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El pianista que aguantó en Damasco hasta que el Estado Islámico le quemó el piano

El pianista Aeham Ahmad soportó tres años de asedio, hambre y bombardeos, pero cuando el grupo Estado Islámico le quemó el piano, este célebre músico de un campo de refugiados de Damasco se sumó al exilio masivo a Europa.


Domingo, 20 de septiembre de 2015
Rana Moussaoui (AFP) / El Faro

Imagen del pianista Aeham al-Ahmad tomada en junio de 2014, cuando aún se encontraba en en el campo de refugiados Yarmuk, en las afueras de Damasco. Hoy es uno de los miles de refugiados sirios que demabulan por Europa central. Foto Rami Al-Sayed (AFP).
Imagen del pianista Aeham al-Ahmad tomada en junio de 2014, cuando aún se encontraba en en el campo de refugiados Yarmuk, en las afueras de Damasco. Hoy es uno de los miles de refugiados sirios que demabulan por Europa central. Foto Rami Al-Sayed (AFP).

Beirut, LÍBANO. “Lo quemaron en abril, el día de mi cumpleaños. Era el objeto que más quería”, confía el pianista Aeham Ahmad, de 27 años, a la agencia de noticias AFP, que sigue su periplo a través de internet. “Fue como la muerte de un amigo, mi piano era más que un simple instrumento”, agrega.

Tocando el piano en medio de las ruinas del campo de Yarmuk, Ahmad aportaba consuelo e incluso un atisbo de alegría a sus habitantes, golpeados por cuatro años de guerra civil. Sus canciones de esperanza, especialmente dirigidas a los niños, se convirtieron incluso en un fenómeno en las redes sociales.

El campo de Yarmuk, un inmenso barrio al sur de Damasco donde viven principalmente refugiados palestinos, fue parcialmente asediado por el ejército sirio. Más de 120 personas murieron de hambre, según una oenegé, y la situación empeoró desde el asalto en abril del grupo yihadista Estado Islámico.

“¿No sabes que la música es haram (prohibida por la religión)?”, le espetaron los yihadistas en un control, mientras trataba de subir su piano a un camión con destino Yalda, una localidad cercana donde se hallaban ya su mujer y sus dos hijos pequeños.

“Los momentos en que me sentía más impotente era cuando tenía dinero pero no había dónde comprar leche para mi hijo Kinane, de un año, o cuando mi hijo mayor Ahmad me pedía una galleta. Es lo peor que se puede sentir”, dice.

Sin embargo, Ahmad permaneció en Yarmuk hasta el día en que le incendiaron su querido piano. “Entonces, decidí irme”. Solo.

Traficantes de carne humana

Empieza entonces un peligroso viaje, con partida a fines de agosto de Damasco, “bajo una lluvia de cohetes”. Luego sigue por Homs, Hama e Idleb hasta la frontera turca. “En cada ocasión, conocía a un nuevo traficante de carne humana”, recuerda.

Los pasadores lo llevan hasta territorio turco a través de la alambrada instalada por Ankara en la frontera. Durante tres noches, se esconde en un bosque con un grupo de hombres, mujeres y niños. Hacia el 20 de septiembre, empieza a publicar en internet fotos de él, con el rostro demacrado.

Para evitar los controles, toma una difícil ruta montañosa. “A veces nos quedábamos sin apenas comida durante 24 horas. Los niños lloraban de hambre. Era horrible”, explica.

Cuando finalmente llega a Izmir, segundo puerto de Turquía en el oeste, lo que ve le deja perplejo: “Los refugiados dormían en las aceras puesto que no podían pagarse una habitación de hotel”.

Un traficante lo aloja en un apartamento “plagado de ratas e insectos”, y luego lo lleva con otras 70 personas apretujadas en un minibús cerca de donde deben embarcar hacia la isla griega de Lesbos.

Paga 1,250 dólares para llegar a Grecia a bordo de una lancha neumática, siguiendo el periplo de decenas de miles de compatriotas.

Querido Mediterráneo...

Presa del pánico, en su “diario del viajero” en Facebook publica una foto suya con un chaleco salvavidas y escribe: “Querido Mediterráneo, me llamo Aeham y me gustaría que tus olas me transportaran con seguridad”.

El 17 de septiembre al alba, varado en una playa griega, canta una endecha sobre la “muerte que acecha” su país: “La tragedia atravesó los mares / Siria implora a sus hijos desplazados que vuelvan”.

Sigue su viaje hasta Atenas, luego Macedonia; aspira a llegar a Alemania, tierra de acogida para centenares de miles de migrantes. Ahmad llegó el sábado a las puertas de Croacia. “Hace tres días que no duermo, estoy exhausto. Espero lograr pronto mi objetivo”, explica a la AFP.

“Voy de bus en bus, camino una decena de kilómetros, luego hago una pausa en un campo de refugiados antes de subir a otro autobús”.

“Quiero tocar en las calles de Berlín como lo hacía en las calles de Yarmuk”, afirma. Espera que su familia que se quedó en Damasco pueda unirse a él. Su sueño no acaba aquí: “Me gustaría toca en las orquestas famosas, dar la vuelta al mundo y transmitir el sufrimiento de quienes están asediados en el campo de (Yarmuk) y de todos los civiles que se quedaron en Siria”.

© Agence France-Presse

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