Opinión /

Responsabilidad compartida


Domingo, 26 de octubre de 2014
Mauricio Silva

Los Estados Unidos tienen responsabilidad compartida con los países del Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) en el fenómeno migratorio de la región. En las tres causas principales de la migración —la violencia, la pobreza y el deseo de reunificación familiar— Estados Unidos ha sido actor clave y comparte la culpa. Por ello, debe también compartir los costos de las soluciones. Pero ese costo compartido no solo se justifica por razones históricas, sino también por razones éticas y de intereses para Estados Unidos.

La violencia en nuestros países tiene en el fenómeno de las maras y el narcotráfico dos de sus causas principales. Las maras salvadoreñas tienen su origen en las ciudades de Estados Unidos y se siguen alimentando de pandilleros repatriados. Esas maras, más recientemente, han entrado en relaciones con los narcos, lo que eleva a un mayor plano la violencia. Los grandes consumidores de la droga, la demanda para la droga, viene de Estados Unidos.

En todos los países del Triángulo Norte, pero especialmente en Honduras y El Salvador, la violencia tiene raíces en las guerras de los ochentas; guerras en las cuales los Estados Unidos estuvo muy involucrado. Un caso extremo de ese involucramiento se muestra en la película “Matando al Mensajero” (Killing the messenger), actualmente en cartelera en Estados Unidos, que trata sobre el uso que hizo la CIA de fondos provenientes del mercado de drogas para financiar a los Contras en Nicaragua.

Los modelos de desarrollo que El Salvador ha promovido hasta hace unos años han dado poca importancia a las necesidades básicas de la población y a la equidad, generando así pobreza. Para que esos modelos operaran fueron necesarios regímenes represivos y antidemocráticos, que nos llevaron a las guerras. Esos modelos económicos y sus regímenes contaron con amplio apoyo de Estados Unidos.

La tercera razón que impulsa a muchos migrantes en su salida es la reunificación familiar. Las políticas migratorias de diferentes gobiernos estadounidenses han dificultado mucho esa reunificación. Ninguna de esas políticas ha detenido a los migrantes, pero sí los ha obligado a ocupar los medios que ahora ocupan en su ruta al Norte. En parte son esas leyes de Estados Unidos las que generan el fenómeno actual de la migración de menores.

Lograr soluciones no es solo responsabilidad nuestra, sino también de Estados Unidos, que debe actuar no solo por buenas intenciones sino —sobre todo— por una obligación histórica.

Y por intereses propios de Estados Unidos. Una solución permanente al fenómeno migratorio solo se dará si los países del triángulo Norte logran reducir significativamente la violencia, si creamos oportunidades para sus ciudadanos y si los ya migrados pueden unirse libremente con sus familiares. Si eso no se da, los tres países centroamericanos seguirán expulsando ciudadanos y la migración probablemente irá en aumento, como la ha hecho en las últimas décadas. También las drogas seguirán transitando hacia el Norte. Una estatua de Benito Juárez cerca del Departamento de Estado en Washington lo cita con una frase que aplica en este caso: “El respeto al derecho ajeno garantiza la paz”.

Existen también las razones éticas para compartir costos. Pablo VI animaba a construir “un mundo más humano para todos, sin que el progreso de unos sea un obstáculo para el desarrollo de otros.”

Ahora Guatemala, El Salvador y Honduras buscan una nueva asociación con Estados Unidos, una relación diferente, que se espera mejor para todos. Parte de esa búsqueda encaja con los esfuerzos que el mismo Presidente Obama comenzó hace unos meses en respuesta al fenómeno de los niños migrantes. Esos esfuerzos han continuado. Los países del triángulo Norte, respondiendo al llamado de Obama, presentaron al Secretario Kerry en Naciones Unidas un plan de desarrollo regional como única solución de fondo para parar la migración. Los presidentes de Honduras y Guatemala han declarado que el costo de ese plan es muy inferior, alrededor de una décima parte, de lo que Estados Unidos gasta en resguardar su frontera Sur. El desarrollo de Centroamérica no solo es la solución, sino también la opción más barata para Estados Unidos.

Los presidentes de los tres países del triángulo Norte han expresado que sus países están poniendo de su parte en muchas formas: mediante las inversiones que hacen con sus propios recursos para el desarrollo, en los altos costos que la violencia implica, en los costos humanos que pagan los migrantes, entre otros. Falta ahora que Estados Unidos demuestre su compromiso, su respuesta a lo que el Presidente Obama llamo una responsabilidad compartida.

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