Opinión / Violencia

Ser o no ser Charlie


Lunes, 12 de enero de 2015
Carlos Dada

El ataque a la revista Charlie Hebdo se convirtió de inmediato en un asunto mundial, en el que millones de personas nos sentimos de alguna manera vinculadas a las víctimas. Un cuadro negro con letras blancas en las que se leía JE SUIS CHARLIE, sugerido por el sitio web de la revista misma, inundó las redes sociales y tan pronto como llegó la noche en París se convirtió en el estandarte de las velas públicas celebradas en todo el mundo.

Algunas horas después, sin embargo, cuando el shock dio paso a las primeras reacciones, algunos comenzaron a cuestionar no solo la campaña sino la atención mediática a la masacre. “¿Por qué se escandalizan por doce asesinatos en París si aquí hoy mataron a más de 20 personas?” escribió alguien desde México.

Otros cuestionaron si la libertad de expresión permite faltar el respeto y burlarse de las creencias religiosas, y dos días después al Je Suis Charlie comenzaron a responderle columnistas en diversos medios con “Yo no soy Charlie”.

La irreverencia es condición necesaria para cualquier tipo de humor. De hecho, el sentido político del humor es precisamente su irreverencia hacia todas las figuras públicas y las instituciones, hacia el poder, hacia uno mismo. ¿Les da derecho eso a insultar las creencias religiosas o políticas de los demás? ¿Dónde debe dibujarse la línea entre el humor, la irreverencia y todo lo demás? ¿Me da la libertad de expresión derecho a decir lo que me venga en gana, a publicar caricaturas racistas, a invitar a otros a cometer delitos, a burlarme de las figuras más sagradas para algunas comunidades? Pero sobre todo, ¿quién y cómo determina esto? Creo que estas preguntas requieren ahora replantearse y además colocarse en contexto. No solo en el contexto de la tradición francesa (con la que lamentablemente no contamos en Centroamérica) del humor como constante defensa del laicismo, del contrapoder, de jalar las cuerdas de las figuras públicas cuyo ego, o poder, comienza a inflarse como un globo, etc, sino en el contexto del mundo contemporáneo.

Pero no debemos permitir que esta discusión se convierta en un juicio sobre la legitimidad o no de los asesinatos. Esto sería terrible.

Lo cierto, como escribió el editor literario Adam Shatz en una de las columnas más lúcidas que leí estos días, es que la mayoría de las personas a favor o en contra de la revista jamás la han leído y ni siquiera habían escuchado sobre ella antes de los atentados. A diferencia de él, yo creo que eso no tiene importancia.

Charlie Hebdo nació en 1970 como vehículo de la expresión anarquista de los movimientos de mayo del 68 en Francia. El Charlie de su nombre es para burlarse del general Charles de Gaulle, héroe de la resistencia francesa y presidente de Francia hasta su renuncia en 1969. En ese mundo nació y en ese mundo se quedó la revista. Sus caricaturistas intentaban en los últimos años sobrevivir con una publicación obsoleta, que había perdido muchos lectores.

Yo no soy un lector de Charlie Hebdo. Es una revista que he visto dos veces en mi vida y de la que escuché por primera vez cuando republicaron las caricaturas de Mahoma del Jyllands-Posten (el periódico danés que causó un escándalo mundial en 2005 con la publicación de las caricaturas). Mis primeras impresiones de Charlie Hebdo son las de una revista poco divertida, vulgar y, sí, irrespetuosa. Sin embargo, el día de los atentados me sumé al Je Suis Charlie y por la noche fui a Union Square, en Nueva York, a la concentración por la masacre. ¿Cómo se explica eso? Pues porque nunca entendí que se tratara de un concurso de popularidad de la revista, o siquiera de una expresión de aceptación o reconocimiento a la calidad de sus contenidos. (Si fuera una expresión de adhesión a las caricaturas, hubiera ido con letreros que dijeran Yo soy Quino, o Yo soy Jis, o Trino, o Falcón, o Helguera o El Fisgón.)

Como a millones de personas a las que probablemente no les gusta Charlie Hebdo o que ni siquiera la han leído pero que salieron esa noche en muchas ciudades a expresarse, lo que nos tenía allí era la voluntad de protestar contra un acto de barbarie, contra la brutalidad como manera de resolver las diferencias, y contra quienes pretendan sacar beneficio de esta situación: los xenófobos, los racistas, los que han avanzado electoralmente en Europa a través de las políticas del miedo a la diferencia. Gente de todas las razas, de todos los lugares, se expresaron contra la masacre de Charlie Hebdo.

“Hasta la iglesia de Notre Dame hizo sonar las campanas en honor a Charlie, ni en mis sueños”, dijo el redactor en jefe de la revista, Gerard Biard, uno de los sobrevivientes del ataque. Es evidente la paradoja de que un medio anticlerical, irreverente y que se ha pasado por la burla a todos los partidos políticos, sea hoy objeto de homenajes de los objetos de sus caricaturas. De que una revista aislada por detractores de todos colores políticos y religiones pase a ser la revista con más simpatías en el mundo, objeto de una marcha multitudinaria el fin de semana en Paris con la participación de varios jefes de Estado, incluyendo los de Israel y Palestina.

Estos asesinatos no son consecuencia de una violencia criminal sino política. Injustificable desde donde se le vea, pero relacionada con algunos de los asuntos más urgentes y complicados del mundo contemporáneo: el fundamentalismo religioso, el racismo, la xenofobia, la guerra contra el terrorismo desatada por occidente, la frágil situación de musulmanes moderados atacados por fundamentalistas y despreciados, marginados y temidos en las sociedades occidentales. Con las torturas de la CIA contra musulmanes. Y, desde luego, la criminal complicidad de occidente con Israel, un estado xenófobo que cuenta con todas las características para ser incluido en la lista de estados terroristas, y algunos de sus jefes de Estado con las suficientes para ser acusados de genocidio. En vez de ello, cuentan con el apoyo incondicional de Estados Unidos y sus aliados. Estas situaciones ayudan a entender, no a justificar, por qué los fundamentalistas islámicos se sienten guerreros de una batalla en defensa de una agresión occidental.

Todo esto urge de debates públicos, pero, y lo repito porque requiere enfatizarlo, no en el marco de si los asesinatos son justificados o no, como ahora pretenden algunos.

¿Es el ataque a Charlie Hebdo un ataque a la libertad de expresión? Sí. Absolutamente. La discusión sobre si la libertad de expresión da derecho a insultar las creencias religiosas no tiene en este punto nada que ver. Si Charlie Hebdo o cualquier otra revista o medio cruzó la línea y, como parecen pensar muchos ahora, no debió haber publicado algunas cosas, esto debería ser debatido públicamente, debería ser abordado públicamente, protestado, respondido con argumentos éticos, intelectualmente, incluso judicialmente si hay lugar a ello. Que una publicación tenga que callarse, o cerrar, no por una reflexión editorial, no porque sea públicamente avergonzada, no porque haya perdido el apoyo de sus lectores, no porque haya violado la ley, sino porque alguien le responde con el poder de un arma de fuego, es un atentado a la libertad de expresión. Y a eso, creo yo, deberíamos oponernos todos con firmeza. A que el mundo camine a partir del miedo. A que las decisiones se tomen a partir de las creencias o la voluntad de quien tiene un arma de fuego para imponerse. Suficiente sabemos sobre eso en América Central.

Y he de agregar algo más: a pesar de todo lo que pueda incomodar o irrespetar Charlie Hebdo, creo firmemente que es mucho mejor para cualquier sociedad tener una revista como esta que no tenerla. El humor, la sátira, la irreverencia son no solo necesarias, sino requisitos para una comunidad sana. Aunque a veces nos parezca que se les va la mano. Aunque a veces sus publicaciones sean grotescas.

Por esto, que no es poca cosa, Je Suis Charlie.

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