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La expulsión de los jesuitas en El Salvador

“Como á criminales, se nos ha sacado de la Capital de la República”, decían dos jesuitas después de ser expulsados de El Salvador. Roberto Valdés Valle ha seleccionado un documento fechado el 6 de junio de 1872 sobre la expulsión de los jesuitas del país por el gobierno de Santiago González. En la introducción comenta los paralelos entre la persecución que sufrieron los jesuitas a finales del siglo XX y el hostigamiento oficial de 1872.


Domingo, 18 de enero de 2015
Selección e introducción por Roberto Valdés Valle*

Días antes de que miembros del ejército salvadoreño llevaran a cabo el asesinato de los jesuitas de la UCA, en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, algunos medios de comunicación —especialmente la estación de radio de la Fuerza Armada— abrieron sus espacios para que los oyentes expresaran “con libertad” lo que opinaban sobre la ofensiva militar que había lanzado la guerrilla salvadoreña (FMLN) el 11 de noviembre. Los participantes de aquella cadena radial aprovecharon la oportunidad para pedir la muerte de los jesuitas, pero especialmente de Ignacio Ellacuría. “Ellacuría es un guerrillero. ¡Que le corten la cabeza!”, “deberían sacar a Ellacuría para matarlo a escupidas”, dijeron entre otras cosas. También se dijo que en la UCA los insurgentes habían escondido armas con la anuencia de las autoridades de la universidad.

No era la primera vez que miembros de la Compañía de Jesús domiciliados en El Salvador eran expuestos a semejante odio y violencia: existe un antecedente importante, ocurrido entre los meses de marzo y junio de 1872. Según las crónicas de la época, la noche del 1 de marzo turbas incitadas por miembros del parlamento y del gobierno, así como varios directores de periódicos y publicistas del liberalismo radical, se apostaron frente a la casa de habitación de los jesuitas en San Salvador demandando su expulsión, bajo el argumento de ser los más conspicuos representantes del pensamiento reaccionario y anti-liberal. Hay que precisar que solo dos jesuitas vivían en ese momento en el país: José Telésforo Paul y Roberto Pozo.

Tan enérgicas, ruidosas y amenazantes fueron las protestas que el obispo de San Salvador, Tomás Miguel Pineda y Saldaña, pidió a los dos sacerdotes que se mudaran a la residencia episcopal “antes de que fueran víctimas del furor brutal”. La noche del 3 de marzo los manifestantes se congregaron una vez más y gritaron por las calles: “Mueran los jesuitas, muera don Ignacio de Loyola, muera tata Nacho”. Días después, el obispo reclamó al Gobierno —presidido entonces por Santiago González— por no haber reprimido estas manifestaciones, al igual que en 1989 no haría nada por detenerlas.

Afortunadamente, en 1872 esta agitación política no terminó con el asesinato de los religiosos, pero sí con su eventual destierro tres meses después, el 6 de junio. Esa noche, una escolta militar se presentó a la residencia de los jesuitas con instrucciones de la Presidencia de la República de trasladarlos inmediatamente al puerto de Acajutla, donde deberían abordar un vapor que los llevara lejos de las playas salvadoreñas. Apenas tuvieron tiempo para empacar unas cuantas pertenencias.

Mientras esperaban la partida del barco, los sacerdotes tuvieron la oportunidad de escribir una carta de protesta en la que denunciaban los atropellos y vejaciones sufridas durante los meses previos. Aprovecharon también para ratificar el carácter estrictamente religioso —es decir, no político— de la misión que habían desempeñado en El Salvador desde su llegada a inicios de ese mismo año. Quizá palabras muy similares pudieron haber sido escritas por los seis jesuitas de la UCA martirizados 117 años después de la expulsión de los padres Paúl y Pozo. A continuación, se transcribe la carta que ambos religiosos redactaron:

***

Protesta de los Reverendos Padres Jesuitas**

Apenas vueltos del asombro que nos ha causado el modo con que á media noche y como á criminales, se nos ha sacado de la Capital de la República, si bien al ver las playas del Salvador que vamos á dejar talvez para siempre, se nos enternece el corazón al recordar que en ellas viven tantas personas que nos han honrado con su estimación y han correspondido de una manera consoladora á nuestros pequeños servicios sacerdotales. ¡Ah! No podemos menos de protestar contra la violación de nuestros derechos, cometida por un pequeño número, que por cierto está muy lejos de ser la representación de las poblaciones del Salvador.

Protestamos, pues, que callamos entonces contra las calumnias, los gritos é insultos contra nosotros que el Gobierno permitió y aprobó en el Palacio, en el parque y en las calles de El Salvador.

Protestamos contra el artículo 12 del tratado Arbizú-Samayoa, que no puede tener por calificativo el nombre que lleva, porque en él y con él se violan nuestros derechos adquiridos

Protestamos en nombre de la verdad contra las calumnias que se propalaron contra nosotros con respecto á la política, siendo como es notoria nuestra completa consagración á solos los ejercicios de nuestro ministerio, sin distinción de banderas ni colores políticos.

Protestamos en nombre de la buena fé, contra ese juego inicuo con que se nos dice que nos quedemos en paz, y sin ningún hecho que lo justifique, se nos saca violentamente.

Protestamos: en nombre de la lealtad contra la incalificable falsedad con que se ha estampado de parte del Señor Presidente en la nota con que se nos manda sacar inmediatamente. En ella se dice que por no haber salido nosotros por buenas ahora se nos saca así. ¿Cómo olvida tan alto funcionario que él mismo fue á decirnos en persona al Palacio Episcopal, de parte del Gral. González, que no nos fuéramos a pesar del tratado? ¿É ignora que habiéndo vuelto á preguntar nosotros, si debíamos salir, el mismo Presidente envió al Señor Gobernador Don José Lareynaga para que nos dijese: que está cierto de que en nada de política nos habíamos mesclado; ni tampoco, como decía saberlo, los Padres de la Compañía que están en Nicaragua, y por lo mismo no pensaba sacarnos más? Todo el mundo lo entiendo hoy, y lo entendieron muchos, desde entonces se aplazó la medida porque se tuvo miedo, y si fuéramos como nos quieren pintar ¿nos querrían los pueblos y las gentes ilustradas? ¿Se resistirían por nuestro extrañamiento?

¡Oh sarcasmo increíble! En nombre de la libertad se nos priva de la nuestra… En nombre de la Democracia se nos saca, y es necesario sacarnos á media noche… Sinó de día, porque se temía… ¿y qué? La expresión de la voluntad del pueblo. Pobre pueblo privado de los sacerdotes y en manos de los embaucadores que les quieren vender por ovejas…

Por esto protestamos en nombre de ese Pueblo á quien queremos y que nos ha querido, y al cual se ha pretendido engañar con mentiras atroces sin haberlo logrado…

No llevamos resentimiento contra los que tanto nos han hecho y nos hacen sufrir; pero sí protestamos contra su inícuo y aleve modo de proceder.

A bordo del Vapor Salvador, Junio 6 de 1872.

José Telésforo Paúl… R. Pozo.

 

*El Dr. Roberto Valdés Valle es doctor en Filosofía Iberoamericana por la Universidad Centroamericana 'José Simeón Cañas'.

**Tomado de Apuntamientos de historia patria eclesiástica, recopilado por el canónigo y doctor Santiago Ricardo Vilanova, San Salvador, Imprenta Diario del Salvador, 1911, p. 203.

Portada de  Apuntamientos de historia patria eclesiástica , recopilado por el canónigo y doctor Santiago Ricardo Vilanova, San Salvador, Imprenta Diario del Salvador, 1911, p. 203.
Portada de  Apuntamientos de historia patria eclesiástica , recopilado por el canónigo y doctor Santiago Ricardo Vilanova, San Salvador, Imprenta Diario del Salvador, 1911, p. 203.

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