Opinión /

Dos generaciones


Miércoles, 1 de octubre de 2014
Mauricio Silva

A mi generación le tocó vivir una época rica en muchos aspectos, pero cuya característica principal en nuestro país era la represión. Represión en muchas fases de la sociedad. Existían muchas barreras que no se podían cuestionar, pero la principal represión se daba al nivel político, lo que conllevaba reprimir la libertad de expresión, de organización, de disentir, las elecciones libres y la transparencia.

Yo di mi primer voto válido a los 45 años. Voté en las elecciones de 1994. Mi candidato perdió pero por lo menos no hubo fraude. El proceso fue transparente y pudieron participar todos los partidos. Había votado antes, pero el resultado no se respetó por la vía del fraude o del golpe de estado; o no voté porque solo había un partido, o porque a los partidos de oposición no se les permitía participar.

Muchos de esa generación terminamos metidos en política. El ambiente era conducente; no era escoger entre uno u otro partido o candidato, era luchar para que cesara la represión, por lograr derechos de los que se carecía, por cambiar un sistema que era malo. Un sistema que usaba el aparato del estado para reprimir. Lo hicimos de diferentes formas y por motivos diferentes. Para muchos, esto implicó decisiones muy difíciles: para una mayoría, arriesgar la vida; para otros apoyar la lucha armada; para otros el exilio.

Diferentes formas de organización comunitaria, organizaciones estudiantiles, políticas, de trabajadores, etc., eran reprimidas de una forma u otra. Varios quisimos escribir y tratamos de publicar, pero salvo algunas contadas excepciones nadie nos publicó. Otros levantamos nuestra voz para exigir información y transparencia. Ello derivó en atentados contra nuestras vidas, acciones en nuestra contra con claros motivos políticos. Pero lo más duro no fueron esos atentados, sino todas las acciones que les precedieron: amenazas, bombas, advertencias en listas, y el miedo que todas esas acciones nos hacían sentir. Miedo por nosotros y por nuestras familias.

Todas esas acciones no permitían casi ningún contacto de la oposición con los empresarios. No había necesidad de dialogo entre la clase empresarial y el estado porque ambas instituciones representaban los mismos intereses. No había necesidad de un verdadero dialogo entre ellos y los partidos de oposición porque, con los controles que existían, la oposición no era de temer. Ellos manejaban todos los poderes del estado. Buen ejemplo de ello fue el la elección del presidente Antonio Saca en 2004: era presidente de la Republica y del partido Arena, alto ejecutivo de los medios de comunicación, y venía de ser presidente de la ANEP.

Nuestro país está ahora libre de varios de esos problemas que le tocó vivir a mi generación. Nuestras elecciones son libres y existen opciones políticas. Existe una amplia libertad de expresión, se puede publicar y expresar opiniones muy diversas, en contra y en favor del estado. No se usa el estado para reprimir. Se ha quebrado la concentración de poder: el estado no responde al poder económico únicamente, los medios de comunicación son muy variados, se da una diferencia entre los órganos del estado, entre los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo.

En otros campos también está comenzando el proceso de cambio. Empieza a darse mayor transparencia por parte del estado, la Justicia toca a algunos peces gordos aunque con resultados mixtos, se sienta el sector privado a dialogar con el estado... Todo ello abre formas alternativas de expresión y participación política, anulando así la opción de la lucha armada, obligando a mayor dialogo y a mayor transparencia.

La nueva generación enfrenta luchas diferentes. Ya no enfrentan el miedo a la represión política, pero viven con el miedo de la violencia provocada principalmente por el narcotráfico y su enorme poder de corrupción. Hay alternativas políticas pero los jóvenes ven todavía muchos defectos en cada una de las opciones. La mayoría de ellos siente que en todos los partidos políticos prevalecen los intereses de partido sobre los de nación. La empresa privada se sienta a dialogar, pero cede muy poco. La gran mayoría de los jóvenes no ve en ellos un verdadero espíritu de construir patria, de restringir sus ganancias por el bien común. Existe gran libertad de expresión pero por medios alternativos; los grandes medios cambian muy poco, siguen siendo parciales. Desde la oposición, varios señalan al estado como único responsable de resolver estos problemas.

Muchos y muy valiosos son los logros que en el país se han dado en una generación. Pero se debe enfrentar ahora, con la participación de todos, los nuevos desafíos. Los problemas de violencia, narcotráfico, falta de empleo, seguridad, acceso justo a los medios de comunicación, por mencionar solo algunos del campo político, son problemas de país, cuya solución requiere la participación, compromiso y aporte de todos.

Un buen ejemplo reciente, en ese sentido, es la iniciativa del Consejo de Seguridad Pública. La participación de ese amplio espectro de sectores implica el reconocer que la violencia es problema de país, que requiere del aporte de todos para solucionarlo. Para su solución hay también que enfrentar la corrupción que maneja el narcotráfico y que ha infiltrado tantas instituciones del estado y personas. Hay que tener la valentía para hacerlo, sin importar quienes son los culpables.

Ejemplo negativo es el manejo de las finanzas públicas, donde no se logra un dialogo constructivo entre empresarios y gobierno. El gobierno insiste en la aprobación de varios préstamos por la Asamblea, los cuales tienen fines muy específicos: turismo, seguridad, infraestructura, etc. Sus fuentes son organismos internacionales, lo que implica que el costo de ese financiamiento es menor para el país que si vinieran de cualquier otra fuente. La oposición argumenta que hay que disminuir/simplificar la burocracia y reducir gastos innecesarios para manejar mejor las finanzas públicas. Ambos bandos probablemente tienen razón, pero para lograr lo mejor para el país hay que anteponer los intereses de nación a los de partido.

Por el bien de El Salvador y en especial de las nuevas generaciones, para poder avanzar y no retroceder sobre los logros que se dieron en las décadas pasadas, debemos todos unir fuerzas, buscar fines comunes, lo que también implica contribuciones y concesiones por parte de todos. Si no hay compromisos, si no hay aportes de todos los sectores, el país solo verá agravados sus problemas actuales y podría hasta volver a caer en el caos que fueron las décadas pasadas. Ello no sería justo. No fue por eso por lo que mi generación luchó.

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