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La violencia trastorna el estilo de vida de los jóvenes que residen en zonas de maras

La inseguridad impuesta por las pandillas y los planes represivos del Estado llevaron a jóvenes de Guatemala, El Salvador y Honduras a adaptarse a una vida de reclusión, sin diversiones y escasa en oportunidades, para eludir una violencia que no da señales de reversión.


Sábado, 31 de octubre de 2015
Carlos Márquez (AFP) / El Faro

En El Salvador, calzar el modelo Cortez de la firma Nike en territorios controlados por las maras se ha convertido en un acto de ignorancia o de temeridad extremos, ya que son uno de los tenis predilectos de los pandilleros. Foto Roberto Valencia.
En El Salvador, calzar el modelo Cortez de la firma Nike en territorios controlados por las maras se ha convertido en un acto de ignorancia o de temeridad extremos, ya que son uno de los tenis predilectos de los pandilleros. Foto Roberto Valencia.

San Salvador, EL SALVADOR. En los tres países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica, 6.5 millones de jóvenes entre 15 y 24 años (22% de la población) afrontan todos los días decisiones vitales de sobrevivencia en la región sin guerra con mayor índice de homicidios en el mundo.

Cómo vestirse, qué zapatos usar, el más apropiado corte de cabello, los lugares más seguros para visitar y hasta las calles por recorrer, son decisiones cotidianas pero vitales.

“Es loco. No se puede usar zapatos de marcas específicas porque son parte del estilo pandillero y te pueden confundir”, dice Mauricio Cornejo (18 años), mientras camina por una calle de la capital de El Salvador disputada palmo a palmo por la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18.

El panorama es similar en ciudades hondureñas. “No se puede usar gorra con la visera plana, ni atrás, ni al lado; las camisas tienen que ser ni muy flojas ni muy ajustadas; si uno camina como ellos lo detienen para interrogarlo”, dice a la agencia AFP Arnulfo, de 22 años, residente de colonia La Sosa, al poniente de Tegucigalpa.

“Un adolescente o un joven ahora tiene que tener claro dónde pone un pie, tiene que conocer el territorio porque si no lo hace expone su vida”, advierte Silvia Bonilla, presidenta de la fundación Mujer Legal, que lidera el programa ‘Construyamos Conciencia’ en escuelas y cárceles de menores en San Salvador.

En la enconada lucha entre pandillas por el control de territorios, centenares de jóvenes han perdido la vida, muchos de ellos inocentemente, porque fueron confundidos con mareros o porque cometieron el error de caminar por una calle en disputa.

El Triángulo Norte, según cifras de los institutos forenses, cerró 2014 con 15,802 homicidios, y está por culminar un nuevo año de cifras lapidarias: de enero a septiembre de 2015 hubo 4,281 asesinatos en Guatemala, país que tiene 16.2 millones de habitantes; en el mismo período asesinaron a 3,886 hondureños, país que tiene 8.9 millones de habitantes; mientras que la situación más delirante se vive en El Salvador, país que suma 4,942 cadáveres en los mismos nueve meses, la cifra más alta a pesar de que es, con 6.5 millones, el territorio menos poblado.

Más de 50% de las víctimas en los tres países son jóvenes menores de 25 años.

Esa lucha fratricida es “para mantener el poder en ciertos territorios y por eso utilizan la fuerza ilimitada, como asesinato y hasta desmembramiento de rivales”, reflexiona el exviceministro de Gobernación de Guatemala, Mario Mérida.

La escalada de violencia refleja “el fracaso de las políticas de Mano Dura”, resume Carolina Orellana, de la Coalición Centroamericana de Prevención de la Violencia, que aglutina a unas 30 oenegés en los tres países.

Sin libre tránsito

Las pandillas han modificado los patrones de libertad en centenares de comunidades mediante el terror: homicidios, extorsiones y el reclutamiento casi forzoso que, en muchos casos, genera deserción escolar.

“Para los jóvenes en Guatemala los espacios son complicados, porque estamos sin libre tránsito, no se puede salir a cualquier calle”, advierte Viviana Soto, de 29 años, quien trabaja en programas de apoyo a los jóvenes desde la Fundación Demos.

Además, “ya no podemos ir a la plaza o a las canchas porque en cualquier momento las pandillas se enfrentan, entonces la recreación es dentro de casa con videojuegos, si se tienen”, comenta Humberto García, un estudiante universitario de 21 años del cantón Lourdes, en el municipio de Colón.

Para reponer sus bajas, las pandillas reclutan muchachos cada vez más jóvenes, incluso niños desde los ocho años, a quienes asignan funciones de informantes, mensajeros o cobradores de extorsiones.

Para el criminólogo guatemalteco Danilo Parinello, las pandillas seleccionan a niños y jóvenes porque son “inimputables” o reciben penas más cortas, pero en los correccionales se crea un problema mayor porque “muchas veces son entrenados para seguir delinquiendo”.

Difícil empleo

Los jóvenes encuentran escasas oportunidades laborales y, en caso de conseguirlas, los patronos les exigen demostrar que están libres de delitos con constancias de la policía y los tribunales.

“La violencia tiene un impacto grave en las oportunidades laborales (de los jóvenes)”, dijo a la AFP Daniela Trucco, de la Comisión Económica para América Latina (Cepal). Trucco es autora del libro Juventud: realidades y retos para un desarrollo con igualdad, que presentó recientemente en la capital salvadoreña.

La investigación determinó que gran parte de los 11.3 millones de jóvenes de Centroamérica y República Dominicana (20% de la población total), está marginada de la educación y las oportunidades laborales.

“Los jóvenes son nuestro presente. Evitar su ingreso a la violencia pasa por construir alternativas productivas con el acompañamiento de la cooperación internacional”, resume Carlos Navarro, coordinador en Honduras de un programa agropecuario que busca involucrar a estudiantes de las escuelas en su tiempo libre.

© Agence France-Presse

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