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El racismo ilustrado de Alberto Masferrer

¿Había elementos racistas en el pensamiento de Alberto Masferrer? En 1923 el pensador salvadoreño escribió un editorial en el periódico El Día expresando preocupación ante la creciente presencia de trabajadores antillanos en las plantaciones bananeras de Honduras. El artículo de Masferrer apela a la ideología racial de la época para apoyar un argumento antiimperialista contra las bananeras estadounidenses.


Lunes, 1 de junio de 2015
Selección e introducción por Héctor Lindo-Fuentes y Erik Ching

En 1923 Alberto Masferrer escribió un editorial en el periódico El Día expresando preocupación ante la creciente presencia de trabajadores antillanos en las plantaciones bananeras de Honduras. La actitud de nuestro importante pensador no era aislada. Las olas migratorias de finales del siglo XIX y principios del XX causaban gran ansiedad y tensiones sociales a lo largo y ancho de América Latina. Las discusiones estaban empapadas de la ideología racial pseudocientífica que proponían autores europeos como Spencer. Se pensaba en términos de jerarquías raciales. En el siglo XIX hubo esfuerzos para importar trabajadores europeos pensando que sería una migración beneficiosa. El Salvador llegó a tener su propia sociedad eugenésica y tenía miembros honorarios de la Sociedad Mexicana de Eugenesia para el Mejoramiento de la Raza.

Ante los avances del imperialismo algunos proponían las virtudes de la “raza latina” en contraposición a la “raza anglosajona”. La construcción de un imaginario de nación mestiza excluía a los pueblos originarios y a los afrodescendientes. De esta manera, la llegada a Honduras de trabajadores afroantillanos patrocinados por intereses norteamericanos complicaba las jerarquías raciales y creaba nuevas tensiones. Autores como Jason Colby demuestran que las compañías fruteras agitaban las tensiones raciales como parte de su estrategia para controlar la mano de obra. El artículo de Masferrer apela a la ideología racial de la época para apoyar un argumento antiimperialista contra las bananeras estadounidenses.

* * *

“¿Será ya el principio del fin? Un punto negro” (Extractos)

por Alberto Masferrer

Es allá por la Costa Norte de Honduras, donde ha surgido un punto negro, o más bien una nube de puntitos negros. Mil quinientos puntos que se desprendieron de las Antillas, o de por ahí cerca; que el viento del Norte arrastró, y vino a depositar, suavemente sobre las arenas de la Costa Hondureña. Costa de cocotales y de bananales, de maderas preciosas, de resinas balsámicas; Costa de Oro, en fin, de la cual es el oro para los extraños, y para Honduras…el honor.

Cuando la nube negra, ya deshecha la ilusión de la perspectiva, se resolvió en lluvia, pudo advertirse que las gotas no eran gotas así no más, sino provista cada una de dos macizas piernas, recio tronco, brazos nervudos y una crespa y lozana cabeza, provista de ancha boca donde relucen íntegros, treinta y dos dientes blancos, apretados, agudos, capaces de triturar en solo un lunch, al más heroico de los heroicos pueblos del heroico Istmo.

Mil quinientos ¿colonos? que llegan así, de una sola vez, sin que nadie les haya invitado, y sin haber mandado siquiera un recadito, previendo al dueño de la casa para que les tuviera alojamiento apercibido…la verdad es que no se acostumbra, y casi pudiera tacharse de incorrecto. Porque vamos, ¡aunque la casa es de esté desierta y la finca sin cercas, y haya cundido la fama de que hace falta gente, al fin y al cabo el dueño de la casa y de la finca merece alguna consideración algún respeto, y lo menos que exijiría la buena crianza fuera gritarle: “¡oiga usted! hágase a un lado, que voy a saltar para allá, y puedo caerle encima!”

Ya desde antes, desde hace un año y siete meses, si mal no contamos, estas visitas inesperadas habían comenzado; en los momentos precisos en que los Constituyenles Federales se mataban deliberando si el preámbulo de la Constitución habría de ser en nombre de Díos, o en nombre de Monsieur Augusto Compte, en esos momentos preciosos desembarcaban en la Ceiba, cien negros antillanos—o no antillanos—sin decir buenos días, sin preguntar ¿se puede?, sin que los nervios hondureños sufrieran la más ligera excitación por aquel exceso de negra confianza. De entonces a hoy, Dios sabe cuántas linchadas de antillanos—o no antillanos, que eso es de lo menos—, habrán hecho su advenimiento, sin que los estadistas hondureños, atareadísimos en la tarea de salvar la patria (ocupación favorito de todo centroamericano bien nacido), hayan advertido que la población de Honduras estaban creciendo más de prisa que un trozo de masa a la cual un panadero concienzudo, harta de levadura y de bicarbonato.

(...)

Se comprende que los hondureños, inquietos, hayan protestado. Nosotros, en tal caso, también habríamos protestado. Son mil quinientos, qué diablo! Es casi un ejército! Con otros quinientos que se agregaran, de los mucho que ya vivían en la Costa Norte antes de suceder esta invasión, ya serían dos mil, que probablemente han venido a Honduras solo a cambiar la clima y a conocer los ópalos.

(…)

Luego llegarán dos mil, tres mil o diez mil, según convenga a los intereses de las Compañías, o plazca simplemente a su querer soberano, y otra vez nos asustaremos…y otra vez desahogaremos las vísceras del amor patrio, con una protesta de aquellas que escuecen como sinapismos. Ya se sabe: a grandes malas, grandes remedios. ¡Y veremos quien vence a quien; las Compañías inundándonos bajo un aluvión de negros del Norte, o nosotros lanzando cada protesta que va temblar el Globo!

En todo caso, a nosotros salvadoreños, nos tiene la cosa sin cuidado, y no nos preocupamos sino meramente por demostrarles a los vecinos cómo somos aquí de fraternales y de altruistas. Porque, supongamos que mil quinientos hoy, y mil quinientos mañana, y mil quinientos pasado mañana, en pocos meses quedará Honduras sepultada bajo una república de Haití, y que, en vez de setecientos mil hondureños claros, tuviéramos ahí cerca unos cuatro millones de antillanos oscuros; supongamos aún algo más negro: que a todos los negros del Norte—(no pasan de diez y siete millones entre todos) se les antojara venirse a Honduras y a Nicaragua y a la Costa Norte de Guatemala y de Costa Rica, y se convirtiera el litoral atlántico en una sola masa de hollín, y el Mar Caribe en un Mar Charol… ¿Y qué? Hasta nosotros no podrían llegar: ahí está el Lempa que se infranqueable, y están el Sumpul, y el Torola, y el Goascorán, donde mucha gente ha perecido ahogada, por quererlos pasar a nado.—Con ellos y nuestro lejendario heroísmo estamos a salvo.

(...)

Las Compañías tienen allá ferrocarriles, fábricas, hospitales, y hospicios, escuelas y periódicos, muelles y vapores, y además, por si algo falta que adquirir, dólares y más dólares.

La tierra es suya. Y con la tierra la vida, y con la vida, ese conjunto de poderes que se resumen, cuando los empuña una mano firme y resuelta, en el poder total de hacer uno lo que le da su gana.

Una aplicación de ese poder de las compañías es el de fijar el precio de la fruta. Los nativos han conservado de derecho de izar el pabellón hondureño, y el de sembrar los bananos, para venderlos a las Compañías; las Compañías, no apoyadas en el derecho ninguno pero sí en su fuerza de compradores únicos, les pagan a los nativos por el banano, el precio a ellas les conviene. Si el nativo no se aviene a vender al precio fijado por las Compañías, le queda el derecho de dejar que se pudran los bananos; además le queda el derecho de protestar, y finalmente, el derecho de pegarse un tiro. Lo que es por derechos no tiene de qué afligir se el nativo.

¿Cómo han llegado los terratenientes y los labradores de la Costa Norte a esa desdichada condición? ¿Cómo y con qué fines as (sic) Compañías inundan ahora de negros aquella tierra donde ya son casi siervos la nativos? Esas son cuestiones todavía más negras.

 

Alberto Masferrer, “Será ya el principio del fin? Un punto negro,” El Día, 7 de febrero del año 1923.

 

Editorial de Alberto Masferrer en el periódico El Día, el 7 de febrero de 1923.
Editorial de Alberto Masferrer en el periódico El Día, el 7 de febrero de 1923.

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