El Ágora /

Los rebeldes de la música clásica

En un país como El Salvador, donde la violencia es la materia prima y la educación artística no despega, 17 jóvenes se rebelaron al sistema de orquestas nacional para crear la propia e intentar vivir de la música académica. Esta es la historia de una orquesta que se cansó de interpretar a Arjona, a Timbiriche, 'La Mayonesa' y The Beatles para tocar a Vivaldi, Bach y Mozart.


Lunes, 3 de agosto de 2015
María Luz Nóchez

La mezzosoprano salvadoreña Isabel Guzmán Payés acompañó el concierto del pasado 10 de julio con la interpretación con tres piezas de los compositores George Handel, Antonio Vivaldi y Jean Sibelius.
La mezzosoprano salvadoreña Isabel Guzmán Payés acompañó el concierto del pasado 10 de julio con la interpretación con tres piezas de los compositores George Handel, Antonio Vivaldi y Jean Sibelius.

El concierto está por terminar, y la suite para orquesta de cuerdas del compositor checo Leoš Janáček es la última en el programa de mano. La obra es complicada por las constantes aceleraciones y desacelaraciones en el tempo. No hace mucho, el director de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes de México dijo que esta es una de las piezas más complicadas. Quizá por eso no es repertorio para cualquier orquesta. Se han atrevido a ejecutarla en concierto, después de muchos ensayos, la Orquesta de Cámara Fiorentina (Italia), la Sinfónica Chaikovski (Moscú) y la Filarmónica de Berlín (Alemania). Pero esta noche, en un auditorium de Fepade, unos músicos jóvenes -de entre 17 y 34 años- se arriesgan con ella por segunda ocasión. Los violines al hombro, los arcos listos para la embestida, el crin contra las cuerdas y los integrantes de la Joven Orquesta de El Salvador tocan la misma pieza con la que decidieron presentarse en sociedad, hace tres años, cuando se rebelaron al sistema de orquestas nacionales. Desde aquella épica, y 16 conciertos después, la partitura indica las mismas notas, pero la melodía respecto a aquel primer concierto ha cambiado. Los jóvenes han crecido no solo en edad. Hay más armonía en el sonido entre secciones y una técnica mucho más experimentada y limpia.

El público lo sabe y como que enloquece.

En el auditorium hay unas 300 personas, entre familiares, amantes de la música académica e invitados especiales. En conciertos como este es normal que se aplauda al final de cada obra, pero la emoción es tan grande con esta última pieza que el público se salta el protocolo y aplaude a cada pausa entre los movimientos de la suite. Las hojas de las partituras giran, los violines se reacomodan, y los aplausos acompañan el resoplido que German Cáceres, el director invitado, hace al inhalar y exhalar, antes de ordenar con su batuta que la música continúe. Entonces el público calla y son los músicos los que cuentan su propia historia. 

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El nacimiento de la Joven Orquesta de El Salvador (JOES) se dio en marzo de 2012, cuando dos jóvenes músicos renunciaron al sistema de orquestas nacional, el de las orquestas de música académica (conocida coloquialmente como música clásica) a las que llegan aquellos con aptitudes para la música. En este sistema, auspiciado por el gobierno y empresas privadas, se encuentran la Orquesta Sinfónica Juvenil (ProArte), la Filarmónica Juvenil (Cenar), la Orquesta de la Fundación Ancalmo y la Orquesta Cristiana. Un músico académico en El Salvador solo puede encontrar en ese pequeño nicho un lugar para superarse y crecer. O al menos así era hasta 2012. Para 2009, a juicio de los integrantes de la nueva orquesta, el sistema colapsó o demostró haber encallado. Ese año se redujeron las clases y los ensayos en la OSJ, y los ensayos diarios solo ocurrían durante la semana previa a un concierto. Además, el repertorio de las piezas de música académica comenzó a ser sustituido, poco a poco, por lo popular y la calidad se descuidó. En los primeros días de marzo de 2012, los dos padres de la JOES se cansaron de los arreglos de música académica para música religiosa, de los éxitos de Timbiriche y hasta de The Beatles. Ellos querían más: piezas más complejas, más horas de ensayo y menos Arjona con arreglos bien ejecutados para atraer público a los conciertos. A falta de cambio en el sistema, nació la JOES.

Desde sus orígenes la orquesta demostró ser sui generis. Primero porque la mayoría de sus integrantes son jóvenes (el promedio de edad es de 26 años) y segundo porque nació huérfana de director, lo cual la hace todavía más rara, curiosa, rebelde. Sin director titular, los músicos ensayan tres veces a la semana en una especie de sesiones de músicos anónimos en las que se critican, se arreglan y perfeccionan como grupo las piezas que quieren tocar. Graban los ensayos, los escuchan en grupo, reparan cuál violín o cuál contrabajo fue el que desafinó y a corregir. Los más experimentados, los dueños de las técnicas más limpias, sirven de guía al resto de integrantes, 17 en total. Lo que pareciera una debilidad (la falta de guía de un director experimentado) no les quita contundencia. Ellos no lo dicen así, pero en el fondo creen ser una generación comprometida por lo mejor, con la perfección. Son tan extraños que algunos lo han dejado todo por hacer de la música su vida. Otro ha tenido que explicarle al CAM por qué hace tanta bulla por las noches, en una colonia que se queja por los ruidos de un violín experimentado. Una chica dejó su carrera como veterinaria y se casó con otro que dejó la suya en ingeniería. Ahora, junto a un colega más, dirigen una academia de música en una de las colonias más prestigiosas de la capital. Desde Rusia, México y Costa Rica, 10 jóvenes músicos salvadoreños se dejaron seducir por esta familia de músicos y se vinieron al país para hacer un ensamble con sus pares. Eso habla de que la JOES tiene talento. Dice lo mismo el hecho de que uno de sus maestros, uno de los directores de las orquestas a las que han desafiado, los dirija como director invitado durante todo este último concierto.

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Sobre el escenario hace falta un violinista, pero el público quizá no lo sepa. Sentado en primera fila, uno de los padres de la JOES pasa desapercibido. Su nombre es Bryan Cea y tiene 26 años. Resulta curioso que en esta obra culmen él no esté ahí arriba, con sus compañeros. Esta vez él no está sobre el escenario porque previo a los ensayos con el director invitado, él fungió como maestro de orquesta. Eso y porque con la llegada de los jóvenes músicos de la diáspora, el ensamble ya contaba con demasiados violines. Así que Bryan Cea bajó su violín para darle protagonismo a sus compañeros.

Sobre el escenario, sus compañeros visten traje sastre y vestidos de noche. Él ha prescindido del saco pero mantiene intactos unos colochos sobre la frente. Una semana antes del concierto, a Bryan Cea también le costó ponerse serio. Mientras contemplaba uno de los ensayos de la orquesta, una sonrisa se le dibujó en el rostro cuando supo que una de las piezas, en el ensayo, había salido perfecta. En 2014, Bryan recibió un taller de dirección, y este nuevo paso en su carrera como músico probablemente explique que ahora quiera experimentar con la batuta, aun si eso lo obliga a presenciar un concierto desde las butacas cuando tienen un director invitado. Además de dirigir a la JOES, Bryan también dirige a la Orquesta Don Bosco, y el 27 de abril de 2015 se estrenó en el Kennedy Center en Washington D.C., Estados Unidos.

Bryan Cea se cruzó con la música quizá por un plan divino. Cuando tenía nueve años, un matrimonio de origen brasileño llegó a vivir a la casa de al lado. Llegaron con unas biblias bajo el brazo, un micrófono y algunos instrumentos musicales. En la cochera de una casa clasemediabaja en Soyapango, el municipio más densamente poblado del país, montaron la Congregación Cristiana de El Salvador. Ellos fueron los mejores vecinos que los padres de Bryan pudieron haberle pedido al cielo. La familia de Bryan desde siempre profesó la religión evangélica, y aquellos dos brasileños se convirtieron en una fuente de aprendizaje también para su segundo hijo. Ellos les abrieron las puertas a la música y les enseñaron a tocar en piano arreglos de alabanzas a Dios.

Bryan aprendió solfeo y solo hasta que aprendió a leer música lo dejaron tocar un instrumento. Uno de sus maestros tocaba violín y Bryan quería imitarlo, pero no había uno de su tamaño. A falta de, aprendió piano, pero como en la iglesia este instrumento solo lo podían tocar mujeres, también aprendió a tocar el acordeón. Fue gracias al interés por el violín de Jason, su hermano menor, cuando los dueños de la iglesia consiguieron un instrumento que sería utilizado por dos niños. Para entonces, Bryan tenía 12 años. 'En algún momento, cuando yo tenía 15 años, vino otro hermano a esa iglesia, brasileño también, pero que vivía en Estados Unidos, que era violinista en una orquesta sinfónica. Él se convirtió en mi maestro y fue él quien me regaló el primer violín de mi tamaño, que es con el que sigo hasta ahora', dice. El violín de Bryan fue hecho por el luthier brasileño Miro Mendes, famoso por producir un instrumento artesanal con mejor calidad que aquellos producidos en serie bajo el sello de una marca comercial, que son los que generalmente usan los principiantes. Un violín artesanal como el suyo o el de muchos de sus compañeros en la JOES supera los mil dólares. A la fecha, Bryan ensaya, toca y da clases con ese mismo violín. 

Bryan no lo sabía, pero la técnica que había aprendido era en realidad muy mala: agarraba el violín de cualquier forma, el arco lo manejaba de manera inadecuada... 'Mi idea en esa etapa de mi vida fue ser un buen músico para alabar a Dios. A medida que iba mejorando y experimentando un poco más con la música clásica me daba cuenta lo enriquecedor que era. Sin embargo no profundicé mucho hasta que formé parte de las orquestas', dice. Bryan no desprecia la inducción de sus vecinos, pero si se trata de un maestro de verdad, reconoce que el primero fue José Iglesias, a quien conoció en 2008 en el Centro Nacional de Artes, después de terminar su bachillerato. La universidad nunca se le cruzó por la cabeza, el plan era meterse en todos los proyectos de orquesta que existían en el sistema y aprender todo lo que fuera posible. En algún punto de su juventud, Bryan Cea supo que quería vivir de la música.

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Los altos y bajos de las piezas contrastantes de la suite de Janáček, que van de un tempo rápido a uno tranquilo, podrían servir para narrar la historia de esta joven orquesta. En este momento de la pieza final del concierto, los contrabajos y los chelos han logrado una dinámica que resuena grave, potente, y los violinistas aceleran el paso, como soldados que lo entregan todo en el campo de batalla. Pero en el escenario, una vez más, hace falta un chelista. Su nombre es Juan Carlos Rodríguez, el otro fundador de la JOES.

Juan Carlos Rodríguez es un treintañero que acompaña su look de jeans y camiseta con un sombrero bohemio, y es maestro de la escuela de música del Centro Nacional de Artes (Cenar) desde 2005. En el ambiente despreocupado de las escuelas de arte, casa de pintores, escultores y músicos, Rodríguez le dio clases a Edwin Torres, un joven chelista que resultó ser uno de los mejores amigos de Bryan Cea en la Orquesta Filarmónica Juvenil, fundada en 2010. Edwin fue el nexo entre Bryan y Juan Carlos Rodríguez. Edwin y Bryan, dos aspirantes a músicos académicos, conformaron un grupo que asistía religiosamente a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de El Salvador (OSES) de la que ya era parte Juan Carlos. Eran unos fanáticos de la música clásica que perseguían a los músicos más experimentados, devoraban conciertos y aprovechaban el resto de las veladas para “salir a chupar”, dice Bryan.

Desde su estereotipo más generalizado, el término juventud lleva implícito la rebeldía. Si a esa rebeldía se le pone un toque de música, los clichés de Hollywood nos hablan de muchachos que llenan las paredes con afiches de sus bandas de rock/punk/metal favoritas, se visten de negro, usan el cabello largo y posan en fotografías con sus manos formando los cuernos del rock. En El Salvador, sin duda hay, hubo y habrá generaciones de jóvenes músicos marcadas con este sino. De hecho, durante la segunda mitad de los noventas y los primeros 15 años del nuevo siglo, se ha gastado más tinta en las rotativos de los impresos nacionales para contar historias de jóvenes músicos del rock -o del poprock- que sobre jóvenes músicos clásicos. Prueba de Sonido, Redd, Adrenalina, Frigüey, Adhesivo quizá solo sean de las más conocidos. Esta historia, quizá hasta en eso sea rebelde, ya que retrata un movimiento de jóvenes que se opusieron a las expectativas de sus padres para perseguir un sueño músical, pero no cualquier sueño músical, sino uno en el que cualquier aspiración profesional es todavía más distante, dado que la música académica o mal llamada música clásica es menos comercial, menos vendible, de menos carrera. Estos jóvenes también escuchan la música de moda, pero sus ídolos llevan nombres de la talla de Ludwig van Beethoven, Johann Sebastian Bach, Johann Strauss y Piotr Ilich Tchaikovski, por mencionar algunos de los más conocidos. 

Cuando Bryan Cea saltaba de concierto en concierto y de bar en bar junto a Juan Carlos Rodríguez y Edwin Torres, la Filarmónica ya había entrado en un letargo. Se había venido a menos: se recortaron los fondos y la mayoría de maestros abandonaron el proyecto; la academia de ProArte desapareció y los repertorios de los conciertos eran cada vez más populares. Según Bryan y Juan Carlos, las orquestas optaron por cosas muy sencillas que la gente pudiera tocar sin necesidad de estudiarlas. En ese período en el que se gestó y empezó a organizar la JOES, la OSJ tuvo ocho conciertos dedicados a música no académica, por poner un solo ejemplo, como el Karaoke Sinfónico, Sinfonías y boleros, Salsa Sinfónica, The Beatles Sinfónicos.

Juan Carlos Rodríguez vivía en primera línea la decepción. En 2008 ya había logrado convertirse en uno de los chelistas de la Orquesta Sinfónica de El Salvador. A Juan Carlos después lo siguió Edwin Torres, mientras Bryan continuaba entrenándose en la Orquesta Sinfónica Juvenil y sirviendo como apoyo en la Orquesta Cristiana, y asistiendo religiosamente a los conciertos de sus amigos. De esos encuentros, la amistad entre Juan Carlos y Bryan creció, una cerveza llevó a la otra y entre el chasquido de las botellas, las experiencias de cada uno con la desilusión musical académica tejieron un vínculo que los llevó hasta las últimas consecuencias: crear su propia orquesta. 

La rebelión que Juan Carlos y Bryan lideraron para crear la JOES hoy es vista por aquellos que administran parte del sistema de orquestas nacional como un logro de ese sistema del que los jóvenes decidieron liberarse. Diego Hubbard, director de comunicaciones y coordinador académico de ProArte, dice que la inclusión de piezas populares en orquestas académicas lleva el objetivo de formar músicos versátiles: “de nada me sirve un muchacho que solo sepa tocar música académica. La idea es que puedan desarrollar sus aptitudes con todos los géneros. Cuando los empiezan a invitar a otras orquestas nos damos cuenta de que hemos triunfado formando músicos versátiles. La OSJ es el medio para que desarrollen su talento”, dice. Irving Ramírez, director adjunto de la OSES y maestro del Sistema de Orquestas de la Secretaría de Cultura, cree que no deben de confundirse los proyectos. En su caso, el sistema tiene como fin alejar a los niños de la violencia y como apenas están introduciéndose a la educación musical, “no siempre puede ser de gran calidad lo que se presenta”. Es por eso que considera a la JOES como un proyecto valioso que marca la pauta en la búsqueda de la excelencia y la profesionalización de la música académica.

Juan Carlos, 10 años mayor que Bryan, plantó la semilla para la JOES, pero fue su discípulo quien desde el inicio se puso el proyecto en los hombros. Luego de una noche de copas en la que los dos músicos hicieron un mapa de músicos jóvenes para reclutarlos, Bryan se convirtió en una especie de cazatalentos en el interior de las orquestas. Entre los dos redactaron una carta de invitación y fue Bryan quien hizo las veces de cartero. “Me metí en problemas por eso. Se me ocurrió entregarlas el domingo en el ensayo de la Orquesta Cristiana. Yo era la mano derecha del director, Benjamín Solís. Para mí fue lo más natural, si de todas formas ahí los iba a ver a todos”, rememora Bryan, entre risas.

El criterio para escoger a sus compañeros de aventura fue básico: aquellos jóvenes músicos sobresalientes de las distintas orquestas que tuvieran una idea más clara de lo que perseguían con la música. En algún momento, los elegidos habían sido sus compañeros en las demás orquestas y conocían su técnica e interés por aprender. La mayoría venían de la Juvenil y la Orquesta Cristiana. Entre carta y carta, 12 acudieron a la convocatoria y tres más se sumaron al enterarse de qué iba el proyecto. Juan Carlos y Bryan, en su papel de líderes, se encargaban de dar las directrices, escoger el repertorio, afinar detalles para los conciertos.

Para la primera reunión, aquel 7 de marzo de 2012, en la que se sembró el chip revolucionario, Juan Carlos preparó un ensayo de cuatro páginas para explicar por qué esta nueva orquesta era necesaria. Los jóvenes se reunieron en el bufete de abogados de la mamá de un amigo de Bryan, y Juan Carlos fue el que habló: “Ciertamente el sistema ha fallado. Este fenómeno puede deberse al hecho de que dentro de sus lineamientos de formación, si es que los hay, (en la OSJ) ya no figuran las clases instrumentales individuales. Se limitan a preparar durante varios meses música de corte popular que podría prepararse en un día, dejando de lado y en segundo plano las obras académicas que requieren de mucha preparación técnica”. Todos dijeron “sí, acepto” y empezaron a preparar su debut “Unidos por la música” para el 23 de junio 2012. En ese primer concierto, cuya sede fue la gran sala del Teatro Nacional, la JOES también cerró con la suite de Janáček, pero viéndolo en restrospectiva, Bryan cree que aquella primera vez resolvieron, pero que no se compara con la versión que presentaron esta noche del 10 de julio.

Tras su lanzamiento al estrellato, Juan Carlos y Bryan, en su papel de líderes, se encargaban de dar las directrices, escoger el repertorio, afinar detalles para los conciertos. Con el tiempo, sin embargo, empezaron a tener sus diferencias a partir de la llegada del argentino Darío Ntaca a la JOES a finales de 2013. Darío es un pianista y director argentino que se ha presentado con la Orquesta Sinfonietta de París, la Filármonica de Moravia (República Checa), la Sinfónica de Burgás (Bulgaria) y las filarmónicas de Varna, Russe y Plovdiv, y la Orquesta de Cámara de Oxford. Llegó a El Salvador por invitación de Bryan, quien lo conoció después de una presentación de la JOES en el teatro Rubén Darío en Nicaragua. Aquella presentación fuera del territorio causó revuelo en el mundillo de orquestas centroamericanas. La JOES se estaba dando a conocer con fuerza y Darío Ntaca intuyó el potencial éxito de estos jóvenes. El argentino y Bryan se fundieron en una sola voz, que poco a poco dejó de lado a Juan Carlos Rodríguez.

En los seis meses siguientes, Darío fue lo más cercano a un director titular, uno con experiencia, para la orquesta. Marcaba la agenda, la hora y el lugar de las reuniones, aunque esto significara quedar a las 11 de la noche en el Denny's de la Zona Rosa. Ntaca también definía el repertorio para los conciertos, las fechas y los compromisos con los patrocinadores. Esta intromisión en las responsabilidades que desde el inicio fueron exclusivas de Juan Carlos y Bryan fue minando poco a poco la amistad entre ambos. Para Juan Carlos se trataba de una estrategia para aprovecharse del potencial de los músicos y ganar renombre. Para Bryan, en cambio, era una situación de ganar-ganar, ya que el argentino ayudó a darle visibilidad a la JOES e impulsó la gestión diplomática con las embajadas.

Juan Carlos Rodríguez hizo saber su descontento a sus compañeros, pero en respuesta, la junta directiva de la JOES en pleno le pidió, en febrero de 2014, que firmara una carta en la que se comprometía a seguir las nuevas directrices. Juan Carlos asegura que aceptó la condiciones que le pidieron sus compañeros, excepto una: seguir emitiendo opinión sobre aquello que le molestara, con atención a las directrices de Darío Ntaca. En respuesta, Bryan y los demás miembros de la junta directiva de la JOES le pidieron que se tomara unos meses fuera de la orquesta. “Si me voy no regreso”, les dijo. Y no volvió más. Juan Carlos recaló en la OSES y aunque sigue pendiente de sus excompañeros, nunca más los ha visto en vivo. Meses más tarde, la figura de Darío empezó a volverse inestable: no llegaba a las reuniones ni a los ensayos, afectando el ritmo de práctica que se había trazado la orquesta desde el inicio. Poco a poco la misma junta directiva que lo había defendido de su fundador le dio la espalda. El 26 de mayo, Darío ofreció su último concierto en el país y Ntaca regresó a Argentina. El concierto llevaba un nombre a priori: “Adiós, muchachos”.

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Separados por algunas filas en el escenario, Vanessa López y Renato Portillo siguen la misma partitura, y aunque pareciera que tocan lo mismo, ella va por las cumbres potentes de la obra Leoš Janáček en clave de SOL con su violín, mientras que Renato, con su viola, navega por la misma partitura en clave DO. Pero ambos fruncen el ceño, menean sus arcos y sus intrumentos como sincronizados, en comunión, como si quisieran conquistar al mundo con sus interpretaciones. Quizá sea porque a ellos en esto se les va la vida.

Los caminos de Vanessa y Renato se juntaron gracias a la música académica. Irónicamente, el único lugar en el que los separa es en el escenario, así sea un par de filas. Esta noche ella está sentada en la parte de atrás, en las últimas sillas de los segundos violines. Él ocupa uno de los primeros asientos, al centro, junto al resto de violas. Ambos tienen estudios a nivel superior en cosas que nada tienen que ver con la música. Ella es veterinaria graduada summa cum laude de la Universidad de El Salvador y él, a solo 10 materias de egresar, decidió dejar la ingeniería eléctrica. Amigos y familiares les repitieron “de eso no vas a vivir”, y en respuesta ellos ofrecieron clases de música a domicilio y montaron su propia academia. Desde 2013 no han tenido que dedicarse a nada más que a la música para obtener ingresos.

En 2007, tras graduarse de bachillerato, Vanessa decidió meterse a clases de violín en la Fundación Ancalmo. Desde los 12 años, la violinista británica Vanessa Mae se había convertido en su inspiración y modelo a seguir cuando fuera grande por sus mezclas de música académica con pop y jazz. Sus papás lo vieron como un pasatiempo y decidieron apoyarla. Ahí conoció a Renato y por algún tiempo solo se sonreían cada vez que se veían en clases. Renato llegó ahí por pura casualidad, en realidad la música clásica no era la suyo. Entre 2005 y 2007 fundó junto a sus amigos del colegio la banda de rock Azul Zero. Hasta ahí todo era pasatiempo. Renato es un curioso y siempre le ha gustado experimentar con la música. Es por eso que cuando la mamá de un amigo se ofreció a pagarle las clases y el instrumento para que le hiciera compañía a su hijo, la idea no le desagradó.

Un día, durante un ensayo, Vanessa se acercó a Renato con la excusa de conversar sobre la pieza que él estaba estudiando. En ese entonces él estaba en la sección de los segundos violines y ella en los primeros. Intercambiaron correos, se agregaron al desaparecido messenger de Hotmail y así descubrieron que eran compañeros de alma máter y que no vivían tan lejos el uno del otro. En 2008 se hicieron novios y desde entonces han ido saltando juntos de un proyecto a otro con el afán de aprender y mantenerse activos haciendo lo que les gusta. En la orquesta de la Fundación Ancalmo conocieron a Bryan, quien se sumaba en los recitales de fin de año. En 2011 se lo volvieron a encontrar en la Filarmónica, en el Cenar, y en 2012 en la Orquesta Cristiana, en donde les entregó la carta para unirse a la JOES. En ese ir a venir de una orquesta a otra, Vanessa y Renato hacían malabares con el tiempo entre la universidad y la música. Vanessa se escapaba de clases para llegar a los ensayos de la Filarmónica; Renato dejó de asistir a dos campamentos con orquestas juveniles de Centroamérica e Iberoamérica por no perder el ciclo. Vanessa se graduó en 2012 e incluso empezó a trabajar en un hospital para animales, pero, aparte que la paga era mala, sus turnos intervenían demasiado con los ensayos de la JOES. Escuchar a un niño aprender a tocar piano o violín tenía más sentido que llenar sus noches con los ladridos y lamentos de los perros que atendía en emergencias. Así que Vanessa dejó su carrera -aunque de vez en cuando cura perros a domicilio- para dedicarse de lleno a su academia y a la JOES.

En 2011 Renato había empezado a dar clases en el Polígono Don Bosco como maestro en la orquesta y decidió que no quería perder las oportunidades que se le estaban dando solo porque tenía que terminar la carrera. Decidió no inscribirse el próximo año. En marzo de 2014, Renato y Vanessa decidieron ponerle una sede a Preludio, su academia de música a domicilio, y encontraron una casa sobre la 87 av. norte en la Colonia Escalón en donde ahora viven junto a Bryan, el líder de la JOES. Ambos mantuvieron a sus alumnos a domicilio y el primer mes solo se inscribió un alumno. No estaban seguros de en cuánto crecería la matrícula, pero el boca a boca y las redes sociales hicieron su trabajo y para diciembre tenían suficientes alumnos para montar un recital de fin de año. Ahora tienen un promedio de 40 alumnos, entre niños, adolescentes y adultos, y una nómina de cinco maestros.

A Renato la música también lo ha recompensado. En julio de 2015, la Universidad Dr. José Matías Delgado convocó a distintos músicos para conformar su propia orquesta de cámara y a cambio les ofreció beca completa para estudiar cualquiera de las carreras que ofrece. Renato ya empezó como estudiante de Administración de empresas.

A Vanessa y Renato la música los unió quizá para siempre. Ellos se casaron en febrero de 2014, un mes antes de fundar Preludio, su academia. En una ceremonia sobria, la pareja apenas e incluyó el tema musical en la decoración del pastel, pero sus compañeros de orquesta tramaron otro plan. El día de la ceremonia civil, un cuarteto de cuerdas sorprendió a Vanessa con Here, there and everywhere, de The Beatles, justo cuando ella entró. Más tarde, en la recepción, sonaron temas como la intro de la famosa serie Game of Thrones y la clásica tonada del videojuego de Nintendo The Legend of Zelda. Guillermo Esquivel, de 25 años, cabello largo y anteojos, es un eterno optimista y para cada problema ofrece una solución. Él fue el promotor de la sorpresa. Guillermo es el concertino de la JOES, quizá su columna vertebral en ejecución musical. 

Guillermo Esquivel (derecha) decidió abandonar la Orquesta Sinfónica Juvenil en 2013 porque las piezas que se incluían en los repertorios no lo motivaban como instrumentista. Ahora es el violín primer violín y uno de los líderes de la JOES. Foto: Emely Navarro. 
Guillermo Esquivel (derecha) decidió abandonar la Orquesta Sinfónica Juvenil en 2013 porque las piezas que se incluían en los repertorios no lo motivaban como instrumentista. Ahora es el violín primer violín y uno de los líderes de la JOES. Foto: Emely Navarro. 

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Guillermo es la mano derecha del director en el concierto. Es el concertino de la orquesta, está sentado a su izquierda, es a él a quien el director le estrecha la mano al entrar y salir del escenario. Ocupa la primera silla en la disposición de los músicos, a un lado de Renato y unas filas adelante de Vanessa. Su ubicación permite que los movimientos que hace con el arco sean los más perceptibles para el ojo del espectador.

El primer violín es el líder de la orquesta, pero el liderazgo de Guillermo va más allá de pararse frente a sus compañeros previo al inicio del concierto para que afinen sus instrumentos. Esta noche, antes de que todos salieran a escena, Guillermo dio un discurso para recibir a la audiencia y dar por inaugurado el primer Encuentro de músicos salvadoreños en el extranjero que organizaba la orquesta. En él, reafirmó el compromiso de esta generación de músicos con la excelencia y la ruptura con el sistema: “la juventud está llamada a ser productora de lo nuevo y de moldear el futuro por venir. Ante una realidad aquejada por la polarización, ¿cuándo vamos a empezar a sumar?”

Guillermo, al igual que Renato, escogió Ingeniería eléctrica como su siguiente paso académico después del colegio y se graduó de la UCA en 2014. Seguir una carrera profesional no fue una imposición familiar ni social, sino una vía que él escogió para obtener una bolsa económica que le permita dedicarse a la música. “Escogí una carrera que aparentemente no tiene mucho que ver con transformar la cultura. De hecho, no la tiene en lo absoluto. Sin embargo, creo que estamos en un momento en que, vernos solo como seres que cumplen un papel, pueden terminar de destruir los anhelos que la juventud tiene para cambiar todas las cosas que sean necesarias”, dice. Respuestas como esta son las que le han ganado entre sus compañeros el título de eterno optimista. Y es que aunque no ha optado por la música como su único camino profesional, su trabajo como ingeniero nunca ha sido una excusa para descuidar sus compromisos como instrumentista. Por el contrario, su trabajo le ha permitido mezclar ambas cosas. Antes de entrar a la JOES, Guillermo perteneció a la sección de primeros violines de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Ahí conoció a Bryan.

Paralelo a sus estudios de ingeniería, Guillermo trabajaba como ingeniero en mediciones ambientales en Biotec S.A de C.V., la consultora de su mamá, una oficina que por aquellos días en que se conformó la JOES tenía su sede en una casa en Lomas de San Francisco. Nadie pasaba ahí por la noche. A Guillermo le quedaba a unas cuadras de la universidad y decidió establecerse ahí mientras estudiaba. Por las noches, al regresar de clases, cambiaba los cuadernos por las partituras y se había marcado una rutina de ensayos de 11 de la noche a la una de la madrugada. Él estaba solo en su casa y no molestaba a nadie. Pero de pronto, una noche, el timbre lo interrumpió. Afuera aguardaba el Cuerpo de Agentes Metropolitanos de Antiguo Cuscatlán que le pedía que se callara, que de lo contrario le decomisarían el violín. A una de las vecinas el sonido del instrumento más bien le parecía bulla. El CAM visitó dos veces a Guillermo, pero eso no fue impedimento para que cuando la orquesta necesitara un espacio para ensayar él cediera la cochera de su casa para hacerlo. El garaje de 36 metros cuadrados no era un espacio precisamente óptimo: el portón tiene un tragaluz en la parte superior y la casa está a la orilla de la calle, pero aún así, cual banda de rock, un grupo de jóvenes clásicos sudó y ensayó al compás del violín de Guillermo. Eventualmente, la Asistenzza Italiana se convirtió en la sede de ensayos de la JOES pero, en cuanto pudo, Guillermo encontró un espacio más apropiado para ensayar. Hace tres meses, empezó a trabajar como ingeniero auxiliar en LaGeo (La Geotérmica). En su primer mes notó que el auditorio se usaba muy poco y preguntó si era posible que la orquesta lo ocupara: “me dijeron que la presidencia quería apoyar a la juventud en este tipo de cosas y el presidente dijo que sí. La empresa no nos cobra por el espacio porque forma parte de los valores de la empresa”. Si bien se trata de una orquesta de cámara que solo incluye instrumentos de cuerda, este espacio les sigue quedando pequeño para ensayar, aunque resuelve en términos de iluminación, temperatura y parqueo.

Durante los ensayos previos al concierto de esta noche, además del director invitado, Guillermo dio recomendaciones técnicas a sus compañeros sobre cómo hacer un cambio que, sin necesidad de la aprobación de German Cáceres, los violines acataron sin protestar. Hasta 2013, Guillermo dividía su tiempo libre de la ingeniería entre la OSJ y la JOES. Llevar ambos proyectos en paralelo, sin embargo, lo hicieron alejarse cada vez más del primero. Poco a poco, el repertorio de la juvenil empezó a abundar más en lo popular que en lo académico. Eso no era necesariamente un problema, la manera en que se ejecutaban las piezas sí. “Hay cosas populares que son difíciles o complejas. El problema no era hacer cosas populares, sino que por hacerlas se dejaron de hacer las otras que sí te motivaban a mejorar como instrumentista. El último concierto que toqué fue uno de los Beatles, donde el grupo tocaba por encima de la orquesta. Fue un desastre”. En esa etapa, que recuerda como un 'karaoke sinfónico', Guillermo ejecutó piezas como “Mayonesa”, “Señora de las cuatro décadas”, y 'Con todos menos conmigo' de Timbiriche.

Este es el auditorio de La Geo en el que la JOES ensayó para el concierto del 10 de julio. Después de años de ensayar en garajes y alquilar locales en academias, este es el espacio más apropiado en el que han preparado un concierto. Foto: Emely Navarro.
Este es el auditorio de La Geo en el que la JOES ensayó para el concierto del 10 de julio. Después de años de ensayar en garajes y alquilar locales en academias, este es el espacio más apropiado en el que han preparado un concierto. Foto: Emely Navarro.

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La suite de Janáček está compuesta por cuatro piezas contrastantes que necesitan, a fuerza, la presencia de varios contrabajistas. Esta noche, en el descanso entre una y otra de las piezas, en el lateral derecho del escenario los contrabajistas arman revuelo. La JOES cuenta con seis contrabajistas para este concierto, pero solo tiene cuatro instrumentos. Uno de los contrabajistas que se turnan es Carlos Caminos. A su lado está su hermano mayor, Guillermo, y entre pausas se turna el instrumento con su primo, Alberto.

A la foto familiar de la JOES se sumaron en el último concierto diez jóvenes que han migrado a Estados Unidos, México, Costa Rica y Rusia para perseguir la acreditación formal como músicos. Alberto y Guillermo Caminos forman parte de la diáspora que encontró en otro país una opción para formarse como profesionales de la música académica. Los tres primos vienen de una familia en donde la música siempre ha estado presente. Son la cuarta generación de una familia de contrabajistas. En 2008, Alberto asistió a un encuentro de orquestas juveniles en Panamá y esa experiencia fue el punto de quiebre. Quería dedicarse únicamente a la música, estudiarla formalmente, pero El Salvador no le ofrecía educación que lo acreditara como músico. De las otras carreras que sí le ofrecía, había cursado un ciclo de Mercadeo y otro en Economía. “Me pregunté, ¿por qué yo no puedo dedicarme a estudiar lo que yo quiero?”

Pese a que en su familia nadie tiene un estudio distinto al de la música y el contrabajo, Alberto había entrado a la universidad por cumplir las aspiraciones que su padre tenía para él. Al regresar de Panamá, habló con él para explicarle que no podía cumplir con sus expectativas de convertirse en un profesional en otra área. “Yo quería que él sacara una carrera con la que pudiera ganar dinero. Pero estaba equivocado”, recuerda José Alberto Caminos Dimas, su padre, en un ejercicio de honestidad frente a la grabadora. A inicios de los años setenta, él había tenido una conversación similar con Guillermo Caminos primero, el patriarca de esta familia de contrabajistas, quien lo instruyó desde pequeño a él y su hermano, Guillermo segundo, a leer y escuchar música, de todo tipo, pero con especial énfasis en la académica. José Alberto sabía que las oportunidades eran limitadas para los músicos y por eso esperaba que su hijo Alberto, de 25 años, el mayor de sus hijos, anclara en otra carrera. Sin embargo, la pasión del patriarca de los Caminos también estaba en su nieto, quien ese mismo año se marchó a México para abrirle camino a sus parientes para estudiar en la escuela de música del Centro Cultural Ollin Yoliztli, en el Distrito Federal.

Los Caminos en la JOES tienen una larga herencia musical. Hace 65 años, Guillermo Caminos primero se vino de Verapaz, San Vicente, hacia San Salvador para tocar el contrabajo con bandas de música popular en 1950. Su sueño era ser miembro de la Orquesta Sinfónica de El Salvador, pero su conocimiento del instrumento lo había aprendido de Antonio García, su padre, y no era profesional. Mientras en su casa disfrutaba de compositores como Mozart, Beethoven y Tchaikovski, se ganaba el sustento para su familia tocando salsa y cumbia en la orquesta de José Alfredo Mujica y en la orquesta Polío.

Guillermo segundo y José Alberto Caminos Dimas aprendieron a tocar el contrabajo con su padre. El único instrumento con el que cuenta cada uno, sin embargo, es un contrabajo eléctrico, que les sirve para trabajar en bandas y orquestas de música popular. Foto: Fred Ramos.
Guillermo segundo y José Alberto Caminos Dimas aprendieron a tocar el contrabajo con su padre. El único instrumento con el que cuenta cada uno, sin embargo, es un contrabajo eléctrico, que les sirve para trabajar en bandas y orquestas de música popular. Foto: Fred Ramos.

Los hijos del patriarca, José Alberto y Guillermo segundo, tienen 37 y 30 años de pertenecer a la Orquesta Sinfónica de El Salvador (OSES), respectivamente, y haber cumplido el sueño de su padre se lo deben, en parte, a la época de oro de la educación artística en El Salvador (1950-1995) con la fundación del Bachillerato en Artes y el auge de la escuela de música del entonces llamado Instituto de Bellas Artes. Por cinco años estudiaron en la escuela de música, en donde afianzaron los conocimientos de solfeo que les había compartido su padre. Guillermo segundo fue el único que se inscribió al bachillerato en artes, pero tuvo que abandonarlo por miedo a las represalias de la Guardia Nacional: “por el régimen, el bachillerato en artes era el enemigo. Renuncié porque la guardia llegaba todos los días a sacar profesores. Los mataron casi a todos”, recuerda. Pese al estigma que los perseguía en los años de la guerra, los hermanos Caminos no desistieron de perseguir la vida de músico, ni académicos ni populares, y paralelo a su trabajo como músicos titulares en la OSES también siguieron los pasos de su padre en la música popular y han formado parte de la Orquesta Casino, la orquesta de Kiko Arteaga y los grupos La Fiebre Amarilla y Vía Láctea, que se hicieron famosos en los ochentas por sus longplay “Súper Ensalada” y “Súper Ensalada II”, respectivamente.

Guillermo tercero, 28 años, el hijo mayor de Guillermo segundo, decidió en 2011 seguir el camino de su primo Alberto, con quien comparten un apartamento a dos cuadras del campus del Centro Cultural Ollin Yoliztli. Carlos, 24 años, el penúltimo primo de los Caminos es también el más tímido. Cinco días después del concierto de la JOES se dieron cita con El Faro para hablar de su historia familiar en Teatro Nacional. De entre la media luna que han formado para dar esta entrevista a seis voces, Carlos es el que menos veces ha hablado. Él es el vínculo de esta generación con la JOES, y ha decidido quedarse en el país para seguir con la tradición de su padre, su tío y su abuelo de profesionalizar la música en El Salvador, desde el escenario y desde el salón de clases. En 2011, cuando su hermano partió a México, él empezó a dar clases en la orquesta del Polígono Don Bosco.

El primo menor de los Caminos es Ricardo, tiene 17 años y pertenece a la Orquesta Sinfónica Juvenil, y complementa en su tiempo libre tocando con la Platinum Orquesta y la Freeband. En esta época en la que sus contemporáneos están catalogados como los 'nini' (ni estudia ni trabaja), vivir de la música le ha implicado perderse de fiestas con sus amigos e incluso celebraciones familiares por asistir a ensayos o a presentaciones en el extranjero. El resultado de estos sacrificios, asegura, ha valido la pena. En agosto, Ricardo viajará a México para iniciar la Licenciatura en música en el Centro Cultural Ollin Yoliztli. Al igual que su hermano Alberto y su primo Guillermo, deberá audicionar en alguna orquesta para obtener ingresos que le permitan sufragarse sus gastos en la capital mexicana. Si lo logra, se convertiría en el tercer Caminos en formar parte de la Orquesta Juvenil Eduardo Mata de la Universidad Autónoma de México (UNAM).

A Guillermo tercero le quedan tres años más de estudio y a Alberto solo le falta graduarse, pero en los planes de ninguno está regresar a El Salvador inmediatamente. Sus padres, que solo los ven dos veces por año, lo que más lamentan es la fuga de talento joven por falta de oportunidades.

Esta noche, al finalizar el concierto, los hermanos Caminos aplauden, emocionados, a sus hijos y a la JOES, que se los ha traído aunque sea por un instante. Ellos reconocen con una sonrisa que lo más sensato ha sido dejarlos ir.

Ricardo y Alberto; Guillermo y Carlos son la cuarta generación de Caminos que ha decidido seguir la música como profesión. Foto: Fred Ramos.
Ricardo y Alberto; Guillermo y Carlos son la cuarta generación de Caminos que ha decidido seguir la música como profesión. Foto: Fred Ramos.

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A medida que se acerca el culmen de la suite, la expresión de los músicos se endurece cada vez más, como siguiendo el tono de lo que ejecutan y el movimiento de los arcos se acelera. Cuando el maestro Cáceres deja caer la batuta y pide a los músicos que se pongan de pie, el público inunda de nuevo el auditórium de Fepade con aplausos y ovaciones de pie. Algunos se acercan a camerinos para felicitar a la orquesta y los demás los esperan en el lobby para celebrar con cerveza. A unos kilómetros de ahí, la Orquesta Sinfónica Juvenil también recibe los aplausos del público por su interpretación de canciones que han sido parte de grandes éxitos de Hollywood, como Top Gun, The Godfather; los clásicos de Disney, El Rey León y Aladino; y la intro de Los Locos Adams.

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