Plática /

“Es bueno tener varios nombres, sobre todo si participás en un atentado a Pinochet”

En la década de los 80, Pedro Lemebel y un colega suyo fundaron Las Yeguas del Apocalipsis, un colectivo de arte que intentó derrocar a la dictadura de Augusto Pinochet. Lemebel, un escritor chileno casi desconocido en El Salvador, murio hoy a los 62 años en Santiago de Chile. Apareció por aquí en marzo de 2009 para visitar a un amigo y terminó dando una charla y esta entrevista porque los amigos de su amigo creyeron importante difundir que uno los mejores cronistas de Latinoamérica –como lo llamaba Carlos Monsiváis- tocó tierra salvadoreña.


Viernes, 23 de enero de 2015
Rosarlin Hernández, Daniel Valencia, Élmer Menjívar y Jimena Aguilar

El escritor, cronistas y artista social chileno Pedro Lemebel murió el viernes 23 de enero pasado por causa de un cáncer de laringe que padecía desde hace varios años. El mundo literario, político y activista latinoamericano, en especial en el Sur, manifestó su lamento en diferentes formas que llegaron a las redes sociales como una cascada de memoria.   

Lemebel toco tierra salvadoreña luego de visitar una Habana que lo trató mal y de la cual se trajo, como recuerdo, un encendedor con la imagen del Che Guevara y un golpe en la mano derecha producto de una caída.

'Loca', como él mismo se llama en algunos de sus textos, en realidad tampoco fue originalmente de apellido Lemebel. Nació Mardones, el apellido de su padre, y luego decidió 'rescatar' el linaje de su madre y terminó siendo reconocido como Lemebel.

Como escritor inició con el cuento, después saltó a la crónica sin saber que estaba haciendo crónica. Una crónica a la cual no le pone el mote de 'periodística' pero que asegura no tiene nada de ficción. Ahora se tapa la cabeza con un manto para esconder su calva, que le ahuyenta posibles amores.

En la década de los 80s y con pelo largo, en Chile, Lemebel y un colega suyo fundaron Las Yeguas del Apocalipsis, un colectivo de arte que intentó oponerse a la dictadura militar de Augusto Pinochet. Casi por accidente terminó custodiando en su casa uno de los cohetes que la guerrilla izquierdista lanzó contra la caravana de Pinochet en septiembre de 1986. Lemebel sospecha que el cohete no estalló por exceso de flores que puso sobre él cuando lo tuvo de adorno en la sala de su vivienda.

Ahora, sin clandestinidad y sin izquierdas a las cuales haya que reclamarles la no inclusión del homosexualismo en el ideario comunista, a Lemebel la vida le parece un tanto aburrida, pero no tanto como para no seguir escribiendo sobre aquello que según él más le mueve: las injusticias.

Accede sentarse junto a El Faro pero no disimula la pose altiva, rebelde, la pose del escritor al que le da haraganería hablar sobre su vida con los periodistas, a quienes considera tontos. No comerá nada. Con unos rones y cola está servido. Al fin, sonríe y bromea.

El escritor chileno Pedro Lemebel visitó El Salvador en marzo de 2009. / Foto de Frederick Meza.
El escritor chileno Pedro Lemebel visitó El Salvador en marzo de 2009. / Foto de Frederick Meza.

¿Es la primera vez que visitas El Salvador?
Sí.

… No te ves muy animado.
Es que venía de Cuba y allá me caí, imagínate, metí la pata, bueno, la mano. Entonces llegué un poquito bajo, con indigestión.

¿Llegaste ahora?
Ayer por la tarde.

(Frederick le pide que cambie de asiento, en un afán de encontrar el mejor lugar para las fotografías)
No, no me voy a mover. Estoy cómodo aquí.

¿Y eso por qué? ¿No le gustan las fotos?
Me son indiferentes, da lo mismo. Me pasa que con las fotos no me reconozco, cuando las veo no me reconozco y eso me causa algún tipo de desencuentro.... aaaay, la Coca Cola…¿no hay una Coca Cola light para mí?

Ahorita viene.
Ja, ja, ja. Un ron con Cola.

Claro que sí.
Separadito.

Okay.
¿Entonces ustedes quiénes son? Tú cómo te llamas.

Élmer Menjívar.
Elmer gruñón

A veces.
¿Y ustedes?

Rosarlin.
Nunca lo había escuchado.

Me imaginaba.
¿Y vos?

Frederick.
Nadie se puede llamar Frederick.

Ja, ja, ja.
Estoy jodiendo. ¿Viene el ron?

Viene.
¿De qué me van a preguntar, chicos?

Te vamos a preguntar de todo, pero en principio de esa época de tu fundación del movimiento de contracultura...
Eso me interesa, cómo llega, cómo está y por qué.

Bien, bien. Y cosas que no se pueden saber por intenet.
¡Aaah, me han rastreado! Entonces comencemos.

¿Te sorprende que sepamos algo de ti?
Me sorprende porque lo que pasa conmigo -como escritor y todo eso- pasa un poco clandestino también. Como que no me creen que soy escritor.

¿Por qué? (suenan los hielos del ron).
Me dicen: a usted no lo he visto, ¿usted es estilista?

Ja, ja, ja.
Yo también juego un poco de reinventarme como personaje cultural más allá del estereotipo de escritor... Pero no a lo Hemingway, que bebe vino blanco y se inspira con el sonido del mar. Yo me inspiro con la ciudad, soy absolutamente urbano, me marea el verde.

¿Nos vas a contar entonces de tu época...?
De Yegua del Apocalipsis.

Ajá.
Todo comenzó el día en que había una dictadura en mi país, una dictadura feroz, de Pinochet. Y venía la democracia y la apertura y en ese proyecto no estaban contemplados los homosexuales y entonces mi amigo, que más que homosexuales, éramos delirantes, locas, callejeras... se nos ocurrió crear una instancia social de reivindicación, de aparición pública. “¿Pero qué hacemos si solo somos dos? Armemos un movimiento”, pero de dos...

Ja, ja, ja.
Y conste que no nos llamamos... en ese tiempo estaba recién aparecido el sida, a mediados de los 80s, en esos días se hablaba de la plaga el Apocalipsis y todo eso. Entonces, me decía mi amigo: “¿Los jinetes del Apocalipsis?” ¡No!

Ja, ja, ja.
El primer gesto político cultural que tuvimos fue inventarnos una marquesina, una luminaria de nombre glamoroso, como esas películas de Hollywood antiguo, como medio oscuro. Solo están dos jóvenes entumidos en humanidades para eso... y entonces, el nombre funcionó como una estampilla. Lleva lo del Apocalipsis, desatados, como de pila.

¿Y qué hacías antes?
Me dedicaba al cuento.

 

¿Ya habías publicado?
Sí. Me había ganado un premio... es que escribí un cuento y yo decía que me llamaba Pedro Mardones, que era el nombre de mi padre, y me puso Pedro Mardones Junior. Esa es la próstata paterna que uno tiene que cargar.

Leí por ahí que el hecho de cambiarte a Lemebel tenía un significado...
Sí.

¿Podés explicarnos ese significado?
A eso voy...

Paciencia, paciencia.
Me gané este premio de cuento nacional y entonces llegaban los periodistas... Yo gané el concurso con un cuento muy gay, muy homosexual.

¿Cómo se llama?
“Porque el tiempo está cerca”. Es una cita bíblica del Apocalipsis. Es una cosa fuerte, homosexual. Entonces, llegan los periodistas a mi casa y yo no estoy y sale mi padre y le dicen: ¿Está acá Pedro Mardones? Sí, yo soy. ¡Usted se ha ganado un premio, bla bla bla!”. Y mi padre como estaba acostumbrado a que don Francisco te tocara el timbre y te tiraba un televisor, un refrigerador... ¿lo conocen a Don Francisco?

Sí.
La virgen obesa de la televisión.

Ja, ja, ja.
Era un milagro que Don Francisco te tocara la puerta. Además, yo vivía en un barrio muy pobre, porque mi padre era un panadero en mi población. Entonces, lo entrevistaron a mi padre como si él fuera el autor del cuento y ha salido en el diario... el cuento.... con su foto.... pobre padre. No sé. Y yo decía que tenía que cambiarme el nombre.

Ja, ja, ja.
Ahhh... pero mi papá era muy inocente, una persona de campo, no sé, no entendía mucho esto de la cultura. Él, por ejemplo, no entendía por qué a mí me pagaban por escribir y a él nunca le habían pagado por atender el club. El tipo no sabía lo que yo hacía… y nunca me preguntó nada...
El pobre... no, no hablamos de esas cosas. No pasamos por el sicoanálisis. Dios sabe más y averigua menos.

Ja, ja, ja.
No pasé por el drama cinematográfico de “salir del clóset”, estuve siempre afuera. Mi medida nunca pasó por la confesión cristiana, no. Mi mamá me veía con zapatos altos, ajustados y nunca lo conversamos,  no quisimos hacer el rito. Es un poco telenovelero eso, así a lo Jaime Bailey. Yo los llevaba a todas mis presentaciones. Mi mamá era hija natural. El Lemebel no existe en Chile, porque quizás era otro el apellido: Lembe, Lambelt, ja, ja, ja. No soy yo el altivista que me puse Lemebel. Como el apellido de la madre se pierde, el que domina es el padre, yo decidí rescatarlo un poco de esa pérdida y hacerlo perdurar, digamos, en mi escritura y mi autoría como escritor. En otro libro que saqué estaba recién muerta mi mamá, entonces en la portada puse su foto, su foto proyectada sobre un papel con flores, quedó bien bonita. Y me encantó haberla repartido en todas las partes de la ciudad, porque me piratean, a mí me piratean mucho. Entiende eso, ¿verdad?...

Claro que sí.
A mí me piratean mucho, entonces fue un gesto también para ella de la panfleteada en todas las aceras, repartidas, multiplicadas.

¿Por qué cuesta encontrar tus libros?
Ya te lo dije, yo soy clandestino. La gente llega a veces: “Sabe, necesito un libro de un escritor... ¿cómo le digo?... que es medio...”, ja, ja, ja. Hice un programa de radio que me dio alta satisfacción y también publicaba mis crónicas, antes del libro, en medios masivos, en medios baratos, la gente no tiene -no sé cuánto valen- 10dólares o más, 15 dólares puede valer, ese es el pan de la semana, de la familia y por eso yo trataba de que mis escritos llegaran de otra manera, por medios masivos, medios baratos, por la radio, me parecía que era un gesto político con mi hacer cultural, y por eso me hice famoso, ja, ja, ja.

¿Qué fue lo que más cambió con la fama?
Pero fama entre comillas, o sea, ¿qué fama?… Esto no es nada más que pantalla, porque Anagrama no vende mucho, es una editorial de culto. Están los mejores autores y toda esa cosa poquito cerrada, pero yo no vendo mucho.

¿A veces hay posturas frente a la creación en una época, pero como el tiempo va pasando...
Me voy haciendo vieja...

Lo dijiste tú... ja, ja, ja, ¿pero algo ha cambiado en todo ese ímpetu, de esa manera de pronunciarse o sigue siendo tal cual?
Estoy más triste.

¿Por qué?
Porque estoy un poco más desencantado. Estoy hablando en serio, estoy cansado con el quehacer, con la cultura, con la política, con el arte, entre comillas.

¿Qué conseguiste haciendo las cosas como las hacés?

Las locuras son maravillosas, los desacatos son maravillosos, por eso los jóvenes tienen esa rebeldía... Vamos avivando todo el Freud, ja, ja, ja.

Ja, ja, ja.
He cambiado poco, sí, de todas maneras. Hay cierto desacato que creo haber perdido un poco. Uno se queda muy solo, entre comillas, con la popularidad. Te quedas muy solo. Los amigos ya no hablan contigo, no te llaman, porque tú estás tan ocupado…

Te haces fama de ocupado…
Te haces fama de ocupado, siempre estás en esas cosas, qué sè yo. Y nada, y no es así. “Ay, es que siempre lo veo en la tele”, te dicen. ¡Mentira! Yo a la televisión le tengo asco, je, je, je.

¿Por qué?
¡Porque la tele es mentirosa, pos, niña! La pantalla es feroz. Hice mis cosas, sí, para la televisión chilena. Hice mis cosas. Develé a un conductor famoso en un programa bien top, allá. Uno de estos programas así de invitados internacionales, él tenía una hermana que había sido torturada por Pinochet. Y yo en el último momento le digo que le rindo un homenaje a las mujeres torturadas en la dictadura, a nombre de su hermana. “El lemebelazo” le decían en la televisión chilena. Nunca más me quisieron invitar. Nunca más. Pero creo que es bueno también, uno sale tan gorda en la tele.

Ja, ja, ja.
Te engorda. Pareces una iguana.

¿Y qué cosas te hacían ilusión de la época…?
Como una vieja nostalgia ya, no…

No, porque me decís que te sentís como decepcionado, desilusionado. ¿Qué te movía en aquel momento?
Me movía la inseguridad, me movía la clandestinidad, me movía la oblicuidad. Ahora está todo más claro, todo está más seguro. Soy un escritor que vaga por el mundo diciendo obscenidades, que sé yo… y hablando de drogas…  Me movían esas cosas. La seguridad le ha quitado brillo a mi vivir y a mi pasar.

¿Se te ha hecho aburrida la vida?
Un poco. Un poco.

Después de leer algunas de tus crónicas yo me esperaba un tipo más ameno, jovial.
Ja, ja, ja.

Ja, ja, ja.
Me encanta decepcionar. ¿Tú crees que uno tiene que ser el mismo siempre?

No.
¿La loca chispeante por todos lados?

Ja, ja, ja. A veces se crea un personaje de sí mismo, y de repente se siente obligado a cumplir siempre.
Jamás, niño. Jamás. Mi obligación es ser distinto. Cada mañana, cuando me enfrento al espejo, “otra vez  la vieja”, digo yo. No puede ser. Mi obligación es ser distinto cada mañana.

¿Y lo consigues?
No siempre.

Venías prejuiciados por los periodistas.
¡Na´!

¿No te gustan los periodistas?
¡Na´!

¿Por qué?
Porque son tontos.

 

Vaya, ja, ja, ja.
Porque con esta vocecita y con esta cosa que digo y con esta carita de mariposa vieja… “Y usted, ¿desde cuándo es que…?” Ja, ja, ja, como Miguel Bosé.

(Le pone coca a su ron)

Otro desencanto, según lo que escribiste.
¡Ya! Pero no se queden pegados en eso.

Es que nos gustó tú crónica de Miguel Bosé, por eso te preguntamos.
¡Aah, Miguel! Miguelín.

¿Cómo te lo esperabas?
¡Yo no me lo esperaba de ninguna manera porque nunca me ha gustado ni me gustó la música de Miguel Bosé! Soy más vieja rock ja, ja, ja.

¿Y entonces por qué fuiste?
Qué sé yo, la secretaria de mi editorial me llama por la mañana, cuando yo estaba con mi chico de turno, y me dice: ¡Pedro, te quiero pedir un favor! ¡Este señor Miguel Bosé te quiere conocer y yo quiero ir contigo, toda mi vida he soñado con esto! Y yo dije, “Bueno, entre seguir con mi chico de turno y cumplirle un deseo a mi amiga...” Se me salió el alma, llegué pintado como payaso, a las 12 del día, llegué con cuatro güisquis.

¿Ibas así?
Un poco.

¿Ese era tu propósito?
Claro. Ir así como para recibir al conquistador. Me gusta más Manu Chao, aunque es un poco saqueador de América Latina.

¿Qué se robó?
Nooo, no un poco saqueador de Latinoamérica, como Almodóvar... etcétera, etcétera. Pero roba con ternura.

Leí algunas de tus crónicas y me parece que a veces tú te conviertes en personaje. ¿Por qué?
¿Cómo así?

Es decir, que hay mucha participación tuya: que estuviste en tal lugar, tú conoces tal lugar, tú actuaste de tal forma.
No creás mucho la ficción, a mí no me gusta mucho la ficción. Por eso escribo también crónicas personales, por eso la gente me dice: “¡Aaay, a usted le pasa de todo!”

¿No es afán periodístico el suyo?
No es periodismo, ni historicista, se supone que yo para escribir esto debería de hacer investigaciones, lo que hace un periodista, pero no tengo tiempo, ni ánimo, ni ganas. A veces de un nombre me sale una historia, a veces del nombre de una canción o la frase me provoca una narrativa me detona una narrativa. Esa es la cosa. Aunque los cronistas latinoamericanos dicen que yo soy más literario, etcétera. Que soy más escritor que periodista. Pero es género bastardo, llegué a esto sin saber que yo escribía crónica también, pasé del cuento a estos textos, sin saber que lo que yo hacía era crónica, como la “performance”. Con Pancho hacíamos las actuaciones, intervenciones públicas sin saber que lo que estábamos haciendo se llamaba “performance”. Y cuando nos dijeron, me encantó el nombre “per-for-mance...” ¡Oh, niña!, dije, yo...

 Hay momentos en los que tocás parte de historia en las crónicas.
¿Cuál?

La del muchacho este que tocaba y todo el mundo lo tildaba que estaba con el régimen, tú en tu crónica desmentiste esa versión de la historia, porque te diste cuenta de que no era así, que había sido usado.
Claro, en una entrevista, me contó que había sido usado. A veces el juicio de la historia es injusto con ciertos personajes, el caso de este chico. Y con otros también que permanecieron ahí para la dictadura y se hicieron los tontos mientras pasaban los crímenes horrorosos que pasaban y siguieron disfrutando, digamos. Es complicidad.

¿La historia creés que está siendo justa ahora?
Decime vos, ¿qué es lo justo? A veces uno nunca sabe lo suficiente, uno nunca lo sabe. Nunca. Como dice Fidel: “La historia me absolverá”. Es que lo de justo o injusto es relativo. Nunca voy a  estar contento, por supuesto, nunca.

¿Y cómo quisieras que se te recordara?
Si no me he muerto, niño.

Ja, ja, ja.
Que no se me recordara.

¿Qué no se te recordara?
Que se borrara de la faz de la Tierra este nombre proscrito, esta sensibilidad proscrita, como dice Carlos Monsiváis. Carlos, el ensayista mexicano, cuando habla sobre la literatura homosexual, él prefiere hablar de una sensibilidad proscrita más que de literatura homosexual.

¿Qué te ha permitido o aportado tu alianza con la marginalidad en tus textos, en tu vida?
¿Quién te dijo que soy marginal, niña?

No, tu alianza con los sectores de la marginalidad, que es lo que se lee en muchas crónicas tuyas…
Mi complicidad…

Tu complicidad, exacto.
Mira, yo no hablo por la marginalidad. La marginalidad tiene que hablar ella, simplemente a veces hago una especie de ventriloquia para decir algunas cosas respecto a ciertas injusticias. Creo que eso no me hace ser feliz. Agustín… ¿o cómo es que te llamás?

Élmer...
¡Élmer! Creo que eso no me hace ser feliz, si hay un niño que pasa hambre no puedo ser feliz. Si hay una mujer golpeada, no puedo ser feliz. No, no soy feliz, como conclusión.

Pero tampoco cae en la denuncia lo tuyo, ¿o sí?
¡Por supuesto! Denuncio a los agentes criminales que andan por la calle, denuncio al asesino de Víctor Jara, que está libre, sigue trabajando para el Estado el huevón. Nada menos, ahí está libre. Mientras me quede voz, denunciaré todas esas cosas, mi memoria está intacta en ese sentido y mi corazón a la izquierda también.

¿Y qué opinás de algunos escritores que debaten eso, que dicen que no se debería denunciar o que por lo menos debería dejarse como una opción nada más?
Si es que hay dolor, querido, no hay opción. Frente a la injusticia, no hay opción, ¿qué opción? Pueden pensar ellos lo que quieran en sus escritos oníricos.

¿Pretendés llevar un discurso político de izquierda…?
No, niño, no. Son mis opciones de vida las que verbalizo, mesuradamente también, y respetuosamente, pero mi tema tampoco es… yo no sé por qué los escritores tienen que saber de todo, de política, de ecología, de economía, ser como los portavoces. Por suerte digo lo que digo y me responsabilizo a veces, a veces se me olvidan las cosas que digo, tengo que recordarlas, volver a esa foto. ¡Oye, en esa foto dije tal cosa...! ¡Yo estaba tan joven... ! Los jóvenes se equivocan.

Ja, ja, ja.
También me equivoco, también me tropiezo, y también caigo. Pero soy como el junco, que se dobla pero siempre sigue en pie.

Y en el amor, ¿cómo te va?
Mal, soy…

¿Por qué?
Mal… el amor es ordinario.

Pero, ¿siempre o ahora?
Ordinario el amor. Hasta los policías se enamoran.

¿Los policías no tienen derecho?
¿Los periodistas se enamoran?

Ja, ja, ja.
No, me fue mal en eso. Creo que la vida me va a quedar debiendo. ¡Oy! ¿No hay otro roncito?

¿Doble?
Doble…

(El mesero pasa cerca de la mesa y le pedimos el ron. Lemebel rastrea al joven con la mirada y suelta una exclamación).
¡Qué guapos son los chicos acá, en este país! 

Ja, ja, ja.
¿Y qué me estaban preguntando?

Del amor, de por qué te ha tratado mal.
Yo creo que la vida me va a quedar debiendo esa parte. Me lo dio casi todo, casi todo. Eh… el talento, soy talentoso en algunas cosas, no en todas. Tampoco soy tan soberbio para decir...Algunas cosas le apunté, algunas cosas me leo de repente y digo: “Oye, esto lo escribí yo”. Pero hay otras que claro, bueno, ustedes saben eso también porque también escriben. Son cosas que uno las escribe para cumplir… ¡Huy! A propósito, no mandé la crónica de mi columna del domingo del diario La Nación, se llama “Ojo de loca no se equivoca”.

¿Por qué se llama así?
¡Porque se equivoca!

Ja, ja, ja.
Ja, ja, ja. Claro. También tiene que ver con eso, con la duda.

¿Y de qué ibas a escribir?
¿De qué iba a escribir? De acá, de San Salvador.

¿Qué ibas a decir?
Qué tumultuosa es esta ciudad.

¿Qué sabías de El Salvador?
De Roque Dalton sabía… del proceso, por supuesto. Esta ciudad es fascinante en su multiplicidad, en sus cruces insólitos, en su vorágine de vida, de expulsión, de expulsión vital… De negocio, de tráfico, de pirateo… De deseo de vida, deseo de vida. Sobre todo eso. El mercado más grande que he visto en el mundo ha sido el de acá, toda la ciudad es un mercado. Todavía no he encontrado a los ‘taxiboys’. Un ‘taxiboy’ una vez me dijo… ¿Se entiende lo que es un ‘taxiboy’ acá?

No.
¿Cómo se les dice acá?

¿A quiénes?
A los chicos que comercian con su cuerpo. Chichifos les dicen en México. ¿No existen entonces?

Sí existen, pero no tienen un nombre así. No sé cómo se les llama.
No. ¿Por internet no se ubican? ¿No?

(Se dirige a su amigo y al resto de sus acompañantes, que almuerzan en la mesa de al lado, y tampoco obtiene respuesta).

¿No hay?

Sí hay, pero no tienen mote.
¿Puto? No, puto es otra cosa. Putos son los hombres, siempre igual. Sí, ellos son. Ja, ja, ja. Pero, en realidad, ¿así los llaman en la calle? ¿Estás hablando de los chicos que se dedican a la homosexualidad, que son pagados?

Sí, sí.
Bueno, uno de ellos me dijo un día: “Regálame un libro”. Ellos saben que soy escritor. Entonces, le pasé el que vieron, mi novelita. “No”, me dijo, “uno más grueso”.

Ja, ja, ja.
Ja, ja, ja. Y otro que se quedó mi celular –de ahí que no he tenido más celular-, le mandé un mensaje: “Al robarte mi celular, cachife concha de tu madre, tú y yo hemos perdido. Pero tú pierdes más que yo porque yo voy a tener un celular mejor”.

¿Y por qué el pañuelo en la cabeza?
Porque soy un calvo, y cuando un hombre es calvo dicen: “¡Oh, qué tipo más interesante!” Los homosexuales calvos son un maricón pelado no más.

¿Por qué ilustraste la portada de tu libro (Loco Afán, Crónicas de Sidario) con la pintura de la Frida?
Ah, porque esa es como la obra de las Yeguas, tenemos su arte contemporáneo en Chile y allí hay un guiño lésbico, hay un guiño de dos mujeres, de dos homosexuales, hay una incógnita en esa polisexualidad que tendría esa representación de “Las dos Fridas”, claro una representación, creo que tiene ese sentido. Buen punto.

Después de escucharte lo poco que te hemos escuchado, me queda la duda…
Siempre queda la duda

¿Si seguís viviendo tu manifiesto?
Ese es como mi hit.

Claro…
Funciona siempre, han pasado los años y en todas partes funciona, porque es una apelación a la izquierda. Fue en el transcurso entre el cuento y la crónica, es bien clave ese, antes de eso yo escribía mis cuentos, cuentos tontos, cuentos de señora de taller. Esto se lo escribí a la izquierda chilena diciéndoles: “Bueno, compañeros, ¿por qué no estamos nosotros en su proyecto? Si yo soy de izquierda, soy pobre y todo ese bla, bla, bla… ¿por qué no estamos allí? Entonces esto lo leí en un acto de la izquierda en la dictadura del 86. Entonces quedaron todos así en un poco en silencio. Y un señor se acercó, un señor comunista viejo, y me dice: “¿Sabe? Lo que usted leyó... ¿Usted conoce la “Plegaria a un labrador”, de Víctor Jara? Y yo le dije “of course”… Entonces me dice: “Lo que usted leyó es como la plegaria del maricón”. Y yo encontré tan bonito lo que me dijo porque era su manera de entender lo que yo estaba diciendo, de alguna forma. Y por supuesto que lo publiqué y me pagaron, y me pidieron otra cosa y allí empezó la crónica, cuando me pagaron. Porque yo no escribo porque el cielo es azul pues, no escribo por la inspiración probablemente, escribo para vivir, escribo porque me pagan.

¿Pero sigue vigente?
Absolutamente.

¿A la izquierda le seguís reclamando lo mismo?
No, las cosas han cambiado, han cambiado mucho. Ahora vengo de Cuba porque me invitaron a la feria del libro, antes estuve en la semana del autor, hace dos años me dedicaron una semana de autor en Casa de las Américas y antes estuve en la bienal de arte con Pancho. Las cosas han cambiado a bien, a bien, no se puede desconocer todo lo que pasó tampoco, tampoco. Ahora vamos a decir que fuimos las flores de la revolución, habría que preguntarle a Reynaldo Arenas, pero las cosas han cambiado, ahora hay un grupo gay en Cuba, qué sé yo. Aunque Silvio Rodríguez, ¿conoces la historia de Silvio?

¿La crónica del Unicornio Azul?
Eso fue hace más de 20 años en Buenos Aires, yo le pregunto si el Unicornio Azul era una canción gay, porque todos los homosexuales en Chile habíamos hecho nuestro himno “El unicornio azul ayer se me perdió”.

Se lo apropiaron.
Lamento mucho la equivocación, dice Silvio, pero tengo que decirles que es una canción dedicada a Roque Dalton y yo quedé como tonta, delante de todos los periodistas, a propósito. Y se dio vuelta y nada más. Y yo escribí esto y él nunca se enteró. Nunca supo. Y lo supo precisamente hace un mes. Menos de un mes, 20 días, y se indignó. Un periodista en Buenos Aires, que hizo un artículo y escribió esto. Silvio se indignó y me trató… me trató bien mal, eh. Me trató de contrarrevolucionario, que él nunca había sido homofóbico, que ¡jamás!, no. Y que eso era una mentira, una falsedad y bla, bla, bla. Y esto por internet.

Esto fue antes de que llegaras a Cuba…
Yo iba con esa, con ese temor. Yo puedo ser de todo. Puedo ser traficante, puedo ser ase… asesino no sé, depende, ja, ja, ja.

¿No ha sido, hasta el momento?
No sé, ja, ja. Pero contrarrevolucionario, ¡jamás! Allí está mi vida, allí están mis historias, allí están mis costos. Los costos por defender, a veces, lo indefendible. Pero, bueno, yo le mandé una carta y él me la contestó diciendo que, bueno, que en ese tiempo hacían 20 años y que él no se acordaba, que pudo haber sido, pero que bueno, que todo estuviera bien, que no hiciéramos más alarde de esto, para que los periodistas reaccionarios no…Y yo como soy lenguaraz, lo sigo hablando, lo sigo hablando.

Un autor decía que, por ejemplo, los homosexuales no pueden tener más bandera que la propia; que ninguna, ambas, tanto la de derecha como la de izquierda, nunca habían, realmente, sido consecuentes con esa causa.
Es más que eso. Yo no sé si estoy de acuerdo con eso. Creo que hay otra situación: los homosexuales no tienen proyecto social. Son ellos, no más. Ellos y su espejo. Y es porque nunca tuvieron la formación política, si eso se entiende, no. Tenés que demandarle al mundo la inclusión, se olvidaron del resto también, ¿no? Por ejemplo, a Las Yeguas les toca unirse cuando empezamos con las demandas, con nuestras cosas, ¿no? Todo nuestro trabajo era dedicado a los derechos humanos de los detenidos, desaparecidos. Le dimos todo el informe de los 3 mil y tantos casos. Tardamos como cinco horas, en uno de los lugares que fue cárcel de tortura. El suelo estaba lleno de copas de agua, y con la electricidad, con la corriente, te da una sed increíble y tú no puedes tomar agua. O sea, las copas estaban iluminadas con linternas y, al cabo de las cinco horas, las linternas iban bajando, bajando, bajando hasta que quedaba un poquito. Leíamos y leíamos nombres, y más nombres, y más nombres, cruzabas con muchos números de cédulas de identidad. Nosotros también como desaparecidos en el panorama social, cultural, etcétera. Entonces, mencionando todas las provincias de Chile. ¡Insoportable! Fue una de las cosas más logradas, en términos de trabajo, en términos de producción, también. Hay otras cosas que hicimos, también, pero yo recuerdo más bien esa. El baile sobre el mapa de América, en vidrio, un baile: descalzos en Suramérica. Porque las madres de los que habían desaparecido, hacían una, que es la cueca, que en Chile es el baile nacional. Entonces ya lo hacían ellas solas, como en la canción de Sting “Ellas bailan solas”. Nosotros hicimos ese baile, en la comisión de derechos, sobre este mapa lleno de botellas de vidrio. Nosotros descalzos, sin música. En el pecho teníamos pegado un walkman, bailábamos al latido de nuestro corazón. No había música. Lo que se sentían eran los quiebres de los vidrios. Teníamos un médico también, por si acaso nos cortábamos un tendón, una arteria, qué sé yo. La idea era marcar nuestras huellas de sangre en el mapa de América Latina, qué sé yo. Simbolizando, no sé, por la conquista, por ser un 12 de octubre, los niños desaparecidos, etcétera, todo el drama de América Latina. Y por más que zapateábamos no nos cortábamos.

Ja, ja, ja.
Lo juro. La idea era que quedaran las huellas y zapateábamos, zapateábamos y no nos rompíamos los pies. Era una tensión muy grande. Lo que pasa era que nosotros con Pancho éramos niños muy pobres. Cuando niños andábamos descalzos, entones teníamos una plataforma así de cayo. Por ahí quedaron unas gotitas, sí, simbólicas.

¿En esa época te persiguió el régimen, Pedro? ¿O no hubo nada?
Por suerte, por suerte, por suerte, por suerte. No. Nunca me ubicaron porque es muy útil en la vida, en esas circunstancias y en la vida en general tener varios nombres. Que el Pedro Mardones, que era mi nombre bautismal, el Pedro Lemebel, después Las Yeguas del Apocalipsis. Es muy bueno tener varios nombres, sobre todo cuando participé en el atentado a Pinochet.

¿Participaste en el atentado a Pinochet?
Absolutamente. Tengo mi… la novela esa.

Que la van a llevar al cine, ¿no?
En eso estamos, en eso estamos. Estoy con un director italiano. Es muy caro. No me gusta el cine chileno, lo encuentro malo. Por ahí pensamos en Gael García, no sé. Esta muy viejo Gael para salir de chico. Además de que Almodóvar lo amariconó tanto, ya no queda…

Ja, ja, ja.
Sí, pues, así fue. Y ahora me atrevo a decirlo. Por suerte no me ocurrió nada.

¿Y cómo participaste? ¿Cuál fue tu..?
¡Léete la novela!

¡Pero si no se encuentran tus libros!
Ja, ja, ja. En ese momento yo vivía con unos amigos y llegó un chico a mi casa. Me dijo, Pedro, qué sé yo, ¿sabés? Quiero pedirte un favor: que me guardés estas cajas con libros porque no tengo dónde tenerlas. ¡Ay, y era tan guapo, era tan lindo, esos ojos, así que por supuesto! Entonces la caja era muy pesada, muy pesada. Libros de metal, ja, ja, ja. Y así empezó la historia. Por si acaso a las cajas yo les puse unos pañitos con unas flores en un florero, hice un mueble.  

¿Viste el contenido?
Claro, hice cojines, hice un sillón. Un día me encuentro con un tubo así, un tubo de metal. Y le digo a mi amiga: Oye, ¿y esto? Me dijo: no sé, lo trajo el Carlos, dijo que eran unos planos, unas cosas como de arquitectura. Niña, esto es un condón de dinosaurio. Entonces traigo la cinta: era un rocket. Lo puse en una esquina, le puse unas flores, a la sombra por si acaso, a la sombra. Y tu sabes que resulta que para el atentado, el atentado a Pinochet no estalló el rocket, y yo siempre pensé que yo…

Muchas flores…
Por suerte, no resultó o hubiera sido una masacre tremenda, por suerte.

No nos dijiste nada de Bachelet.
Le ha costado mucho, ha sido muy difícil para Bachelet ser la primera mujer presidenta de Chile...

Por ser mujer.
Por ser mujer, por ser madre soltera, por no tener pareja visible, por ser gorda... la derecha se ha ensañado con ella. Pero con su elección se establece un precedente y eso es lo importante.

Pero en cuanto a imagen internacional, el hecho de ser mujer le ha valido positivamente.
¿Sabes por qué se establece un precedente? Ocurrió una fiesta en Chile y por supuesto que una mujer que además padeció -dentro de las atrocidades de la dictadura con su padre-, es socialista... yo no la conozco. Todos mis amigos la conocen, pero ella nunca me ha invitado al palacio... no me gustan los palacios. Cuando entro, entro por la puerta de servicio y salgo por ahí mismo.

Ja, ja, ja... No te voy a preguntar a qué entrás, ja, ja, ja...
Entro a dejar los alacranes explosivos y salgo como si nada. ¿Qué es? (pregunta por el plato de boquitas que están servidas a la mesa).

Es un plato de jamones... esto es un dip de queso con espinacas.
Bueno, ha sido un encanto estar con ustedes, chicos, me he entretenido harto...

¿Te llevás mejor imagen de los periodistas?
Ah, depende del periodista (en este momento clava su mirada en Élmer).

¡Heyyyy! Te hemos tratado bien, no te podés quejar.
Sí, muy bien. La onda es que entre ustedes tampoco se quieren tanto, ja, ja... El problema es que todos quieren ser escritores.

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