Opinión /

La fiesta de las verdades


Miércoles, 8 de octubre de 2014
Sergio Ramírez

He salido de Medellín tras vivir la entrega de los premios de periodismo Gabriel García Márquez padeciendo los estragos que siguen a los excesos de una fiesta incesante, entre ellos la nostalgia que se paga como una penitencia. Un homenaje al gran mago de feria que fue Gabo a pocos meses de su muerte, durante el que se le recordó en todos los escenarios, desde el concierto donde Tania Libertad cantó las canciones que a él más le gustaban, hasta la actuación pública de Rubén Blades, donde entre virtuosos destellos de humor ilustró sus afinidades con el novelista, cantando a capela esas narraciones suyas que, como Pedro Navaja, son verdaderas novelas a ritmo de salsa. Pedro Navaja, que Gabo hubiera cambiado gustoso por Cien años de soledad, según llegó a decir.

Una fiesta de conversaciones aleccionadoras para exaltar la profesión del periodismo, sus valores éticos y sus transformaciones alucinantes en esta era digital de tantas sorpresas, y para premiar a los mejores periodistas como una manera de recordar que entre la integridad moral y el riesgo constante, sigue siendo el mejor oficio del mundo. Una fiesta de las verdades contadas con rigor.

El Consejo Rector de la Fundación Iberoamericana de Nuevo Periodismo dividió esta vez su premio mayor a la Excelencia entre el colombiano Javier Darío Restrepo, maestro por décadas en ejercer y explicar la ética, que según la frase ya sacramental del propio Gabo, sigue al oficio como el zumbido al vuelo del moscardón; y la mexicana Marcela Turati, cronista incansable e insobornable de los horrores de la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico, y del drama de los migrantes, fundadora del contingente juvenil de los Periodistas de a Pie, que desafían riesgos y amenazas para cumplir con su oficio.

Escuchando los debates en una y otra mesa de discusión, de las tantas organizadas para hablar de los desafíos del periodismo en Iberoamérica, lo primero que surge a la vista, y lo apunto en mi libreta, es esa contradicción feroz entre la transformación centelleante de los medios tecnológicos, y los temas de la realidad diaria a enfrentar: el reinado de los barones del narcotráfico, periodistas decapitados por las mafias igual que ocurre con los rehenes del califato islámico, migrantes asesinados en masa por los Zetas cuando buscan la frontera dorada de los Estados Unidos, buses incendiados por las Maras con todos sus humildes pasajeros adentro, selvas exterminadas y la ecología sacrificada en el altar de la ambición desmedida de riqueza; y la represión oficial que busca siempre esconder la mano, y excusar las trasgresiones envolviéndose en la retórica.

Sorprendente paradoja. El siglo veintiuno es incomparable en cuanto a atrocidades y desmanes, como en la edad de las cavernas, y al mismo tiempo lo es cuanto a la multiplicación de posibilidades de la comunicación, la edad de las luces cibernéticas. Escucho decir al periodista brasileño Rosental Alves que vivimos en un ecosistema mediático totalmente nuevo, como si el antes, el de la tipografía, la televisión analógica y las ondas hertzianas, fuera el desierto de Arizona; y el hoy, el de los teléfonos celulares, los blogspots, los podcasts, los videos que se cuelgan al instante en las redes, y la pasmosa brevedad y celeridad del Twitter, la selva tropical donde todo abunda. Y donde podemos perdernos.

El viejo maestro José Salgar, que lo fue de Gabo cuando sus tiempos de joven aprendiz en la redacción de El Espectador, a sus noventa años veía el fenómeno de las transformaciones de la era digital con entusiasmo, y recordaba cómo del uso de los dedos para escribir en el teclado se había pasado al de los pulgares, toda una transformación de profundas consecuencias. Ahora escribimos en los celulares, y nos informamos a través de los celulares, y con ellos fotografiamos y filmamos mientras no envejezcan de vejez prematura y pasen al olvido.

Se concedieron premios en texto, imagen, cobertura e innovación, tres finalistas y un ganador por categoría, y pudimos escuchar las exposiciones de todos ellos acerca de sus trabajos, sometidos a debate. Y hay uno que quiero destacar, “Los sucesos del 12F”, ganador de la rama de cobertura, obra de un equipo que entonces era del diario Ultimas Noticias, encabezado por César Batiz, en el que había reporteros, redactores, infógrafos, videógrafos, fotógrafos, verificadores de datos y diseñadores.

El 12 de febrero de 2014, durante una marcha de protesta en Caracas, a la altura de la plaza de la Candelaria ocurrió una balacera que dejó muertos, entre los que se hallaban un militante oficialista y un dirigente estudiantil. “A través de un trabajo de investigación audiovisual y de una curaduría de fotos y videos ofrecidos por vecinos y testigos de los hechos, logramos determinar que los asesinos eran policías y funcionarios de inteligencia de Nicolás Maduro”, dice Batiz.

Como consecuencia de este reportaje, del que fueron parte activa los propios vecinos, que cedieron al equipo de periodistas fotos y videos tomados por ellos mismos, y he aquí una forma de nuevo periodismo, el gobierno tuvo que dejar de un lado sus falsas versiones que inculpaban a los opositores, abrió juicio contra los policías secretos, y el jefe de inteligencia fue destituido.

Pero es más. El propio periódico ya había cambiado para entonces de manos, y sus nuevos dueños, alineados con el gobierno, quisieron impedir la publicación del reportaje. Frente al intento de imposición se alzó toda la planta, empezando por los editores y redactores jefes, y la censura fue impedida. Un último acto de rebeldía antes de que Últimas Noticias pasara al dócil acomodo del silencio.

Como se ve, vivimos nuevos tiempos. Un teléfono celular en poder de un ciudadano común, que puede tomar fotos y filmar, se convierte en una formidable arma de la verdad, y puede derribar las mentiras oficiales. Y esto me convence de que periodistas hoy en día podemos ser todos, como los de la plaza de la Candelaria.

Frankfurt, octubre de 2014.

 

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