Opinión / Desigualdad

De muertas que importan y comentaristas sexistas


Lunes, 8 de junio de 2015
Ruth Grégori

Mi habitual revisión de publicaciones en el muro de Facebook se vio interrumpida el pasado jueves 5 por la queja de una amiga sobre un periodista que había calificado de estúpida a una mujer que había escrito en un blog de El Faro. Me llamó la atención porque conozco al periodista y porque hace algunos años yo trabajé en este periódico. Busqué la cuenta del periodista al que aludía mi amiga y encontré una publicación con enlace a la entrada Los muertos que importan y las muertas que no, de Virginia Lemus, antecedido por el siguiente comentario: “No saben cómo lamento y cómo me apena que esta tipa escriba en El Faro. Es de esas que viven en una permanente teoría de la conspiración, en la que ‘el sistema’ busca invisibilizar la muerte de las mujeres. Si no compartimos al dedillo toda la cantaleta industrial feminista, los hombres somos naturalmente odiadores de mujeres y nos rebuscamos por justificar sus asesinatos... Ni siquiera escribe sandeces propias. Para camuflar de argumentos todas sus estupideces escribe en un lenguaje que ella considera académico... Ni modo, lo siento”.

El autor del comentario es el periodista Carlos Martínez, periodista del año de El Salvador en 2011, ganador del premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2011 y del Premio Centroamericano Carátula de Crónica en 2014. Este laureado periodista no llama “estúpida” a Virginia Lemus, bloguera del periódico El Faro, para el cual Martínez escribe y del cual pasó a ser también uno de sus propietarios hace menos de un mes. Solo dice que escribe “sandeces” y “estupideces”. No es lo mismo. ¿O sí?

La amiga antes mencionada incurrió en un par de imprecisiones al atribuir a Carlos Martínez una alusión a la imagen corporal de Lemus, así como haber cursado estudios en antropología. Hay que aclarar que la referencia a Lemus como “gordita” no es de Carlos Martínez, quien no es antropólogo, es licenciado en periodismo y máster en ciencias políticas, sino de Juan Martínez, hermano de Carlos, quien sí es antropólogo.

Pero lo que resulta relevante de la suma de comentarios motivados por el post de Carlos en su muro de Facebook es el revelador intercambio de posturas y prejuicios sobre la validez del reconocimiento de problemáticas que afectan de manera específica a las mujeres, y sobre la validez de una óptica particular para analizarlos. Más allá de que la despectiva manera de referirse a una colaboradora de su periódico constituya una elemental falta de respeto, cabe hacer otra serie de reflexiones de mayor alcance. Porque no hay que confundirse: que esta publicación se haya hecho desde una cuenta personal en redes sociales no la vuelve privada. El post de Carlos Martínez parece indicar que su autor no tiene plena conciencia de que no es posible disociar una identidad privada de una pública en las redes sociales. Nunca se sabe adónde irá a parar lo que escribimos en ellas, quiénes lo leerán o cómo reaccionarán.

Carlos Martínez publica dicho post desde Alemania. Se encuentra ahí temporalmente gracias a la beca que le otorgara el Premio Centroamericano Carátula de Crónica por uno de sus trabajos publicado en El Faro, el medio en el que Virginia Lemus escribió la columna de opinión de la cual el periodista reniega. Es decir, el periodista ha obtenido una trayectoria y un nombre en el periodismo gracias al espacio que ahora “le apena” que permita a Lemus escribir en él. Estos datos son importantes como puntos de referencia para dimensionar cuán desafortunado y lamentable resulta este comentario, aparentemente superfluo e inofensivo: un profesional del periodismo hace uso de la postura de poder que le da su trayectoria en el ámbito público de una pequeña comarca, en el pequeño reino del periódico en el que ahora también ostenta título de propietario y en el círculo de lectores que el trabajo del mismo ha logrado acumular a través de casi dos décadas, para desacreditar a una colaboradora de dicho periódico.

Contrario a lo que afirma uno de los comentaristas que se burla de la bloguera al escribir “estas pendejadas no las leen ni los familiares de la autora”, una breve revisión de las entradas anteriores del blog de Virginia Lemus revelan las siguientes cifras de personas que han comentado sus textos: 18, 26, 8, 10, 5, 7, 18… Tal vez no sean equiparables con los cientos de miles de lectores que ya suma El Faro pero, de acuerdo al discurso democrático que ha mantenido dicho medio una minoría también merece respeto, también merece ser escuchada. Y en este punto, justamente, radica lo delicado de tomar a la ligera comentarios como el que aquí nos ocupa: El Faro dejó de ser una “gaceta que leían cuatro gatos”, como algunos políticos o empresarios de medios tradicionales acostumbraban a llamarlo en sus primeros años de existencia —esos políticos habrían disfrutado atribuyendo a El Faro el sarcástico comentario que el lector aplica a Lemus: “ni sus familiares la leen”―, para convertirse en un referente del periodismo nacional y regional. Sus periodistas, se volvieron referentes de opinión en diversos temas, particularmente en el de la violencia. Y desafortunadamente este incidente pone en evidencia que destacar como periodista no te quita lo machista, sexista o misógino.

El sexismo es una forma de violencia enraizada en la sociedad y, en consecuencia, también en los medios. También en los que reivindican para sí la bandera de la independencia. También en los que obtienen premios. Destacar en el periodismo no es sinónimo de congruencia con las convicciones democráticas que se predican. Ojalá tomen nota propietarios, director, editores y cuerpo de redacción de El Faro, si no para exigir a su colega una disculpa sí para tomar medidas concretas a fin de que las personas que laboran en dicho medio reciban capacitación en materia de género y abran espacio para entender y dar visibilidad a esta particular forma de violencia en nuestra sociedad. En definitiva, para proteger el interés público de acceso a información y el derecho a la libertad de expresión irrestricta en su medio, tanto para hombres como para mujeres.

En el fondo, el punto que —intuyo― quería señalar en su post Carlos Martínez fue expresado de mejor manera por otros dos comentaristas del intercambio virtual, Jorge Ávalos y Edwin Segura: hace falta definir mejor los criterios y metodología de investigación para identificar casos de feminicidio. ¿Por qué entonces fijarse en la forma y no en el fondo del punto que buscaba señalar Lemus? Si ella no cumple el estándar de columnistas a los que aspira El Faro, ¿por qué no definir y transparentar requisitos, y aplicarlos de forma pareja a todas las personas que escriben en el periódico? Y sobre el tema de fondo, la cuestión de los feminicidios, ¿no sería posible, en lugar de descalificar, sumar esfuerzos para analizar y encontrar solución al problema de los asesinatos de mujeres? ¡Ah, sí! Es que para algunos hombres es difícil imaginar que haya condicionantes particulares que configuren problemas o delitos específicos contra las mujeres en razón de su género…

De nuevo, los medios de comunicación harían bien en formar a sus periodistas para entender las características específicas de este fenómeno, y en ayudar a su público a identificarlo. Estimular la equidad en los medios de comunicación, tanto en su planta laboral como en las perspectivas desde las cuales se provee información a la sociedad, es una tarea que requiere voluntad política de las jefaturas de los medios, pero que también compete a entidades públicas, gremiales y de cooperación internacional que pueden contribuir a ello de manera significativa.

 

*Ruth Gregori es graduada en Psicología y estudiante de la Maestría en Estudios de Cultura Centroamericana de la Universidad Nacional de El Salvador. Fue periodista de la sección cultural El Ágora de El Faro. Esta columna es una versión actualizada de una publicación suya en Facebook hecha el viernes 6 de junio.

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