que ofrecen las nuevas tecnologías: la cámara de video del teléfono celular.

El filme, cual símbolo de la vida, o de una vida que busca reiniciar sus días en otro lugar, tiene un epílogo que redondea la obra y define su nombre porque –si durante la alborada el pueblo festeja tradiciones que auguran el nuevo año, cuando queman la pólvora que surca el cielo nocturno, un remedo de la luz matinal– la película también busca alumbrar la historia de un nuevo día, de esas nuevas vidas, en ese ciclo imparable donde agoniza la noche y resurge el día, aunque sea gracias a la imitación hecha en pólvora mientras los niños corren tras el torito pinto y los feligreses engalanan a la virgen Santa Lucía.

Pero la vida también es un ciclo con un final inexorable.

El filme camina hacia el desenlace con la misma delicadeza con la que la Lorita apagaba su existencia un buen día. Pero, en un instante, se rompe con el ritmo narrativo de la película y la directora acentúa el arco dramático cuando Josefa se vuelve a ella y le pregunta: ¿fueron sus hijas marcadas por la experiencia?  Y el punto de tensión se desanuda con la misma elegancia que Heredia utilizó para dibujar este autorretrato.

“Lo que me da tranquilidad es que entendieron el fondo de mis acciones y supieron cómo lidiar con sus propias vidas”, reflexiona esa mujer que reinició su último ciclo en un lugar donde cada día el sol inunda su alrededor.

Solo entonces la alborada del pueblo marca el comienzo de un nuevo día, de una nueva vida, de todas nuestras vidas.

Alborada será estrenada este 14 de noviembre, a las 6:30 de la tarde, frente al restaurante El Arlequín, ubicado detrás de la Iglesia Santa Lucía de Suchitoto.

*Eric Lemus es editor literario y periodista.

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