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Aliados con Martínez; el papel de los intelectuales tras la masacre de 1932

¿Sería exacto afirmar que después de los hechos sangrientos de enero de 1932 el régimen de Martínez colaboró a suprimir la identidad indígena del país? ¿Es viable seguir alabando la obra de aquellos autores a los cuales hoy consideramos como canónicos de la cultura salvadoreña sin hacer alusión al primer mandato militar que los patrocinó? Deberíamos replantearnos la forma tradicional de abordar estas interrogantes y profundizar más en las raíces culturales del martinato, así como en el fuerte vínculo que unió a los intelectuales de la época con el General Maximiliano H. Martínez.


Domingo, 7 de junio de 2015
Otto Mejía Burgos*

El libro Aliados con Martínez intenta contrastar la arraigada imagen de autoritarismo y violencia que en la actualidad define la presidencia de Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944) con un novedoso movimiento intelectual y artístico que surgió para acompañar sus políticas reformistas. Dicho movimiento se caracterizó por intentar llevar a la práctica el ideario social y cultural esbozado por Masferrer, principalmente lo que se refería a lograr la reivindicación de lo que sustancialmente era visualizado como “lo propio” en ese momento. Aunque el proyecto empezó a mostrar fisuras a partir de 1939 debido a la ausencia de democracia, tanto el folklore como el regionalismo, el costumbrismo, la mitología y la obra vernácula se convirtieron en los pilares fundamentales desde donde se sentarían las bases para elaborar el nuevo proyecto de Estado-Nación auspiciado por el mandatario.

El Profesor Rafael Lara-Martínez, en su libro Política de la cultura del martinato, ha afirmado que durante la presidencia del militar se consideraba que un 20% de la población total del país era “indígena”, dato que resulta muy revelador si tomamos en cuenta que a partir de dicho grupo étnico se intentaría universalizar o uniformar una identidad colectiva exclusivamente “salvadoreña”. Esto confirmaría la tesis de autores como Manuel Castells, Gilberto Jiménez y Andrés Piqueras, que consideran que la identidad colectiva es una construcción subjetiva o un imaginario obtenido de la extracción de ciertos elementos significativos que le dan singularidad a una cultura determinada.

El General Maximiliano Hernández Martínez en el Salón del Partido Pro-Patria. Diario Nuevo, jueves 9 de enero de 1941.
El General Maximiliano Hernández Martínez en el Salón del Partido Pro-Patria. Diario Nuevo, jueves 9 de enero de 1941.

Desde esta perspectiva, el Grupo Masferrer, organizado por renombrados intelectuales como Miguel Ángel Espino, María de Baratta o Quino Caso, intentaría a través de distintas corrientes estéticas encontrar lo genuinamente salvadoreño. Su propuesta era encontrar,, con base en las distintas características de los grupos indígenas asentados en el país, un referente racial de nación del cual todos los individuos en menor o en mayor medida pudieran participar. Es decir, se trataría de desarrollar un modelo de nación inspirado en Renán, que a su vez sería retomado por Masferrer y a partir del cual se cohesionaría a toda la población del territorio nacional.

Este proyecto de nación minimumvitalista precisamente constituía la reacción al proyecto de nación positivista de finales del Siglo XIX, en la que el indio no era nada más que un estorbo que en este nuevo modelo trataba de ser reintegrado y regenerado. De ahí que estuviera fuertemente ligado a la teosofía, una doctrina que, a manera de antídoto, pretendía proveer de un resurgimiento espiritual a todos los individuos del organismo social, ética y existencialmente deshumanizados no solamente por los cánones rigurosos de la ciencia sino por los burdos planteamientos materialistas tanto del capitalismo como del marxismo.

El papel de los intelectuales, entonces, era construir un concepto de “nosotros”, el cual, si revisamos detenidamente los discursos, tenía un fuerte componente nacionalista-anticomunista ya que consideraban que la lucha de clases no abonaba a la unidad de la nación sino que por el contrario la destruía. En este esquema, y desde una perspectiva gramsciana, los intelectuales desempeñarían una función orgánica con el Estado, es decir, fungirían como intercesores que armonizarían las relaciones entre el Estado y la colectividad.

Ahora bien, si siguiéramos el análisis en la misma lógica llegaríamos a la conclusión de que entre el Estado y los intelectuales hubo una identificación y alianza en favor de la conservación de sus propios privilegios de clase, readecuando y reajustando el sistema político-económico burgués al cual servirían como intelectuales tradicionales. Pero es necesario advertir que de la forma de proceder de los intelectuales durante el martinato podrían realizarse múltiples lecturas, ya que a partir del pensamiento de Ortega y Gasset podrían considerarse también como una minoría selecta que intentaría vertebrar a la nación por medio del arrastre de las masas, sin necesariamente hacer alusión a la división social de clases en su sentido tradicional.

Pinturas de José Mejía Vides que trataban de impulsar el regionalismo y la identidad nacional salvadoreña durante la presidencia de Maximiliano Hernández Martínez. El Disrio de Hoy, viernes 28 de julio de 1939.
Pinturas de José Mejía Vides que trataban de impulsar el regionalismo y la identidad nacional salvadoreña durante la presidencia de Maximiliano Hernández Martínez. El Disrio de Hoy, viernes 28 de julio de 1939.

Lo que es un hecho, como hemos dicho ya, es que el objetivo superior del Grupo Masferrer era reinventar la personalidad salvadoreña. Pero para poder diseminarla primero tenían que conocerla y luego plasmarla, de ahí que a través de la pintura, la narrativa, el cuento y la música hayan tratado de construir una “cuzcatlanología”. En ese sentido, su obra era el punto de referencia o mojón que delimitaba la legítima identidad nacional, pero además constituía la guía de práctica cultural que el pueblo debía seguir de forma viva. De ahí que las mujeres criollas de distinguida posición social adoptaran el traje indígena. Se deduce que identificarse con la cultura nativa ya no era un motivo de vergüenza o una señal de inferioridad. Es decir, durante el martinato hubo una apropiación por parte de las elites intelectuales de muchos elementos reales y simbólicos autóctonos a partir de los cuales replantearían los patrones culturales de la sociedad de ese momento, mismas prácticas que coadyuvarían a intensificar las relaciones entre sí.

Quizás una frase que podría describir por sí misma esta nueva fenomenología basada en la tradición y en la interacción comunicativa entre los intelectuales; la expresó la etnomusicóloga María de Baratta: “Pueblo sin modalidad propia no es pueblo, pueblo sin característica, vive de prestado”. Estas palabras implícitamente criticaban el proceso modernizador que juzgaba a las comunidades indígenas como atrasadas, pero además constituía una invitación a revertir el proceso de alienación que ha sufrido nuestra cultura por medio de la adopción, a través del tiempo, de ciertos elementos foráneos que en ocasiones erróneamente juzgamos como propios.

 

*Otto Mejía Burgos es Doctor en Filosofía Iberoamericana e investigador social. Además es abogado y notario en el libre ejercicio de la profesión. Recientemente ha publicado su libro titulado: “Aliados con Martínez, el papel de los intelectuales tras la matanza de 1932”. Editor encargado de esta entrega: Héctor Lindo-Fuentes.

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