El Ágora /

“Si aspirás a ser una artista profesional, tenés que salir de El Salvador”

La historia de la balletista salvadoreña Laura Benítez ilustra como El Salvador suele expulsar a sus mejores talentos por la falta de una oferta de educación superior formal, por falta de un escenario que permita ejercer una carrera profesional con ambición de transcendencia. Benítez cuenta cómo el Ballet Nacional de Perú acogió su talento y le ha dado una experiencia imposible de obtener por ahora en este su país natal. A pesar de todo, ella quiere volver y ser parte de la solución.


Lunes, 27 de octubre de 2014
Valeria Guzmán

En septiembre se abrió el telón ante cientos de limeños que llegaron al Gran Teatro Nacional del Perú a ver el estreno de 'Alicia en el país de las maravillas'. La obra fue protagonizada por una extranjera, Laura Benítez. El Ballet Nacional de Perú tiene más de 40 años en la escena artística de Suramérica y en el 2014, una salvadoreña, se plantó al centro del escenario con su tutú azul.

Con su cabello rebelde y su pequeña estatura, Laura Benítez parece no encajar dentro del prototipo de bailarina de ballet clásico, pero no solo encaja, sino que ha logrado llegar donde solo las grandes bailarinas llegan: es solista principal de un Ballet Nacional, el de Perú. Sí, de Perú, aunque ella nació y se formó en El Salvador, hasta donde se puede formar profesionalmente alguien en danza en este país centroamericano.

Antes de llegar a estar al frente de un ballet de hasta 30 bailarines, Laura agotó todos los recursos de formación artística profesional que El Salvador ofrece: entró a los ocho años a la Escuela Nacional de Danza Morena Celarié y cursó los nueve años del programa de formación. Su desempeño fue tan sobresaliente que a finales del 2007, cuando tenía 18 años,  fue invitada a ser parte del primer elenco de la Compañía Nacional de Danza de El Salvador, CND. Durante cinco años conoció a la compañía desde adentro, tanto como para tener claridad sobre las limitaciones de la institución ante las ambiciones de crecimiento profesional: “La Compañía realmente no está apta para mantenerte ahí”. Se refiere a mantener en su elenco a un bailarín o a una bailarina con aspiraciones profesionales del más alto nivel.

Así que, en 2013, cuando el Ballet Nacional de Perú atravesaba por una fase de transición y le ofrecieron una plaza, no dudó en tomarla. Desde entonces ha protagonizado varios montajes, aunque, como ella lo dice, ser extranjera no es fácil, sobre todo cuando se está al frente de un ballet nacional, teniendo un permiso para trabajar con visa de artista.

Los jóvenes balletistas clásicos de Perú audicionan anualmente en el Ballet Nacional de Perú con la esperanza de conseguir un espacio dentro de ese elenco que ahora acoge a cinco salvadoreños exbailarines de la Compañía Nacional de Danza de El Salvador: Roberto Cardona, Evelyn Cancino, Michael Henríquez,  Abel Reyes y Laura Benítez.

En su último rol, Laura fue una niña juguetona llamada Alicia. Aquella misma Alicia inventada por Lewis Carroll que es guiada por un conejo en el país de las maravillas. En esta entrevista, Benítez habla desde Perú, y desde allí explica cómo los techos profesionales de mediana altura pueden tentar a muchos a lanzar la mirada en el extranjero en busca de la excelencia profesional.

¿La Escuela Nacional de Danza cultiva la memoria de las personas que se dedicaron a la danza previamente en El Salvador?
No. No hay una memoria a profundidad, no hay historia de la danza que diga qué personajes vinieron y qué hicieron. Nuestras referencias siempre vienen de extranjeros.

Pero me imagino que informalmente se reconocen las distintas generaciones de la danza...
Sí, de gente como Sonia Franco de Batres, Eduardo Rogel, Xenia Vaquerano, Francisco Castillo, o sea, ellos son bailarines que en su momento fueron brillantes y ahora son ejemplo. Siempre en esta carrera tenés que tener referencias. En esta carrera tenés que escalar y cada escalón es alguien.

Ya que fuiste parte del nacimiento de la Compañía Nacional de Danza, ¿cómo fue el proceso de selección?
El director de la Escuela fue el maestro Francisco Centeno, quien también fue fundador de la Compañía. Él tenía una idea y sabía cuál era la gente con la que quería trabajar. Así, se acercó a varios compañeros y nos dijo que nos necesitaba para hacer la audición para que lleváramos el barco todos juntos en noviembre de 2007.

¿Cómo cambiaba la vida de un bailarín al entrar a la Compañía?
Marcábamos a las 7 de la mañana. De 7:30 a 9 de la mañana teníamos clase de ballet clásico aunque bailábamos danza contemporánea. Teníamos un pequeño receso y empezábamos todo el proceso de montaje de las coreografías hasta las 2 de la tarde. Después, una hora de almuerzo y marcábamos salida a las 3 de la tarde. Después de eso, la jornada dependía de qué función ibas a tener y de las temporadas calendarizadas en el teatro.

¿Creés que los bailarines que se están formando en estos momentos en la Escuela aspiran a formar parte de la Compañía?
Es complicado porque te estás formando para bailar bien. Yo creo que la Compañía sería como un trampolín pero no sería el lugar específico para estar. La Compañía realmente no está apta para mantenerte ahí, y lo digo con mucho respeto para los bailarines que están ahí dando la cara, pero si estás formándote para aspirar a ser una artista profesional, tenés que salir del país.

En 2012,  se escucharon  fuertes críticas a la directora costarricense Karol Marenco por la manera en que había llevabo la Compañía los últimos dos años... ¿estabas de acuerdo con su gestión?
Yo no tengo idea de cómo se gestionaban las producciones. Y ellos lo hacían entre ellos, entre Karol, entre Carlos Hernández. En la parte artística, los procesos con Karol no eran malos, simplemente, a veces no eran lo que esperábamos. Sin embargo, se aprendió mucho y lo que aprendí de ella creo que me ha funcionado estando aquí en Perú.

Ella entró a finales de 2010 a sustituir al director fundado,  Francisco Centeno, ¿se dio un quiebre cuando él se fue de la Compañía?
Sí, la manera como él llevaba el barco era bien difícil de retomar para otra persona. Pasaron muchas cosas y también yo, como bailarina, quería llevar el mismo lineamiento. Pero es difícil porque no todas las personas son iguales, no todos los directores son iguales. Él no intentaba sólo quedar bien con todos, era muy objetivo y tajante con las cosas. Es diferente. El sistema que llevaba el maestro Francisco nos hacía a todos dar lo que dábamos en ese momento, no aflojar, siempre estar con una buena mística de trabajo. Con Karol no fue mala la gestión cuando yo estuve, pero era diferente.

¿En qué cambiaban los procesos? ¿En libertad creativa de exploración?
Cada director es diferente, cada director tiene su forma de dirigir, por ende, su forma de coreografiar, su manera de ver las cosas. Él tenía las ideas y nos las plasmaba por medio de las cosas que también nosotros proponíamos y él montaba mucho. Karol era más de la experimentación y de la improvisación y de ahí venían las coreografías. Karol era más orgánica y el maestro Francisco más tecnicismo, más virtuosidad y, a la vez, personajes más exóticos, con más profundidad, y con Karol había profundidad pero era más con base en una estética.

En el 2012 cumpliste cinco años dedicados a bailar en la Compañía, ¿cómo tomaste la decisión de irte del país?
En los primeros años yo me sentía muy cómoda, no sentía tanta lentitud porque sentía importante que eso estuviera pasando en mi país. Mi necesidad estaba en mi país. Desde pequeña quise salir pero en los primeros años de la Compañía estaba ahí, quería estar ahí. Después, como las cosas cambian, ya empieza esa necesidad de querer salir y también vas cumpliendo años y para salir al exterior tenés que estar joven para que te tomen en cuenta en una compañía. Muchas veces la edad determina las cosas.

Según el ambiente o los espacios de desarrollo de la danza, ¿elegiste irte o tenías que irte para desarrollarte más?
Tenía que irme. Sí, tenía que irme porque a pesar de que en Perú hay déficit, hay cosas mucho mejores que en San Salvador. En El Salvador pasan ciertas cosas, pero la formación siempre es mejor afuera. Uno se da cuenta solo con ver la estructura de los salones, además se le da otro valor al artista.

¿Por qué Perú?
Fue bien loco. El maestro Francisco Centeno pasó a ser director adjunto del Ballet Nacional de Perú el año pasado. A mediados de 2012 invitó a Michael Henríquez y después de haber hecho la temporada, el ballet lo contrató. Cuatro meses después necesitaban a una chica y vino Evelyn Cancino contratada. Luego había dos plazas más para un chico y una chica, y entonces, el maestro nos llamó a Abel Reyes y a mí. Todo fue sin planearlo.

¿No fue una decisión colectiva?
No. Todo se fue dando así. Nos venimos, audicionamos y ya quedamos. El Ballet Nacional de Perú estaba pasando por una transición, ellos antes solo bailaban clásico pero con el maestro Francisco ya se iba a empezar a producir la parte más neoclásica y contemporánea, venimos para que los compañeros de aquí del ballet se involucraran y vieran bailarines diferentes a ellos que solo venían haciendo clásico y nosotros que veníamos de lo contemporáneo pudiéramos hacer una fusión.

Tu primer trabajo al llegar a Perú fue 'El Espejo en tus Ojos', del coreógrafo Pepe Hevia. Ese montaje trata precisamente sobre la migración y ausencias... ¿cómo fue ese proceso cuando realmente acababas de llegar?
Estuvimos involucrados totalmente, porque nos acabábamos de venir. Fue un proceso fuerte porque yo fui muy apegada a mi mamá y despegarse de ella y de la familia es complicado. Yo creo que El Espejo en tus Ojos fue mi canal para transmitir todas esas emociones que sentía y sentir como si mi familia me estaba viendo en el público. Imaginaba que estaban viéndome desde las butacas.

Es el Ballet Nacional de Perú y una salvadoreña este mismo año protagonizó Orfeo y Eurídice en el Gran Teatro Nacional… ¿Has notado resistencia de los demás para aceptar eso?
Sí, sí la hubo. Para el papel de Eurídice fuimos elegidas dos chicas por el maestro coreógrafo. Y la decisión fue tomada para que yo fuera la protagonista y eso generó críticas. Además, los peruanos no son como los salvadoreños que son más para adentro, como pidiendo perdón y quizás si te molesta algo lo hablás de espaldas. No. Los peruanos te lo dicen y la otra bailarina me lo dijo, que ella no entendía por qué me habían elegido a mí, y eso me desestabilizó. También el grupo toma resistencia: '¿Por qué no una peruana sino que una extranjera? ¿Por qué la eligen a ella si es extranjera?' Siempre está ese punto... sobre todo porque es el Ballet Nacional.

Después de casi dos años, ¿te seguís sintiendo extranjera allí?
Sí, de hecho no me ha cambiado el acento, pero he madurado mucho. Me ha tocado asumir roles muy importantes como la responsabilidad de llevar una coreografía ante 30 bailarines, una responsabilidad muy grande. Fue bien chistoso. Yo de El Salvador salí a los 23 años y ya me sentía bien vieja y cuando llegué aquí me doy cuenta de que estoy en pañales. Tengo una compañera que tiene 48 años.

¿Por qué en el país te sentías así?
Porque sentía que no pasaba nada, no estaba evolucionando, no estaba llevando mi trabajo más allá de lo que ya me estaba ofreciendo la Compañía. Uno se siente ya desesperado, ya quería salir y si no salís a una cierta edad es más complicado todavía tener una oportunidad.

¿Creés que algún día El Salvador pueda brindarle a una bailarina de 23 años las mismas oportunidades que Perú le da a otra bailarina de la misma edad?
Sí, pero dentro de las posibilidades que el país ofrece. El Salvador no va a ofrecer lo mismo que aquí porque no tienen las mismas estructuras, los programas de mano, la publicidad y la difusión porque no están desarrollados en ese sentido. Pero, de que se las han dado, se las han dado. Hay gente extranjera que ha llegado a audicionar a la compañía y se han ganado sus plazas, por eso te digo que dentro de las posibilidades que el país da.

El Ballet Nacional de Perú se creó en 1967 y la Compañía Nacional de Danza salvadoreña en 2008. Además de la permanencia en el tiempo, ¿qué creés que hace adulta o sólida a una compañía?
La solidez se da a medida que directores y bailarines llevan el proyecto a cabo con un solo fin. Que  el director sepa cómo se mueven y ven mejor sus bailarines, que el bailarín sea propositivo ante esa dirección. Solo así hay cohesión. Y no solo director y bailarines, director, coreógrafo, maestro, bailarín, administrador. Todos. Eso hace que una compañía evolucione y que durante el tiempo se vaya concretando más el proyecto.

¿Vos creés que la compañía salvadoreña apunta a eso?
Es complicado. Perú tiene tanta trayectoria y El Salvador apenas seis años. La Compañía es más vulnerable por el tiempo que tiene. Hay una dificultad en el lineamiento que se tiene que llevar. Un día un director entra y cambia todo, otro día otro director... no hay consolidación estructurada, no algo escrito que diga 'esto es lo que nos conviene como compañía dentro de las posibilidades de este país' y el país está tan... tan allá... a lo lejos. Siempre que uno dice 'soy de El Salvador', nadie se ubica dónde está hasta que digo que queda en Centroamérica. Nadie nos conoce. Es difícil que un director bueno llegue a El Salvador.

¿Ves alguna solución para eso?
Lo bueno sería que nosotros que estamos afuera y ya vemos las cosas de otra manera, que estamos creciendo como bailarines nos preparemos para eso. Nosotros tenemos que estudiar para director, para coreógrafo, y regresar. Yo le debo al país mi formación. Estuve en la Escuela Nacional de Danza donde no pagué nada y gracias a ello soy una bailarina. Yo me siento responsable de estudiar porque, ¿qué más querés que un mismo salvadoreño dirija en tu país y tenga una buena gestión para una institución como la Compañía Nacional de Danza?

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