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Las políticas culturales del Estado salvadoreño, 1900-2012

“Sin un respaldo desde el Estado y sin una recepción favorable desde la población, el arte y la cultura seguirán siendo una prioridad muy baja en la agenda apretada del desarrollo nacional,” nos dice el Dr. Knut Walter en el resumen de su nuevo libro Las políticas culturales del Estado salvadoreño, 1900-2012*. El trabajo del Dr. Walter es una invitación a discutir el puesto que se debe dar a la cultura y a las artes en la agenda nacional.


Lunes, 5 de enero de 2015
Por Knut Walter **

Este estudio describe y comenta las políticas culturales del Estado salvadoreño desde comienzos del siglo XX hasta 2012. No pretende evaluar la calidad del esfuerzo ni su impacto en la sociedad mayor sino dimensionar el compromiso de los gobiernos de turno con las artes y la cultura mediante un análisis de los recursos fiscales destinados a apoyarles y un resumen de los objetivos enunciados para justificarlos. Divide los tiempos de manera convencional: la república cafetalera (1900-1931), la dictadura de Hernández Martínez y sucesores (1931-1948), los regímenes militares reformistas (1948-1980), y los años de posguerra (1992-2012), además de algunas referencias de lo transcurrido durante los años del conflicto armado (1980-1992). Termina con una sección de conclusiones y recomendaciones.

Las fuentes consultadas son casi todas oficiales, entre otras las memorias anuales de los ministerios de educación y hacienda y de los organismos estatales vinculados al quehacer cultural, los cuales rara vez cuestionan o critican sus propias realizaciones. Sin embargo, el contraste entre el discurso, la ubicación de las oficinas encargadas y los recursos asociados con arte y cultura permite evaluar las prioridades del Estado. Por ejemplo, antes de 1950, nunca existió una dependencia del Estado que centralizara o coordinará las actividades culturales; si acaso, los ministerios de educación – bajo diversos nombres – comenzaron a encargarse con el paso del tiempo de un mayor número de “iniciativas” culturales bajo el supuesto de que el sistema escolar las aprovecharía mejor.

No fue sino hasta 1950 que el Estado creó – dentro del Ministerio de Cultura (léase “educación”) – una “Dirección de Bellas Artes”, dotada de personal y recursos para incursionar en las áreas prioritarias del ámbito cultural: la producción de libros, la formación y difusión musical, y la promoción de la pintura, el baile y el teatro. Sin embargo, esta Dirección de Bellas Artes se ubicó dentro del área de “educación vocacional” para otorgarle un cierto barniz de utilidad social más allá de lo puramente estético.

Como parte de las reformas impulsadas hacia finales de la década de 1960 por el ministro de educación, Walter Béneke, la Dirección de Bellas Artes fue reemplazada por una Dirección General de Cultura dentro de un Vice-Ministerio de Juventud, Cultura y Deportes del Ministerio de Educación; esta dirección general ya empezó a adquirir las responsabilidades básicas que caracterizarían a las oficinas del Estado en las décadas posteriores, especialmente el manejo del Centro Nacional de Artes (CENAR, encargado de la formación de los bachilleres en las diversas disciplinas artísticas) y de las Casas de la Cultura (una red de centros a nivel local dedicada a promover y organizar actividades culturales).

Un año antes de firmados los Acuerdos de Paz, el gobierno creó el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA) como entidad especializada para coordinar todas las iniciativas del Estado en el ámbito de las artes y la cultura y le otorgó un presupuesto específico para llevar adelante un buen número de ellas. Dicho presupuesto siempre se incluía dentro del asignado al Ministerio de Educación, pero CONCULTURA operó con independencia de los programas de educación formal. Posteriormente, en 2009, CONCULTURA se convirtió en una Secretaría de la Presidencia de la República con funciones y atribuciones bastante similares a su antecesor.

Tanto la Dirección de Bellas Artes en la década de 1950 como CONCULTURA en la de 1990 comenzaron a operar con recursos relativamente abundantes. Si utilizamos los presupuestos del Ministerio de Educación como rasero para efectos de comparación, en ambos momentos lo asignado inicialmente a arte y cultura representó alrededor de un 4-4.5 por ciento para después irse reduciendo con el paso de los años a 1.5-2.5 por ciento. Los montos totales ciertamente aumentaron pero las proporciones iban en la otra dirección. Por ejemplo, si la proporción asignada en 2012 a la Secretaría de Cultural de la Presidencia fuera similar a la que recibió CONCULTURA en sus inicios, su presupuesto habría sido de al menos el doble. Se comenzaba, pues, con muchos bríos sin que se pudiera mantener el entusiasmo inicial.

¿Qué lecciones pueden extraerse de un siglo de apoyo estatal para la cultura y el arte? Lo primero es la importancia de objetivos claros y precisos que respondan a la oferta de arte y cultura y a la demanda desde la población. Bajo el supuesto de que la cultura y el arte son búsqueda y crecimiento y se cultivan y aprecian cuando se entienden, ciertas expresiones artísticas o contenidos culturales no tendrán la misma acogida que otras. Esto nos lleva a una segunda lección: el arte y la cultura desconectados del resto de la gestión estatal no producirán sino resultados parciales. El sistema escolar ha descuidado los contenidos de expresión artística, debido en buena medida a que las escuelas y colegios funcionan bajo jornadas de medio tiempo; aun cuando hubiese personal debidamente preparado para impartir esos contenidos, el plan de estudios ya no tiene cabida para más asignaturas, por lo que habría que pensar en tiempos ex aula.

Una tercera lección apunta a la limitada formación profesional en artes que el Estado ha organizado e impartido. El bachillerato en artes fue clausurado junto con los demás bachilleratos diversificados hacia finales de la década de 1990 y el CENAR se dedicó a impartir cursos libres. Actualmente, solamente la Universidad de El Salvador ofrece una licenciatura en arte (escultura, cerámica, dibujo, diseño gráfico). Se entiende que una formación profesional en alguna disciplina artística es cara y la demanda no muy grande por lo que cualquier intento de ofrecerla será objeto de cuestionamientos frente a otras obligaciones más inmediatas que el Estado debe atender.

Finalmente, ha faltada continuidad en los esfuerzos más importantes que el Estado ha apoyado en el área de las artes y la cultura. Las únicas excepciones son la Dirección de Publicaciones e Impresos (la editorial del Estado), la Biblioteca Nacional (fundada en 1870), la Orquesta Sinfónica y el Museo Nacional. Cualquier iniciativa nueva debe estar asociada con una institucionalidad fuerte y unos resultados – léase productos culturales y artísticos – que adquieran carta de ciudadanía. Sin un respaldo desde el Estado y sin una recepción favorable desde la población, el arte y la cultura seguirán siendo una prioridad muy baja en la agenda apretada del desarrollo nacional.


*Este artículo es un resumen de Las políticas culturales del Estado salvadoreño, 1900-2012. San Salvador: Fundación Accesarte, 2014, por KnutWalter.

** El historiador salvadoreño Knut Walter ha sido catedrático en la Universidad de El Salvador y en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas.” Además ha trabajado en varias capacidades con el gobierno salvadoreño como asesor sobre temas educativos.

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