Opinión /

Solo justicia


Miércoles, 3 de junio de 2015
Mauricio Silva*

Bryan Stevenson, a quien el Arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, llamara el joven Mandela de América, dice que para lograr la paz es condición obtener justicia. Para lograr justicia él identifica cinco condiciones mínimas: identidad, cercanía, cambio de discurso, esperanza y la necesidad de tomar acciones que no son gratas. En el contexto de El Salvador, ello tiene relevancia y nos puede servir en el proceso de definir políticas, especialmente en dos áreas clave: la lucha contra la violencia y la pobreza.

Stevenson escribió “Solo compasión: una historia de justicia y redención”, uno de los cien libros más notables del año pasado según el New York Times. Lo hizo basado en su experiencia tratando de cambiar el sistema de justicia de los Estados Unidos, el cual considera quebrado e injusto. Él y su fundación defienden los casos de mayor inequidad en ese sistema: el de muchos niños, discapacitados, mujeres, y otros, que son prisioneros.

Pero sus lecciones aprendidas son también válidas para El Salvador. Razón poderosa de los miembros de maras para unirse a las mismas es la búsqueda de una identidad; jóvenes que se sienten abandonados, que no tienen pertenencia y a los cuales las maras ofrecen un sentido de identidad. Es también cada vez mayor el número de jóvenes salvadoreños que no se sienten identificados con su país, que no encuentran una causa en la cual creer y por la cual luchar.

Para poder entender, defender y/o cambiar actitudes de los pandilleros, para definir políticas contra la violencia, hay que conocer su forma de razonar, sus motivaciones, sus incentivos. Si no comprendemos que llevó al pandillero a unirse a las maras y sus incentivos para quedarse en ellas podemos cometer errores como los del pasado cuando se propuso una política solo de mano dura como la supuesta solución. Para combatir la pobreza necesitamos acercarnos al pobre, identificarnos con él, entender que pobreza para muchos es sobrevivencia y, por tanto, primero hay que solucionar necesidades básicas como el hambre y la salud.

Clave en nuestro país es cambiar el discurso. Lo dice Monseñor Rosa Chávez: “hay mecanismos diabólicos para crear ingobernabilidad”, y agrega, “los poderosos, los que negocian con la muerte, deben cambiar su corazón”. Si se sigue creando una imagen negativa del país, como lo hace la campaña actual de varios medios de comunicación, se vuelve cada vez más difícil sacarlo adelante. Si la culpa de los problemas siempre la tiene el otro, nunca seremos parte de la solución y esta se volverá cada vez más difícil. Si no se cambia el discurso paternalista como solución a la pobreza y no se confía y da oportunidad al pobre y al joven, no lograran ellos quebrar su círculo vicioso de pobreza y/o violencia. Si no se abren las mentes e instituciones a un verdadero dialogo, y más bien se acude a los insultos y el irrespeto, no se logrará nunca sentar las bases para un cambio verdadero.

Lo más difícil en nuestro país ahora es quizá generar esperanza. Los que trabajan por el país deben tener y crear esperanza; esperanza de que vamos caminando hacia adelante; esperanza en la mayoría de la población, especialmente en los pobres, de que una vida mejor es posible; esperanza de los jóvenes en su país; esperanza de los pandilleros en una alternativa para ellos y para su familia. Sin esperanza, el futuro para ellos solo puede ser una continuación del presente.

El último paso para crear justicia, especialmente para aquellos que trabajan por un mejor país, es el tomar decisiones y acciones difíciles. De ello tenemos grandes ejemplos en El Salvador: los pobres en su lucha diaria por la sobrevivencia, los migrantes que enfrentan todos los riesgos y costos de irse al Norte por una vida mejor para ellos y sus familias, los pandilleros que abandonan las maras, el Beato Romero, los Jesuitas y los otros sacerdotes que ofrecieron su vida por su fe y su lucha por un mejor país, y los funcionarios honrados que se resisten a la corrupción que los rodea.

Lograr justicia en El Salvador es paso necesario, aunque no suficiente. Es un paso difícil y una meta de mediano —si no de largo― plazo. Pero es una meta viable, una meta por la que se debe seguir luchando. Para ello las lecciones aprendidas por Stevenson, en igual lucha en otro país, son también válidas y útiles en el nuestro.

 

*Mauricio Silva es representante de El Salvador ante el directorio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)

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