Opinión / Política

Un andar centroamericano


Lunes, 21 de septiembre de 2015
Álvaro Montenegro

En abril estallaron movilizaciones masivas e inéditas en Guatemala y luego en Honduras, que continúan cada fin de semana. Estas manifestaciones surgieron a partir de casos de corrupción que vincularon a los funcionarios más altos de los dos gobiernos. La diferencia fundamental entre ambos países ha sido la actuación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un ente de Naciones Unidas que funciona como un apoyo a la fiscalía guatemalteca.

Lleva diez años operando en el país y luego de dos comisionados el actual, Iván Velásquez, quien en Colombia acusó a varios diputados uribistas de estar ligados a grupos paramilitares, logró imputar al expresidente Otto Pérez Molina por dirigir una organización criminal destinada a la defraudación en las aduanas.

En Guatemala las manifestaciones han acuerpado la labor de la CICIG para que ésta, libremente, pueda profundizar sus investigaciones, que abarcan a casi cien funcionarios y operadores relacionados con los tres poderes estatales. La protesta de gente en la calle fue fundamental porque mientras la ciudadanía respaldaba a la Comisión los políticos señalados la deslegitimaban y cerraban filas en su contra. El mismo Pérez Molina vaciló por varias semanas, en mayo pasado, a la hora de prorrogar el mandato de CICIG por dos años más. Lo terminó haciendo a regañadientes.

En junio y julio las protestas en Guatemala decayeron -aunque se han mantenido por 21 sábados consecutivos desde el 25 de abril- mientras en Honduras se acrecentaban llegando a reunir a varios cientos de miles de manifestantes.

Los guatemaltecos hablamos con líderes estudiantiles hondureños, con quienes acordamos honrarlos empezando a salir a las calles por la noche, con antorchas, como se acostumbra allá. El 4 de julio fue nuestra primera protesta conjunta.

En Honduras se tenía claro que la corrupción era el gran unificador de la protesta, pero no se lograba adquirir pruebas contundentes contra los implicados porque el fiscal que acusó al presidente Juan Orlando Hernández de utilizar fondos del Seguro Social para su campaña fue trasladado a Francia como agregado diplomático “por razones de seguridad”, según las autoridades.

Al ver cómo cada semana reventaban pesquisas en Guatemala que señalaban a personajes intocables, los hondureños enfocaron sus demandas en procurar la instauración de un equivalente a la CICIG, con la esperanza de que la corrupción que se conoce solo a través del rumor se convierta, por medio de rigurosas investigaciones penales, en una forma de limpiar el sistema para regenerar la estructura y así permitir que el Estado medianamente funcione.

Para la implementación de esta comisión se debe tener noción de la forma de operar de los aparatos paralelos que está destinada a combatir. En Guatemala, estos poderes nacieron históricamente dentro de las fuerzas contrainsurgentes, cuando la inteligencia miliar cooptó las aduanas para vigilar el ingreso al país de las armas de la guerrilla. Tras el fin del conflicto armado, al tener el control de las fronteras, estas estructuras mutaron en grupos criminales que manejan el contrabando, el narcotráfico, el tránsito de armas, el robo de impuestos y un largo etcétera que ni siquiera imaginamos.

Estas fuerzas se caracterizaron por mantenerse inalterables por encima de cualquier gobierno. Cuando se desarticuló la red de defraudación fiscal llamada La Línea -que supuestamente dirigía el presidente- se dijo que tenía más de treinta años de existencia y había sobrevivido a casi una decena de gobernantes.

El reto de Honduras es analizar cómo operan estos grupos que no dejan avanzar a la democracia, porque el dinero destinado a salud, educación, justicia, es capturado por estas redes que impunemente se renuevan con todas las administraciones. Por eso se vuelve imposible que una Fiscalía sin apoyo internacional desarticule estas mafias: porque el Estado es su principal protector.

La ciudadanía hondureña, con una propuesta concisa que logre un mapeo de estas organizaciones que inciden criminalmente en todo el país, y con la voz de los más de 300 mil ciudadanos que han salido a manifestarse, podrá exigir la aprobación de una CICIG a la medida de Honduras pero con los dientes de la chapina.

Por otro lado, El Salvador organizó una primera protesta el pasado 5 de septiembre. Hablamos también con algunos de los jóvenes que la impulsaron y fue un honor que se inspiraran en Guatemala para salir a la calle.

Soy consciente de las divergencias locales tras una guerra tan cruda, que dejó en herencia una sociedad polarizada en la que se está en un bando o en el otro. Y entiendo que esta división alimentó resquemores en ciertas clases populares, que acusaron de golpistas a quienes convocaron a esta concentración en contra de la violencia generalizada y la corrupción. Y veo que la respuesta que algunos manifestantes dieron a las críticas, por la misma segmentación, exhibió muy poca tolerancia.

La polarización en Guatemala también es exagerada. Se notó en temas clave como la renuncia de Pérez Molina. Cuando la exvicepresidenta Roxana Baldetti dimitió el 8 de mayo una parte del sector conservador del país no quiso apoyar la presión para forzar la salida de Pérez Molina sino hasta tres meses después, cuando fue oficialmente señalado de comandar “La Línea”. Decían que si se iba “se rompería el orden constitucional”. Los meses demostraron que no había fundamento para ese temor.

El 27 de agosto marcó un día histórico en Guatemala: se celebró un paro nacional convocado por campesinos y estudiantes, al que paulatinamente se unieron los mercados cantonales, luego las pequeñas y medianas empresas hasta que al final se adhirieron muchos de los consorcios empresariales más importantes, un banco e incluso la enorme industria cervecera.

Ese día se formó la protesta más grande de la historia del país y esa unión para pedir la salida de Pérez Molina fue vital para que el Congreso días después retirara por unanimidad -incluso con los votos del partido oficial- la inmunidad al presidente, lo que provocó que después él renunciara para someterse a la justicia. Hoy, igual que Baldetti, guarda prisión preventiva.

A la primera manifestación en Guatemala acudieron unas 30 mil personas. Algo fundamental fue que el grupo convocante era verdaderamente variado y no solo discursivamente plural. Había señoras cercanas al sector privado, empresarias, estudiantes más progresistas, jóvenes. El colectivo consiguió ponerse de acuerdo en mínimos comunes que eran incuestionables para todos los sectores del país. El consenso interno repercutió en acuerdos sociales inimaginables.

Hacía muchas décadas que los estudiantes, los ciudadanos comunes, los empresarios y los campesinos no cantábamos las mismas consignas en la plaza central donde, desde una región interna de esperanza, pedimos la salida del mandatario. Se pensaba, cuando se creó el evento en Facebook para la primera protesta del 25 de abril, que hacer algo así era imposible.

Sería bello que en El Salvador los que organizaron la protesta del 5 de septiembre convocaran otra junto a los estudiantes y sectores populares que los cuestionan, para exigirle al gobierno que cumpla su deber y reduzca los homicidios y la corrupción.

No sé si consideren conveniente la instauración de una Comisión similar en El Salvador, pero creo que habrá un acuerdo en considerar inaudito vivir con los niveles de impunidad ya normalizados en esta parte del mundo, y que algo habrá que hacer para revertir esta condición.

Porque más allá de las ideologías, tenemos sobradas maneras de indignarnos, como diría Stéphane Hessel, autor del libro Indignaos, inspirador de esta modalidad de protestas pacíficas y uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En ciertos puntos estaremos en desacuerdo, pero eso no imposibilita crear alianzas en temas puntuales; no es un secreto que nuestros países van en caída libre.

Por eso llamamos a construir “la generación del diálogo” dado que nuestros padres y abuelos -criados en el ambiente sangriento de la Guerra Fría- poseen inherentemente un chip dicotómico que les obliga a ver la realidad en blanco y negro. Como dice el novelista Javier Cercas, “alguien que vive una guerra nunca termina de salir de ella”.

Para empezar, podría crearse una convergencia entre los tres países -El Salvador, Honduras y Guatemala- donde los pueblos busquen soluciones regionales que también puedan ser las respuestas locales ante los Estados catastróficos que hoy tenemos. Sería hermoso también aliarse con los nicas, los ticos, los panameños, los beliceños, de formas reales, fuera de las instituciones.

El escritor Sergio Ramírez, creo que curado de la política tras ser vicepresidente de la Revolución Sandinista, ha asumido un rol trascendental desde la cultura al promover premios y colecciones literarias enfocadas a jóvenes centroamericanos. En alguna entrevista decía que así, creando colectivamente, era como se uniría Centroamérica.

No podemos esperar a que de los gobiernos emanen políticas salvadoras, pues éstos funcionan sobre todo para enriquecer a unos cuantos. Debemos cultivar el entramado ciudadano, producto de estas erupciones multitudinarias, para que se convierta en una fuerza social permanente.

Así, tejiendo con paciencia esa redecilla, los centroamericanos podemos ir encontrando un nuevo andar, un despertar de conciencia que nos lleve a ser una región reconocida como “la más verde del mundo” y enfocarnos en producciones basadas en lo forestal. Lo ecoturístico, en cultivar nuestra riqueza cultural ancestral, en fomentar la energía renovable… Tantas ideas pueden surgir en conjunto aprovechando el clima y los recursos naturales privilegiados...

Esta época septembrina convulsa nos insta a pensar esta región a cincuenta o cien años, a compartir un mismo espíritu de rumbo y no solo un idioma y una fecha de independencia.

 

*Álvaro Montenegro es periodista. Es uno de los siete guatemaltecos que crearon el movimiento #RenunciaYa, después rebautizado como #JusticiaYa, central en las protestas que impulsaron la renuncia del presidente de Guatemala Otto Pérez Molina.

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