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“Hay mucho periodista enamorado de su propio estilo, y eso es peligroso”

La periodista argentina Leila Guerriero recibió a El Faro para platicar sobre el periodismo en general y sobre el género de la crónica en particular. “Soy periodista, no cronista”, dice, consciente de lo que cuesta disociar su nombre de la palabra crónica.


Viernes, 14 de noviembre de 2014
Roberto Valencia

Leila Guerriero, periodista. Foto Diego Sampere.
Leila Guerriero, periodista. Foto Diego Sampere.

La tentación de escribir una entrada impactante, cautivadora como sus crónicas, es tan fuerte que conviene reprimirla pronto, para evitar hacer el ridículo.

Leila Guerriero nació en 1967 en Junín, una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires. Estudió una Licenciatura en Turismo mientras, como tanto veinteañero, escribía cuentos para leerlos ella y pocos más. Una mañana de mediados de los noventa llegó con uno de sus relatos al diario argentino Página|12. Lo dejó en la recepción, advertida de que el espacio al que aspiraba lo tenían cubierto para varios meses. A los días, su padre le preguntó por qué su apellido firmaba un artículo en la contratapa del periódico. De aquella entrada atropellada en los diarios (paradójicamente por la puerta de la ficción) creció hasta convertirse en una de las periodistas más celebradas en el mundo de habla hispana. Guerriero es hoy un elemento infaltable cuando se habla de crónica, el género que a veces pareciera la tabla de salvación del periodismo, aunque ella rechaza con firmeza esa apreciación: “La crónica no es ni mejor ni peor que cualquier otro género periodístico”.

¿Siente que el periodismo está en crisis?
Hay crisis en los medios de comunicación, pero no en los periodistas ni en el periodismo. De ahí surge una pregunta: ¿dónde van a hacer periodismo los periodistas si se acaban los periódicos? Yo creo que el fin de los medios masivos aún está lejos, aunque sí están en un momento de mucha confusión: notan que tienen menos lectores y, a mi parecer, yerran en la manera de retener a los que no se les han ido, porque optan por las notas cortas y simples… Hay medios que están tratando a sus lectores como si fueran imbéciles.

Cuando se habla de periodismo, parece haberse generalizado la sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Depende. Me parece un error creer que antes de internet y de la crisis los periodistas estábamos haciendo las cosas maravillosamente bien. Me resisto a replicar eso. Es cierto que el periodismo se ha deteriorado mucho en algunos ámbitos, como en la cobertura de noticias. La decisión de echar a periodistas que acumulaban muchos años no fue acertada, porque este no es un oficio en el que se pueda desechar la experiencia como valor agregado. Entre cirujanos, un chico de 30 años no opera mejor que un señor de 60. Con un periodista sucede lo mismo; si es bueno, claro.

Alguna vez dijiste que los diarios solo deberían salir los días que fuera necesario.
¡Y ahora cambian la portada cien veces cada día en internet! Sí, pienso que no es necesaria tanta saturación, pero es una opinión nomás, y quizá por eso yo no tengo un diario. En la época que nos ha tocado vivir, la ansiedad comunicacional afecta a todo el mundo; hoy la gente se queda sin internet un día, y parece que le va a explotar el corazón. A mí misma me pasa, porque la computadora donde escribís es la misma cosa donde malditamente tenés internet, y sin quererlo miro los diarios más veces que las necesarias.

Vivimos una época en la que quizá se lee más que nunca, aunque sea mensajitos de WhatsApp.
Digamos que la gente sabe leer.

Pero la crónica de largo aliento parece que no termina de despegar.
La crónica nunca tuvo demasiado espacio en los periódicos; quejarse de que no lo tiene ahora por la crisis es un lamento fuera de lugar. Quizá en las revistas dominicales sí se ha recortado un poco, pero en los diarios no, porque nunca lo tuvo. Lo que sí está ocurriendo ahora es que la crónica está ocupando espacios que antes no tenía en los libros. Hace quince años no había tantos libros de crónica; ese quizá sea el cambio más importante en el género.

Por no escudarnos solo en la crisis y en las empresas periodísticas, ¿qué hemos hecho mal los periodistas?
La autocrítica es importante siempre. Algo que no está bien es la manera en la que hoy en día se accede al trabajo periodístico: hay jóvenes que, con tal de entrar en un diario, aceptan cualquier forma de contratación y están dispuestos a hacer carrera con un salario muy inferior, y asumiendo además tareas que un periodista no debería asumir. Me parece una especie de corrupción del mérito: antes eras bueno y te contrataban porque eras bueno; ahora eso no basta.

¿Mucha sumisión?
Los periodistas aceptamos cualquier cosa. No puede ser que vos trabajés en un periódico como redactor, y te manden a hacer las fotos, el video, mantengás un blog, escribás para el Facebook del diario, seas un gran tuitero y hasta edités las notas de tus compañeros. Me parece que hay un grado de aceptación de condiciones de trabajo que antes no había, y eso lo hemos aceptado nosotros; nadie nos puso un revólver en la cabeza.

En cuanto a la formación, ¿los periodistas salen de las facultades mejor o peor preparados?
Yo no tengo formación académica de periodista, porque estudié una licenciatura en Turismo, y siento que ahora hay una especie de superstición extendida de que la única manera de acceder a un medio periodístico es a través del estudio de la carrera. A mí me parece que está bien, sería muy contradictoria si dijera lo contrario porque doy clases, pero no sé hasta qué punto las carreras de periodismo forman para el periodismo. Es habitual hallar a chicos de veinticinco años que conocen la pirámide invertida y los flujos de información, pero que no saben nada de historia ni de geografía ni de arte.

En este contexto de aguas revueltas para el periodismo, ¿podría considerarse la crónica la tabla de salvación?
No lo creo. La crónica es un género en el que la mirada y la forma son muy importantes, pero antes que nada es periodismo. El contenido, la reportería, siempre debería ser lo más importante. Y creo que es muy peligroso que los periodistas sientan que solo se reciben de periodistas prestigiosos si escriben una crónica; que la crónica se convierta en una moda me parece la peor noticia del mundo.

¿Están desdibujados los límites del género?
No creo que ese sea el problema. Hay una mirada atenta para que no ocurra, y se escuchan voces de periodistas de mucho prestigio que se pronuncian para que no suceda.

Talleres, premios, libros, encuentros… ¿por qué se habla tanto de la crónica?
No comparto esa idea cada vez más extendida de querer cargar en la crónica la responsabilidad de salvar al periodismo; esto no puede ser así porque el género siempre ha sido un género marginal, de pocos lectores y que generalmente son los mismos que más leen literatura de ficción. Muy rara vez un libro de crónica vende más de 2,000 ejemplares.

Usted escribe crónica, pero también la edita. ¿Dónde se falla más, en la reportería o en la puesta en página?
Es complicado generalizar, pero creo que se peca más a la hora de escribir. Hay periodistas que son muy buenos reporteando, pero se les complica un poco más al escribir. Como editor, al leer por primera vez un texto, con demasiada frecuencia lo más interesante está al final y no al principio, ves periodistas que escriben veinte o treinta páginas que narrativamente son insostenibles, otros que dejan fuera material muy bueno y que un editor solo puede rescatar si les pregunta.

Entre los periodistas consagrados parece que hay dos bandos definidos: los que se embarran los zapatos pero tienen carencias en la escritura, y los que reportean más ligero pero revitalizan sus textos por su dominio de la herramienta.
Los más graves son los fallos en el reporteo; si el reporteo está mal, no hay historia.

Pero se publican crónicas con carencias infinitas en el reporteo.
Yo no lo sufro tanto, porque tengo la suerte de poder elegir con quién trabajo, a quién edito, pero sí, leo crónicas publicadas y me digo: ¿cómo puede ser? No se entiende cómo un personaje llega a cierta situación, o de dónde salen algunas afirmaciones, o el porqué de la elección de escenas… eso pasa mucho. Pero reitero que lo más grave es lo otro: regodearse en la escritura bonita para intentar que nadie se dé cuenta de que al texto le falta información.

Que suele combinarse con el uso de la primera persona sin necesidad.
Hay mucho periodista enamorado de su propio estilo, y eso es peligroso. Se abusa de la primera persona, y también de la aparición innecesaria y de la opinología, aunque se haga en tercera persona.

A un periodista que quiere crecer, ¿qué le conviene leer: ficción, no-ficción, poesía…?
Sería un error decir: esto sí y lo otro no. Hay que leer de todo, y tratar que ese ‘de todo’ sea amplio, aunque siempre en función de los gustos propios. Hay autores consagrados que a mí no me mueven un pelo y no los leo. Don DeLillo, por ejemplo, me podés regalar el paquete completo de sus novelas, que no las voy a leer porque no puedo con él.

Vos también das mucha relevancia a ver cine, a saber analizarlo para mejorar la escritura de una crónica.
Porque una crónica es un documental escrito. Eso es clarísimo. Cuando vos escribís, hacés las mismas operaciones que hacen un montajista o un director de un documental. Reportear es salir a buscar escenas. Si quiero hacer un documental sobre tu vida, pongo la cámara acá para entrevistar, y todo mi documental es Roberto Valencia hablando de sí mismo, se me duerme todo el mundo. Entonces, ¿qué puedo hacer? Te llevo afuera, voy a tu casa y hablo con tu mujer, trato de verte jugando con tus hijas, o lo que fuere. Un documentalista recoge escenas. Un reportero hace exactamente lo mismo.

¿Y a la hora de escribir?
Igual. Un periodista hace lo mismo que un montajista: elige su escena más poderosa, intercambia planos del tipo mirando a cámara con escenas, después pone voces en off o fundidos a negro o… Una crónica funciona igual que un documental.

¿Las series de televisión te ayudan?
Yo no las uso tanto como insumo porque me producen dependencia, y yo soy cero para verlas en internet; no termino de ver la computadora como un televisor porque me da miedo meter más cosas que me sigan distrayendo. Las series solo las puedo mirar en televisión. Me enganché muchísimo de una serie, que fue Breaking bad. Fue como la única que me atrapó. No me pasó con Los Sopranos, por ejemplo, que para mí es una serie que si no hubiese existido, me daba lo mismo. Lo que enseñan las series es a sostener la atención del lector, y una cosa muy mágica: si están bien construidas, uno puede empezar a verla en cualquier punto de cualquier temporada, y la vas a entender.

Antes te preguntaba por qué se habla tanto de la crónica en los últimos años.
Algo está pasando que no pasaba hace quince años.

En toda esta vorágine de festivales, premios, reuniones, parece como si te gustara permanecer en un segundo plano, menos visible.
El rol de un periodista es estar en un segundo plano todo el tiempo. Creo que nosotros no le deberíamos importar mucho a nadie, porque en principio, cuando entrevistás a alguien, lo que hacés es olvidarte de vos para dar brillo al otro. Esa convicción en mi caso se replica en otros ámbitos de la vida. Yo a mí misma me importo muchísimo, pero no estoy todo el tiempo pensando que todo el mundo está interesado en mí; no lo pienso ni lejanamente porque no encuentro tema más aburrido que hablar de mí misma. Y en todos estos eventos, ferias y festivales, es cierto que usualmente no estoy en el centro-centro; me gusta más la periferia. Soy una persona muy solitaria. No soy muy gregaria, el todojuntismo me vuelve loca; eso de ir todos juntos a todos lados… aguanto solo dos horas.

Y no le gusta que la llamen cronista.
Porque soy periodista, no cronista. La palabra crónica está muy bien puesta, y en los últimos años me parece como que hemos establecido un código común. Todos los periodistas más o menos sabemos a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de la crónica, incluso tenemos un mapa de los periodistas que más se dedican al género. Eso está bueno: hemos definido el objeto de estudio, lo hemos acotado, y ahora lo podemos discutir, poner en duda y hacer otro montón de cosas. Los periodistas ya hablamos un lenguaje común cuando hablamos sobre la crónica, y eso, repito, es bueno.

Pero…
En principio me parece que llamarse o auto llamarse cronista es un exceso, porque tengo la sensación de que se dicen cronistas como si serlo fuera mejor que ser periodista de espectáculos, de deporte o de política, qué se yo. Estoy en contra de eso porque creo que todos los rubros del periodismo son buenos si los hacés bien. La crónica no es ni mejor ni peor que cualquier otro género periodístico.

¿Leila Guerriero se ha planteado ya escribir ficción?
No.

¿Ninguna editorial la ha tentado?
No, y quizá porque repito mucho que lo mío es la no-ficción. ¿Sabés lo que pasa? Que me parece que son vocaciones distintas, y creo que en mi generación al menos esa diferencia se ha entendido bien. Somos muchos los periodistas que no sentimos que la ficción sea el estadio del prestigio, y que no porque se tenga un remoto talento para escribir no-ficción, uno puede creerse un buen escritor de ficción.

Tampoco en sentido inverso.
Exacto. No todos los buenos escritores de ficción pueden hacer periodismo. A veces leo notas periodísticas escritas por novelistas que admiro y me dan vergüenza ajena. No me refiero a las columnas de opinión, sino a notas que implican reporteo y trabajo de campo, y pienso que evidentemente les han pedido un artículo porque son firmas, pero no hay oficio y todo queda en el ‘a-mí-me-parece’.

No habrá a corto ni medio plazo una novela de Leila Guerriero.
No. Creer que porque uno escribe no-ficción puede escribir con talento ficción es el camino hacia el infierno.

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Crónicas de Leila Guerriero:

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