Opinión /

Haití: Detrás de las montañas hay más montañas


Lunes, 12 de enero de 2015
Luis Bonilla*

Haití no permanecerá aislado entre sus hermanos.
Los principios de Haití influirán en todos los países del Nuevo Mundo”
(Simón Bolívar, 1816)

El 12 de Enero de 2010 Haití se vino abajo a causa de un terremoto que comenzó hace muchísimos años. Desde la revolución de 1804 que resultó en la primera nación independiente de Latinoamérica y la única en lograrlo a partir de un proceso eminentemente popular, Haití ha sido asediado constantemente por catástrofes sociales provenientes de muchos lados del mundo.

La marca originaria de su independencia a través de una revolución popular es un pecado nunca perdonado. Levantarse como la primera nación negra independiente y ser el primer país en el mundo en abolir la esclavitud, es un costo que sigue teniendo repercusiones para un país situado en un lado del mundo donde los procesos de autodeterminación popular nunca han sido bien recibidos.

Haciendo ironía de su geografía, se dice que en Haití detrás de las montañas hay más montañas. Y es que desde el primer momento el asedio ha sido permanente, a través de ocupaciones directas, imposiciones económicas, soporte de dictaduras, promoción y apoyo de Golpes de Estado y últimamente, intervenciones internacionales con predominante carácter militar. Enfrentándose a todas estas manifestaciones de poder exterior, la marca originaria ha estado presente y luchando por el ejercicio de la soberanía y la construcción de la democracia.

La mayor parte de las consecuencias del terremoto de 2010 son el resultado de esa trágica historia. Hoy, cinco años después de la catástrofe, esas causas siguen presentes y escondidas detrás de los millones de dólares gastados en cooperación internacional y los escombros que dejó el terremoto.

Para nadie es sorpresa que se diga que Haití es el país más pobre de Latinoamérica. Que su incipiente democracia tiene problemas endémicos, que la educación y la salud escasean para la gran mayoría y, en base a ese diagnóstico, es común escuchar hablar de Haití como una especie de país fallido.

Sin embargo, es menos común escuchar que las raíces de la pobreza del país se pueden encontrar en el saqueo permanente al que estuvo sometido desde la colonia, en la destrucción de gran parte de su capacidad productiva para lograr su independencia, en el papel de proveedor de mano de obra para el desarrollo de otros países que jugó en la geopolítica de la expansión capitalista, en las consecuencias de gobiernos dictatoriales incompetentes y en la recientemente indiscriminada implementación de políticas neoliberales. Evidentemente, tampoco se habla mucho de las tradicionales familias millonarias y sus vínculos con las corporaciones internacionales.

También es poco común escuchar que existen acusaciones hacia la comunidad internacional, que sostienen que intervino para definir los resultados de las últimas elecciones presidenciales. Que a pesar de que desde hace diez años el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas mantiene una misión permanente, que tiene por uno de sus mandatos promover las elecciones en Haití, se han postergado permanentemente las elecciones legislativas y municipales desde 2010, por lo cual el país se encuentra de nuevo al borde del colapso institucional.

Asímismo, rara vez se escucha que la educación y salud pública en Haití son prácticamente inexistentes y que, por el contrario, es de los países Latinoamericanos con mayores proporciones de privatización de derechos sociales, los cuales tienen costos prácticamente inaccesibles para la población.

Cuando se muestran las debilidades del país, está presente de forma recurrente la campaña por mostrar a los haitianos como un pueblo necesitado desesperadamente de la caridad internacional. “El asistencialismo nos da miedo”, me comentó en una ocasión mi amigo Cliffton Macenat.

Muy lejos de la lástima y en medio de la escasez, caminando el país se puede percibir que el originario espíritu luchador de Haití está vivo en su pueblo. En las constantes protestas ciudadanas que reclaman por el derecho de ser dueños de su propio destino. En la resistencia por mantener su cultura e identidad en contra de los permanentes intentos por demonizarla, menospreciarla y domesticarla. En la cotidiana fraternidad y familiaridad en un mundo cargado de individualismo. Como siempre, la rebelde marca de su nacimiento sigue siendo su mayor orgullo y su peor condena.

Sin lugar a dudas Haití tiene grandes problemas, ningún país no los tiene. Una diferencia fundamental es que a este país, probablemente como a ningún otro de la región, se le ha impedido permanentemente hacerse cargo de la solución de los mismos de manera soberana y contando con una cooperación verdaderamente horizontal y solidaria.

Como latinoamericanos, en el marco de los procesos de integración de nuestros países, debemos acompañar solidariamente a Haití en el desafío histórico por lograr su autodeterminación y garantizar mayores niveles de bienestar para su población. Para esto, estamos llamados hacerlo desde la comprensión de su historia y de sus luchas, algo que sin duda también nos aportará para mejorar nuestras propias realidades.

 

*Luis Bonilla es director de Techo para México y el Caribe y ejecuta y supervisa proyectos de vivienda y desarrollo comunitario en Haití desde el terremoto del 12 de enero de 2010.

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