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Ecos de la revolución: identidades insurgentes y reacomodos posinsurgentes

Para entender cómo los insurgentes salvadoreños se fueron adaptando al contexto de paz y democracia electoral posterior a 1992 hace falta analizar la gestión de las cinco organizaciones político-militares que en 1980 integraron el FMLN.


Domingo, 12 de abril de 2015
Por Ralph Sprenkels*

Es de sobra conocido que los esfuerzos insurgentes cuajaron a lo largo de los años 70 en cinco organizaciones político-militares (OPM), que en 1980 terminaron integrando el FMLN. Sin embargo, a pesar de esta integración, las cinco organizaciones continuaron funcionando de manera relativamente autónoma, alternando la colaboración con la competencia, y dando pie a lo que se conoció como cinquismo: la multiplicación de las estructuras organizativas de la insurgencia en los cinco pilares de las OPM. Para obstaculizar la inteligencia enemiga y evitar la persecución política, las relaciones insurgentes que cohesionaban las diversas estructuras organizativas de las OPM se mantenían clandestinas y fuera de la vista pública. Pero aún bajo las condiciones precarias de la clandestinidad, las cinco OPM salvadoreños construyeron, cada una, un impresionante aparato de apoyo, del cual sus fuerzas guerrilleras eran solamente una de varias expresiones.

La anatomía de la infraestructura organizativa de las OPM varió significativamente en diversas etapas del conflicto. La brutal represión que se desató a finales de 1979, y que continuó durante algunos años, condujo a la desarticulación de las organizaciones de masas, principal expresión de organización popular de las OPM construida en los años 70. Las bases de estas organizaciones se integraron en parte a los campamentos guerrilleros, mientras otras salieron al exilio, los refugios o se desmovilizaron. Luego del fracaso de la ofensiva general de enero de 1981 y el subsiguiente enfrascamiento del conflicto armado, las OPM fueron reconstruyendo de manera gradual un nuevo aparato político, con diversas expresiones gremiales, tales como sindicales, comunitarios, estudiantiles y, a partir de mediados de los 80, en forma de Organizaciones No-Gubernamentales (ONG). Las llamadas repoblaciones jugaron un papel clave en la estrategia insurgente a partir de 1986. Hacia finales de la guerra, las OPM tenían el control de casi la totalidad de la sociedad civil salvadoreña con identificación de izquierda. Pero su influencia también se hacía sentir fuertemente en las principales universidades, las iglesias, los refugios y las comunidades. Además, la infraestructura de la insurgencia trascendía el territorio nacional: en numerosas ciudades de las Américas y Europa se construyeron redes de apoyo y solidaridad. Importante era también el apoyo histórico de Cuba, clave en la formación de cuadros, aunque fue la ciudad de Managua la que a lo largo de los 80 funcionara como retaguardia y cuartel general de las OPM salvadoreñas.

Más que simples aparatos militares clandestinos, las OPM fueron ávidas constructoras de redes, alianzas y bases de apoyo, haciendo uso de diferentes modalidades organizacionales y formas de gobernanza, conectando así diferentes grupos e individuos en una amalgama de roles. Cada OPM construyó una intricada estructura de cuadros y un afinado sistema escalado de reclutamiento que jugaron un papel clave en esta labor organizativa. De esta manera, la insurgencia salvadoreña se basaba en, y a la vez daba forma a, diversas relaciones interpersonales. Fueron estas relaciones —y sus continuas adaptaciones de acuerdo a las circunstancias emergentes― las que hicieron posible sostener los esfuerzos insurgentes a lo largo de los años.

¿Hasta qué punto continuaron siendo relevantes estas relaciones gestadas en la insurgencia salvadoreña al finalizarse la guerra? Para cosechar respuestas a esta pregunta, el autor del presente artículo se aproximó a diversos ámbitos sociales que tienen raíces en la insurgencia, haciendo uso de métodos de investigación tales como la observación-participación, la reconstrucción de trayectorias de vida, y las entrevistas a profundidad con exinsurgentes. Los ámbitos de investigación incluyeron las comunidades repobladas, el movimiento de veteranos de guerra del FMLN y el partido político FMLN, prestando especial atención a las perspectivas de base y de antiguos mandos medios.

Fotografía tomada en un campamento de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) en el volcán de Guazapa, poco antes de la desmovilización definitiva de las tropas insurgentes en diciembre de 1992. La mayoría de las personas en esta foto trabajó en décadas posteriores con el FMLN en diferentes funciones y capacidades.
Fotografía tomada en un campamento de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) en el volcán de Guazapa, poco antes de la desmovilización definitiva de las tropas insurgentes en diciembre de 1992. La mayoría de las personas en esta foto trabajó en décadas posteriores con el FMLN en diferentes funciones y capacidades.

Al albor de la paz, el movimiento revolucionario demostró tener importantes brechas internas: las identidades sectarias de las OPM; las diferencias entre participantes rurales y urbanos, entre la tropa y los mandos; las diferentes interpretaciones sobre cuál debía de ser la agenda de los revolucionarios en la posguerra. Las disputas sobre la herencia política de la insurgencia se convirtieron en el principal foco de conflicto entre estos diferentes grupos. El fin de la guerra trajo consigo cambios drásticos para el movimiento revolucionario, aunque estos no necesariamente marcaran un nuevo comienzo, ya que en la nueva fase, los exinsurgentes principalmente construyeron su política interna sobre las relaciones y los imaginarios construidos en la etapa insurgente. Los que participaron en este proceso de reconversión posinsurgente contaban con diferentes cualidades y recursos que facilitaban o dificultaban su movilidad social, política y económica. Así, el relativo éxito posguerra del FMLN como partido político no evitó la exacerbación de las disputas internas y el crecimiento de la desilusión política entre los antiguos participantes en el movimiento.

La situación de las repoblaciones puede dar muestras de cómo las afiliaciones insurgentes marcaban el desarrollo local en la posguerra. Los líderes insurgentes (los antiguos cuadros de las OPM) a menudo se convirtieron en, o continuaron siendo, los líderes locales en las comunidades repobladas. Para ejercer su liderazgo, echaron mano de las relaciones políticas, las identidades, las habilidades y los discursos desarrollados durante la guerra. Mientras tanto, se generó en las comunidades una creciente desigualdad socioeconómica y un fuerte movimiento migratorio hacia Estados Unidos. Dos décadas después de la guerra, poco quedaba de las antiguas promesas igualitarias del movimiento revolucionario. Sin embargo, las relaciones previamente establecidas durante la guerra continuaron siendo sumamente relevantes para la trayectoria socio-política y económica de las comunidades repobladas. Así, la vida cotidiana en estas comunidades transcurría en un complejo limbo entre la revolución, el neoliberalismo y el clientelismo.

Una muestra de fotografías históricas (algunas de ellas incluidas en este artículo) se convirtió en otro punto de entrada para la investigación, estableciendo un diálogo entre las vidas cotidianas de los ex guerrilleros y sus reflexiones sobre la herencia de la lucha. Las trayectorias de vida encapsuladas en estas fotografías arrojan luces sobre las diferentes estrategias de supervivencia utilizadas por ex combatientes. En época de paz, muchos exguerrilleros siguieron dependiendo de las oportunidades socio-económicas vinculadas a su antigua afiliación insurgente, por ejemplo para obtener un empleo u otras formas de apoyo. Con la desintegración formal de las OPM, las relaciones internas pasaron de ser rígidas y jerárquicas a integrar una amalgama de relaciones personales e institucionales, formales e informales, relevantes para muchos ex combatientes. Sin embargo, esto no significó que los excombatientes también estuvieran satisfechos con su nueva posición social en la posinsurgencia: si ellos habían puesto la mayor cuota de sacrificio durante la guerra, ¿por qué hasta el momento recibían solo una pequeña parte de los frutos del poder obtenidos por el FMLN?

Fotografía de una unidad de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) tomada en San José Las Flores, Chalatenango, en el mes de octubre de 1989. Este pelotón se montó en preparación de la ofensiva de 1989. De las 20 personas en la foto, 18 sobrevivieron la guerra. En la posguerra algunos se asentaron en las repoblaciones, otros emigraron al Norte, algunos se convirtieron en PNC, y uno logró estudiar medicina en Cuba. A lo largo del tiempo, varios excombatientes de esta foto obtuvieron empleo mediante sus conexiones con el FMLN.
Fotografía de una unidad de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) tomada en San José Las Flores, Chalatenango, en el mes de octubre de 1989. Este pelotón se montó en preparación de la ofensiva de 1989. De las 20 personas en la foto, 18 sobrevivieron la guerra. En la posguerra algunos se asentaron en las repoblaciones, otros emigraron al Norte, algunos se convirtieron en PNC, y uno logró estudiar medicina en Cuba. A lo largo del tiempo, varios excombatientes de esta foto obtuvieron empleo mediante sus conexiones con el FMLN.

Este sentimiento jugó un rol importante en el surgimiento del movimiento de veteranos del FMLN, fenómeno que gira en torno a la movilización de las antiguas relaciones insurgentes en la arena política de la posguerra salvadoreña. Aunque los diversos grupos de veteranos echaban mano de antiguos discursos revolucionarios, en la práctica dieron prioridad a la búsqueda de beneficios estatales, más aún con el triunfo electoral del FMLN en 2009, que se tradujo en nuevas oportunidades para apuntalar las identidades insurgentes. Pese a que muchos exguerrilleros criticaban la extensión de las prácticas clientelistas y sectarias en los partidos políticos, en realidad a menudo ellos mismos también habían interiorizado estas prácticas.

En términos generales, los reacomodos posinsurgentes no llevaron a la disolución de las relaciones históricas de las OPM. Más bien se dio una serie de cambios en la gestión de estas relaciones; cambios que a su vez generaron reclamos y conflictos. Las experiencias de la posinsurgencia no borraron los imaginarios históricos del movimiento, sino más bien los complementaron con las paradojas de la cada vez más pronunciada desigualdad interna en el movimiento y de la desilusión. La posinsurgencia implicó grandes ajustes en el carácter y el significado de las relaciones guerrilleras heredadas, pero —salvo algunas notables excepciones― no hubo ruptura o desconexión con éstas. Al movimiento posinsurgente más bien le tocó arrastrar un doble peso: el de su historia de guerra y el de la difícil adaptación de posguerra.

En conclusión, si la desilusión fue el marcador principal de la primera década posinsurgente, la siguiente década se marcó por la reactivación de las relaciones históricas de las OPM en función de los diversos proyectos individuales y colectivos. A nivel local, sobre todo en las zonas exconflictivas, la insurgencia generó cambios duraderos en los patrones de los asentamientos y en las relaciones de propiedad y de poder a nivel local. En el área urbana, las afiliaciones insurgentes siguieron permeando las realidades políticas e institucionales de importantes entidades e instancias. Los exguerrilleros se convirtieron en efectivos competidores por el poder en diferentes arenas políticas e institucionales. Entre tanto, las posiciones de poder adquiridas durante la guerra continuaron jugando un papel importante en la dinámica interna de la posguerra.

Con todo, la antigua insurgencia logró transformarse en un bloque de poder capaz de competir de manera efectiva con sus competidores políticos para lograr el acceso y control del Estado. En términos generales, esto ha contribuido a apuntalar la dinámica electoral y a aumentar de manera significativa el grado de inclusividad de la política salvadoreña. A la vez, estas transformaciones logradas se han ido permeando de nociones tradicionales y conservadoras de política, lo cual genera la pregunta hasta qué punto los ex insurgentes han logrado convertirse en innovadores políticos, y hasta qué punto han terminado poniéndole una nueva chaqueta ideológica a esquemas políticos vigentes en el país desde hace muchas décadas y utilizados históricamente por las distintas elites.

 

*Ralph Sprenkels es investigador asociado del Centro de Estudios sobre Conflictos de la Universidad Utrecht en los Países-Bajos. Artículo basado en “Revolución y reacomodo. La posinsurgencia en El Salvador,” Tesis de doctorado, Universidad de Utrecht, 2014. Varios trabajos relacionados con el tema de esta tesis están disponibles en formato pdf en la página del Dr. Sprenkels en academia.edu. Editor responsable de esta entrega: Erik Ching.

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